LOS CARISMAS





La palabra carisma procede de la lengua griega y está admitida en el diccionario castellano. El término original significa “gracia”. “En su sentido pleno viene a significar el resultado de la gracia de Dios que obra la salvación”.
En un lenguaje sencillo y corriente la palabra “carisma” se define: “Un don del Espíritu para la edificación de su pueblo”.
Es un don gratuito, no está en relación con la santidad personal de quien lo recibe, sino con la finalidad de la edificación de la comunidad.
“A causa de la gracia de Dios que les ha sido dada en Cristo Jesús…, no les flata ningún carisma” (1Co 1,4-7)
“Cada uno tiene su propio carisma de parte de Dios; unos de una manera y otros de otra” (1Co 7,7)
“Hay diversidad de carismas” pero el espíritu es el mismo” (1Co 12,4)
“Carismas de curaciones en el mismo Espíritu” (1Co 12,9,28,30)
“Aspiren a los carismas superiores” (1Co 12,31)
“Teniendo carismas diferentes según la gracia que se nos ha dado” (Rm 12,6)
“No descuides el carisma que hay en ti” (1Tm 4,14)
“Reaviva el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (2Tm 4,14)
“Cada uno según el carisma que recibió, póngalo al servicio de los demás como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1P 4,10)
Todas estas citas no agotan ni mocho menos, la fuerza manifestadora de la palabra.
El origen de los carismas
Toda gracia viene de Dios, su origen es “divino”. Diremos que “misteriosamente divino”.
Exige por parte del creyente, acogida, respeto y utilización adecuada. El hombre no puede tergiversar, ni falsear los dones. Sería una burla o un desacato a Dios.
Diversidad de carismas
La diversidad de los dones depende de las necesidades reales de la edificación del cuerpo de Cristo. Aunque sólo es uno el origen, la realidad de la Iglesia es diversa según el lugar, el tiempo y el espacio sociocultural donde nace y se desenvuelve. El Espíritu Santo no se repite sin necesidad. El conoce mejor que nadie los dones que debe distribuir.
Según San Pablo podemos hablar de carismas;
- De apostolado, de enseñanza y de gobierno
- De conocimiento y de palabra
- De servicio
- De poder
- De estado de vida
CARISMAS DE APOSTOLADO, ENSEÑANZA Y GOBIERNO
Es interesante descubrir cómo Pablo enumera el carisma de apostolado, de enseñanza y de gobierno con nombres concretos: apóstoles, profetas, pastores, maestros… En este sentido: el apóstol, el profeta, el pastor, el maestro, son un carisma del Espíritu para la comunidad. Ellos en sí, hombres y mujeres, son un don, una gracia y un regalo
Antes de cualquier manifestación del Espíritu, ellos en persona, tomados por el Espíritu, realizan una obra carismática a favor del crecimiento de la comunidad, cuyo ejercicio los vuelve hombres “carismáticos” en el sentido bíblico de la palabra.
- “Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo y sus miembros, cada uno por su parte. Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles, en segundo lugar como profetas, en tercer lugar como maestros, luego, milagros, luego el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas. Acaso todos son apóstoles? O, todos profetas? Todos maestros? Todos con poder de milagros? Hablan todos lenguas? Interpretan todos?” (1Co 12,27-30)

Apóstoles
El primer carisma que Pablo resalta es el de los apóstoles. Sobre ellos se cimienta la historia de nuestra fe. “Así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles” (1Co 12,28) “El mismo dio a unos ser apóstoles” (Ef 4,11)
Con la elección de los doce Jesús comienza a edificar la Iglesia del porvenir. Ellos serán los primeros enviados. Los portavoces de su evangelio. Así lo confirma Cristo resucitado con el diálogo que mantiene con Pedro a la orilla del lago: “Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos” (Jn 21,15-17)
Los apóstoles son la columna de la Iglesia (Ga29), cabezas visibles del Cristo resucitado y subido al cielo. Ellos son su voz (Lc 10,16). En sus labios está la palabra primera y la tradición de la fe. Por eso la comunidad cristiana se reúne, ora, celebra la eucaristía y se mantiene alerta a la enseñanza de los apóstoles (Hch 2,42)
Ellos, llenos del Espíritu Santo, testifican con gran poder la resurrección del Señor Jesús. Este es el texto: “Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor” (Hch. 4,33)
De ellos nace la Iglesia Apóstólica.
Esto nos trae el compromiso de tener fe en el oír a aquellos que continúan la obra de los apóstoles: los obispos en comunión con el papa. Es nuestra tradición.
Todo cristiano es un apóstol: un llamado a ser testigo de su fe con la palabra y con la vida; un convocado y un enviado.
No es cuestión de hacer apostolados, sino de ser apóstol. El carisma fundamental está en el ser. El don carismático ciertamente es importante para la edificación de la Iglesia ¿pero qué edifica un don si el que lo tiene no es testigo de ser apóstol?

