¿Quieren levantar a la Iglesia? ¡Pónganse de rodillas! ¡Es la única manera!: Cardenal R. Sarah
“Queridos amigos, ¿quieren levantar a la Iglesia? ¡Pónganse de rodillas! ¡Es la única manera! Si proceden de otra manera, lo que hagan no será de Dios”.
“Vuestros pastores están cubiertos de defectos e imperfecciones. Pero no es despreciándoles como construiréis la unidad de la Iglesia”. Cardenal Robert Sarah.
Por el Cardenal Robert Sarah. Dominus Est. 18 de marzo de 2019.
La unidad de la Iglesia reposa sobre cuatro columnas. La oración, la doctrina católica, el amor a Pedro y la caridad mutua deben convertirse en las prioridades de nuestra alma y de todas nuestras actividades.
Las Cuatro Columnas de la Unidad de la Iglesia
La oración
Sin la unión a Dios, toda empresa de consolidación de la Iglesia y de la fe será vana. Sin oración, seremos unos címbalos resonantes. Caeríamos al nivel de los charlatanes mediáticos que hacen tanto ruido y que no producen más que viento. La oración debe convertirse en nuestra respiración más íntima. Ésta nos vuelve hacia Dios. ¿Tenemos otro trabajo? Nosotros cristianos, sacerdotes, obispos, ¿tenemos otra razón de existir que estar ante de Dios y conducir a los demás a ésta? ¡Es tiempo de enseñarles la oración! ¡Es tiempo de poner en obra la oración! El que reza se salva, y el que no reza se condena, decía san Alfonso. Quiero insistir sobre este punto, pues una Iglesia que no tenga la oración como su bien más preciado corre hacia su perdición.
Si no reencontramos el sentido de las vigilias largas y pacientes con el Señor, le traicionamos. Los Apóstoles lo hicieron: ¿nos creemos mejores que ellos?Los sacerdotes en particular deben tener decididamente un alma de oración. Sin esta, la más eficaz de las acciones sociales se volvería inútil e incluso nociva. Nos daría la ilusión de servir a Dios cuando no hacemos más que la obra del Maligno. No se trata de multiplicar las devociones. Se trata de callarnos y adorar. Se trata de ponernos de rodillas. Se trata de entrar con temor y respeto en la liturgia. Ésta es la obra de Dios. Ésta no es un teatro.
Me encantaría que mis hermanos obispos no olvidasen nunca sus serias responsabilidades. Queridos amigos, ¿quieren levantar la Iglesia? ¡Pónganse de rodillas! ¡Es la única manera! Si proceden de otra manera, lo que hagan no será de Dios. Sólo Dios puede salvarnos. Sólo lo hará si le rezamos. Cómo quisiera que se eleve del mundo entero una oración profunda e ininterrumpida, una alabanza y una súplica adorantes. El día en que este canto silencioso resuene en los corazones, el Señor podrá finalmente ser escuchado y actuar a través de sus hijos. Mientras tanto, lo obstaculizamos por nuestra agitación y nuestro parloteo. Si no apoyamos, como san Juan, nuestra cabeza en el corazón de Cristo, no tendremos la fuerza para seguirlo hasta la Cruz. Si no nos tomamos el tiempo para escuchar los latidos del corazón de nuestro Dios, lo abandonaremos, le traicionaremos como hicieron los apóstoles mismos.
La doctrina católica
No tenemos que inventar ni construir la unidad de la Iglesia. La fuente de nuestra unidad nos precede y se nos ofrece. Es la Revelación que recibimos. Si cada uno defiende su propia opinión, su novedad, entonces la división se extenderá por todas partes. Estoy lastimado de ver a tantos pastores malvender la doctrina católica e instalar la división entre los fieles. Debemos al pueblo cristiano una enseñanza clara, firme y estable. ¿Cómo aceptar que las conferencias episcopales se contradigan? Ahí donde reina la confusión, ¡Dios no puede habitar!
