Sin caridad, pueden más los defectos personales: Comentario 26 de Abril del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
La verdadera caridad, así como no
lleva cuenta de los constantes y necesarios servicios que presta, tampoco
anota, sino que soporta todos los desplantes que padece. Si no somos humildes
tenderemos a fabricar nuestra lista de pequeños agravios que, aunque sean
pequeños, nos robarán la paz con Dios, perderemos muchas energías y nos incapacitaremos
para los grandes proyectos que cada día tiene el Señor preparados para quienes permanecen
unidos a él. La persona humilde tiene el corazón puesto en Dios, y así se llena
de gozo y se hace de alguna manera menos vulnerable; no le importa tanto lo que
habrán dicho, o lo que habrán querido decir; olvida en seguida y no le da
demasiadas vueltas a las humillaciones que experimenta todo hombre y toda mujer
de una forma u otra en los sucesos de la vida corriente.
Esa sencillez, esa humildad, el
no enredarse en cuestiones de honra que levantan la soberbia, el dejar a un
lado los posibles agravios dan a la persona una gran capacidad para recomenzar
de nuevo después de una cobardía o de una derrota. A San Marcos, después de la
cobardía o el cansancio en el primer viaje misionero, le vemos en seguida de
nuevo en la tarea con Bernabé, dispuesto a ser fiel sin condiciones.
El que es humilde se siente con
facilidad hermano de los demás; por eso busca cada día la comunicación con
quienes se relaciona, y recompone la amistad si por cualquier motivo se hubiese
roto o enfriado, y está dispuesto siempre a prestar una ayuda fraterna y
también a ser ayudado. Así se construyen cada día las relaciones necesarias de
toda convivencia. Los que están cercanos se sostienen recíprocamente, y gracias
a ellos surge el edificio de la caridad. Si yo, pues, no hago el esfuerzo de
soportar tu carácter, y si tu no te preocupas de soportarme con el mío, ¿Cómo
podrá levantarse entre nosotros el edificio de la caridad si el amor mutuo no
nos une en la paciencia? En un edificio, cada piedra sostiene y es sostenida.
La caridad puede más que los
defectos de las personas, que la diversidad de caracteres, que todo aquello que
se pueda interponer en el trato con los demás. La caridad vence todas las
resistencias. ¡Qué distinto hubiera sido todo si San Pablo se hubiera quedado
con el prejuicio de que con Marcos no se podía hacer nada porque en una ocasión
tuvo miedo, o cansancio, o unos momentos de desánimo… y se volvió a casa de
Jerusalén! ¡Qué distinto también si Marcos se hubiera quedado con el corazón
herido, guardando agravios, porque el Apóstol no quiso que le acompañase en el
segundo viaje!
Pidámosle nosotros a la Virgen,
Nuestra Madre, que nunca guardemos pequeñas o grandes ofensas, que causarían un
enorme daño en nuestro corazón, en nuestro amor al Señor y en la caridad con el
prójimo. Aprendamos de San Marcos a recomenzar, una o mil veces, si por
cualquier motivo tenemos un mal momento de desfallecimiento o de cobardía.
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