Profetas
Pablo entre los carismas del Espíritu pone siempre a los profetas junta a los apóstoles. “Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas” (1Co 12,28)
El mismo Cristo subido a la derecha del Padre “dio a unos el ser apóstoles; a otros profetas” (Ef 4,11)
El profeta es un regalo del Espíritu a la Iglesia. De sus labios procede la “palabra de profecía”. Un pueblo sin profetas no avanza en el porvenir de Dios.
El profeta no siempre recibe acogida positiva de los suyos. Al Hijo del Carpintero lo juzgan loco, hombre que no anda en sus cabales (Mc 3,21), aunque el pueblo sencillo lo confiese profeta del Altísimo: “Dios ha suscitado un verdadero profeta entre nosotros” (Lc 13,33)
Dios escoge al profeta para recordar su alianza de amor y para anunciar su Reino, y lo destina a realizar su misión. Misión con frecuencia arriesgada. Por eso el profeta se resiste a esa vocación a pesar de la promesa de ayuda de Dios. “Vete. No tengas miedo. Yo estaré contigo” (Ex 3,7-12; Is 6; Jr 1,4-10)
El profeta en el ejercicio normal de su ministerio, no pretende tanto adivinar el futuro de los acontecimientos, cuanto interpretar el momento de Dios y los signos de los tiempos y pronunciar su oráculo.
El profeta es un hombre de Dios, vive unido a El, en actitud de escucha de su palabra, en oración de fe y abandono y abierto a la insinuación divina.
Su oráculo, pronunciado en medio del pueblo o de la asamblea, es palabra de exhortación, de aliento, de conversión, de esperanza, de reconciliación y de unión.
Es importante para quien ejerce el don de presidir, tener el carisma de discernimiento de espíritus para saber cuál es el origen de la profecía y para n dejarse engañar o influir por motivaciones racionales o personales del vidente.
Dios, sin renunciar a su palabra personal, habla de mil maneras. A veces te habla al corazón directamente, y a veces, por los acontecimientos. En otras circunstancias, Dios escoge personas especialmente receptoras de sus oráculos y las envía para realizar su obra. Este es el profeta. Esta es la persona “carisma”.

Pastores
El pastor de una iglesia particular, lo mismo que el pastor de la iglesia universal es un don del Espíritu a la comunidad. Es un carisma, cuyo resultado normal es un servicio, el pastoreo. “El Espíritu dio a unos ser apóstoles, a otros ser pastores” (Ef 4,11)
Este carisma y ministerio a la vez, corresponde al discurso de Pablo a los presbíteros: “Tengan cuidado de ustedes y de toda la grey, en medio de la cual los ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que El se adquirió con la sangre de su propio Hijo” (Hch 20,28)
“Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15-17)
El evangelio de Juan nos descubre que uno de los momentos claves de Cristo es su propia revelación de buen Pastor: “Yo soy el buen pastor. Conozco a mis ovejas. Ellas me conocen a mí. Las conduzco a buenos pastos. Las cuido contra animales feroces. Doy mi vida por ellas” (Jn 10,1-21)
El carisma de pastoreo lleva consigo capacidad de escucha, de comprensión, de humilde aprendizaje, de atención solícita (Rm 12,7), de entrega oblativa.
El fruto más precioso del pastoreo es la unión del rebaño.
Todo pastor es un carisma, pero su pastoreo es propiamente carismático cuando procede por una iluminación especial interior del Espíritu. Este es el don específico. En los Hechos hay infinidad de momentos en los que descubrimos que el Espíritu, en un momento determinado, se hace presente y dictamina su ley. Por ejemplo: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros, no imponerles más cargas que las indispensables” (Hch 15,28)

