No admiremos a Jesús, imitémoslo: Comentario 27 de Abril del 2018

                                                    Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


Jesús ha dado explicaciones sobre su obra y su persona. Los discípulos no comprenden; Él les dice que su misterio lo definen las obras del Padre. La mayor prueba es su partida, la preparación de la morada futura y su vuelta por los discípulos. De ahí que se revela como único camino de la vida, para llegar al Padre, la verdad y la vida. Es decir, Jesucristo es centro de la revelación de Dios y centro de las aspiraciones más legítimas del hombre: qué hacer, cómo vivir para alcanzar la plenitud de la vida; ésa que le da sentido a todo, porque le ha hecho encontrar lo genuino de todo. Éste es uno de los motivos fundamentales de la evangelización: anunciar a Jesucristo como lo único necesario. A partir de aquí, no se puede decir que todas las religiones son iguales, ni que da lo mismo escoger la que sea. El camino, que es Cristo, se vive por excelencia, en el cristianismo, como seguimiento de Jesús. Otro es el caso de los que no lo conocen, o no lo conocerán en su vida; pero quien tiene la posibilidad de conocerlo ha de abrazarlo.
Como ya dijimos, Jesucristo es para cada hombre Camino, Verdad y Vida. Quien le conoce sabe la razón de su vida y de todas las cosas; nuestra existencia debe ser un constante caminar hacia Él. Y es en el santo evangelio donde encontramos la Ciencia suprema de Jesucristo, el modo de imitarle y de seguir sus pasos. Para aprender de Él  hay que tratar de conocer su vida: leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas que el Nuevo Testamento nos relata, con el fin de penetrar en el sentido divino del andar terreno de Jesús.
Porque hemos de reproducir, en la nuestra, la vida de Cristo, conociendo a Cristo: a fuerza de leer la Sagrada Escritura y de meditarla. Queremos identificarnos con el Señor, que nuestra vida en medio de nuestros quehaceres sea reflejo de la suya, y para ser “Ipse Christus” hay que mirarse en Él. No basta con tener una idea general del Espíritu de Jesús, sino que hay que aprender de Él detalles de Jesús.
Cuando se ama a una persona se desean saber hasta los más mínimos detalles de su existencia, de su carácter, para así identificarse con ella. Debemos leer el evangelio con un deseo grande de conocer para amar. No se ama sino aquello que se conoce bien.
Si queremos llevar hasta el Señor a los demás hombres, es necesario ir al evangelio y contemplar el amor de Cristo. Nos acercamos al Evangelio con el deseo grande de contemplar al Señor tal como sus discípulos lo vieron, observar sus reacciones, su modo de comportarse, sus palabras. Verlo lleno de compasión ante tanta gente necesitada, cansado después de una larga jornada de camino, admirado ante la fe de una madre o de un centurión, paciente ante los defectos de sus más fieles seguidores; también le encontramos en el trato habitual con su Padre, en la manera confiada como se dirige a Él, en sus noches en oración, en su amor constante por todos.
Así como nos miramos de vez en cuando en el espejo para echar una revisadita de nuestra apariencia física y exterior, así también, la Palabra de Dios debería ser como un espejo donde nos miráramos de frente con nosotros mismos, con nuestro yo interno delante de la presencia de Dios, para ir adecuando, precisamente, toda nuestra vida a la vida de Jesús, único camino para llegar al Padre. La Palabra de Dios debe ser para todo cristiano, el espejo donde puede contemplar su alma y la va perfeccionando con la ayuda del Espíritu Santo.
Así pues, el camino que hemos de recorrer se llama Jesús y la meta es llegar a la Santidad, al Padre. San Pablo afirma que en toda carrera todos corren por una corona que se marchita pero que los cristianos corremos por una corona que no se marchita: la santidad. Pero no hay santidad si no hay caridad, sacrificio, servicio y humildad. Dejemos que en nuestra carrera Jesús sea nuestro modelo a seguir; nuestro descanso,  nuestra fortaleza y nuestra vida. No solamente admiremos a Jesús, esforcémonos por imitarlo.



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