LA VIDA DE ADORACION




“La liturgia eucarística es, por excelencia, una escuela de oración cristiana para la comunidad. De la misa parten múltiples caminos de una buena pedagogía del espíritu. Entre ellos aparece, sobre todo, la adoración del Santísimo Sacramento, que es la prolongación natural de la celebración. Gracias a ella, los fieles pueden realizar la experiencia particular de “permanecer” en el amor de Cristo (Jn 15,9), penetrando siempre más profundamente en la relación filial con su Padre”.
(Carta del Papa San Juan Pablo II a los sacerdotes, para el Jueves Santo de 1999)

“Adorarás a un solo Dios y lo amarás por encima de todo” (Ex 20,2-17)

En la tarea de prolongar la creación – ordenada a la adoración del Creador-, el hombre ha recibido ese primer mandamiento que le indica la naturaleza de la relación que debe mantener con Dios.
La adoración, por consiguiente, es constitutiva del ser humano, como que ha sido inscrita por Dios mism en el corazón del hombre. Ella es el movimiento del alma por el que la criatura se vuelve hacia su Creador, en una respuesta de amor al Amor viviente.
Adorar y amar están estrechamente ligados. Dios mismo, al dirigirse a Moisés, ha juntado y enlazado estas dos palabras, indicándole así al hombre mucho más que un sendero espiritual, el camino de santidad por excelencia, pues se trata de una corriente de amor, de una vida, de un amor que debe vivirse. Este amor no es un amor cualquiera. Estando unido a la adoración, se halla orientado hacia el solo Dios. Es el amor de adoración, expresión que unifica el amor y la adoración debidos a Dios. Camino de santidad perfecto y directo que Dios mismo ha trazado desde los primeros tiempos.
El mismo Dios ha querido suscribir el amor y la adoración no sólo sobre las tablas de la ley confiadas a Moisés, sino en lo más intimo del corazón humano: “Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Ley 26, 12; Ez 11,20)
Para percatarnos de la importancia de la adoración, necesitamos saber qué adoramos o, más bien, a quién adoramos. ¿Hemos descubierto verdaderamente el amor de adoración como camino de santidad? ¿Somos conscientes de tener entre nosotros mucho más que Moisés, para retomar la fuerte comparación de Jesús en el Evangelio a propósito de Jonás? Tenemos a Jesús-Eucaristía, presente y vivo en medio de los hombres.
El amor de adoración es el vínculo más fuerte que puede unirnos con nuestro Dios. Y el Dios que vive en medio de los hombres es para nosotros, en este tiempo de la historia, Jesús-Eucaristía. De este modo la adoración nos hace descubrir a la persona de Cristo y, más precisamente, a Cristo mismo que vive en su Eucaristía por la fuerza del Espíritu.
La vida de adoración es anticipo de la vida eterna. Si la practicamos en este mundo, nos coloca en el camino de la felicidad que Jesús nos promete en el Evangelio, pero que nosotros no conocemos más que como un don anticipado.

Adoración y vida

El amor de adoración es la respuesta a un llamado que el Señor nos lanza, que El nos invita a vivir en medio del mundo y al que nos atrae de modo irresistible.
Por lo tanto el amor de adoración no es un amor cualquiera ya que es un amor totalmente orientado hacia el Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Se trata de realizar una vivencia muy particular.
Desde el principio, la adoración de la Eucaristía nos lleva mucho más lejos que la plegaria de intercesión, que la plegaria de alabanza, que la plegaria de petición. Preliminarmente puede darse todo eso, y está muy bien. No hay que rechazar ni eliminar estas diferentes formas de oración por las que a menudo pasamos. Pero es sólo una cuestión de etapas, y de pequeñas etapas hacia una mayor unión con Dios.
En efecto, el Señor quiere llevarnos mucho más adelante e inducirnos a ser “almas de adoración” en medio del mundo. Quiere hacernos descubrir que el amor de adoración es un acto de “puro amor”. Es como una corriente de puro amor entre el alma y la persona viva de Jesús. Hay allí un contacto, un encuentro, el gran encuentro: el del ama con Jesús. Tiene lugar también, simultáneamente, un vínculo muy fuerte y muy delicado que se establece de persona a persona. Merced al amor de adoración, nuestra persona human, pobre, débil y frágil, se encuentra muy estrechamente ligada a la persona viva de Cristo en la eucaristía. Y esto cambia todo para nosotros, pues el lazo que nos ata a Jesús nos permite recibir en nuestro corazón y en todo nuestro ser la fuerza misma de su amor. No sólo en nuestra alma Jesús se hace presente, por el milagro de la eucaristía, sino también en nuestra carne.
Sólo allí está el lugar de la felicidad verdadera, a la que cada ser humano aspira con todas sus fuerzas, y que no puede hallar fuera de Cristo. La persona humana no puede encontrar el sentido de su destino más que estando unida a la persona de Cristo resucitado.
Sí, el misterio de la Eucaristía está en el centro de nuestra vida, de la vida de nuestra alma y de nuestro cuerpo, de nuestro ser todo entero. Está en el centro de nuestra existencia terrestre, para conducirnos a la vida de la gloria. Por eso, es fundamental vivir este misterio eucarístico y colocarlo de una vez en el corazón de la Iglesia y en el corazón del mundo. Que cada cual se dé prisa.