Maestros
Otro de los carismas necesarios para el crecimiento de la Iglesia es el del “Maestro”. “Y puso Dios en la Iglesia apóstoles, profetas, y en tercer lugar, “maestros” (1Co 12,28)
El ministerio de enseñar normalmente se toma más como un don natural, que como un carisma. Pero hay mucha diferencia entre enseñar porque se sabe o porque se cumple un deber y enseñar bajo la efusión del Espíritu que edifica el cuerpo del Señor.  Hablamos del “maestro carisma”
A veces la comunidad cristiana no presta mucha atención al carisma de enseñanza. Y la razón es porque este carisma no realiza cosas “extraordinarias o espectaculares”.
Algunos grupos de oración han perdido profundidad en el conocimiento de Dios, por no abrirse a la palabra, sabiamente explicada por el maestro.
No hablo de doctores en Escritura o en historia de la salvación, sino de maestros que revelan el misterio de Dios, catequizan sobre los secretos de la salvación guiados por la sabiduría del Espíritu, movidos por la fuerza, la lluz y la unción del Espíritu. Pedagogos que sean un carisma de maestría en el Espíritu para la comunidad.

Evangelizadores
Otro carisma importante es el de evangelizador. “El mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros profetas; a otros evangelizadores” (Ef 4,11). Se entiende por evangelizador el que anuncia la Buena Noticia de Jesús el Hijo de Dios.
La Iglesia del Señor es esencialmente misionera, evangelizadora. No fue convocada par retener, sino para comunicar. “Vayan por todo el mundo y proclamen la buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15)
El Espíritu confirmó estas palabras desde el primer momento de su derramamiento “Abrieron las ventanas de par en par y comenzaron a proclamaqr las maravillas del Señor” (Hch 2, 1-41)
Pablo, impulsado por el Espíritu, sentía una necesidad imperiosa de evangelizr. ¡Ay de mí si no evangelizo! (1Co 9,16). Y en otra parte: Yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús” (Hch 21,13). ¿Quién duda que Pablo es un don del Espíritu a favor del evangelio del Señor?
Este carisma comunica la audacia necesaria para el anuncio: “Entonces llamaron a los apóstoles y después de haberles azotado, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús. Y los dejaron libres. Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre del Señor Jesús. Y no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva de Cristo cada día en el Templo y por las casas” (Hch 5,40-42)
La verdadera palabra que evangeliza es fruto de la fuerza, del poder y de la gracia del Espíritu Santo. Es la manifestación del carisma evangelizador. Sin este don del Espíritu, la Iglesia se hubiera quedado en un recuerdo, acaso muy pobre, de Jesús de Nazaret.

El Epíscopo y el presbítero
La Iglesia de Cristo nace en Pentecostés y desde el primer momento la configuran mujeres y hombres, pobres y ricos, niños y grandes. Persona de carne y hueso. La Iglesia es pueblo. La Iglesia no está formada por fantasmas espirituales.
El crecimiento de la Iglesia se realiza con pequeñas comunidades animadas por un testigo del Señor, o por personas con distintos ministerios o servicios en la comunidad. Los nombres de “epíscopo” (el vigilante mayor), de “presbítero” (el anciano o el hombre de experiencia), no surgen por invención mágica. Se crean según se manifiesta la necesidad, el crecimiento y el buen funcionamiento de las asambleas de la Iglesia del Señor.
Son carismas del Espíritu al servicio pleno de la Iglesia.
“Designaron presbíteros en cada  iglesia y después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor…” (Hch 14,23)
“Y decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos, subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión” (Hch 15,2)
“Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Efeso…” “Tengan cuidado de ustedes y de toda la grey, en medio de la cual les ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes (episcopoi) para pastorear la Iglesia de Dios” (Hch 20,17.28)
“Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, que están en Filipos, con los epíscopos y diáconos. Gracia a ustedes y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesús” (Flp 1,1)
“El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené” (Tt 1,5)
Los textos de las Cartas y de los Hechos de los Apóstoles descubren que la Iglesia del Señor Jesús es una Iglesia alegre, gozosa, espontánea, orante, servidora, llena del Espíritu. Pero no una Iglesia anárquica. Pablo tiene que manifestar su valer de vigilante consagrado para no permitir desorden y mucho menos en nombre de los carismas del Espíritu: y manda callar y hablar, cantar en lenguas o dejar de cantar. Los capítulos 12,13 y 14 de la primera carta a los Corintios son el lugar de referencia para conocer la sbiduría de Pablo en el arte de ordenar las asambleas del Señor.
De esta figura inicial se ha pasado, en el avanzar de la historia, a la realidad de los Obispos y de los presbíteros como hoy los conocemos.

