Aunque solo rezáramos la primer palabra del Padrenuestro: “Padre”, ya estaríamos rezando y muy bien. Porque meditar y pensar que tenemos en el Cielo un Padre bueno que nos quiere, que nos ama infinitamente y nos cuida, es un gran consuelo en esta vida donde tantas veces sufrimos el desprecio de los hombres y el desamor.
Dios es el consuelo de las almas desconsoladas, y es el Todo, porque teniéndole a Él, lo tenemos absolutamente todo.
Lo que sucede es que a veces tenemos poca confianza en Dios, y lo vemos como lejano, cuando Él está más cerca de nosotros que nosotros mismos. Efectivamente dice el apóstol que en Dios vivimos, nos movemos y existimos,
Cuando sintamos la lejanía de Dios, pensemos si es por nuestra culpa, si hemos cometido pecado grave. Si es así, arrepintámonos de corazón y confesémonos con un sacerdote. Pero si la lejanía de Dios no es por nuestra culpa, entonces sepamos que es una prueba que Dios permite para purificarnos y para que le busquemos, porque Dios quiere dejarse encontrar, y a veces estamos tan ocupados con nosotros mismos que nos olvidamos de Dios, y cuando entramos en nosotros, nos damos cuenta de que Dios está lejos aparentemente. Es que Él espera que le llamemos, porque le gusta oírse llamar “Padre” por sus hijos amados.
No dudemos de que Dios quiere socorrernos, siempre, porque Él es Padre, y no tiene los defectos que puede tener un padre de la tierra, sino que es el Padre perfecto y todopoderoso que puede hacer cualquier cosa por su hijo que le pide con fe y confianza, sabiendo que Él dará lo que más convenga para el tiempo y la eternidad.
¡Bendito sea Dios!
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