Ser pobre en el corazón, esto es santidad: Comentario 22 de Junio del 2018

                                                                    Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles



El dinero es el fetiche que tiene más adoradores en el mundo. Es un ídolo muy querido, ambicionado y dañino para los hombres. En el evangelio de hoy, Jesús nos dice: “No amontonen riquezas aquí en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones entran a robar”.
La idea de que el dinero es un ídolo es del mismo Cristo, el cual dijo: “No se puede servir a Dios y al dinero”. O se adora a Dios creador de todo o se adora al dinero. Ante todo, hay que hacer una aclaración: una cosa es servirse del dinero para vivir bien y ayudar a los demás, otra cosa es servir al dinero, y por ello preferirlo por encima de todos los bienes morales como son: la honestidad, el respeto a los demás, la paz en la familia y en la sociedad, las obras de caridad, etc.
El dinero es un pésimo amo, que quita la paz e induce al hombre a acciones deshonestas que perjudican severamente a los demás. Esto lo vemos en los vendedores de drogas, de armas y de cualquier otro producto nocivo a la salud. También se constata en la mala administración de la justicia y en todo tipo de corrupción. En los países donde más abunda la corrupción es donde los ciudadanos sufren más pobreza. El amor al dinero envenena la vida de los que buscan riquezas y empobrecen a los demás.
El egoísmo empuja al hombre a poseer, con más o menos voracidad, los bienes materiales a costa de sacrificar a los demás para poseer algo que cree hacerlo feliz. Este vicio empobrece a los demás y amarga a la misma persona. El efecto del egoísmo produce lo contrario a lo deseado: no lo hace más feliz, sino que lo vacía de todo bien y abre más el apetito de poseer, para luego sentirse más frustrado.
Naturalmente no se trata solo de riquezas económicas o de gustos fisiológicos, sino también de bienes culturales o espirituales. Todo lo que no se comparte, hasta el grado de sacrificarse para ayudar a los demás es egoísmo.
El Papa Francisco el día 9 de Septiembre de 2013 dijo a los que abarrotaron la plaza de San Pedro: “Cuando el hombre piensa sólo en sí mismo, en sus propios intereses, y se pone en el centro, cuando se deja fascinar por los ídolos del dominio y del poder, cuando se pone en lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la indiferencia y al enfrentamiento”. No queda la menor  duda, el dinero no es lo que hace felices a las personas.
“Donde está tu tesoro allí está tu corazón”. ¿Dónde tengo puesto mi corazón? Para saber, lo primero que se debe hacer es preguntarse: «¿Cuál es mi tesoro?». Ciertamente no pueden serlo las riquezas, dado que el Señor dice: «No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, porque al final se pierden». La respuesta es sencilla: «Puedes llevar (después de la muerte) lo que has dado, sólo eso. Pero lo que has guardado para ti, no se puede llevar». «Ese tesoro que hemos dado a los demás» durante la vida, lo llevaremos con nosotros después de la muerte, «y ese será “nuestro mérito”»; o mejor, «el mérito de Jesucristo en nosotros». Además, porque es la única cosa «que el Señor nos permite llevar».
<<El Evangelio nos invita a reconocer la verdad de nuestro corazón, para ver dónde colocamos la seguridad de nuestra vida. Normalmente el rico se siente seguro con sus riquezas, y cree que cuando están en riesgo, todo el sentido de su vida en la tierra se desmorona. Jesús mismo nos lo dijo en la parábola del rico insensato, de ese hombre seguro que, como necio, no pensaba que podría morir ese mismo día (cf. Lc 12,16-21).
Las riquezas no te aseguran nada. Es más: cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios, para amar a los hermanos ni para gozar de las cosas más grandes de la vida. Así se priva de los mayores bienes. Por eso Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor con su constante novedad… Ser pobre en el corazón, esto es santidad>> (Papa Francisco, Gaudete et exultate).

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