Un impulso de puro amor

Un ejemplo ilustra muy bien en qué consiste el impulso de puro amor. Se nos ofrece en una de las escenas del Evangelio: es el gesto espontáneo de María de Betania hacia Jesús (Mt 26,6-13). Hace falta extraer la lección que nos brinda este pasaje para comprender lo que el Señor espera de nosotros.
Pues bien, Jesús está en una casa. Lo rodean sus apóstoles y otras personas que han venido a escucharlo. De improviso entra una mujer, se aproxima a Jesús, se arroja a sus pies sobre los que derrama un perfume precioso y después se los seca con sus largos cabellos. Todos nosotros conocemos bien este relato.
El gesto espontáneo de esta mujer expresa el impulso de puro amor que la atrae hacia Jesús. Para llevarlo a cabo, ella no ha pedido autorización a nadie. Se atreve, sin embargo, a esparcir sobre los pies de su Señor y Maestro este valioso perfume.
María, pues, se atreve a realizar ese gesto espontáneo que es aparentemente pura locura, pero se deja guiar por el amor. Es una oración, y mucho más aún. Junto con la conversión del corazón y el pedido de perdón, la oración se convierte en ese “acto” de que hemos hablado más arriba, vale decir, gesto de afecto y fuerte impulso de adoración.
Al hacer esto, quiere significar a Jesús que ella se pone a su servicio. Se adhiere a El para siempre. Se vuelve disponible. Anticipa la escena del lavatorio de los pies y Jesús acepta su gesto, porque ella ya ha comprendido que amar es hacerse servidor.
Es quizá la ´’única persona –excepto la Virgen María- en unirse profundamente al inmenso sufrimiento de Jesús al acercarse su pasión.
Los apóstoles mismos, que están allí en torno a Jesús, no captan muy bien este misterio de la pasión que se anuncia; a pesar de que Jesús los ha preparado para ese trance. Una mujer, María, lo ha comprendido.  A los pies del Maestro, se movió a compasión. Se unió a la persona sufriente de Cristo. Esto supone mucho amor y mucha adoración. El agradecimiento y el amor de esta mujer provienen de que ha reconocido, en la persona de Jesús, al Hijo de Dios vivo. María ama con un impulso de puro amor a la persona de Jesús a quien adora. Y lo adora como Dios que ha venido a dar su vida para salvarnos.
Es un encuentro de persona a persona, de corazón a corazón. El amor de adoración del que rebosa el corazón de esta mujer y se expresa en ese gesto espontáneo, la introduce sin más en el misterio de Dios, en el descubrimiento de Jesús, Hijo de Dios hecho hombre. Su amor de gratitud, de adoración la introduce de golpe en el misterio de la salvación: o sea, el misterio de sufrimiento, de la pasión, del don total que Jesús hace de su persona y que salva a los hombres del pecado y de la muerte. Ya es la eucaristía en cuanto acción de gracias. Jesús, que conoce el fondo de los corazones, revela lo que hay en el corazón de esta mujer cuando dice: Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura (Jn 12,7). Así, rebatiendo los reproches, Jesús aprueba ese gesto y lo explica. Le asigna una finalidad.
Delicadeza de amor que no se proclama, pero que se vive. Únicamente el amor permite semejante comprensión, semejante entrada en el misterio y en todo lo que está oculto a los demás. Es lo que sucede con el amor de adoración. Es el amor que ofrecemos a nuestro Dios vivo. Y este amor nos conduce al descubrimiento de su persona, impulsándonos hasta el corazón de su misterio, hasta la intimidad de su ser, hasta las interioridades de sus secretos. Sí, el amor de adoración conmueve el corazón de nuestro Dios: no existe para El ningún otro que sea más precioso.
No se trata de una simple plegaria, ni mucho menos de una plegaria que fuese una fuga o un replegarse sobre sí mismo. La verdadera plegaria, la que complace a Dios, dirige completamente nuestro ser hacia El en un gesto de puro amor, en un impulso de adoración. Allí radica la pura caridad, la verdadera caridad que nos impele, más allá de nosotros mismo, al encuentro con Dios quien, por su lado, nos atrae hacia nuestros hermanos.
El encuentro es el elemento indispensable para conocer a alguien, unirse con él mediante la amistad o el amor. Dios es amor, encontrarlo significa encontrar el amor completo, pleno, que colma. Y esto nos atrae.
El misterio de la eucaristía, como sacrificio, está vinculado con el misterio de la traición.
El sacrificio llegó por la traición, gigantesco combate entre el amor más grande y el diablo, el que separa, el que obstaculiza, el que no puede soportar el amor y que entró en el corazón de Judas. ¿No se encuentran acaso unidos estos dos misterios en la vida de todo discípulo de Cristo y, más particularmente, en la de aquellos que quieren amar con intenso amor la eucaristía?
La celebración de la Cena ya es inaugurada por María de Betania, de rodillas a los pies de Jesús, en el amor y la adoración.
La eucaristía no se reduce al solo banquete que comprende sacrificio y alimento. Si no hay convidados, el banquete no tiene más sentido; no hay que olvidarse de los invitados. No puede haber convite sin convidados. Los beneficiarios del banquete sacrificial, de la comida, son todos los invitados. Así sucede con la adoración eucarística. Cuando amamos y adoramos a Jesús-Eucaristía, celebramos su persona viviente y su presencia. Es un amor que hay que vivir en homenaje incesante a Jesús, en íntima unión con El.

