Vive, ama, sé tú mismo
José Luis Alonso, oar
Presentacion
Nuestro propósito al publicar este manojo de “pensamientos”, no es otro que el de querer aportar nuestro pequeño granito de arena en la primera y más importante tarea que todos tenemos: -la de realizarnos como personas únicas e irrepetibles, decididos a desarrollar todas y cada una de nuestras cualidades y virtualidades; - y alcanzar, así, nuestra plenitud humana y divina; para que, de esta manera, podamos glorificar a Dios en espíritu y en verdad; ser felices, ahora y eternamente; dando siempre lo mejor de nosotros mismos a los demás, con las que estamos comprometidos a vivir en comunión y hacer realidad ese mundo nuevo que todos queremos.
Estos pensamientos son sencillos y breves. Están agrupados por temas. Su contenido es muy reducido y se centra en algunos aspectos fundamentales de la personalidad. No son ni pretenden ser un resumen de sicología ni nada parecido.
Cada tema es tratado muy escuetamente. Podría alargarse más, tener más páginas, hacerse más técnico o académico. Pero perdería su finalidad y razón de ser. No sería inteligente y accesible a la mayoría de los lectores.
Estos pensamientos son puntos de referencia, pequeñas pistas de orientación, que invitan a la reflexión a todos; para que luego todos y cada uno de nosotros nos entusiasmemos y nos reafirmemos en la decisión de ser más y mejores personas; para servir más y mejor, para conseguir que nuestra vida sea más plena y dichosa. Este es nuestro objetivo. Cada uno, que vea lo que puede aprovechar. Esto es lo que importa.
«Dios-Amor y Tu»
En el principio, antes que el universo existiera, Dios-Amor,
- pensaba en ti,
- se sentía muy orgulloso de ti,
- te llevaba muy dentro de su corazón.
Te creaba porque te amaba.
Te amaba por su pura bondad.
Dios-Amor, te creaba como persona única, maravillosa e irrepetible, dándote un rostro propio, una identidad singular, recreándose en ti, gozándose de llamarte por tu nombre.
Para Dios-Amor, tú eres lo mejor, lo más valioso y lo más querido de toda la creación.
Saliste del corazón de Dios, como fruto de su amor.
Fuiste hecho a imagen y semejanza de él.
Para que pudieras amar, te llenó de su amor. Para que pudieras vivir, te hizo participar de su vida divina.
Dios-Amor pensó en ti, y amándote, te hizo amable.
Con su amor, te hizo nacer como verdadero hijo suyo.
Para Dios, eres un hijo muy querido.
El gozo más grande de Dios, fue –y sigue siendo- envolverte con su amor, inundarte de vida, llamarte a ser tú mismo.
Por eso,
Tu mayor aspiración,
Tu mejor manera de glorificar a Dios,
Tu mejor aporte a la humanidad,
Ha de ser, empeñarte en ser,
Real y verdaderamente, tú mismo,
Vivir lleno de vida, de amor,
Ser verdadero reflejo de Dios.
«Dios te ama»
Dios te ama de verdad, muy en serio,
Te ama constantemente,
Te ama eternamente.
Esto es: ¡Recuérdalo siempre!
Lo más importante de toda tu vida.
Lo mejor,
Lo fundamental,
La clave para ser tú mismo.
Para entender el misterio de amor que eres tú.
Dios te ama. Es absolutamente cierto, lo único verdaderamente seguro.
Tú, no tienes nada.
No eres nada,
No puedes nada.
Sin embargo, Dios te ama apasionadamente, con todo su amor.
Dios pensó en ti por amor, te modeló, cual artista consumado, “a su imagen y semejanza”.
Desde toda la eternidad, te llevaba muy dentro de su corazón. Te amaba en su hijo Jesús.
Por eso, eres su hijo muy querido. Naciste como hijo suyo, el día de tu bautismo.
Eres verdadero hijo de Dios, porque has nacido de Dios.
El día de tu bautismo, cuando el agua corría por tu frente.
Dios decía, todo emocionado:
“Tú eres mi hijito muy querido, en ti me complazco”.
Tu gozo ha de ser el saberte amado por Dios, viviendo siempre lo que eres: verdadero hijo de Dios.
Eres objeto de la predilección de Dios, por su pura bondad y misericordia.
Porque Dios es todo bondad, ha querido fijar sus ojos en tu insignificancia, en tu pequeñez, en tu nada.
No tienes absolutamente nada que merezca su amor.
No hay nada en tu persona que merezca la atención de Dios.
Sin embargo, Dios te ama con un amor personal, total, gozoso, incondicional y para siempre.
Tu pequeñez está tan inundada del amor de Dios, que la única razón de existencia, de tu categoría, es el amor personal de Dios.
Nada ni nadie podrá impedir que Dios te ame, te envuelva con su amor.
Dios te ama fielmente, para toda la eternidad.
Dios te ama hoy, mañana y todos los días, y te seguirá amando, pase lo ue pase.
Su amor es incondicional, indestructible.
Y aunque cometieras la locura más grande de rechazar su amor, cerrándote obstinadamente, empeñado en irte para siempre al infierno, Dios seguirá amándote.
Tu cielo será siempre vivir sumergido en ese amor, amando.
«Dejate amar por Dios»
El mayor homenaje,
El mejor regalo,
La más grande satisfacción
Que puedes dar a Dios, es dejarle
Que él sea Dios en tu vida.
Lo único que Dios te pide,
Lo que él espera de ti,
Es que aceptes su amor
Y le dejes amarte.
Tú no eres nada, y no puedes dar nada al que lo es todo.
Eres pura necesidad de Dios.
Por eso, tu única manera de ser tú mismo, es dejar que Dios te ame.
Dios no necesita nada de ti.
No quiere nada de ti.
Dios sólo quiere de ti,
Que te abras a su amor,
Que lo aceptes y le hagas vida de tu vida.
Dios quiere ser el protagonista de tu vida. Te pide que te dejes amar por él, que permitas que su amor dirija tu vida entera.
Dios quiere llenarte con su amor, para que – amando – llegues a conseguir tu plenitud.
Dios sabe mejor que nadie,
Que solamente su amor puede hacer
El milagro más grande:
Que tú seas verdaderamente tú.
Al aceptar el amor de Dios en tu propia existencia, reconoces que todo lo puedes con él, y que sin él, eres nada, no puedes nada.
Cuando te abres al amor de Dios, aprendes a ser verdaderamente tú.
Sólo cuando aceptas el amor de Dios, es cuando valoras tu grandeza y empiezas a amar de verdad.
Si aceptas el amor de Dios, puedes amar a Dios, amarte a ti mismo, amar de verdad a todos.