Los diáconos
Diaconía, como derivación de la palabra diácono, es la atención, el servicio a la comunidad, en especial a los necesitados y débiles de la “familia”. Es servicio de acogida, de atención espiritual, de buena relación humana, de distribución solidaria de los bienes, de respeto a la dignidad personal.
Originalmente la familia era la Iglesia naciente y los débiles las viudas. Pablo por su cuenta añade unas notas que son peculiares de una verdadera diaconía. “El que da, hágalo con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad” (Rm 12,7)
El Espíritu regala el carisma de la diaconía “para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4,12)
“Si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (1P 4,11)
En la comunidad cristiana estaban vivos los recuerdos de atención de Cristo a los enfermos y se recordaba el testimonio y el evangelio de Jesús en el lavatorio de los pies: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman “el Maestro” y el “Señor”, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan como yo he hecho con ustedes… Ya conocen la lección, dichosos si la cumplen” (Jn 13,12-17)
La diaconía inicial en la Iglesia, no miraba tanto el servicio al altar, cuanto a las necesidades materiales de la comunidad. De ahí nace el compromiso solidario de la Iglesia con los necesitados. Toda la Iglesia es un carisma diaconal del Espíritu Santo a favor de la humanidad.

Oración
¡Ven, Espíritu Santo, regalo precioso del Padre y del Hijo! Tú eres la fuente de toda gracia, origen de todo carisma de edificación. Danos apóstoles y profetas según el corazón de Cristo, obispos y sacerdotes santos, maestros unidos de sabiduría y servidores testigos de tu amor.
Amén.



CARISMAS DE CONOCIMIENTO Y DE PALABRA

Palabra de profecía

Es un carisma de edificación momentáneo, pasajero y circunstancial. Viene sobre un miembro de la comunidad en un momento determinado y luego desaparece. Si la palabra de profecía recae con frecuencia sobre la misma persona, debe ser sometida a discernimiento. Se puede caer en la tentación de posesionarse de un carisma. Y el único dueño de todo carisma es el Espíritu.
Y en qué consiste?
La palabra de profecía normalmente es una exhortación, una frase de aliento, una invitación a la conversión. Como procede del soplo del Espíritu, es una palabra emitida bajo su moción. Es como una exclamación inspirada.
Suele ser una frase corta, clara e incisiva. Aún siendo represiva es amorosa. Cuanto más si es palabra de orientación personal o comunitaria.
Debe estar siempre sometida al discernimiento de la comunidad, del pastor o del equipo de servidores que acompañan y animan su proceso espiritual.
Es fundamental en una comunidad cristiana estar muy atentos a estos pequeños oráculos del Espíritu. El miedo y la sospecha de su origen, dada la sencillez de su pronunciamiento, pueden invalidar su mensaje. A veces creemos más en el Dios del trueno y del relámpago, que en el Espíritu de la brisa de la tarde.

Palabra de sabiduría

Junto a la palabra de profecía, Pablo habla de la palabra de sabiduría. “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría” (1Co 12,8)
El Espíritu comunica este carisma con absoluta libertad y es interesante descubrir cómo escoge con mucha frecuencia a los más sencillos del pueblo.
Es una palabra pronunciada bajo el impulso del Espíritu que revela el misterio de Dios y su plan sobre el mundo. Por ser una palabra dicha con mente divina, invita a gustar y a ver a Dios, a vivir en comunión de vida y en relación filial con el Padre. Toda palabra de sabiduría está impregnada de amor y lleva consigo un impulso hacia la contemplación. Está muy unida con la palabra de profecía.
Este don sirve para edificar la comunidad, para exponer las verdades cristianas más elevadas, verdades que se refieren al ser de Dios y a su acción personal con nosotros. Es indefectiblemente un mensaje de elevación y siembra en la comunidad deseos de perfección.
Toda palabra de sabiduría es una revelación. Nos abre una ventana hacia el corazón de Dios. Es un bálsamo de amor sobre la Iglesia. Y por eso compromete más: porque descubre el misterio y nos solidariza con él.
La comunidad necesita este don y hay que pedirlo con fe al Espíritu, para que vivamos en sintonía con el plan de Dios.

