Imitación de Cristo - Tomás de Kempis, capítulo III
(Todos los días se irán agregando uno o dos capítulos, para que la lectura pueda ser meditada despacio y con atención)
Del estudio de la verdad
1. Dichoso aquel, a quien la Verdad por si misma enseña; no por medio de figuras y palabras pasajeras, sino como es en sí. Nuestro propio juicio ve muy poco y se equivoca a menudo. Qué nos aprovechan nuestras cavilaciones sobre las cosas ocultas y oscuras, cuando ni en el día del juicio nos reprocharán el haberlas ignorado? Gran locura es la nuestra , pues descuidando las cosas útiles y necesarias, nos preocupamos de las curiosas y perjudiciales; verdaderamente que aún teniendo ojos, no vemos!
2. A qué preocuparnos de los géneros y especies de los lógicos? Aquel a quien enseña el Verbo eterno, de muchas opiniones se ve libre. De este único Verbo proceden todas las cosas y todas ellas nos hablan de El y El es: El principio que nos habla también a nosotros (Juan 8, 25). Nadie entiende ni juzga con rectitud sin El. Aquel para quien Dios es todo, y todas las criaturas ordena a Dios, y en El las contempla a todas, puede pacíficamente y con seguro corazón morar en Dios. Oh Dios que sois la Verdad, unidme a Vos en amor perpetuo! porque ya me hastía leer y oir muchas cosas cuando en Vos existe todo lo que yo quiero y deseo. Callen ya todos los doctores, enmudezcan las criaturas en vuestra presencia; habladme Vos solo.
3. Cuanto mas recogido y sencillo fuere el hombre en su interior, tanto más sublimes cosas entenderá y con menos trabajo, porque de lo alto recibirá gran agudeza de entendimiento. Un alma pura, sencilla y constante no se disipa en medio de muchas ocupaciones, porque todas las dirige a la mayor honra y gloria de Dios sin buscarse a sí misma en nada. Quién te impide y molesta más que los desordenados apetitos de tu corazón? El hombre bueno y devoto antes de hacer una cosa la piensa y medita bien, y por eso, lejos de dejarse llevar su razón por los deseos de sus viciosas inclinaciones naturales, es él quien las obliga a someterse al arbitrio de la recta razón. Qué otra lucha hay más dura que esta de vencerse a sí mismo? Esta debe ser nuestra principal ocupación, a saber, vencerse a sí mismo, hacerse cada día más fuerte contra sí mismo y mejorarse en algo.
4. En esta vida toda perfección lleva aneja consigo cierta imperfección y aún la más brillante especulación nuestra no carece de cierta oscuridad. Por eso el humilde conocimiento de nuestro propio valer es más seguro para conocer a Dios que la más profunda disposición científica. No es que deba culparse la ciencia o cualquier otro simple conocimiento, que en sí son buenos y ordenados por Dios, sino que siempre debe preferirse a ellos una buena conciencia y una vida virtuosa.
Pero como muchos se preocupan más de saber que de vivir bien, de ahí que muchas veces yerran y el fruto que de él recaban es pequeño o casi nulo.
5. Ah! Si los hombres fuesen tan diligentes en extirpar los vicios y adquirir las virtudes, como en promover cuestiones, no se verían tantos pecados y escándalos en el pueblo, ni tanta relajación en los monasterios. Porque en el día del juicio no nos preguntarán que leímos sino qué hicimos; ni qué tal fue nuestra vida. Dime, dónde están hoy todos aquellos señores y maestros que tú conociste cuando tanto brillaban en los estudios. Otros disfrutan ya sus rentas y tal vez ni siquiera se acuerdan de ellos. Mientras vivían parecían algo; ya nadie habla de ellos.
6. Oh, qué pronto pasa la gloria del mundo! Ojalá que su vida hubiese estado en armonía con su ciencia! entonces sí que habrían leído y estudiado bien. A cuántos pierde la vana ciencia del siglo, por cuidarse muy poco de servir a Dios. Y porque prefieren ser grandes a ser humildes, por eso desvariaron en sus pensamientos. (Ad Rom 1, 21). Verdaderamente grande es el que tiene grande caridad y quien siendo en sí pequeño, desprecia y tiene en nada los más grandes honores. Verdaderamente es prudente quien mira como basura todas las cosas terrenas para ganar a Cristo. (Ad Filip, 3, 8) Verdaderamente es sabio quien dejando su propia voluntad cumple la de Dios.
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