El amor de Dios es tu clave, tu único puente para vivir en comunión con Dios, contigo mismo, con tu prójimo, con el universo.
No pretendas conquistar a Dios con tus migajas, con tus obsequios, gloriosamente vacíos.
No quiere nada tuyo porque no necesita nada de nadie.
Dios sólo te pide una cosa:; que aceptes su amor, que te dejes amar por él.
Con su amor, estás lleno de él. Sin su amor, estás totalmente vacío.
Dios te pide que aceptes su amor, para que le puedas amar, devolverle lo suyo.
Tu felicidad ha de ser aceptar su amor. Tu categoría, dejar que Dios ame a todos, a través de ti.
«Acepta a Jesucristo»
El Amor con mayúscula.
El amor de verdad,
Es una persona: Jesús.
Dios te ama, dándose a sí mismo, dándote a Jesucristo.
El amor personificado es Jesucristo.
Si Dios te da la prueba de amor más elocuente y convincente, te regala su propio ser: a Jesús, tu única respuesta sólo puede ser: aceptarlo y hacerlo vida tuya.
“El único trabajo que Dios quiere de ti es que aceptes al que él ha enviado”.
Cuando aceptas, libre y voluntariamente a Jesús, es cuando comienzas a dejarte amar por Dios.
Si Jesucristo vive en ti, es verdad que el amor de Dios está dentro de ti.
Cuando aceptas el amor de Dios, haces la decisión más maravillosa y decisiva de toda tu vida.
Permite a Jesucristo que te enseñe:
- a pensar con los criterios de Dios,
- a vivir en la verdad y en el amor,
- a ser tú mismo, a dar lo mejor de ti a los demás.
Al dejarte amar por Dios, o lo que es lo mismo, poseer por Jesucristo, es cuando eres tú mismo, te humanizas, te divinizas y sabes vivir de verdad. Amas de verdad.
Si te apoyas en ti mismo, te apagas, te debilitas, te rebajas y acabas contigo mismo.
Sólo el que lo es todo, puede dar consistencia y solidez perdurable a tu existencia.
Por esta razón, Dios te pide que aceptes a Jesucristo, para que, de esta manera, puedas eternizarte, liberarte de tu inestabilidad, de lo que te ata, de tu propia vaciedad.
El amor de Dios es el que te hace señor de ti mismo, te da la verdadera grandeza, te hace disfrutar de la auténtica libertad.
Sólo Jesucristo, el amor personificado de Dios, puede hacer que tú seas tú, que descubras el misterio de amor que eres, y llegues a conseguir tu propia plenitud.
Sólo Jesús te puede llenar, colmar todas tus aspiraciones con su amor, enseñándote a amar.
Te quieres bien a ti mismo, si aceptas a Jesucristo en tu existencia.
Te perjudicas y te condenas a no ser tú mismo, si rechazas a Jesucristo, el amor que Dios te ofrece.
«El Amor, tu Corazon»
La clave, el único camino, para entender y saborear que “Dios te ama”: es el Espíritu Santo.
La luz y la fuerza, para valorar y aceptar a Jesús en tu propia vida, es el Espíritu Santo.
Para conocer y profundizar en ese “misterio de amor” que eres tú, es imprescindible el Espíritu Santo.
Por esta razón, el Espíritu Santo ha de ser siempre como el alma y el corazón de tu existencia entera.
Si valoras, de verdad, al Espíritu Santo, el amor guiará siempre tu vida, y comprobarás, de muchas maneras, el poder de Dios, en tu existencia.
Para tener la verdadera sabiduría “conocer a Dios, conocerte a ti mismo”, es preciso, imprescindible, la presencia activa y continua del Espíritu Santo.
“El amor de Dios ha sido derramado en tu corazón, por el Espíritu Santo que se te ha dado”.
Eres, vales, puedes… por el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo te inunda, te envuelve y te guía siempre con su amor.
Te facilita el que puedas saborear el bien.
Te capacita para que hagas siempre el bien y lo hagas bien.
Te llena de amor, agrandando tu capacidad de recibir amor, de dar más amor a los demás.
Su amor te enseña a amar de verdad, a amar cada día más, de amar mejor.
Gracias al Espíritu Santo, tienes el tesoro más grande y más valioso, que no se puede comparar con nada: tu fe, la luz de Dios, la vida divina, la salvación de Jesucristo.
El Espíritu Santo es tu maestro interior.
Nadie como él para enseñarte a bucear en la inmensidad de Dios. Nadie como él para conocer le mundo maravilloso de cualidades, valores y posibilidades que existe dentro de ti.
El motor de tu vida está dentro de ti: es el Espíritu Santo. Te ilumina, te fortalece, te consuela, te acompaña, te santifica, te sana interiormente, te cristifica… descubriéndote los planes de amor que Dios tiene para ti, haciéndote entender que “Dios mismo lo dirige todo para tu bien”.
Para elevarte sobre ti mismo, para contemplar a Dios, para ser poseído por Dios y vivir en intimidad con él, necesitas continuamente del Espíritu Santo.
Todo lo harás con el Espíritu Santo. Nada harás sin el Espíritu Santo.
«Alegrate de ser Tu Mismo»
Si Dios te ha hecho original, tu vida tiene que ser personal.
Dios no quiere que seas copia de nadie.
Honras y glorificas de verdad a Dios, cuando te propones ser, de verdad, tú mismo.
El mayor bien que puedes hacer a la comunidad, es empeñarte en ser tú mismo.
Influyes decisivamente en las personas que están a tu lado, cuando tu vida se parece a la imagen original que Dios tiene de ti.
Eres un verdadero regalo de Dios para la humanidad, si vives tu propia realidad, si eres tú mismo.
Por eso, tu mayor gozo y tu principal preocupación ha de ser: reflejar, lo más nítidamente posible, a Dios, desde tu propia realidad personal.
Eres tú mismo, si te decides a parecerte, cada vez más, a quien el mismo Dios te asemejó: a Jesucristo.
Nadie hay como tú. Nadie tiene tus cualidades. Tú eres diferente a todos.
Alégrate, cada día más, de tu originalidad.
Tu idiosincrasia es propia y exclusiva.
Enorgullécete de ser tú, con todo tu bagaje personal.
Da continuas gracias a Dios, por ser diferente a todos.
Tus cualidades y tus pecados llevan una marca inconfundible.
Promueve tu idiosincrasia, tu forma original de ser, contra viento y marea.
Prefiere, mil veces, ser marginado por tu originalidad, que ser incluido en la vana y falsa gloria de la generalidad.
Siente el orgullo de ser distinto, de saber que Dios te ha creado original.
