Comentario 28 de Diciembre del 2017: “La vida es un don divino”
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
El fundamento esencial de toda dignidad humana está en su vocación a la comunión con Dios. El hombre está invitado, desde que nace, a un diálogo con Dios, ya que no existe, sino porque, creado por Dios en un impulso de amor, debe su conservación a ese mismo amor y no vive de verdad si no lo reconoce libremente y no se entrega a Él.
Pero existe el grave peligro de que el hombre termine por adorarse a sí mismo y no a Dios, el peligro de postrarse de rodillas delante de sí, olvidándose de todo lo demás. El hombre que suele caer en esta tentación es el hombre narcisista, que no le pone freno a su egoísmo, a la búsqueda de poder utilizando la mentira, la explotación y la corrupción; el hombre que sólo busca aparecer, utilizar y dominar; es por eso su ambición al dinero y su afán desmedido de pisotear la dignidad y destruir lo más sagrado que todo ser humano puede tener: la vida.
Hoy, en la liturgia de la Palabra nos encontramos a un personaje llamado “Herodes”, que si bien, es el Tetrarca, lo encontramos lleno de miedo, con muy poca personalidad y, creyéndose el “ombligo del mundo”, el centro y “la medida de todas las cosas”, el dueño de la vida de los demás. Pobre de Herodes, un simple mortal. Y es que el hombre ha sido capaz de cometer grandes atrocidades cuando se le ha olvidado que no está solo en éste mundo, que hay alguien que lo vigila y es al que tiene que rendirle cuentas. Al hombre se le ha olvidado que viene de Dios y va hacia Dios y, por tanto, que es responsable de la vida, de la propia y la de los otros.
San Quodvuldeus, Padre de la Iglesia del siglo V y Obispo de Cártago (norte de África), dio un sermón sobre éste personaje que nos ocupa: “¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un Rey? Él no ha venido para expulsarte a ti, sino para vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas, y por ello te turbas y te ensañas, y, para que no escape el que buscas, te muestras cruel, dando muerte a tantos niños”. Matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón. Crees que, si consigues tu propósito, podrás vivir mucho tiempo, cuando precisamente quieres matar a la misma Vida”.
Que tragedia, por Dios, creerse y sentirse la medida de todas las cosas, el dueño de la vida de los demás. Se tendría que aprender a ser dueño de sí mismo gobernando la propia vida para gobernar a los otros. Herodes, al matar a tantos inocentes, refleja el fracaso que experimenta su propia vida; se siente ya un perdedor, más que creerse Dios o el Rey, se siente nada. Eso precisamente le sucede a quienes consideran que la grandeza está en el tener, en el quehacer o en el aparecer y no en el SER; en el dominar y no en el servir y amar. Al matar a tantos niños inocentes se está matando a sí mismo, se está quitando la única posibilidad de poder vivir. ¿A cuántos Herodes tenemos hoy en nuestra sociedad? ¿Cuántos que lastiman y quitan la vida sin ningún remordimiento? ¿Cuántos que le roban la dignidad a los más inocentes y necesitados y los explotan?
La vida es un don, el don más sagrado que todo ser humano puede tener y que Dios le haya confiado. Por ello, estamos llamados a custodiar, defender y promover la vida desde el primer momento de la concepción como San José y María. No podemos dejarnos vencer por el odio, la guerra y la destrucción de los más poderosos, antes bien, es necesario creer, amar y educar para la paz y para la búsqueda del bien común. Debe crecer, entonces, la conciencia de la dignidad que corresponde a la persona humana, ya que está por encima de todas las cosas y sus derechos y deberes son universales e inviolables.
“…cada uno considere al prójimo como otro yo, sin exceptuar a nadie, teniendo siempre en cuenta, principalmente sus necesidades vitales y los medios conducentes para una vida digna… si se trata de un anciano abandonado por todos, de un obrero extranjero injustamente menospreciado o de un exiliado, o de un niño nacido de unión ilegítima, víctima injusta de un pecado no cometido por él o de un hambriento…
Todos aquellos que se oponen a la misma vida, como son los homicidios de cualquier género, el genocidio, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como la mutilación, las torturas corporales o mentales, incluso los intentos de coacción espiritual; todo lo que ofende la dignidad humana, como ciertas condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, la deportación, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y la corrupción de menores; incluso ciertas condiciones ignominiosas de trabajo, en las que el obrero es tratado como un mero instrumento de ganancia y no como una persona libre y responsable; todo esto y otras ignominias parecidas son, ciertamente, crímenes que mientras contaminan la civilización humana, en realidad rebajan más a los que los cometen que a sus víctimas y ciertamente están en contradicción con la honra del creador. (GS 27).
Pidamos la intercesión de San José y de María, para que podamos ser luz, para que podamos ser custodios y guardianes de la vida.
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