Palabra de conocimiento o de ciencia

Pablo, en la enumeración de los carismas, nos pone la palabra de conocimiento o de ciencia inmediatamente después de la palabra de sabiduría: “A otro, se le da palabra de ciencia según el mismo Espíritu” (1Co 12,8)
Es el “don de exponer las verdades elementales dentro del cristianismo. La enseñanza elemental acerca de Cristo” (Hb 6,1) (Biblia de Jerusalén)
Significa una revelación interior o mental sobre una persona, sobre una realidad vivida por una persona o sobre la acción de Dios en la asamblea. La persona agraciada con este carisma percibe hechos pasados y presente, siente en su cuerpo la obra de sanación que Dios realiza en la asamblea y detecta el clima de oración de una asamblea.
La palabra de ciencia requiere por parte del pastor y de la asamblea un discernimiento de espíritus serenos y serios, para que no se mezcle la palabra de ciencia con palabras de ciencia-ficción.

Revelación

San Pablo escribe en su carta a los Corintios: “¿Qué concluir hermanos?” Cuando ustedes se reúnen, cada cual puede tener un salmo, una instrucción, una revelación, un discurso en lengua, una interpretación; pero que todo sea para edificación” (1Co 14,26)
Lo escrito parece indicar que el Espíritu Santo revela a algún miembro de la comunidad su plan de salvación de de acción, o el camino a seguir para vivir con radicalidad el evangelio de Jesús.
El Espíritu puede revelar por este carisma la situación especial de una persona, el origen secreto de una realidad cuya consecuencia le produce un trauma o le genera un  modo de ser traumático. Está claro que el Espíritu no es un chismoso, ni regala dones para el chismorreo. Toda revelación, si viene del Espíritu, es para edificación del cuerpo del Señor. De ningún modo para romper la unidad. Requiere el don de discernimiento también. Una falsa revelación aceptada y seguida lleva a la división de la Iglesia y sólo sirve de engreimiento personal.

Penetración de misterios

Pablo al comienzo del capítulo 13 de la primera carta a los Corintios hace como un ensayo de pequeño poema sobre la excelencia de la caridad. Y ahí coloca una frase que nos resulta interesante: “Aunque conociera todos los misterios…, si no tengo amor, nada me aprovecha. (1Co 13,2)
Es cierto que el Espíritu Santo a veces otorga el carisma de una penetración especial de los misterios de Dios. Pablo desea que la comunidad de Colosas, “unida íntimamente en el amor, alcance en toda su riqueza la plena inteligencia y pleno conocimiento del misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2,2)
El conocimiento íntimo de Dios o penetración de sus misterios está esencialmente unido al amor. Si no hay amor, no hay conocimiento y si lo hubiera no serviría de nada.

Visiones y sueños

Es curioso el proceder de Dios. En la historia de la salvación, Dios utiliza con frecuencia el sueño y la visión en sueños para revelar su plan. Visión y aparición de Yahveh a Abraham (Gn 18,1-15); sueño y visión de Jacob (Gn 28,10-22); visión de Jacob en Betal (Gn 35,1-15); sueño de José (Gn 37,2-11); sueños del Faraón y su explicación por parte de José (Gn 41,1-36); visión, misión y revelación del Nombre divino a Moisés (Ex 3,1-15); visión reveladora de Dios a Moisés en el Sinaí (Ex 19, 16-25); visión en sueños  y llamada de Dios a Samuel (1S 3,1-21); sueños y visiones de Nabucodonosor (Dn 2 y 4); visiones proféticas de Ezequiel y otros profetas.
Dios habla a José en sueños sobre la obra del Espíritu Santo en María (Mt 1,8-23), sobre la persecución de Herodes, la huida a Egipto y su regreso a Nazaret (Mt 2,13-23). En los Hechos de los Apóstoles igualmente nos damos cuenta de que Dios se manifiesta en sueños y visiones; visión de Esteban en su muerte (Hch 10,1-33); visión y vocación de Saulo camino de Damasco (Hch 9,1-19); visión de Cornelio y de Pedro (Hch 10,1-33)… Y después de otras visiones y locuciones interiores de Dios a los hombres, la gran visión final del Apocalipsis sobre la ciudad santa y el río de agua de la Vida (Ap 21-22)
Sobre este fenómeno encontramos el texto de Joel que cita Pedro en su discurso de Pentecostés: “Y sucederá en los últimos días, dice Dios: “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizará vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños” (Jl 3,1-5; Hch 2, 17; 9,3-17)
Hay que acoger con gozo toda manifestación en visión o en sueños, pero al mismo tiempo hay que discernir con mucha sabiduría.

