Comentario 07 de Febrero del 2018: “El sabio y el necio”

Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles

La sabiduría que ofrece Dios no es como la que ofrece el mundo. La que ofrece el mundo es la que persigue bienes temporales: títulos, poder, dominio, riquezas, vanidades; la que ofrece Dios es la que busca los bienes de arriba, la que busca agradar a Dios, hacer su voluntad, ser una mejor persona, la que nos lleva amar y a cuidar todo lo que Dios creó. Hoy encontramos en la primera lectura cómo la Reyna de Sabá elogia a Salomón por su gran sabiduría, pero no solo por eso, sino  también por su conducta, por su forma justa y ordenada de proceder, por sus servidores, por todo lo que le pertenece y por lo que ha llegado a ser. La Reyna de Sabá, aparte de felicitarlo, le concedió muchos regalos como nunca antes había recibido y, después, terminó por aceptar a Dios y alabarlo.
¿Qué es lo que hace grande, importante e influyente a una persona? ¿Su dinero, sus bienes, su poder, sus títulos, su fama? Al menos lo que podemos descubrir en la primera lectura no es por esa razón que Salomón llega a convertirse en una persona destacable. Sin duda alguna, Salomón es una persona influyente porque es sabio, justo, prudente y libre. Cuánta falta hace que nuestras autoridades, líderes y representantes pudieran ser como Salomón, que en vez de amar más el dinero, en lugar de buscar llenarse los bolsillos, pudieran amar la justicia y buscaran el bien común; que en lugar de endiosarse a ellos mismos, pudieran provocar que los demás a través de ellos pudieran conocer, aceptar y alabar a Dios. No cabe la menor duda, la mayor riqueza que una persona grande, poderosa e influyente puede tener es la que lleva en su corazón, porque ahí en el corazón comienza el destino de todo hombre y de toda sociedad.
Es del corazón del hombre de donde sale lo que lo hace puro e impuro; es de ahí de donde sale lo bueno y lo malo. De ahí puede brotar el verdadero y auténtico amor, cuya fuente es Dios, pero también de ahí pueden salir los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo y la falta de juicio. Todas estas cosas malas salen de adentro y hacen impuro al hombre. Por ello es necesario que busquemos trabajar en nuestro corazón. Si toda persona que va al gimnasio lo hace para ir entrenando y modelando su cuerpo hasta que lo logra a base de una constante ejercitación y dieta equilibrada, también todo hombre que quiera conquistar metas e ideales grandes, pero sobre todo que quiera vivir conforme a la voluntad de Dios, tiene que aprender a someter su corazón a una constante ejercitación para que vaya dándole forma a base de renuncias y con la ayuda de la gracia  de Dios. El corazón humano se modela con la escucha diaria de Dios.
Más que cuidar lo externo, el hombre sabio procura cultivar una vida de virtudes a base de escuchar a los demás que saben, a base de escuchar a Dios; no sólo cultiva la inteligencia, sino sobre todo su carácter, su temperamento, su personalidad. Hay gente necia que discrimina a los demás porque aparenta ser una “gran persona”, porque carga consigo muchos anillos, cadenas, ropa de marca, iphone de la última generación o porque se la pasa viajando todo el año, pero que hace solamente eso, vive para sí, pero no para los demás. Y una persona que vive solamente para sí no puede considerarse plena, es una persona que ha conseguido disfrutar mucho, pero solamente eso, disfrutar, nada más, no hay algo duradero en su vida, todo es material, efímero y pasajero.
El necio vive una vida desordenada, llena de vicios y placeres, lo único que busca es agradarle a la carne y vive totalmente alejado de Dios; el sabio, en cambio, busca la rectitud de corazón y de vida, todo lo que hace se lo ofrece a Dios y va tratando de purificar cada vez más sus intenciones para que sean lo más sinceras posibles. Se tiene pureza de corazón no sólo cuando se lucha contra la concupiscencia, sino también cuando no hay hipocresía y falsedad en el corazón, cuando se busca agradar a Dios haciendo lo que él quiere, siempre movidos por la caridad. Por eso va a decir San Agustín: “Ten compasión de tu alma, haciendo lo que Dios quiere”. Hacer lo que Dios quiere es comenzar a tener compasión de uno mismo, para poder tener compasión y amor por los demás. La ley de Dios exige un comportamiento recto y justo, un corazón dispuesto y generoso que irradie el amor de Dios y su justicia hacia los demás.
Hubo un pensador que dijo: “el hombre es la medida de todas las cosas”, como diciendo: “yo puedo hacer con mi vida lo que quiero porque yo soy la medida de todas las cosas, yo soy el dueño de todo, yo decido qué es lo bueno y  qué es lo malo”. Un hombre insensato, necio e imprudente así, es un peligro para la sociedad porque además de no escuchar a nadie, tratará de imponer lo que piensa como si fuera algo absoluto. La persona sabia escucha, aprende y termina por adecuar su vida a lo bello, a lo bueno y a lo verdadero; habla, piensa y vive conforme a la ley de Dios movido por la caridad. Ésta, piensa y acepta que Dios es el único que puede dictar qué es lo bueno y qué lo malo. Hagámosle caso a Jesús, nuestro Dios y Señor. María, auxilio de los cristianos, ruega por nosotros.


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