Una mirada

Cuando dos seres se aman, se sienten atraídos el uno hacia el otro. No se preguntan cómo hay que amar ni en qué consiste el amor: lo saben desde adentro. No buscan explicarlo: lo viven. Una madre que ama a su hijo no se pregunta intelectualmente cómo deberá amar a ese niño; ella vive ese amor, muy simplemente. Va a traducirlo en actos cuidando del hijo, dedicándole su tiempo, sus fuerzas, y de manera espontánea, toda su vida en una palabra.
Jesús, por cierto, está libre de defecto. Es la perfección misma.
Cuanto más fijemos nuestra mirada en la persona viviente de Jesús, tanto más quedaremos embelesados por la irradiación de su gloria; tanto más El nos transformará y nos colmará. Nos dará la paz profunda que, más allá de todas las pruebas y sufrimientos, nos conduce al corazón de Dios.

La adhesión de todo nuestro ser

La mirada de adoración que nos impulsa hacia la persona de Cristo no es nunca sino una respuesta a la mirada de amor de Dios hacia nosotros. Esta respuesta requiere de nuestra parte:
-          Una entera adhesión que comprometa toda nuestra vida y ponga en evidencia que adoración y vida están entrelazadas.
-          Luego, una conciencia vívida de que la mirada de Dios hacia nosotros es la primera.
Es la adhesión de todo nuestro ser, con nuestra total buena voluntad.
Voluntad y amor se unen, funcionan juntos. Hay voluntad de amor.
En la vida espiritual es importante que voluntad y amor marchen juntos. Si el querer y el amar se separan, terminan pronto en actitudes extremas y exageradas, mientras que, si marchan siempre juntas, mantienen su equilibrio.
La adoración es el compromiso de vivir bajo la mirada de Dios, todos los instantes de nuestra vida.
Se comprende entonces, que la vida de adoración sea el compromiso más fuerte y el más completo posible, ya que ella significa la adhesión a Cristo, conseguida en la adoración y vivida concretamente en nuestros actos y gestos de todos los días.




Comentarios

  1. Muy buena reflexión. Gracias a Dios que se le dé la importancia debida a la Adoración Eucarística en esta Parroquia. Dios derramará abundante Gracia y bendición a quienes así obran por Amor a Él. Quiera que se extienda esta Gracia a cada Parroquia de nuestro país y todos los sacerdotes se convenzan de que Jesús Sacramentado Es el Sacramento y la Vida de nuestra fe y que las obras sin amor Él están muertas, tanto como la fe sin obras.
    Muchas bendiciones

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