La unidad de la fe supone la unidad del magisterio en el espacio y tiempo. Cuando una enseñanza nueva nos es dada, ésta debe ser siempre interpretada en coherencia con la enseñanza que precede. Si introducimos rupturas y revoluciones, rompemos la unidad que gobierna la santa Iglesia a través de los siglos. Eso no significa que estamos condenados al fijismo[1]. Pero toda evolución debe ser una mejor comprensión y una profundización del pasado. La hermenéutica de reforma en la continuidad que Benedicto XVI ha enseñado con tanta claridad es una condición ‘sine qua non’ de la unidad. Aquellos que anuncian con gran estruendo el cambio y la ruptura son falsos profetas. Ellos no buscan el bien del rebaño. Son mercenarios introducidos de contrabando en el rebaño. Nuestra unidad se forjará en torno a la verdad de la doctrina católica. No hay otros medios. Querer ganar popularidad mediática a costa de la verdad se convierte en hacer la obra de Judas.
¡No tengamos miedo! ¿Qué regalo más maravilloso que ofrecer a la humanidad la verdad del Evangelio? Ciertamente, Jesús es exigente. Sí, ¡seguirlo exige cargar su Cruz cada día! La tentación de la cobardía está por todas partes. Acecha en particular a los pastores. La enseñanza de Jesús parece demasiado dura. Cuántos de entre nosotros están tentados de pensar: « Aquel que dice eso es intolerable, ¡no podemos seguir escuchándole! » (Jn 6, 60[2]). El Señor se vuelve hacia quienes ha elegido, hacia nosotros sacerdotes y obispos, y de nuevo nos pregunta: «¿Queréis iros vosotros también?» (Jn 6, 67).
Él nos mira fijamente a los ojos y nos pregunta a cada uno: ¿vas a abandonarme? ¿Vas a renunciar a enseñar la fe en toda su plenitud? ¿Tendrás el valor de predicar mi presencia real en la Eucaristía? ¿Tendrás el valor de llamar a estos jóvenes a la vida consagrada? ¿Tendrás la fuerza para decir que sin la confesión frecuente, la comunión sacramental corre el riesgo de perder su sentido? ¿Tendrás la audacia de recordar la indisolubilidad del matrimonio? ¿Tendrás la caridad de hacerlo incluso con aquellos que pueden reprochártelo? ¿Tendrás el valor de invitar con dulzura a los divorciados, comprometidos en una nueva unión, a cambiar de vida? ¿Prefieres el éxito o quieres seguirme?
Dios quiere que con san Pedro podamos responderle, llenos de amor y de humildad: « ¿a quién iríamos Señor? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! » (Jn 6, 68).
El amor a Pedro
El papa es el portador del misterio de Simón Pedro a quien Cristo ha dicho: « Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia » (Mt 16, 18). El misterio de Pedro es un misterio de fe. Jesús quiso entregar su Iglesia a un hombre. Para recordarlo mejor, Él se dejó traicionar por este hombre tres veces delante de todos, antes de entregarle las llaves de su Iglesia. Sabemos que la barca de la Iglesia no está confiada a un hombre en razón de capacidades extraordinarias. Creemos sin embargo que este hombre siempre será asistido por el divino pastor para mantener firme la regla de la fe.
¡No tengamos miedo! Escuchemos a Jesús: « Tú eres Simón […] ¡Tú te llamarás Pedro [Piedra]! » (Jn 1, 42). Desde las primeras horas se teje la trama de la historia de la Iglesia: hilo de oro de las decisiones infalibles de los pontífices, sucesores de Pedro; hilo negro de los actos humanos e imperfectos de los papas, sucesores de Simón. En esta superposición incomprensible de hilos entremezclados, sentimos la pequeña aguja guiada por la mano invisible de Dios, atenta a trazar sobre la trama el único nombre por el que podemos ser salvados, ¡el nombre de Jesucristo!
Queridos amigos, vuestros pastores están cubiertos de defectos e imperfecciones. Pero no es despreciándoles como construiréis la unidad de la Iglesia. No tengáis miedo de exigir de ellos la fe católica, los sacramentos y la vida divina. Recordad las palabras de san Agustín:
« Cuando Pedro bautiza, es Jesús quien bautiza. Pero cuando Judas bautiza, ¡es todavía Jesús quien bautiza! » (Homilías sobre el Evangelio de san Juan, VIII).
