Hay que vivir como “cristianos”: Comentario 24 de Abril del 208

                                                     Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


Nuestro Señor funda su Iglesia sobre la debilidad, pero también sobre la fidelidad de unos hombres: los apóstoles, a los que promete la asistencia constante del Espíritu Santo. Quien hubiera contemplado sin visión sobrenatural los comienzos apostólicos de aquel pequeño grupo, habría creído que se trataba de un empeño destinado al fracaso desde el principio. Sin embargo aquellos hombres tuvieron fe, fueron fieles y comenzaron a predicar por todas partes aquella doctrina insólita que chocaba frontalmente con muchas costumbres paganas; en poco tiempo el mundo conoció que Jesús era el redentor del mundo.
Desde el principio la Buena Nueva fue predicada a todos los hombres sin distinción alguna. Los que se habían dispersado en la persecución provocada por la muerte de Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía. En esta ciudad fueron tantas las conversiones que allí por primera vez llamaron cristianos a los discípulos del Señor. Pocos años más tarde encontramos seguidores de Cristo en Roma y en todo el imperio.
En los comienzos, la fe cristiana arraigó principalmente entre personas de condición sencilla: soldados de tropa, cargadores de lana, esclavos, comerciantes, etc. A este respecto, afirma San Pablo: “considerad hermanos quiénes son los que han sido llamados a la fe de entre vosotros: cómo no sois muchos los sabios según la carne, ni muchos los poderosos, ni muchos los nobles…” Para Dios no existe acepción de personas, y los primeros llamados ignorantes y débiles a los ojos humanos, serán los instrumentos que utilizará para la expansión de la Iglesia. Así se vio con más claridad que la eficacia era divina.
También entre los primeros cristianos existían personas cultas, sabias, importantes humanamente hablando: un ministro etíope, centuriones, hombres como Apolo y Dionisio Aeropagita, mujeres como Lidia; pero fueron los menos dentro del gran número de conversos a la nueva fe. Comenta Santo Tomás que también pertenece a la Gloria de Dios el que por medio de gente sencilla haya atraído a Sí a los sublimes del mundo.
Los primeros cristianos ejercían todas las profesiones comunes en su tiempo, salvo aquellas que entrañaban algún peligro para su fe, como la de intérprete de sueños, adivinos, guardianes de templos… Y aunque en la vida pública estaban presentes las prácticas religiosas paganas permaneció cada uno en el lugar y profesión donde encontró la fe, procurando dar su tono a la sociedad, esforzándose por llevar una conducta ejemplar, sin rehuir al trato con sus vecinos y conciudadanos. Intervenían en el foro, en el mercado, en el ejército… Por ello Tertuliano va a llegar a decir: “Nosotros los cristianos no vivimos separados del mundo, frecuentamos el foro, los baños, los mercados y las plazas públicas. Ejercemos los oficios de marino, de soldado, de labriego, de negociante…” El señor nos recuerda que también hoy llama a todos, sin distinción de profesión, de condición social o de raza.
Los fieles cristianos no huyen del mundo para buscar con plenitud a Cristo, se consideran parte constituyente de ese mismo mundo, al que tratan de vivificar desde dentro, con su oración, con su ejemplo, con una caridad magnánima: “Lo que es el alma para el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo”. Vivificaron su mundo que en muchos puntos había perdido el sentido de la dignidad humana, siendo ciudadanos con los demás, y sin distinguirse de ellos ni por su vestido, ni por insignias, ni por cambiar de ciudadanía. No sólo son ciudadanos, sino que procuraban serlo ejemplarmente: “obedecen las leyes, pero con su vida sobrepasan las leyes”, las cumplen en beneficio de todos. Ya san Pablo enseñó que se había de pedir a Dios por los constituidos en autoridad.
Los cristianos, en cualquier época, no podemos vivir de espaldas a la sociedad de la que formamos parte. En el mismo corazón del mundo procuramos vivir responsablemente nuestros quehaceres temporales para, desde dentro, informarlos con un espíritu nuevo, con la caridad cristiana. Cuanto más se haga sentir el alejamiento de Cristo, tanto más urgente se hace la presencia de cristianos en esos lugares, para llevar, como los primeros en la fe, la sal de Cristo, y devolver al hombre su dignidad humana perdida en muchas ocasiones. Para seguir las huellas de Cristo, el apóstol de hoy no viene a reformar nada, ni mucho menos a desentenderse de la realidad histórica que le rodea… Podemos preguntarnos si donde vivimos llevamos la luz de Cristo a esas personas, a ese ambiente, como hicieron los primeros cristianos.


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