Comentario 29 de Diciembre del 2017: ¿Quién es el mentiroso?
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
El evangelio de hoy nos relata cómo José y María llevaron a Jesús a
presentar al templo para cumplir con la antigua ley de Moisés: “Todo primer hijo varón será consagrado al
Señor”. Notamos que a pesar de que se trata de los padres del Hijo de Dios
no se quedaron exentos de llevar a su cumplimiento esta ley, ellos consideraron
que sólo cumpliendo la voluntad de Dios podían seguir contemplando la grandeza
del Señor y llevar adelante su proyecto de salvación. Y es que la ley no es
ningún impedimento para acercarse o servirle al Señor, al contrario, cumplirla,
es garantía de estar preparado para recibir la bendición de Dios. Por ello,
debe llevarse a cabo con un espíritu de libertad y de verdadero amor.
No faltan por
ahí quienes van por la vida pregonando que la Iglesia o el templo (casa de
Dios) es un conjunto de normas o reglas demasiado pesadas y difíciles de
cumplir, o que Dios es un Dios muy estricto y escrupuloso porque te prohíbe
hacer muchas cosas. Sin embargo, José y María no dudaron en cumplir con esta
ley, sino que con toda la humildad y la confianza que podían tener en su
corazón, procuraron diligentemente llevarla a cabo, con la esperanza de que
Dios les fuera a mostrar el camino más seguro para ellos dos y para Jesús. Es
eso lo que necesitamos los que queremos seguir al Señor: humildad y confianza
para estar dispuestos a hacer lo que a él le agrada, con la esperanza de que
eso siempre será lo mejor.
“Si obedecemos los mandamientos de Dios, podemos estar
seguros de que hemos llegado a conocerlo”. En San
Juan, el ´termino” mandamiento” significa la revelación de la voluntad de Dios
y es sinónimo de “Palabra” (logos). Así, obedecer a Dios quiere decir que se le
conoce, pero no se trata de un conocimiento intelectual como una mera
acumulación de ideas, sino como un vivir practicando el amor fraterno y
haciendo llegar su mensaje de amor a todos los hombres. Es una vida en comunión
con Cristo, que es Amor.
“Pero si
alguno dice: Yo lo conozco, y no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no
hay verdad en él”. El que no obedece a Dios, por consiguiente, es aquél que
no lo ha conocido aún, es decir, no basta solamente profesar a Dios con los
labios sino que es necesario que se procure dar testimonio, que se procure
seguir al Señor con fidelidad en el servicio y en el amor. Quien diga que cree
en Dios, en la luz, que tiene la luz en su corazón pero no obedece, tiene una
fe de demonio, porque ellos si creen que Dios existe pero no le aman ni le sirven.
Amar a los hijos
es amar al Padre; odiar a los hijos es odiar al Padre. Con razón, San Juan
llama mentiroso a aquél que no amando a los hermanos dice amar a Dios. El amor
a Dios y el amor a los hermanos están de tal manera relacionados que no pueden existir
el uno sin el otro.
De repente, nos
damos cuenta de que solamente nos cuidamos de no pecar, de no hacer lo malo,
pero eso solamente no basta; es necesario que podamos crecer en la caridad y en
la fraternidad. Así mismo, también nos hemos encontrado con personas que se
creen muy iluminadas, muy espirituales, muy místicas, pero que en su vida lo
único que se puede encontrar es pura obscuridad. Recordemos que la fe se tiene
que demostrar con las obras y la conducta, de lo contrario, se trata de una fe muerta.
Hoy llega a su
culmen la vieja profecía para dar paso a la nueva. Aquél, a quien el Rey David
había anunciado al entonar sus salmos mesiánicos, ha entrado por fin en el
Templo de Dios. A partir de éste momento, el viejo Simeón está preparado para abandonar
este mundo de obscuridad para entrar en la visión de la luz eterna: “Ahora, Señor, tu promesa está cumplida: puedes dejar que tu
siervo muera en paz. Porque ya he visto la salvación que has comenzado a
realizar a la vista de todos los pueblos, la luz que alumbrará a las naciones y
que será la gloria de tu pueblo Israel”.
“Simeón es uno
de los llamados pobres de Yahvé, que se presentan como modelos de confianza y
de esperanza en el cumplimiento de las promesas de Dios. Han sido muchos los
años de espera, pero ha valido la pena. Sus ojos después de tanto tiempo, se
iluminan y se alegran por ver al Mesías esperado. Ahora que llega este momento,
todo lo demás es poca cosa; tras haber visto a Dios, Simeón no necesita esperar
más en esta vida. Es más, en su vida, él ha llegado a la meta. La oración, el
esfuerzo realizado, los sufrimientos, las humillaciones sufridas en el amor, su
servicio… todo ha valido la pena”. (Comentario Biblia Misionera)
De ahí la
importancia de ir al templo, porque ahí me encontraré con la luz, la bendición,
la salvación, con Jesús, pero también con los hermanos. No se va al templo porque
ya se volvió una costumbre de ir cada Domingo como por pura cuestión social, o
por obligación, no, se va al templo porque ahí encontramos nuestro Pan de cada
día, ese alimento que sólo Dios da: la Palabra y la Eucaristía, que es alimento
que recibimos primero nosotros como templos de Dios en el que el Espíritu
habita, para luego, ir hacia los demás templos que también tienen necesidad de recibir
a Jesús en su interior. Nuestro mayor reto es, ahora, llevar a Jesús del templo
(morada de Dios) hacia afuera, hacia las calles, a las periferias, como el Papa
Francisco, tantas veces, nos lo ha repetido
Ahora que
estamos ya por terminar el año civil 2017, sería muy bueno preguntarnos: ¿He
obedecido a Dios por temor o por amor, por conveniencia o por reverencia? ¿Lo
he buscado suficientemente en el templo de mis demás hermanos donde también él
habita, sobre todo en los más necesitados? ¿Procuré, en este año que termina,
ser luz para los demás o fui más obscuridad? ¿De qué tamaño fue mi caridad y mi
servicio a Dios y a los hermanos? ¿Al terminar este año 2017, será que ya estoy
preparado para dejarlo atrás y comenzar otro nuevo en la gracia y la presencia
del Señor, tomando como referencia a Simeón que dijo: “ahora ya puedes dejar a
tu siervo irse en paz”?
Pidamos la
intercesión de San José y de María, nuestra madre, para que podamos
presentarnos ante el Señor con un corazón humilde, sincero, generoso y agradecido.
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