Perdonar a todos

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¡Qué importante es perdonar a todos, incluso a aquellos que nos han hecho gran mal! Es cierto que a veces es tan reciente el mal recibido, que se nos hace difícil el sólo pensar en perdonarlo. Pero Dios nos pide que perdonemos, porque así también seremos perdonados por Dios.
Es que el perdonar de corazón nos trae una gran paz al alma, a nuestra vida, y así nos hacemos semejantes a Dios, semejantes a Jesús que perdonó todo y a todos.
De vez en cuando, al estar en presencia de Dios, quizás rezando o participando de la Santa Misa, elevemos el corazón y el pensamiento a Dios y digámosle al Señor que perdonamos de corazón a todos. Y veremos cómo nos envolverá una gran paz y alegría, e incluso llegaremos a emocionarnos y a derramar lágrimas, porque es doloroso perdonar a quien nos ha hecho mal; pero qué gran paz y bien viene por ello a nuestra alma. Y no sólo es un bien para nosotros, sino que al perdonar, también desatamos a esas almas de la Justicia de Dios, para que Dios no las castigue y olvide el mal que nos han hecho.
No es de cristianos el desear el mal a ninguno, por más malo que haya sido con nosotros; sino que el deber nuestro es perdonar siempre. Quizás al principio costará, pero debemos intentarlo y pedirle ayuda al Señor y a su Madre para perdonar de corazón a todos.
Nos hacemos semejantes a Dios cuando perdonamos, y Él derrama un mar de gracias y favores de todas clases sobre quien tiene el valor y coraje de perdonar.
Pidamos por quienes nos han hecho mal sabiéndolo o sin saberlo, para que ellos también estén un día con nosotros en el Paraíso, y para que en aquel día glorioso de la eternidad ellos nos den las gracias por haberles salvado de la perdición.
No es fácil ser cristiano de verdad, porque no es fácil perdonar de corazón a quien nos ha ofendido o dañado. Pero la recompensa en inmensa: ser semejantes a Dios, que perdona todo a todos, que perdona siempre.
No odiemos nunca, jamás, por ningún motivo, porque odiando nos separamos de Dios. Si todavía no podemos perdonar, al menos tratemos de no odiar, de no desear el mal. Y luego, con el paso del tiempo, quizás obtengamos la gracia de saber perdonar de corazón.
En realidad el perdón no es un sentimiento sino una decisión: yo decido perdonar, aunque conserve la herida.
Pidamos ayuda a Dios para saber perdonar de corazón a todos.
¡Ave María purísima!
¡Sin pecado concebida!

santisimavirgen.com.ar

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