Comentario 02 de Febrero del 2018: “La vida es un don para compartir”
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Hoy
celebramos la fiesta de la presentación de Jesús en el templo. En esta fecha se
celebra también la jornada de la vida consagrada, que recuerda la importancia
que tienen para la Iglesia quienes acogieron la vocación de seguir a Jesús de
cerca por el camino de los consejos evangélicos. El evangelio de hoy, relata
que, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, María y José llevaron al
niño al templo para ofrecerlo y consagrarlo a Dios, como lo prescribe la ley
judía. Éste episodio evangélico constituye también una imagen de la entrega de
la propia vida por parte de aquellos que, por un don de Dios, asumen los rasgos
típicos de Jesús casto, pobre y obediente.
Esta
entrega de sí mismos a Dios se refiere a todo cristiano, porque todos estamos
consagrados a él mediante el Bautismo. Todos estamos llamados a ofrecernos al
Padre con Jesús y como Jesús, haciendo de nuestra vida un don generoso, en la
familia, en el trabajo, en el servicio a la Iglesia, en las obras de
misericordia. Sin embargo, tal consagración, la viven de modo particular los
religiosos, los monjes, los laicos consagrados, que con la profesión de los
votos pertenecen a Dios de modo pleno y exclusivo. Esta pertenencia al Señor
permite a quienes la viven de forma auténtica dar un testimonio especial del
evangelio del reino de Dios. Totalmente consagrados a Dios, están totalmente
entregados a los hermanos, para llevar la luz de Cristo allí donde las
tinieblas son más densas y para difundir su esperanza en los corazones
desalentados.
María
y José cumplen con diligencia lo que se prescribe para los miembros del pueblo.
Aunque son los padres del Hijo de Dios, no consideran que por ello deban ser
eximidos del cumplimiento de la ley. Y es que la ley no es ningún impedimento
para acercarse a Dios. No estorba a quienes lo sirven, al contrario, en su
cumplimiento manifiestan su aceptación del amor divino. El verdadero privilegio
está en poder cumplir la ley entera con entera libertad y amor profundo.
En
el ofrecimiento que hicieron María y José como sacrificio, puede verse que la
familia de Jesús era pobre. La pobreza deja libre a la acción de Dios todo el
espacio interior de un hombre. No se trata de enaltecer la pobreza material: lo
importante es mantener libre el corazón de todo afecto por las cosas,
situaciones o personas que no permiten enriquecerse de Dios.
Simeón
es uno de los llamados “Pobres de Yavéh” que se presentan como modelos de
confianza y de esperanza en el cumplimiento de las promesas de Dios. Han sido
mucho los años de espera, pero ha valido la pena. Sus ojos, después de tanto
tiempo, se iluminan y se alegran por ver al Mesías esperado. Ahora que llega
este momento, todo lo demás es poca cosa; tras haber visto a Dios, Simeón no
necesita esperar más en esta vida. Es más, en su vida, él ha llegado a la meta.
La oración, el esfuerzo realizado, los sufrimientos, las humillaciones sufridas
en el amor… todo ha valido la pena.
Para
los papás de Jesús, los sufrimientos apenas empiezan. Profecías como esta, (“Pero todo esto va a ser para ti como una
espada que atraviese tu propia alma”) dejan un gran desconcierto, sobre
todo en María. ¿Por qué un anuncio de tanto dolor? ¿Por qué la Madre de Dios
tiene que ser amenazada con pena tan grande? Todo es incomprensible en ese
momento, pero, a pesar de ello, María no dice nada, solo escucha, se inquieta y
acepta en silencio. Ella todo lo guarda en su corazón.
Otra
“Pobre de Yavéh” es Ana, quien ha esperado también durante muchos años la venida
del Señor, y al igual que Simeón, se alegra de su llegada. Ana se convierte en
una de las primeras mensajeras de esta buena noticia: ha llegado el niño
esperado.
¿Y
yo quién soy delante del Señor? ¿Qué papel juego en el plan de salvación de
Dios? ¿Cómo me presento delante del
templo del Señor? ¿Cómo vivo mi consagración a Dios mediante el
Bautismo? ¿Considero que para estar delante de la presencia de Dios no vale
tanto cómo me presento exterior sino interiormente? ¿Vivo una religiosidad
puramente exterior o una que me permite purificarme el corazón cada día que
pasa? Supliquemos a nuestra Madre, la Virgen de la Candelaria que nos ayude a
ser sal y luz para la humanidad.
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