Aquello que no te hace feliz del todo también hace parte de lo bello

Es difícil aceptarnos a nosotros mismos y es aún más difícil aceptar a los demás con sus cualidades y defectos. Cuando se trata de hablar del otro, en espacial de forma negativa parece que adquiriéramos el poder de olvidar que nosotros también podemos ser juzgados de la misma manera.
Este poema nos hace pensar en lo frágiles que somos los seres humanos: perfectos ante los ojos de Dios pero inseguros y temerosos ante la sociedad. Cada uno de nosotros es consciente de lo que no tiene pero ¡ojo! no de lo que ya se le ha dado, renegamos todo el tiempo: por qué tengo que ser tan gorda, por qué no tengo los ojos claros, por qué tengo este pelo tan crespo, por qué no tengo ese cuerpo, esa mirada, esa sonrisa etc.
Hemos olvidado que todos somos hermosos y punto. Lo complicado viene cuando se imponen estereotipos de belleza tan rígidos como los de ahora, en los que no está permitida una arruga o una cana, en los que envejecer dignamente no está en discusión por que hasta las abuelitas ya no deben verse como abuelitas, sino como mujeres mayores llenas de “estilo”.
Y puede que seamos inseguros de nuestros cuerpos pero sumado a eso está la presión que sentimos cada vez que se toca el tema de belleza, lo que puede ser considerado bello para mí puede no serlo para ti. Bien es cierto que aunque no hay edad para sentirnos inseguros de lo que somos, los jóvenes son el principal foco de esta problemática.

La misión que tenemos hoy consiste en creer más en nosotros mismos y menos en lo que dicen los demás. Es amarnos antes de prometerle esta vida y la otra a una persona. Es comprometernos a fijarnos más en lo bueno que en lo malo, a hacer todo lo posible por criticar menos y alagar más. La inseguridad puede convertirse fácilmente en falsedad cuando decidimos olvidarnos de quienes somos en realidad y escuchamos solo las voces de aquellos que dicen que si te pones esto y lo otro serás hermoso, ¡ahora sí te verás bien!, ¡ahora si encajas!
El amor propio viene de reconocernos imperfectos, vulnerables y frágiles, de ser conscientes de que no hay luz sin oscuridad y de que no hay amor sin algo de sufrimiento; pero también de sentirnos capaces de dar lo mejor de nosotros, de amar a alguien, de estar dispuestos a sacrificar algo por otra persona, de querer seguir viviendo aun cuando las circunstancias parecen no tener solución. El amor propio no es solo decir, “sí, me amo”. Amarse a sí mismo significa entrega, alegría, bondad, perdón, aceptación y sacrificio. Si yo me amo con tal fuerza, el exterior lo reflejará y entonces no importará que el cabello se vuelva blanco, que las arrugas surquen los ojos, que el vientre no sea plano o que haya estrías por todas partes.
Y claro que hay que cuidar el cuerpo, por qué es templo de Dios. No podemos confundir las cosas y pensar que podemos abusar de él porque nos sentimos bien. Pero lo que sí debemos tener claro es que para aceptarnos tal y como somos primero debemos descubrirnos a nosotros mismos, amarnos con la lista de defectos incluidos.
También es cierto que los padres o personas adultas están llamadas a guiar a los más jóvenes y pequeños. A enseñarles desde los primeros años a respetar al otro, a pedir perdón ante una ofensa, a ser compasivos y bondadosos, a no encontrar gracioso un comentario hiriente, a contemplar la belleza en las pequeñas cosas. Para que crezcan amándose a ellos mismos y amando a los demás.
Te invito a pensar en este momento en alguna parte de tu cuerpo que no te agrede mucho, contémplala por un momento y agradece a Dios porque estás vivo y porque eso que no te hace feliz del todo, también hace parte de lo bello.

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