Demuestra que eres personal, que sabes alegrarte de ser tú mismo, actuando siempre con la verdad, movido por el amor.
Alégrate de ser tú mismo, comportándote con conciencia, con categoría, tal como Dios espera de ti.
No temas al qué dirán, a actuar contra corriente. Piensa, habla y actúa como Dios espera de ti. Aquí radica el secreto de tu originalidad, de tu felicidad.
«La Verdadera Sabiduría:
Conocerte a ti mismo»
“Conoce a Dios, conócete a ti mismo”.
Si conoces a Dios, te conoces a ti mismo.
Conociéndote a ti mismo, te sumerges en Dios, profundizas en tu propio misterio, se ensanchan los horizontes de tu existencia, das sentido a tu propia vida.
No puedes olvidar nunca que “eres imagen y semejanza de Dios”. Estás “programado” para conocer a Dios.
Tu mayor desafío es conocerte. Ahí está el secreto de tu vida. Ahí está la clave de tu grandeza y felicidad. Ahora y eternamente.
Sin conocer a Dios, eres un jeroglífico indescifrable.
Sin conocer a Dios, no tienes razón de ser. Ni te puedes entender ni eres capaz de entender nada de ese “misterio profundo e insondable” que eres tú.
Tu clave es Dios.
Por eso, conoce a Dios, para que te puedas conocer a ti mismo. Cuanto más te conozcas, más conoces a Dios. Y cuanto más conoces ese mundo infinito e inabarcable que es Dios, más profundo y verdadero es tu conocimiento de ti mismo.
Por muy grande que sea tu conocimiento de Dios, siempre estarás asomado a ese abismo insondable que es Dios, pero habrás profundizado en el misterio de tu propio conocimiento.
Conócete de verdad,
Cada día más, cada vez mejor,
Conociendo “de corazón” a Dios.
Conoces a Dios, si tienes intimidad con él, si tienes experiencia personal de su amor.
Cuando conocemos “vivencialmente” a Dios, Dios tiene nombre para nosotros, y con él, descubrimos nuestro propio nombre.
Podemos – y debemos – conocer a Dios, porque es él el que primero nos conoce a nosotros, a cada uno en particular.
Para conocerte tú, de verdad, en profundidad, necesitas que él te regale un corazón nuevo.
No te olvides nunca que Dios tiene más empeño en regalarte ese corazón, que tú en pedírselo.
Al conocer, vivencialmente, a Dios, te conoces, profundamente, a ti mismo. Te sumerges en ese misterio, hondo y apasionante, que eres tú.
No te conformes con lo que crees que sabes de Dios, de ti mismo.
Estás llamado a especializarte en el conocimiento de Dios, de ti mismo.
Cuanto más conoces a Dios, más te falta por conocer de Dios. Por mucho que conozcas a Dios, estás todavía muy lejos de conocer a Dios.
Dios, es el primero, el más decidido a que te conozcas. Pídele, con humildad e insistencia, que te muestre su rostro, te descubra el misterio de tu personalidad.
Tu éxito, no te quepa la menor duda, está en orar, en orar sin desfallecer, como “mendigo de Dios”.
«Eres diferente a Todos. Aceptate con Gozo»
No eres tan perfecto como crees, ni tan malo como te imaginas. Eres muchísimo mejor de lo que te imaginas. Y más débil y pecador de lo que crees. Estás llamado a ser una persona realista, equilibrada. Por eso, es preciso que asumas los dos aspectos de tu existencia personal: la luz y la oscuridad, la grandeza y la pequeñez, la santidad y el pecado.
Lo mejor que puedes hacer en tu vida es, aceptarte tal como eres: lleno de cualidades (muchas, grandes y muy valiosas) y de debilidades y pecado.
No exageres ninguno de los dos aspectos. No aumentes uno de ellos, negando el otro. No eres ni ángel ni bestia. Ni oro puro, pero tampoco basura.
Esfuérzate en ser siempre justo en tu auto-apreciación. Sé equilibrado a la hora de analizarte.
Reconoce, con sencillez y gratitud, que Dios te ha colmado de cualidades y valores, y – por ser humano – tienes defectos y pecados.
Gozarás de buena salud, cuando asumas – con sinceridad y naturalidad – estas dos caras de tu existencia: las cualidades que Dios te ha regalado, y los pecados que tú cometes.
Te alegrarás tanto al agradecer a Dios por todo lo grande, bueno y bello que te ha hecho, como al confesar tus propios pecados.
Eres un destello de Dios en un puñadito de barro.
Por ser obra de Dios, eres bueno; por ser de barro, eres frágil y débil.
Saliste del corazón de Dios, agradécelo. Cuando caigas, cuando cometas algún pecado, no te rebeles. Suplica y pide que te alargue su mano misericordiosa, ya que nadie mejor que él para saber que eres de barro.
Necesitas empezar por aceptarte como eres, para que puedas llegar a ser lo que, todavía, no eres. Aceptándote tal como eres, demuestras que eres persona inteligente.
Dios quiere que vivas en la verdad. Ni más arriba, ni más abajo. Tu puesto, tu pedestal está en punto justo: aceptarte.
No te hinches por todo lo bueno que eres. Puedes explotar. No te deprimas por todo lo débil que eres. Puedes dañar seriamente tu salud.
Aceptándote tal como eres, puedes llegar a ser lo que Dios quiere que seas.
Nunca te aburras de ti mismo. Si Dios – con ser Dios – no se aburre jamás de ti ¿por qué vas a empeñarte tú en aburrirte de ti mismo?
No trates de compararte con nadie. Tú eres tú. Tú eres todo un universo de cualidades y posibilidades, que debes conocer, valorar y desarrollar.
Convéncete de que tú eres y tienes más que suficiente para ocuparte de ti mismo. Eres, también, un abanico – sorprendente y desconcertante – de debilidades, fallas y pecados, que has de aceptar y superar – poco a poco - con la ayuda de Dios, que siempre actúa a tu favor.
Ten paciencia infinita contigo mismo, recordando – continuamente – que Dios la tiene contigo.
Dios te tiene paciencia, para que tú la puedas tener contigo.
Te demuestra, sin cesar, grande y amorosa paciencia, porque sabe muy bien con qué material estás hecho; te conoce en profundidad y te ama de verdad.
Dios te recuerda la razón por la que tienes que aceptar con paciencia: o porque te amas o porque te quieres amar.
No te impacientes ni pierdas la calma, si no eres, todavía, tan bueno como quisieras.
Todo lo importante y decisivo de la vida, tarda en hacerse. No pretendas quemar etapas, anhelando volar cuando todavía no has aprendido a andar.
Confía en Dios, en ti mismo. Haz lo que puedas y pide a Dios lo que no puedas.
