El León rugiente anda buscando a quien devorar: Comentario 25 de Abril del 2018

                                                      Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles



Como es de esperarse, el personaje central del evangelio de San Marcos es Jesucristo. El evangelio lo anuncia desde el primer versículo: “Principio del evangelio de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios. Así que, San Marcos pone toda la mirada en las obras, palabras y, sobre todo, en la persona de Jesús. Este evangelio, como parece entenderlo Marcos, no es sólo el anuncio del Reino que predicó el Señor, sino la revelación del misterio de la persona de Cristo. La Buena Noticia es, antes que mensaje, revelación de Dios a través de Jesús. De este modo, el plan del evangelio es ir revelando el misterio de Jesús de Nazaret, Mesías e Hijo de Dios, predicador del Reino.
Pero el evangelio no sería suficientemente comprendido, y transmitido, si no se toma en cuenta a los discípulos, especialmente a los Doce. Ellos son un signo privilegiado del Reino de Dios. Los llama, los elige y los envía. Ellos son los receptores de la revelación de Jesús y de los misterios del Reino; así como la nueva familia de Jesús, porque cumplen la voluntad del Padre. Ellos son los más cercanos al Maestro y los transmisores mejor calificados. Aunque el evangelista Marcos no utiliza el término “Iglesia” para definir a los discípulos recurre a un concepto que le sirve para dibujar lo que entiende por Iglesia: la casa (Oikos). En bastantes ocasiones, a Jesús se le encuentra en ella, y sobre todo enseñando en privado a los discípulos. Tal parece que se puede ver allí a la Iglesia doméstica, la que se reunía en casa de algún pudiente.
El Evangelio de Marcos recuerda que Jesús predicó el Reino de Dios, el cual exigía conversión y aceptación del evangelio, y que debía anunciarse en todos los pueblos, por él y por los Doce; trató de hacerlo accesible a la gente, por eso lo anunció en parábolas. El Reino de Dios es el que se manifestó plenamente con la resurrección.
Pero el evangelio no logra su objetivo si sólo narra, cuenta y habla del resucitado y su obra. Es necesario que de paso al Señor, que actúe, que hable al corazón del hombre. El verdadero anuncio del evangelio es testimonio, provocación de Dios a la humanidad. Aquí radica la gran misión de la Iglesia.
El Señor, en su potestad divina, asiste la misión entusiasta de su Iglesia; esa es la verdadera naturaleza de la Iglesia: evangelizar. Siempre que ella evangelice, el resucitado la asistirá y dará signos de que es su obra. Este final del evangelio de Marcos deja abierto el camino para las generaciones posteriores: “Ellos salieron a anunciar el mensaje por todas partes”.
Por ello, no podemos parar de dar a conocer la Palabra de Dios. Sabemos que el “León rugiente” no descansa y que anda buscando a quien devorar, también nosotros los cristianos debemos mantenernos obrando siempre el bien y alimentando a nuestros hermanos más alejados con el Pan de la Palabra. Hace falta que no doblemos los brazos y que sigamos evangelizando para no dejar el campo abierto al enemigo. También hacen falta, en toda la Iglesia, a ejemplo de San Marcos hombres y mujeres que aspiren a alcanzar la santidad.
Por ello, el Papa Francisco, en su nueva exhortación apostólica: “Gaudete et Esxultate (Alegraos y regocijaos) que trata sobre la santidad, sobre todo en el último capítulo, nos recuerda explícitamente que el diablo existe y que es algo más que un mito. “No pensemos que es un mito (el diablo), una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades, porque «como león rugiente, ronda buscando a quien devorar»”. Concluye recordando que con la santidad “está en juego el sentido de mi vida ante Dios que me conoce y me ama”.

Ante esta realidad, nos conviene ser cristianos en constante conversión y que procuremos evangelizar con la santidad de vida, a imitación de los ya santos de la Iglesia que con su servicio y entrega generosa pudieron conquistar el cielo para sí y para muchos otros más.

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