Comentario 30 de Diciembre del 2017: “El rumbo de la vida”
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Al detenernos un momento a contemplar el momento presente, nos damos cuenta de que estamos a unas cuantas horas de terminar ya, un año más, que mañana es el último día del año y al mirar atrás, nos percatamos de que el tiempo se pasó volando, rapidísimo; más aún, nos percatamos de que la vida es así, poco a poco se nos va, se nos escapa como arena entre los dedos. Y es que, nadie es eterno en este mundo, todo pasa, nosotros también pasamos. San Pablo, en una de sus cartas, describe la vida como una sombra que ahora está pero mañana ya no, como una flor que por la mañana está en su plenitud, pero que por la tarde se marchita, se seca y vuelve al piso.
Al considerar que la vida de todo hombre es breve y fugaz, ¿dónde estuve en todo este tiempo? ¿Qué hice con “mi vida”? ¿En qué gasté mis fuerzas? ¿Quién soy ahora? ¿Soy mejor o peor, amé u odie, viví amando en cada momento o fui indiferente a mi propia realidad? ¿Qué es lo que realmente importa, entonces? Estas son algunas de las interrogantes que nos sobrevienen a la hora de evaluar nuestra persona, nuestras relaciones, y nuestra fe. No podemos negar que tuvimos las suficientes oportunidades para crecer y ser mejores, recordemos que no estamos acabados, sino que estamos en un constante proceso de crecimiento, nos vamos haciendo.
¿Pero cuándo no crecemos? ¿Cuándo es que comenzamos a alejarnos de lo que realmente importa? ¿En qué momento dejamos de ser felices? La liturgia de la Palabra del día de hoy nos lo dice en la primera carta del apóstol San Juan: “No amen el mundo, ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no ama al Padre; porque nada de lo que el mundo ofrece viene del Padre, sino del mundo mismo. Y esto es lo que el mundo ofrece: los malos deseos de la naturaleza humana, el deseo de poseer lo que agrada a los ojos y el orgullo de las riquezas. Pero el mundo se va acabando, con todos sus malos deseos…”
Esta lectura se dirige a los hijos, a los jóvenes y a los padres, se dirige a todos los que estamos en este mundo y tratamos de luchar para no dejarnos atrapar por las seducciones que vienen del mundo y que, por otro lado, son las mismas de siempre: los apetitos desordenados, la codicia de los ojos, y el afán de la grandeza humana. Cuantas energías se gastan tras los placeres efímeros, tras el afán de poder o de tener. Hoy muchos han optado por vivir solamente de la apariencia, de la imagen, de lo inmediato. Se cae en la trampa del “último modelo”… lo acabas de comprar y ya está desactualizado.
El ser humano no crece y no se supera, precisamente, porque considera que todo lo que aparece a sus ojos y apetitos es todo lo que hay, porque cree que lo único que existe es el mundo material y se llena hasta hartarse de lo que la carne y apetitos le piden. Vivimos en la época de lo que se ha denominado “generación selfie”, “generación ni-ni”, “sociedad líquida”, “sociedad light”, en la famosa cultura llamada del “cleanex” (úsese y deséchese), donde el lugar que ocupa el hombre es el de un títere manejado por su propio egoísmo y vanidad, que a lo único que aspira es a obtener un poco de placer y comodidad para luego terminar al borde de la locura y desaparecer para siempre. ¿Qué vida es esta? ¿Se puede ser feliz viviendo absolutamente para el materialismo, el consumismo, el hedonismo y la tecnología?
<<El verbo “amar” (agapao) alude a un amor salvífico y liberador, ordenado, generoso, gratuito. Al decir: “no amen al mundo” se trata de exhortar a no preferir las cosas del mundo que llevan a vivir en la obscuridad y al desprecio de las cosas de Dios>> (Comentario Biblia misionera p. 1837).
Pero ante todo esto que le impide al hombre encontrarse consigo mismo y con Dios para ser verdaderamente feliz, hemos de considerar que no todo está perdido, porque el hombre ha sido libre para elegir el bien y rechazar el mal; ha sido libre para elegir a Dios. Por ello, es importante preguntarnos constantemente ¿Cuál es el rumbo que le estoy dando a mi vida? ¿Cuál es mi propósito? ¿Cuál es mi meta y mi último fin? En el Evangelio nos encontramos a una profetisa llamada Ana que si bien es una mujer anciana, nos ayudará mucho para descubrir el rumbo de nuestra vida.
Ana era una mujer viuda que servía al Señor en el templo tanto de día como de noche con ayunos y oraciones. Además, le daba gracias a Dios y hablaba del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. Se trata de una mujer que pertenecía, también, al grupo de los “Pobres de Yavéh”, había esperado por durante mucho tiempo la venida del Señor y ahora que lo ve, se alegra de su llegada. Pero no todo termina ahí, sino que se convierte en una de las primeras mensajeras de esta buena noticia: ha nacido el salvador, el mesías esperado.
El ideal cristiano ha de ser “vivir en el mundo sin ser del mundo”. Esto no significa que la persona deba retirarse a vivir en un lugar inhóspito, solitario, ni mucho menos descuidar su hogar, estudio, trabajo, etc. El creyente debe vivir no ya determinado por sus deseos desordenados, sino que su nuevo deseo y su nueva pasión del que ama al Señor es hacer lo que a Él le agrada.
Tomando en cuenta el testimonio auténtico de Ana, consideramos entonces, ¿Cuál es el camino o el rumbo de mi vida? ¿De qué depende que sea feliz?: “El que hace la voluntad de Dios vive para siempre” (1Jn. 2, 17b). La vida feliz de todo hombre consiste en creer, en estar unido al Señor, en hacer su voluntad. ¿Y cuál es la voluntad de Dios? Santificarme, colaborar con Dios, realizar su obra ¿Habrá algo más digno, más grande, más hermoso, más capaz de entusiasmar?
Pidamos la intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret para que nos ayuden a mantenernos firmes en la fe y fieles en el hacer la voluntad del Señor.
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