La vida es para buscar a Dios: Comentario 01 de Agosto del 2018

                                                                  Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


En el evangelio de hoy, en primer lugar, el Reino de Dios es comparado con un tesoro escondido en el campo que al ser encontrado por el campesino, éste lleno de alegría vende todo lo que tiene y compra ese campo; en segundo lugar, se parece a un comerciante de perlas finas, que habiendo encontrado una de gran valor vende todo lo que tiene para poder comprarla y quedarse con ella. En ambos casos, tanto el campesino como el comerciante tienen que llevar acabo ciertas determinaciones, parecidas a las que tiene que realizar todo cristiano para poder apoderarse del Reino de Dios, veamos cuáles son:
1.-  Constante e imparable búsqueda. El Reino de Dios no es para los pasivos, indiferentes o perezosos, requiere de interés y esfuerzo manteniendo siempre la conciencia de que cada vez se está más cerca de poder encontrarlo. No hay motivo para los desánimos ni para las quejas, la vida de Dios requiere de decisiones y determinaciones, vale la pena poder encontrarlo. Y nuestro Dios es un Dios que se deja encontrar para que lo conozcamos, para que lo amemos y para que vivamos para Él. Pues “el que busca encuentra, el que toca se le abre y al que pide se le da”. Hemos de mantenernos en esa constante búsqueda de Dios con esmero, sin descansar, pues de ello depende la vida. Ya bien lo decía San Alberto Hurtado, “la vida es para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo y la eternidad para poseerlo”. De tal modo que, nada somos sin Dios, de nada sirve haber nacido si no vivimos la vida con Él y para Él.
2.- Vender lo poco que se tiene para poder comprar. Aferrarse a lo ya conseguido, significa la pérdida de lo Todo, la eterna pobreza. Por eso, para quedarnos con lo mejor, hace falta renunciar, dejar y vaciarse de lo que se tiene; cambiar lo poco que se tiene y adquirir lo fino, lo que no tiene precio, lo realmente valioso, pues, en este caso, aunque pretendiéramos comprar el Reino de Dios sabemos que nunca jamás podríamos pagarlo. Dios vale hasta el último centavo, no podemos quedarnos con algo si queremos apoderarnos de Él, o más bien, si queremos que Él se apodere de nuestras vidas. Con razón, con toda certeza afirmaba Santa Teresa de Ávila: “Sólo Dios basta”; y San Francisco de Asís: “Mi Dios y mi todo”. Vender todo lo que tenemos para comprar la perla y el tesoro escondido, significa tomar la mejor decisión y hacer la mejor inversión de nuestras vidas.
3.- Experimentar el verdadero gozo y la eterna Alegría. No hay mayor pobreza que vivir sin Dios, nuestra verdadera riqueza. Sin Él, la existencia es vacía, monótona y aburrida. Por eso, en la letra de aquél popular canto (“Oh torrente”) podemos encontrar la siguiente letra: “Ya no quiero vivir si no es contigo, ya no quiero este mundo y sus riquezas, te quiero sólo a ti, te quiero sólo a ti, pues sólo tú me llenas”. Sólo Dios nos ofrece la verdadera paz y la eterna felicidad, por esta felicidad vale la pena jugarse todo, jugarse la juventud, jugarse la vida. Esto lo pudo experimentar el apóstol Pablo cuando dijo que: “si vivimos para Dios vivimos y si morimos para Él morimos, de tal modo que tanto en la vida como en la muerte de Dios somos”.
¿Realmente busco el Reino de Dios con gran esmero y entusiasmo? ¿Estoy dispuesto a vender todo lo que tengo para quedarme con Él? ¿En mi vida ordinaria experimento la desesperación de saberme lejos de Dios o la verdadera alegría por saberme dentro de sus planes, a los cuales yo les respondo generosamente para hacer su voluntad?

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