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Puesto que no creemos en Dios, necesitamos encontrarle un sustituto. Creo que éste es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo.
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Pedro Trevijano
Nuestra sociedad ha vuelto la espalda a Dios. No sólo en la vida política y pública, sino también en el interior de tantas familias, en tantísimas casas ni se reza, ni se intenta transmitir la fe. Puesto que no creemos en Dios, necesitamos encontrarle un sustituto. Creo que éste es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo. Para los racionalistas relativistas librepensadores lo que sustituye a Dios como Ser Supremo es la Razón, aunque la entronización del culto a la diosa Razón en Notre Dame por la Revolución Francesa se puede considerar como una de las ceremonias más ridículas de la historia de la humanidad. Junto con la razón, se busca también la verdad en la ciencia, pero partiendo de que la verdad absoluta y objetiva no existe; aparte de que la ciencia no puede dar respuesta a los grandes interrogantes del ser humano, como el sentido de la vida, y así no podemos contestar a preguntas tan básicas como ¿para qué estamos en este mundo? o ¿cuál es la finalidad de nuestra existencia?
Al no existir Dios, no tenemos a nadie por encima de nosotros y cada uno de nosotros es para sí mismo el Ser Supremo. Pero esto nos lleva con frecuencia a chocar con las concepciones que tienen otras personas, lo que como buenos demócratas intentaremos resolver dando plenos poderes a la voluntad soberana del pueblo, es decir, al Parlamento. Pero a un mínimo que pensemos nos damos cuenta de que ahí quien decide no es el pueblo, sino los jefes de los partidos, porque, al menos en España, entre las personas menos libres están nuestros parlamentarios, pues si no obedecen ciegamente no figuran en las próximas listas y se acabó su carrera política.Incluso el único principio ético más universal y que todos deberíamos poder aceptar, “Hay que hacer el bien y evitar el mal”, nos lleva al problema de cómo distinguir el Bien del Mal, cuando vemos las enormes discrepancias que hay en torno al contenido de ese principio. Por ejemplo, ante el aborto hay quien piensa que es un crimen y quien opina que es un derecho. Está claro que los dos pueden estar equivocados, o sólo uno de los dos tener razón, pero evidentemente los dos a la vez no pueden tener razón. El librepensador cree que tiene libertad de espíritu, al rechazar todo dogmatismo, e incluso que se ve libre de supersticiones como la creencia en Dios o en una religión determinada, pero no se da cuenta de que renuncia a alcanzar y abrazar la Verdad, que no es sino Jesucristo, “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6), así como Luz de los hombres.
En cambio, el relativismo nos lleva a la irracionalidad, al carecer de principios. Nunca se me olvidará una chica inglesa que, en cierta ocasión, me dijo: “Yo, en teoría soy anglicana, en la práctica soy sin religión. Pero como el ser humano necesita creer en algo, yo en lo que creo es en los horóscopos”. Al rechazar a Dios, se acaba creyendo en cualquier tontería, como en esto de los horóscopos, y además se abre la puerta a Satanás con el ocultismo y el espiritismo, aunque lo grave es que, al actuar así, se ponen objetivamente al servicio del Demonio.
Yo esto lo entendí cuando reflexioné sobre lo que me había dicho un joven de ideas muy zurdas: “La educación debe correr a cargo del Estado, porque los padres no saben educar”. Para empezar no creo que nadie quiera más a los niños que sus padres y ese ingrediente del amor, el más importante en nuestra vida, sólo se adquiere si uno se siente amado. Además, la educación de los hijos por los padres es un derecho humano fundamental y, por tanto, no se puede privar a los padres ni a los hijos de él. A mí me impactó mucho el darme cuenta tanto de que una democracia sin valores es una puerta abierta al totalitarismo, como que en cuestiones educativas laicismo y nazismo (para que no haya dudas: nacionalsocialismo alemán) dicen en cuestiones educativas lo mismo (léase la encíclica Mit brennender Sorge de Pío XI).
En cuanto al papel de la ciencia, los no creyentes nos han recordado una y otra vez el caso Galileo. Ahora bien, ya en la filosofía escolástica medieval se decía: “Contra el hecho no valen argumentos”. En cambio, en las ideologías no creyentes son los hechos los que deben acomodarse a la ideología, y no la ideología a los hechos. En nosotros hay naturaleza y hay cultura y no podemos prescindir de ninguna de los dos, por lo que negar, como nos dijo Zapatero, la ley natural o considerarla una reliquia del pasado es simplemente un disparate. Por mucho que me hubiese gustado, no puedo ser mujer, ni mamá, ni tener treinta años. Y sobre el posible conflicto Religión-Ciencia, recordemos que ambas buscan la Verdad y tienen como autor al mismo Dios. Por supuesto sigo creyendo las verdades de Fe y aceptando lo que aprendí en los libros de Ciencias y por eso mismo rechazo las aberraciones de la ideología de género. |
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