Xenoglosia

Hablamos ahora de un carisma muy especial y discutido. Lo anuncia Jesús al subir al cielo según el evangelio de Marcos: “Estas son las señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas” (Mc 16,17) Y acontece en Pentecostés según nos cuentan los Hechos: “Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua”. “Todos les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios” (Hch 2,5-11)
La xenoglosia pretende edificar la Iglesia, si no se da la edificación, el carisma resulta vacío y el Espíritu no se presta a perder tiempo.

Lenguas

“Porque a uno se le da por el mismo Espíritu, diversidad de lenguas” (1Co 12,10) “Hablan todos en lenguas?” (1Co 12,30) “Y los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios” (Hch 10,46) “Y habiendo Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar” (Hch 19,6)
Hablar en lenguas consiste en decir expresiones de exhortación en un lenguaje desconocido, no siempre articulado según las modalidades de nuestro idioma. Ciertamente, la locución en lenguas si no tiene intérprete, no sirve de nada para la edificación de la comunidad. “Pues el que habla en lenguas no habla a los hombres sino a Dios. En efecto nadie le entiende: dice en espíritu cosas misteriosas… El que habla en lenguas se edifica a sí mismo… a no ser que también interprete, para que la asamblea reciba edificación” (1Co 14,2-5). Con todo, deseo que habléis todos en lenguas (1Co 14,5)
San Pablo conoce personalmente el don de hablar en lenguas y está muy claro cómo se debe utilizar: “Doy gracias a Dios porque hablo en lenguas más que todos ustedes;  pero en la asamblea, prefiero decir cinco palabras con mi mente, para instruir a los demás, que diez mil en lenguas” (1Co 13,18) Porque “supongamos ahora, hermanos, que yo vaya donde ustedes hablándoles en lenguas, ¿de qué les aprovecharía yo, si mi palabra no les trajese ni revelación, ni ciencia, ni profecía, ni enseñanza?” (1Co 13,6). “Así también ustedes: si al hablar no pronuncian palabras inteligibles, ¿cómo se entenderá lo que dicen? (1Co 13,9). “Por tanto, el que habla en lenguas, pida el don de interpretar” (1Co 13,13)
Y para que las reuniones de la Iglesia se realicen con orden, escribe: “Por tanto, si en la asamblea se habla en lenguas, hablen dos o a lo más, tres, y por turno; y que haya un intérprete. Si no hay quien interprete, guárdese silencio en la asamblea; hable cada cual consigo mismo y con Dios” (1Co 14,27-28)
“No estorben que se hable en lenguas, pero hágase todo con decoro y con orden” (1Co 14,39-40)

Profetizar en lenguas

La profecía se puede hacer en palabra corriente o en lenguas. El que profetiza en lenguas necesita forzosamente interpretación, de lo contrario el mensaje queda en el vació. “Aspiren también a los dones espirituales, especialmente a la profecía” (1Co 14,1). “El que profetiza habla a los hombres para su edificación, exhortación y consolación… El que profetiza edifica a toda la asamblea…. Prefiero que profeticen, pues el que profetiza supera al que habla en lenguas” (1Co 14,3-5)

Orar en lenguas

La oración puede ser rezada o cantada, a veces va combinada en lenguas y en lenguaje normal. “Si oro en lenguas, mi espíritu ora, pero mi mente queda sin fruto. Entonces ¿qué hacer? Oraré con el Espíritu, pero oraré también con la mente. Cantaré salmos con el espíritu, pero también los cantaré con la mente. Porque si no bendices más que con el espíritu ¿cómo responderá “amén” a tu acción de gracias el no iniciado, pues no sabe lo que dices? (1Co 14,14-16)
La oración en lenguas se realiza desde una paz, una consolación, un sentimiento de relación filial con Dios muy sensibles. Es mu normal que en este momento se manifieste el don de lágrimas: experiencia de purificación interior gozosa, muy unida a la oración en lenguas.
La oración cantada en lenguas es una obra de arte del Espíritu y resulta de una belleza extraordinaria. Es increíble el ritmo que aletea por la asamblea y la alegría del paso del Espíritu de Dios por medio de su pueblo. La Iglesia orante se siente pueblo de alabanza, sobre todo si el canto se realiza dentro del culto litúrgico de la Iglesia.

