No hay ser humano que pueda detener la obra buena de Dios: Comentario 23 de Marzo del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
“Los judíos tomaron piedras para apedrear a Jesús.
Entonces Jesús dijo: “Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre;
¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”
Hoy nos damos cuenta que los judíos no aceptan a Jesús porque les incomoda,
porque les hace ver la verdad, les muestra las obras buenas del Padre y porque
se hace llamar el Hijo de Dios. No creen que Jesús sea el Hijo de Dios, quieren
detenerlo para que deje de hacer lo bueno. Hoy, no faltan también quienes
quieren detener la obra buena de Dios que realiza a través de la Iglesia, a
través de los cristianos y hombres de buena voluntad decididos a defender la
justicia y la verdad. Hoy también hay quien no cree que Jesús sea el Hijo de
Dios, se le sigue erradicando de muchos ambientes sociales porque molesta e
incomoda. Pero no ha habido, ni hay, ni habrá ser humano que pueda detener la
obra salvífica de Dios, pues en Dios lo que aparentemente suele ser fracaso, en
realidad, es ganancia y victoria.
<<En
sintonía con el evangelio, el Concilio Vaticano II dice: “La Iglesia declara que le ha sido de mucho provecho y le puede ser
todavía la oposición y aun la persecución de sus contrarios” (GS 44). A
nadie le gusta ser rechazado o perseguido, sobre todo injustamente. Por eso, la
afirmación de Jesucristo parece rara y sin razón. Pero la experiencia aclara
que la Palabra del Señor es doctrina divina y, por ende, infalible.
Al
afirmar lo que acabamos de reportar, el Concilio se fundamentó en la historia
milenaria de la Iglesia y en lo declarado por un escritor contemporáneo a la
persecución, Tertuliano (160-220): “Cuanto
más se nos persigue, tanto mayor es el número de los que se hacen fieles y
piadosos por el nombre de Jesús” (Apol. 50, 13). También es suya la
conocida frase: “La sangre de los
mártires es semilla de nuevos cristianos”.
Una
explicación cristiana podría ser esta, cuando la Iglesia se siente satisfecha
de sí misma, es cuando da poca importancia a la oración, a la penitencia y a
las obras de caridad. La causa principal de la crisis, que está sufriendo hoy
la Iglesia, se debe a la sociedad de consumo en que se está ahogando el mundo.
Lo que hay que subrayar es el motivo por el cual se sufre: la defensa de la
justicia y de la verdad. Esto supone amor hacia quienes son víctimas de las
injusticias. Muchos prefieren ser indiferentes ante la prepotencia de los más
fuertes, para no tener problemas. Pero Jesucristo no se queda indiferente, sino
que alaba a los que prefieren sufrir oponiéndose a las injusticias.
Otros
usan la misma arma de los perseguidores: la violencia; y esto los pone al mismo
nivel de ellos. La enseñanza de Cristo supera toda violencia, respondiendo con
el perdón y dando nueva vida a los hombres, mediante la paz y la victoria del
martirio. Los cristianos de los primeros siglos alimentaron la fe aceptando el
martirio como corona de su observancia del evangelio y como pase seguro para
obtener la felicidad eterna. San Ambrosio, celebrando el martirio de San
Sebastián escribía: “Muchas son las
persecuciones, muchas las pruebas; por tanto, muchas serán las coronas, ya que
muchos son los combates. Te es beneficioso que haya muchos perseguidores, ya
que entre esta gran variedad de persecuciones hallarás más fácilmente el modo
de ser coronado”.
No
sólo no se espantaban por la persecución, sino que veían el martirio como un
medio providencial para alcanzar pronto la felicidad eterna y para dar nueva
vida a la Iglesia. Ante esta situación, surge la pregunta: ¿Por qué se necesita
el sacrificio de la propia vida para triunfar y dar vigor a la Iglesia?
Ciertamente no es tanto el sacrificio, sino el motivo que lleva al sacrificio.
El motivo fundamental que movía la generosidad de los mártires era el amor a
Dios y al prójimo: “Nadie tiene un amor más grande que el que da su vida por
sus amigos” (Jn 15, 13). Este amor, que exige el sacrificio de la vida, es la
fuerza que sacude la inercia de unas vidas cómodas en la Iglesia, y mueve a los
que observan desde lejos la presencia de Cristo en sus seguidores>> (“caminar hacia la felicidad”, p. 120-123,
Pbro. Luigi Butera Vullo, fundador de los Msp.)
“Las guerras y los atentados terroristas, con sus
trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por
motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año
pasado, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta
asumir las formas de la que podría llamar una tercera guerra mundial en fases.
Pero renuevo la exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre
de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la
indiferencia” (Papa Francisco).
María,
Madre nuestra y protectora de los desamparados, intercede por nosotros.
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