Así como te gozas de tus cualidades y virtudes, así, también – con idéntica alegría – aceptarás tus fallas, limitaciones y equivocaciones. Sólo así podrás crecer, llegar a conseguir tu propia estatura.
Empéñate en superarte, en alcanzar tu propia plenitud. Propóntelo, día tras día, con tesón y humildad. Poco a poco, sin forzar nada ni impacientarte, lo irás logrando. Dios no tiene prisa ¿por qué tenerla, tú?
«Eres mucho mejor de lo que imaginas. ¡Valorizate!»
Eres lo mejor que ha salido de las manos de Dios.
Eres lo más querido de Dios.
Eres su hijo predilecto, un trozo de su corazón.
Has nacido de él.
Dios te valora, hasta un extremo increíble. Ha querido comprarte con la sangre preciosísima de Jesucristo.
Por eso, vales un precio divino. Dios te cotiza muy alto. Te valora al máximo.
Nada existe, en toda la creación, comparable a ti.
Nada existe, en todo el universo, mejor ni más valioso que tú.
Dios ha fijado sus ojos en tu persona. Te ha envuelto con su amor.
Te ha glorificado, engrandecido y divinizado en Jesucristo, haciéndote miembro de su Cuerpo (de su Iglesia) y templo vivo, morada santa de la Santísima Trinidad.
Te ha hecho ser lo más sublime y grandioso: presencia y prolongación de Cristo en el mundo.
Dios confía plenamente en ti y quiere que seas, con él, instrumento – consciente y activo – de su salvación, y, de esta manera, seas su colaborador, entusiasta y eficiente, en la construcción de un mundo más justo, más humano, más solidario.
Recuerda siempre:
Necesitas valorarte a ti mismo, tener conciencia – cada vez más clara – de tu valía humana y divina, para que puedas llegar a ser verdaderamente tú mismo y dar lo mejor de ti a los demás.
Dios ha depositado – en tus propias manos – la más hermosa y trascendental tarea: conocer, en profundidad, tu propia valía, desentrañar toda tu riqueza humana y divina, explotar, al máximo, esa mina – insondable y fabulosa – de cualidades y posibilidades, que eres tú.
Dios quiere que te realices, plena y verdaderamente, como persona.
Tú eres lo primero y más valioso de toda tu vida. Es Dios mismo quien te ha puesto esa prioridad, ese desafío: que te valores – de verdad, en profundidad – para que, así, puedas llegar a batir tu mejor récord, alcanzar tu propia plenitud personal. Estás llamado a ser la personalidad que Dios pensó y quiso. Dios quiere que te valores de verdad, que reconozcas, en su justa medida, tu sublime categoría divina, que estés siempre muy orgulloso de tu valía.
El primer y mejor admirador de ti, de tu valía, es Dios. Por eso, Dios espera de ti una muy grande valoración personal.
Piensa siempre, muy bien, de ti mismo. Tu forma de pensar, de hablar, de comportarte dejará, siempre, muy en alto, tu auto-valorización.
Jamás te comportes como masa, como un cualquiera, como uno del montón.
Eres único, irrepetible, inmensamente mejor de lo que puedas imaginar. Eres rey y señor. Por esta razón, concédete la más alta valoración: como persona, como cristiano, sea cual sea tu edad, sexo o situación social.
Tu mayor generosidad sea para apreciarte, para valorarte. Visualiza tu grandeza y nobleza, tus méritos, tus cualidades, todo lo bueno y positivo que eres y tienes, que desborda toda tu imaginación.
Colorea – con maestría – tu personalidad, cada pliegue de ese mundo maravilloso de cualidades, de riqueza humana y divina, que eres tú. No haces nada especial, si te valoras como Dios te valora. Valorízate siempre; valorízate cada vez más. Si los que están a tu alrededor no saben o no quieren valorarte tal como Dios te ha hecho, ¡déjalos! eso es problema suyo.
Dios cree en ti, en tus valores, en tus posibilidades. Desea, ardientemente, que llegues a ser, verdaderamente, tú mismo; que te valores, más y mejor, que te decidas a promover ese cúmulo de cualidades, a despertar recursos nuevos, tantas energías que hay dentro de ti.
Cuando te esfuerzas por sacarle el máximo partido a tu vida, a tus posibilidades, es cuando sabes agradecer a Dios todo lo que eres, tienes y vales. Cuanto más seas tú mismo, cuanto más perfecto, cuanto más te parezcas a Cristo, más orgulloso está Dios de ti. Dios crece en ti, cuando sabes valorarte y desarrollas tus cualidades. Por eso, no tienes más remedio que responder a la confianza que Dios ha depositado en tu persona.
Te honras cuando te valoras. Te valoras cuando vives con dignidad, empeñado en ser más persona, mejor cristiano.
Valorizándote, es como puedes conseguir tu verdadera estatura. Valorizándote, tal como Dios te valora, es como puedes alcanzar tu plenitud personal. Al valorarte como Dios te valora, descubres nuevas e inéditas facetas en tu personalidad, advirtiendo – con sorpresa y gozo – que crece la valorización de los otros, de tus hermanos, que son parte de tu vida, al igual que tú eres parte de ellos.
Por mucho que te valores a ti mismo, estás muy lejos de abarcar ese mundo maravilloso de Dios que eres tú, que existe dentro de ti. No te conformes con asomarte a esa mina de riqueza humana y divina que eres tú. Profundiza en tu valorización personal. Cuanto más te valores, mayores energías tendrás, más altas cimas de perfección personal lograrás.
Tu propia valorización es decisiva, no sólo para ti, sino para la humanidad. Tu auto-valorización tiene demasiada importancia en tu existencia personal, repercusiones insospechadas en muchas vidas, en los lugares y situaciones más inimaginables, para que no la tomes con la seriedad que se merece. Tal como tú te valores, así será tu vida, así influirás en las personas.
Tu felicidad será, siempre, saberte amado, valorado por Dios. Si Dios tiene un concepto tan elevado de ti, te valora al máximo, justo es que tú, también, te valores siempre como lo mejor y lo más hermoso de tu vida.
«Amate a Ti Mismo»
Es tu primera y principal tarea.
Es el corazón y el fundamento de toda tu existencia.
Es tu primer mandamiento. Lo ha grabado Dios mismo, en cada pliegue de tu personalidad.
Amarte a ti mismo es una necesidad tan esencial y apremiante como el aire para respirar.
Necesitas amarte,
- amarte de verdad,
- amarte apasionadamente,
- amarte siempre.
