Dios vive en el presente: Comentario 31 de Julio del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
En
el evangelio de hoy encontramos a los discípulos que le piden a Jesús que les
explique la parábola de la mala hierba en el campo. Así como ellos, también
nosotros hemos de buscar alimentarnos cada día de la palabra del Señor que nos
ilumina y le da sentido a nuestro vivir cristiano, pues sin ella perdemos las
fuerzas y las esperanzas de seguir caminando en medio de tanto mal y
sufrimiento. Hemos de pedirle que nos explique porque queremos conocer su
voluntad, queremos aprender a serle fieles, queremos ser testigos cualificados,
queremos aprender a ser y a hacer más lo bueno que lo malo. Si no buscamos a
Jesús para que nos explique su palabra cada día, no estaremos suficientemente
capacitados ni preparados para vencer cualquier tentación. Apropósito de ello,
si Jesús pudo vencer las tentaciones que el maligno le puso, fue porque contaba
con la fuerza de la oración, la penitencia y las sagradas escrituras. Si no
contamos con la fuerza de la Palabra, sabremos que caminamos pero nunca
sabremos hacia donde caminamos ni a qué nos enfrentaremos. Hoy también podemos hacer el propósito de tener más
cuidado de nuestra oración personal, nuestro trato cotidiano con Dios.
Jesús
entonces les explica la parábola de la mala hierba: quien siembra la buena
semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla los
ciudadanos del Reino; la cizaña los partidarios del maligno; el enemigo que
siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los
ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del
tiempo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su Reino a
todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido.
Jesús
nos invita a mantener los ojos fijos en el cielo, nuestra verdadera casa para
siempre; a no perder el sentido de trascendencia y de infinito que nos propone manteniéndonos
unidos a Él. Frecuentemente vivimos enloquecidos
por la prisa, y casi nunca nos detenemos a pensar que un día —lejano o no, no
lo sabemos— deberemos dar cuenta a Dios de nuestra vida, de cómo hemos hecho
fructificar las cualidades que nos ha dado.
El
mismo Señor nos dice que al final de los tiempos (no sabemos el día) habrá una
cosecha: “El hijo del Hombre mandará a
sus ángeles a recoger de su reino a todos los que hacen pecar a otros, y a los
que practican el mal”. Procuremos, entonces, evitar hacer caer en pecado a
los demás y hacer lo malo. Más bien, comencemos desde ya, a dar testimonio de
la luz; convirtámonos en testimonios de unidad, de perdón, de humildad, de amor
y de paz. No pensemos que mañana lo vamos a hacer, porque precisamente el día
de la cosecha nos puede sorprender, el tiempo nos puede ganar, o más bien, el
mal nos puede ganar, y puede que para entonces ya no haya nada que hacer.
Comencemos hoy, porque Dios no es el Dios que viva en el futuro, Dios vive en
el ahora, aquí, y te busca hoy, en el presente. No pensemos en el futuro si no
hemos comenzado por vivir en el presente a cumplir la voluntad de Dios.
El Cielo nos lo hemos de ganar en la tierra, en el día a día,
sin esperar situaciones que quizá nunca llegarán. Hemos de vivir heroicamente
lo que es ordinario, lo que aparentemente no tiene ninguna trascendencia.
¡Vivir pensando en la eternidad y ayudar a los otros a pensar en ello! Muchas
veces nos esforzamos para no morir en este mundo, pero más bien, deberíamos de
esforzarnos para no dejar de vivir para siempre.
Recogeremos lo que hayamos sembrado. Hay que luchar por dar
hoy el cien por ciento. Y que cuando Dios nos llame a su presencia le podamos
presentar las manos llenas: de actos de fe, de esperanza, de amor. Que se
concretan en cosas muy pequeñas y en pequeños vencimientos que, vividos
diariamente, nos hacen más cristianos, más santos, más humanos.
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