¿Quién es Jesús? ¡El que todo lo hace bien!: Comentario 09 de Febrero del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Las
curaciones de Jesús van cargadas de un profundo significado. Ante todo son
expresiones de amor por aquellos que sufren sin posibilidad de ayuda; frente a
su necesidad la caridad no se detiene. En este caso se trata de un sordomudo,
de un pagano, de un impuro, de un descartado y no querido ni valorado por la
sociedad, sin embargo, Jesús nos demuestra con este milagro, que también los
paganos tienen el derecho y el privilegio de ser incorporados al banquete de la
salvación, nadie queda excluido, excepto aquél que no quiere dejarse curar, que
quiere permanecer ciego y mudo para siempre.
Ante
la pregunta de ¿quién es Jesús?, la gente que estaba presente responde: ¡es el
que todo lo hace bien! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos. Jesús es el
que todo lo hace bien, no hay nada que empiece y no lo termine, todo lo que
comienza lo deja acabado. No deja nada inconcluso: enseña, sirve, ama, da, y lo
entrega todo, no se anda con medias tintas. Es el que se compromete con el
hombre, el que está cerca, el que toca nuestra carne, es el que habla nuestro
lenguaje para que podamos entenderle y aceptarle y podamos ser curados. Es el
que dedica su tiempo, su espacio, su vida, todo de él para que podamos mejorar
nuestra calidad de vida y tener vida en abundancia. Es el que se ofrece a sí
mismo para que salgamos de nuestra pobreza y miseria, nos levanta y nos
devuelve las ganas de vivir.
Jesús
no es el que queda bien, el que aparenta, el que hace las cosas solamente para
que lo vean, para que lo aplaudan y para que sea famoso y popular. Jesús se
hace entender con claridad, para que le conozcamos, para que nos dejemos
deslumbrar por su verdad, y por su amor genuino. Tanto así, que Jesús puso su
dedo en los oídos y en la lengua del sordomudo para curarlo, él se acerca a
nuestra carne, toma y toca nuestra carne, está pendiente de nuestra debilidad,
no se olvida que somos frágiles, que estamos hechos de barro. Le hizo sentir su
cercanía, su amor y su compasión al sordomudo al tocarlo, habló en su propio
lenguaje para que aquél pudiera entenderle y para que creyera en él. Así es
Jesús, habla nuestro lenguaje, se hace uno como nosotros, siente nuestro dolor
y nuestras fatigas, siente con nosotros y sufre con nosotros, de ese modo nos ayuda
a descubrir que él no quiere ser ningún estorbo en nuestra vida, al contrario,
su única intención es la de curarnos y salvarnos. Necesitamos dejarnos que
Jesús nos cure y nos salve.
Después
de esto, descubrimos el poderoso papel de la Palabra de Dios. Después, levantando los ojos al cielo,
suspiró y le dijo: <<Efatá>>, que significa: “Ábrete”. La
Palabra de Dios sana, libera, tiene poder para levantarnos, para abrir nuestro
corazón y comenzar una vida diferente. Jesús rompe con nuestra sordera y quita
nuestra mudez. El gesto milagroso descrito aquí, señala los aspectos morales de
los hombres: la sordera y la mudez, que son símbolo de la incapacidad del
hombre que no oye al Señor, ni puede dirigirle su plegaria. Estas incapacidades
son eliminadas por Jesús, de modo que la persona queda en condiciones de
escuchar y rendir culto a Dios. La peor enfermedad es la que lleva a romper
toda comunicación con Dios y con el mundo.
Esta
Palabra aceptada y escuchada con el corazón rompe la sordera y la mudez. La
palabra de Jesús, al curarnos, nos indica que nuestra vocación es la de
convertirnos en “hermanos”, vivir y pertenecer a una comunidad. Jesús se
preocupa por el sordomudo, porque sabe perfectamente que así como vive, no
puede entenderse del todo bien con los hermanos; si hay un enfermo, toda la
comunidad no estará bien. Nacimos para entendernos con los demás, para vivir
unidos a los demás, para comunicarnos con Dios, pero también para poder comunicarnos
con los demás. No hay unidad, por el contrario, hay división cuando no
escuchamos y no hablamos, cuando queremos vivir solos, alejados de Dios y
apartados de los demás tratando de evitar complicaciones y broncas. El reto de
todo cristiano es mantenerse en sintonía con el lenguaje, con la voz de Jesús,
para que podamos tener paz en nuestro corazón y en la sociedad. Cuando el
hombre no escucha a Jesús y no habla con los hermanos, hay división, guerra, no
hay paz.
Ahora
bien, nuestro mundo, pero especialmente nuestro país o departamento es la gran
“Decápolis” donde tenemos que hacer posible escuchar la Palabra de Dios.
Necesitamos pedirle a Jesús que ponga su dedo (espíritu) también sobre
nosotros, para que nos de la fuerza, el ánimo, la sabiduría y la valentía, y de
ese modo, movidos por el Espíritu, podamos
hacer que otros oigan y hablen de las maravillas y de la Palabra del
Señor. Pidamos a nuestra Madre que nos enseñe a ser anunciadores del evangelio
como ella.
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