Amarte a ti mismo, es un requisito indispensable para poder ser, de verdad, tú mismo. Si no te amas a ti mismo, imposible que ames a alguien. Si no te amas a ti mismo, que eres lo más cercano ¿cómo vas a amar a los otros, que son lejanos?
Te amas cuando:
- piensas bien de ti mismo,
- hablas con dignidad,
- actúas con responsabilidad.
Te amas a ti mismo, si haces oración, trabajas amas a tu carne (a tu prójimo).
Amarte a ti mismo, significa:
- valorar a Dios como lo primero, lo más valioso y principal de toda tu vida.
- respetar tu propio cuerpo.
- reconocer que todo lo grande, bueno y bello que eres, es mérito de Dios.
Demuestras que te sabes amar a ti mismo, cuando:
- desarrollas todas las facetas de tu personalidad,
- luchas por el bienestar y salvación de tus hermanos (cercanos y lejanos),
- te esfuerzas por comprender y disculpar los defectos y debilidades de tu prójimo,
- elogias, con verdad y generosidad, todo lo bueno de todos.
Te amas bien a ti mismo, si vives bien (apoyado en Dios, “con los pies en el suelo y el corazón en el cielo”).
Al amarte a ti mismo, estás proclamando a todos, la gran verdad de tu vida: que eres fruto del amor de Dios y estás hecho a imagen y semejanza de Dios.
Al amarte a ti mismo, proclamas – a los cuatro vientos – que “Dios es amor”, que tu vida es amor, que te sientes muy amado por Dios y quieres amar a todos, cada vez más, cada día mejor.
Al amarte a ti mismo, estás iniciando la aventura más hermosa: aprender a amar, a parecerte, cada día, más y más, a Dios.
Porque te sientes muy amado por Dios, quieres amarte a ti mismo, para que, rebosante de ese amor, el amor fluya hacia los prójimos, se vaya agrandando y perfeccionando, envolviendo a todos y a todo, y termine en Dios, en quien ha comenzado.
Al amarte a ti mismo, tomas mayor conciencia de que “vives, te mueves y existes en Dios-amor” y necesitas sumergirte, más y más, en ese océano inmenso de amor, que es Dios.
¿Anhelas, apasionadamente, llenarte de amor? Me parece estupendo. Pero, que sea para amar – más y mejor – a todos, en especial, a los más “privilegiados”, a los que nadie ama ni toma en cuenta: a los más pequeños, pobres, enfermos y marginados.
Amarte a ti mismo, es todo lo contrario al egoísmo. Amarse a si mismo, es amarse bien.
El egoísmo es amarse mal.
El egoísta cree amarse, pero se engaña y a si mismo se daña.
El egoísta vive para si, cerrado dentro de sí, sin referencia alguna con Dios ni con el prójimo.
“Ámate a ti mismo”. Gózate de hacerlo programa de tu vida diaria. Vívelo, minuto a minuto. Ámate, con generosidad, con sencillez, con mucha alegría. Manifiesta a todos – con tu forma de ser – que sabes amarte, amando a Dios, sirviendo a todos, dando lo mejor de ti a todos.
Ámate a ti mismo, descubriendo tu riqueza interior, trabajando con entusiasmo, luchando por la construcción de un mundo mejor.
Ámate a ti mismo, leyendo y meditando, asiduamente, la Biblia, haciéndote amigo de los hombres y mujeres que temen a Dios: aficionándote a los santos, que fueron los que, más y mejor, supieron amarse y dejaron huella en el mundo.
Cuida mucho la pureza de tu corazón, empeñado en agradar – siempre y en todo – a Dios.
Selecciona, cuidadosamente, tus programas de tv, tu música, tus lecturas. Vive en contacto con la naturaleza. Observa a las personas, buscando siempre todo lo bueno y positivo, para elogiarlo y hacerlo tuyo.
Solidarízate, cuanto más puedas, con los que sufren, ayudando a cuantos más puedas, reservando – cada día – un tiempo para meditar y saborear las maravillas de Dios, dentro de ti.
Sé delicado, cuida los detalles, valor lo pequeño.
Tu manera de comportarte, ante Dios y ante los hombres, es el mejor y el más elocuente testimonio, de que te amas a ti mismo. Demuestra, entonces, que sabes amarte a ti mismo, que quieres amarte, cada vez mejor. Es el mejor homenaje que le puedes tributar a Dios, el mayor servicio que puedes prestar a la humanidad.
«Ríete de ti mismo»
Ríete de ti mismo.
Ríete cuanto más puedas. Es señal de muy buena salud. Tienes necesidad de reírte de ti mismo, para demostrar que eres persona normal. Luces tu categoría, si sabes reírte de ti mismo. Tomas muy en serio tu vida, cuando te ríes de ti mismo. Cuando te pones serio, o te tomas en serio, das verdadera lástima. Al tomarte en serio, eres un payaso sin ninguna gracia, un tonto sin pena ni gloria. No cometas la mayor y más soberana necedad de tomarte en serio. Con ello, lo único que consigues es endiosarte, desfigurarte, haciéndote un antipático repelente.
Ríete con ganas, sin temor a exagerar, pues siempre te puedes reír mucho más de ti mismo. Analízate, con buen humor, decidido a sacarle punta a todas tus actuaciones. Puedes estar seguro de que te sobrarán motivos para reírte de ti mismo.
Eres tú mismo cuando te ríes de ti mismo. Estás desfigurado, cuando te falta el sentido del buen humor. Dios se goza en ti cuando te ríes de ti. Al reírte de ti mismo, eres auténtico, humilde. Cuando te ríes de ti mismo, demuestras que eres humano, con todas sus consecuencias. Vives en la verdad, al aceptar que eres mortal, limitado, que te equivocas. Al reírte de ti mismo, relativizas lo relativo, reconociendo – con gallardía y buen humor – que sólo Dios es Dios. Aficiónate, pues, a reírte de ti mismo. Ríete de ti mismo cuanto puedas, cuantas más veces puedas. Proponte llegar a ser un verdadero profesional en esta materia, esforzándote en reírte siempre, continuamente, de ti mismo. Este trabajo de reírte de ti mismo, de tus “originalidades”: rarezas, meteduras de patas, ocurrencias, olvidos, manías, limitaciones, fallas, reacciones instintivas… es – no te quepa la menor duda – una ocupación muy divertida y muy beneficiosa. Es una fuente inagotable de sorpresas.
Riéndote de ti mismo, descubrirás facetas, inéditas y sorprendentes, de tu personalidad.
“Anormalmente” sueles poner cara seria, adoptando posturas solemnes, empleando lenguaje complicado, dramatizando todo lo que te sucede. Normalízate, poniendo buen humor en todo lo que piensas y haces, teatralizando actitudes, riéndote hasta de tu propia sombra.