El más indigno de los sacerdotes es instrumento de la gracia divina cuando éste celebra los sacramentos. ¡Ved hasta donde nos ama Dios! Él consiente en poner su cuerpo eucarístico entre las manos sacrílegas de sacerdotes miserables. Si pensáis que vuestros sacerdotes y obispos no son santos, ¡entonces sed vosotros santos por ellos! Haced penitencia, ayunad vosotros para que sus faltas y cobardías sean reparadas. Sólo así podemos llevar la carga del otro.
La caridad fraterna
Recordemos las palabras del Concilio Vaticano II: « La Iglesia es el sacramento de la unidad del género humano. » Sin embargo, tanto odio y división la desfiguran. Es momento de encontrar un poco de benevolencia entre nosotros. ¡Es momento de anunciar el fin de las sospechas! Para nosotros, católicos, es momento de « entrar en un verdadero proceso de reconciliación interna », según las palabras de Benedicto XVI.
Escribo estas palabras desde mi oficina, desde donde veo la plaza de San Pedro. Ella abre sus grandes brazos para abrazar mejor a la humanidad entera. Pues la Iglesia es una madre, ¡ella nos abre los brazos! ¡Corramos hacia ella a acurrucarnos, estrecharnos ahí el uno al otro! En su seno, ¡nada nos amenaza! Cristo extendió, de una vez por todas, los brazos sobre la Cruz para que en adelante la Iglesia pudiera abrir los suyos y reconciliarnos en ella, con Dios y entre nosotros. A todos aquellos que son tentados por la traición, la disensión, la manipulación, el Señor vuelve a decir estas palabras: « ¿Por qué me persigues? […] Yo soy Jesús, a quien tú persigues. » (Act. 9, 4-5): peleándonos, odiándonos, ¡es a Jesús a quien perseguimos!
Recemos juntos un momento cerca del gran fresco de Miguel Ángel en la capilla Sixtina. Ahí está representado el Juicio Final. Pongámonos de rodillas ante la majestad divina aquí representada. Toda la corte celestial rodea. Los santos están ahí, llevan los instrumentos de su martirio. He aquí los apóstoles, las vírgenes, los desconocidos, los santos que son el secreto del corazón de Dios. Todos cantan su gloria y su alabanza. A los pies de éstos, los condenados del infierno gritan su odio a Dios. He aquí que de pronto tomamos conciencia de nuestra pequeñez, de nuestra nada. He aquí que de pronto, nosotros, que pensábamos tener tantas ideas importantes, proyectos necesarios, nos callamos, abatidos por la grandeza y la trascendencia de Dios. Invadidos de temor filial, levantamos los ojos hacia el Cristo glorioso, mientras que a cada uno de nosotros, Él pregunta: « ¿Me amas? » Dejemos resonar su pregunta. No nos apresuremos en responderle.
¿En verdad lo amamos? ¿Lo amamos hasta morir? Si podemos responder humildemente, simplemente: « Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes bien que te amo », entonces él nos sonreirá, entonces María y los santos del Cielo nos sonreirán y a cada cristiano le dirán, como alguna vez a Francisco de Asís: « ¡Ve y repara mi Iglesia! » Ve, repara por tu fe, por tu esperanza y tu caridad. Ve y repara por tu oración y tu fidelidad. Gracias a ti, mi Iglesia se volverá mi casa.
Robert cardenal Sarah
Roma, viernes 22 de febrero de 2019.
Fragmento del libro ‘Le soir approche et déjà le jour baisse’ del Cardenal Robert Sarah, con Nicolas Diat.
Traducción al español por Dominus Est.
*permitida su reproducción mencionando a DominusEstBlog.wordpress.com
Leer también:
REFERENCIAS:
[1] Fijismo. m. Doctrina que sostiene la inmutabilidad de la naturaleza. [R.A.E.]
[2] “Luego de haberle oído, muchos de sus discípulos dijeron: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas?”. (Jn 6, 60)
Comentarios
Publicar un comentario