Interpretación de lenguas

El don de interpretar es fundamental para el crecimiento de la Iglesia del Señor. Pablo no sólo declara la existencia de este carisma, sino que enfatiza la necesidad de su presencia en toda asamblea. “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común…; a otro, don de interpretarlas” (1Co 12,10)

Oración final
¡Gracias, Señor, por el don de tu Espíritu, fuente de todo carisma! ¡Gracias por la comunicación de tantos carismas a la Iglesia! Haz, Espíritu Santo, que en todo momento seamos receptores abiertos a la comunicación de tus dones. Tú eres el conocedor de su necesidad y de su oportunidad. Bendícenos con aquellos carismas que, hoy y aquí, edifican el cuerpo de Jesús.
Amén.


CARISMAS DE SERVICIO

El carisma de asistencia

Se trata del don de asistir a los necesitados de la comunidad. "Y así puso Dios en la Iglesia...el don de asistencia" (1Co 12,28) No se trata de ser don de sí mismo para los demás, sino de saber administrar los bienes de la casa en justicia según las necesidades de los miembros pobres de la Iglesia. 
Este carisma de asistencia a los débiles de la sociedad ha sido derramado por el Espíritu Santo a lo largo y ancho de la historia de la Iglesia. Tal vez el derivado de este carisma es la solidaridad. El último de estos testigos con renombre mundial se llamó Teresa de Calcuta. Y en torno a ella, un sin fin de mujeres y de hombres anónimos de cuyas manos brota la asistencia. 

El don de presidir

"El que preside hágalo con solicitud" (Rm 12,8)
El servicio de presidir a la comunidad debe realizarse según Pablo, con humildad y amor. Este revela el origen divino cuando se ejercita con delicadeza, dedicación, humildad, justicia y verdad. Es coordinar, animar, estimular, conjuntar voluntades, iluminar criterios, hacer que la Iglesia se sienta unida y se proyecte unida. 

El don de exhortación y de consuelo

"Quien tenga el don de exhortar o de consolar que exhorte y consuele" (Rm 12,8)
Recuerda que la Iglesia es un pueblo de peregrinos débiles, enfermos, tristes, así como de peregrinos gozosos, alegres, llenos de esperanza. Quien más quien menos, todo ser humano necesita una palabra de iluminación, de fortalecimiento, de aliento, de esperanza, de alivio. Hay palabras que encienden lámparas de vida, que ungen las heridas como bálsamo, que caen como besos de amor y levantan el ánimo. Dios bendice los labios de quienes reciben el don de exhortar y de consolar. 

El don de misericordia

"El que ejerza la misericordia, con jovialidad" (Rm 12,8)
El Espíritu unge a ciertas personas con el carisma de la misericordia, las baña de la ternura de Dios. Su presencia rezuma la inefable compasión misericordiosa de Jesús; tienen verdadera capacidad divina de comprensión de las debilidades del prójimo y despiertan confianza y acercamiento.

Oración 
¡Ven, Espíritu Santo! Hazme rostro jovial de Dios en medio de este mar de dolor del mundo. Hazme ternura de Dios para todos los que se sienten sin calor de amor. Hazme misericordia de Dios para cuantos se sienten miseria dentro de sí mismos. Hazme bondad del corazón de Dios para cuantos se sienten encarcelados en su soledad, y lloran su falta de amigos. ¡Ven Espíritu Santo! Amén.

Distribución de los propios bienes y de la propia vida

"Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha" (1Co 13,3) En otras palabras: El día que tú repartas todos tus bienes y entregues tu cuerpo a las llamas por amor a los demás, lo serás todo. Este es el cambio: del no ser nada por vacío de amor, a ser todo por plenitud de amor.

La donación de sí en favor de los demás
La entrega de la propia vida en servicio del prójimo alcanza la cumbre del cumplimiento del amor. El gastarse y desgastarse se convierte en martirio. El martirio es el mejor regalo del Espíritu para edificar la Iglesia.

La donación de los propios bienes
Es el don del Espíritu que logra el desprendimiento real y efectivo de los bienes en favor de los necesitados. "Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno... Partían el pan en sus casa y compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón" (Hch 2,44-46; Hch 4,32-37)

Oración final
¡Gracias, Espíritu Santo!
Siendo Uno, multiplicas tus dones en favor de una Iglesia misionera y te haces presente en cada creyente para realizar la obra de Cristo.
Bendice al pueblo de Dios con nueva efusión de carismas, para que en todas las latitudes de la tierra se logre revelar el reino del Padre y todos sus hijos formen la verdadera familia de su amor.
Amén.

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