Reírse de uno mismo es hacerse niño, es ser original, humano, auténtico. No te des aire de importancia, no sea que te hinches cual globo de feria, aparentas subir y terminas en ceniza. Para no cometer tan olímpica payasada, remédate, ríete de ti mismo, de tus poses, de tus chifladuras, de tu manera de ser y expresarte.
Si encuentras un caricaturista, págale con generosidad, para que te haga unas cuantas caricaturas de calidad, que te obliguen a recordarte que lo más serio que puedes hacer en tu vida, es tomarte a broma, reírte de ti mismo. Coloca, pues, estas caricaturas en lugar muy visible, para que te mantengas en permanente actitud de reírte de ti mismo, y lo hagas, a tiempo y a destiempo, pues todo tiempo es bueno para reírse de uno mismo.
Eres sabio si eres humano.
Eres humano si sabes reírte de ti mismo. Siempre te hará bien el mirarte en el espejo, para reírte de ti mismo. Este consejo es muy práctico, sobre todo, cuando estás enfadado.
Reconoce que no sabes hacer bien el papel de payaso. Te empeñas en hacer lo que no debes, y haces el ridículo miserablemente. Ridiculízate, a conciencia, para ser inteligente. Eres verdadero artista cuando sabes reírte de ti mismo. Te burlas de ti mismo si te tomas en serio. Tomándote en serio, te absolutizas, te endiosas, te idiotizas. Tu categoría es ser humilde, persona real. Eres humilde cuando sabes estar en tu sitio. No eres ni dios ni infalible. Eres humano, limitado, débil, pecador.
Te engrandeces cuando tomas, muy en serio, a Dios, y sabes reírte de ti mismo, comprendiendo y disculpando las debilidades y fallos de tus semejantes. Porque sabes, o, al menos, quieres aprender a reírte de ti mismo, jamás te ríes de nadie.
Haz pequeños gestos de reírte de ti mismo. Un gesto repetido, se convierte en un hábito, en una actitud, en una forma de ser. Tómale gusto a reírte de ti mismo, hasta que lo llegues a hacer programa de tu vida. Analízate, examínate –fría e imparcialmente – buscando motivos para reírte de ti mismo. Pon mirada de buen humor a todos tus pensamientos y acciones, para que vivas al día; vivas seria e intensamente. No te olvides nunca de que tu vida entera transcurre bajo la mirada del Dios buen humor que, por ser todo-amor, le encanta verte feliz. Dios se goza al verte riéndote de ti mismo, pues, al reírte de ti mismo, te humanizas, te divinizas, te asemejas a él.
¿Reírte de ti mismo, no será tu manera de convertirte, de descubrir tu verdadera belleza original, de auto-liberarte interiormente, de demostrar tu personalidad y comenzar a ser, verdaderamente, tú mismo?
«Asombrate, cada dia»
Eres:
- maravilla de maravillas,
- todo un universo, tan misterioso, insondable como fabuloso,
- una mina de riqueza, humana y divina, incalculable,
- una auténtica obra genial, única, irrepetible, del artista más consumado,
- un abismo de tesoros a cual más valioso y admirable,
- un misterio del amor de Dios.
Dios ha sido todo generosidad contigo. Te ha hecho semejante a él. Te ha creado original, diferente a todos, dándote: muchas, grandes y extraordinarias cualidades. Te ha llenado de dones y posibilidades. Y lo mejor de todo: Dios se ha entregado a ti.
Ante tanta magnífica generosidad divina, tu respuesta es asombrarte. Asombrarte es el principio de tu crecimiento, de tu elevación, de tu perfección. Asombrarte significa, en su raíz, quitar las sombras para que haya luz. Al asombrarte, te llenas de luz, profundizas en tu propio conocimiento, elevándote al Dios-luz que te ilumina y te hace ser luminoso. Asombrarse es quedar deslumbrado, fijo, extasiado, cautivado por la belleza incomparable del Artista que te modeló, con infinito mimo. Por eso, cuando te asombras, tu corazón y tu mente funcionan bien. Al asombrarte, proclamas: “!Qué grande y qué bueno es Dios!” y todo se hace alabanza al Creador, gracias a tu reconocimiento gozoso y agradecido.
Para saber asombrarte, tienes que ser “niño”. Si no eres niño, estás bloqueado, impedido. Tus ojos están abiertos y tu corazón vibra, ante las maravillas que ves dentro de ti, en los demás, en el universo, cuando eres humilde.
Eres sabio, verdaderamente inteligente, si sabes estar – con dignidad – en tu propio pedestal de criatura, reconociendo que sólo Dios es grande, y te maravillas de que él te haya hecho grande con él.
A Dios le encanta el verte asombrado, el quedarte sin habla, con los ojos bien abiertos, de par en par, sin poder expresar toda la belleza, la multitud de maravillas que descubres dentro de ti, en cada ser humano, en todo el universo.
El asombro es un magnífico y muy elocuente homenaje que Dios gusta de recibir, no porque él lo necesite, sino porque nos beneficia a nosotros, que nos asombramos.
Emociónate al comprobar tan inmenso caudal de cualidades, dones y facetas inéditas – a cual más sorprendente – que están dentro de ti. Todo tu ser tiene que estremecerse, de puro gozo y agradecimiento, al descubrir y experimentar que, cuanto más te asombras, más te valoras, mejor te conoces, más profundizas en Dios.
Asómbrate de que no te asombres, cada día más, de lo que eres, de lo que puedes ser, de tantas maravillas como Dios hace en ti y por medio tuyo.
Eres admirable si te admiras.
Admirando la obra de Dios que eres tú, te engrandeces, te embelleces. Asombrándote, te sumerges en Dios, profundizas en tu propio conocimiento, ensanchas los horizontes de tu visión.
Goza, asombrándote.
Asómbrate, extasíate, eternízate.
«Cree en ti mismo»
Dios está orgulloso de ti, cree – plena y totalmente – en ti. Cree en tu persona, en tus cualidades, en tus posibilidades. Por eso, te invita y te llama – cada día – a que demuestres una fe, grande y sólida, en ti, en tus valores, en tus capacidades.
Si Dios cree en ti, es porque vales.
Creer en ti, significa estar convencido de que vales por ti mismo, porque Dios te ha creado valioso.
Crees en ti, cuando vives abierto a Dios y –lleno de su amor – te abres a los demás, dando lo mejor de ti mismo.
Crees en ti, cuando explotas y sacas el máximo partido a tus cualidades, empeñado en nuevas metas, en escalar cimas más altas.
Crees en ti, cuando eres partidario, entusiasta y decidido, de la vida; y la sabes dar convencido de que, cuanto más te das más persona eres.
