Comentario 26 de Diciembre del 2017: “También es mártir el que perdona”

Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, Parroquia Santa Marìa de los Ángeles

En éste segundo día de la octava, en la alegría de la Navidad, se introduce la fiesta de San Esteban, el primer Mártir de la Iglesia. El libro de los Hechos de los apóstoles nos lo presenta como un “hombre lleno de fe” y del Espíritu Santo, elegido junto a otros seis para la atención de las viudas y los pobres en la primera comunidad de Jerusalén. Y nos relata su martirio: cuando, tras un discurso de fuego que suscitó la ira de los miembros del Sanedrín, fue arrastrado fuera de las murallas de la ciudad y lapidado. Esteban murió como Jesús, pidiendo el perdón para sus asesinos.
En el clima de gozo y de alegría de la Navidad, el pensamiento y las palabras que brotaban de lo más profundo de nuestro corazón el día de ayer eran: ¡Feliz Navidad! ¡Que el niño Jesús visite y nazca en tu corazón! ¡Que la luz de Jesús ilumine tu vida! ¡Que la paz de Dios habite en tu interior y en tu familia! Mientras que ayer contemplábamos la vida, la serenidad y la paz, hoy pareciera ser que esa alegría y ese Gozo han desaparecido al contemplar la forma cruel en como muere el Diácono Esteban.
En realidad, desde el plano de la fe, la fiesta de San Esteban está en plena sintonía con el significado profundo de la navidad. Precisamente es eso, Navidad significa “nacimiento”, un nacer a la vida, pero no solo a la vida física, terrena y temporal sino a la verdadera vida, a la que no pasa, a la que perdura para siempre. Esteban, habiendo aceptado la vida de Jesús sabe que tiene que vivir para El, ser un testigo vivo de la vida de Jesús, un mártir, y serle fiel en cada momento. En el martirio, en efecto, la violencia es vencida por el amor, la muerte por la vida.
Los ancianos y los maestros de la ley, así como los acusadores de Esteban, enfurecidos, no soportaron que les dijera todas estas cosas: “Pero ustedes, siempre han sido tercos, y tienen oídos y corazón paganos. Siempre están en contra del Espíritu Santo. Son iguales que sus antepasados. A cuál de los profetas no maltrataron los antepasados de ustedes? Ellos mataron a quienes habían hablado de la venida de aquél que es justo… Ustedes que recibieron la ley por medio de ángeles, no la obedecen”.
Esteban se convirtió así, en un amante y defensor de la fe y de la verdad. A toda costa procuró llevar una vida coherente, y ser un servidor fiel al evangelio. Un hombre fuerte, valiente, verdadero discípulo de Cristo que por amor a la verdad está dispuesto a sufrir e, incluso, a dar la propia vida. La Iglesia ve en el sacrificio de los mártires su “nacimiento al cielo”. Celebremos hoy, por lo tanto, el nacimiento de Esteban, que brota en profundidad del nacimiento de Cristo. Jesús transforma la muerte de quienes le aman en oportunidad de vida nueva.
En el martirio de Esteban se reproduce la misma confrontación entre el bien y el mal, entre el odio y el perdón, entre la mansedumbre y la violencia, que tuvo su culmen en la cruz de Cristo. La liturgia de hoy nos conduce al sentido auténtico de la Encarnación, vinculando Belén con el Calvario y recordándonos que la salvación divina implica la lucha contra el pecado y la resistencia fiel ante las persecuciones. Éste es el camino que Jesús indicó claramente a sus discípulos, como lo señala el evangelio de hoy: “Sereis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará”.
Podemos elegir siempre entre ser víctimas o ser mártires. La víctima se queja de todo cuanto le pasa y se amarga la vida. El mártir vence cualquier odio o situación incómoda con la ayuda del Espíritu Santo, de la gracia de Dios. La liturgia de hoy nos invita a ser testigos, anunciadores de la Palabra de Dios, no sólo con la palabra sino también con la propia vida. Considero que una forma de cómo podemos irnos entrenando para ser mártires es siendo fieles a Dios cada día, en cada oportunidad que se nos presenta: recibiendo humillaciones, soportando con amor y paciencia a la familia o, incluso a los propios hijos, perdonando a aquellos que cierran su corazón al amor y al bien, a aquellos que te rechazan, que no te quieren o te han hecho algún mal, etc.
El mártir es el que perdona como lo vemos en San Esteban, sabe que no puede morir con odios ni resentimientos: “¡Señor, no les tomes en cuenta este pecado!” Se muere como se vive. No vale la pena perder el tiempo en venganzas y resentimientos. Cuando se está lleno de amor no hay lugar en el pensamiento para “desquites”, ni malos deseos, sino únicamente para el perdón y la oración para con todos, sea quien sea. El mártir es el que vence la violencia con el Amor, amor que no brota de él, sino cuya fuente está en Dios.

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