Crees en ti, cuando eres inteligente con corazón y amoroso con inteligencia.
Crees en ti, cuando ensanchas tu corazón, cada día, queriendo abarcar al mundo entero: con sus esperanzas, sufrimientos, alegrías y preocupaciones.
Crees en ti, cuando vas por la vida sembrando, a manos llenas, bondad, alegría, generosidad, esperanza.
Crees en ti, si te empeñas en poner tu granito de arena en la construcción de un mundo más humano, más justo y solidario.
Crees en ti, cuando eres positivo y sabes hacer sentir importantes a los demás.
Crees en ti, si oras con la vida y vives en continua oración.
Crees en ti, cuando esperas activamente y luchas por el bienestar y salvación de todos, sin desmayar nunca.
Crees en ti, cuando amas, sirves, te entregas desinteresadamente, buscando sólo el beneficio y crecimiento del prójimo.
Crees en ti, cuando aceptas la cruz de cada día, convencido de que la cruz es el camino necesario para poder llegar a la luz.
Crees en ti, si crees, de verdad, en la bondad y valor de todo ser humano, aún cuando, con su comportamiento, se empeña en demostrar todo lo contrario.
Crees en ti, si hablas bien de todos; y, si no puedes, callas y oras.
Crees en ti, cuando vives con dignidad y actúas con responsabilidad.
Crees en ti, si te mantienes firme, contra viento y marea, en tu fe, en tus principios, sin importarte nada el que hablen mal de ti o te marginen.
Crees en ti, cuando trabajas “con mística”, poniendo alma, corazón y vida en todo lo que haces.
Crees en ti, cuando tu lenguaje es digno, y siempre cuidas tu vocabulario, tu forma de expresarte.
Crees en ti, creyendo – decidida y amorosamente – en Dios, en quien te apoyas, te fortaleces y te eternizas.
Cree en ti, apasionadamente, porque Dios cree en ti, amorosamente.
«Ama a todos»
Vales por lo que eres.
Eres lo que amas.
Amas, si te das, de verdad, cada vez más.
Dios, en cada instante, te hace ser y valer, llenándote de su amor. El amor de Dios, en ti, siempre es el mismo amor; sin embargo, cada vez te va inundando más y más. El amor de Dios, se ensancha – cada día, más y más – en ti. Tú eres muy pequeñito, limitado, por los cuatro costados. Cuando dejas que Dios te ame, te engrandeces, ensanchas los horizontes de tu existencia. Tu corazón se hace universo de Dios, cuando aceptas el amor que Dios te ofrece.
Dios te ama a ti, y quiere amar a todos, a través de ti. Lo puede hacer sin ti, sin embargo, lo quiere hacer contigo y a través de ti. Dios te da la pauta. Tu amor – el que Dios te da – tiene que abrirte a todos, ensanchar tu corazón, para que abraque a todos. Tu corazón, tienda pequeña y estrecha, necesita ser ampliada, ensanchada. Donde está tu amor, tienen que entrar todos. No te conformes con un corazón donde sólo quepas tú. En tu corazón, en tu amor, tienen que caber todos.
Si amas de verdad, tu amor tiene que ser universal. Cuanto más y mejor amas, más cabida hay dentro de ti.
Dios ama tu pequeño mundo personal porque lo ha hecho para que sea grande. Tu respuesta, tu manera de agradecérselo, es dejar que ese amor crezca, se extienda, abarque el mayor número de personas y llegue, un día, a envolver a todos.
El amor que Dios tiene a tu pequeño cosmos personal, es amor a todo el universo. A través de ti Dios quiere amar a todos. El amor ensancha, incesantemente, tu corazón, ampliando las fronteras de tu existencia.
Dios te llama a ampliar, cada vez más, tus fronteras, hasta que tu corazón quede llene de nombres, sea tan grande como el mundo.
El mundo, dentro de ti, tiene que tener forma de corazón. Y ese corazón ha de ser el tuyo. Aceptando el amor, te comprometes a ensanchar tu corazón, a permitir que Cristo se prolongue en ti, y llegue a todos a través de ti.
Tu mayor anhelo: dejarte poseer por el amor, por Cristo, de tal manera que el amor sea tu vida. Si Jesús es amor para todos, tu vida ha de ser amor para todos.
Al hacer tuyo el amor que Dios te ofrece, ya no eres un ego vacío, sino un universo, lleno de belleza y riqueza humana y divina. Todo lo que eres y vales, queda, enriquecido y sublimado por el ser y valer de todos los que amas. Al entrar el amor en tu existencia, te ensanchas de una manera prodigiosa y misteriosa. Tu vida es de todos, y todo son vida tuya. Pero, no te ensanchas tú, es Jesús el que te ensancha, te universaliza.
Eres y vales por lo que amas, por tu decisión de darte a todos.
Tu felicidad es dejarte envolver, total y definitivamente, por el amor que Dios te ofrece. Es, entonces, cuando tu insignificancia, tu nada, tienen sentido y valor. Tu vacío queda convertido en plenitud. Tu limitación desaparece, y tu existencia se universaliza.
El amor te sumerge en la plenitud de Dios, en la universalidad del corazón de Dios. Cuanto más crece el amor de Dios en ti, más te divinizas, más te universalizas.
El amor te hace ser otro Cristo. Por eso, tu vida ha de ser amor que crece, se extiende y llega a todos.
«Se comprensivo y compasivo contigo mismo»
Eres de barro.
Eres frágil.
Eres humano.
Caes, te equivocas, pecas.
Por esta razón, te hace mucho bien:
- aceptarlo con humildad,
- confesarlo con arrepentimiento,
- aprovecharlo, con amor y buen humor.
Nadie tiene tanto interés en acogerte y perdonarte como Dios, que te ama. Si Dios te perdona, con gozo, justo en es que tú también te perdones y te alegres de ser perdonado por él.
¿Quieres dar gusto a Dios? Acepta su amor, déjate perdonar por él y –con su gracia – comienza de nuevo. No cometas el disparate de ensañarte contra ti mismo, de reprocharte que has pecado, rebelándote contra ti mismo. Dios te quiere demostrar su amor hacia ti, perdonándote. Demuestra que te amas, perdonándote a ti mismo. Si Dios nunca se ensaña contigo ni te regaña, por tu debilidad, aún siendo él todo santidad, cuanto menos tú, contigo mismo, que eres pura fragilidad.
La más grande felicidad de Dios es amar, demostrar su amor, comprendiendo y perdonando. Tu mayor gozo, el dejarte perdonar por Dios. La reconciliación de Dios hace posible el que puedas reconciliarte contigo mismo.
No te enfurezcas porque has caído. Cada vez que fallas (pecas), pones en evidencia tu condición de barro, de pecador, pero también tu necesidad de ser perdonado y reconciliado. Si Dios tiene tanto gusto de perdonarte y reconciliarte con él, tú tienes que ser benévolo y comprensivo contigo mismo.
Cuando pecas, te conoces a ti mismo.
Cuando te dejas perdonar y amar por Dios, conoces, de verdad, a Dios.
Tú eres tú, cuando reconoces, humilde y sencillamente, que eres pecador. Dios es Dios, cuando te ama y te perdona.
¡Cuánto te ama Dios, que te pide le des el gusto de perdonarte! ¡Cuánto te amas a ti mismo, cuando aceptas ser perdonado por Dios!
Dios se siente muy orgulloso de ti cuando te alegras por haber sido perdonado por él.
Todo tu empeño ha de ser, vivir en la verdad.
Tu mayor preocupación: ser objetivo, realista. Reconoce que eres pecador, pero muy amado por Dios. Los dos aspectos juntos, inseparables, son la verdad entera. Si dices lo primero y callas lo segundo, o si niegas lo primero para recalcar lo segundo, tanto en un caso como en otro dices sólo media verdad, haciéndote un mal servicio.
El perdón y la reconciliación que Dios te ofrece, con tanto gusto y gozo, te enseñan una lección muy importante: que te comprendas y te compadezcas, te perdones y te decidas a sacar provecho de todo, hasta de tus pecados. Te engrandeces cuando te compadeces y perdonas. Aunque todo tu ser se resista a compadecer y perdonar al que te ha ofendido, tu categoría divina ha de prevalecer sobre tu reacción instintiva. Te asemejas a Dios, cuando te dejas reconciliar y perdonar por él, y utilizas esa medida divina para perdonar al que te ofende o te insulta. Demuestras ser inteligente, ser superior al que te ofende, respondiéndole con la compasión y el perdón sinceros. No des gusto a tu adversario, poniéndote a su altura. Si él, ofendiéndote, se ha puesto a la altura del polvo, tú, perdonándole, le demuestras tu superioridad poniendo en evidencia su miseria.
¿Qué inmensamente bueno y sabio es nuestro Dios, que nos ha querido dar su perdón a través de hombres de barro como nosotros, “especialistas”en saberse reconciliados y siempre necesitados de reconciliación? Los ángeles, con toda su ciencia celestial, no sabrían comprendernos como lo hacen los que son del mismo material que nosotros.
Reconciliado por Dios y con Dios, quedas comprometido a ser, siempre, testigo y agente de reconciliación.
Cuando Dios te perdona, te perdona de verdad. Olvida – para siempre – todos y cada uno de tus pecados. Tú, al revivir tus pecados, quedas comprometido a poner toda la importancia en la bondad y misericordia de Dios en la deuda de gratitud y de amor que tienes con él. Sólo así, puedes sacar beneficio de tus faltas, debilidades, caídas y pecados. Desde esta perspectiva del amor, de la bondad y misericordia divinas, tus pecados te enseñan más de lo que puedes imaginar.
Dios quiere que te aceptes con amor, que te perdones con buen humor.
«Espera, a pesar de todo»
Espera en Dios.
Espera en ti.
Espera en todos.
Espera siempre en Dios, pase lo que pase. Dios nunca jamás te puede fallar. Espera en Dios, para que tengas esperanza en ti mismo y sepas esperar en todos.
Tu actitud permanente: esperar.
Tu fuerza: esperar siempre.
El secreto de tu vitalidad: esperar, a pesar de todo.
Espera, espera siempre; espera, contra viento y marea.
No te identifiques con el optimista, serías un soñador, un iluso. Mucho menos con el pesimista: un iluso que no sueña. Sé – siempre – una persona esperanzada. De esta manera, tendrás los ojos bien abiertos, la mente muy lúcida, la voluntad, firme y decidida, las manos y el corazón disponibles, abiertos. Siendo persona de esperanza, nunca negarás la realidad, ni te ofuscarás, exagerando o disminuyendo la importancia o gravedad de las situaciones. La esperanza te sensibiliza para captar la importancia del bien y la gravedad del mal. Te descubre las dificultades, te facilita la lucidez y los medios más aptos para enfrentar la situación. Porque esperas, aceptas la realidad tal cual es; con sus valores, con sus dificultades; asumiéndola – con lucidez – como un desafío. Si eres persona de esperanza, crees en el bien, en la fuerza del amor y de la verdad. Por eso, aceptas las dificultades o gravedad de la situación, como el mejor y más poderoso estímulo para trabajar más y mejor, para emplear más y mejores medios.
“Al final, todo acabará bien”. La esperanza nos garantiza que nuestros mejores esfuerzos tienen asegurado el éxito. Todo esfuerzo humano, desde el amor y la verdad, están garantizados por Dios. El resultado será, siempre, positivo, aunque nos desconcierte. La esperanza es positiva, constructiva. Provoca impulsos hacia delante, hacia arriba. Despliega nuestras alas hacia la meta, hacia la realización de nuestros mejores deseos, hacia el Cielo, realidad ya presente, aunque sea incipiente y gradual. Nos da dinamismo para seguir trabajando y amando, apoyados en lo más sólido y duradero: en Dios, amor fiel.
Tu esperanza es aprender a esperar, para esperar más y mejor. Espera activamente, convencido de que Dios te ama fielmente. Espera amorosamente, porque Dios te hace promesas firmemente. Lo que esperas es Dios. Podrás llamarlo, de muchas maneras: “Civilización del amor”, “Paraíso”, “Bienestar universal”, “Éxito duradero”, “Felicidad eterna”, “Perfección”… En definitiva, lo que esperas es, siempre: Dios. Es lo único que vale la pena que esperes.
La esperanza te mantiene firme en la acción, seguro de lograr tu meta, porque Dios te ha hecho una promesa y él es siempre fiel. La esperanza trabaja haciendo posible que el futuro se haga presente, sea realidad. La esperanza se empeña en lo humanamente imposible, haciéndolo posible. Esto se espera, al tiempo que se va haciendo realidad, con y desde Dios. Con y desde el esfuerzo, coraje y perseverancia del hombre.
Espera, cada día, lo mejor de ti mismo, exigiéndote; preparándote a fondo; trabajando con desvelo; orando y amando con la pasión de un convertido, de un enamorado. Solamente esperando siempre en Dios, esperando lo mejor de ti mismo, puedes esperar que los demás esperen en ti, se entusiasmen con tu esperanza, y se decidan a compartir lo que son y tienen, en la realización de la esperanza.
Espera, trabaja, ama, convencido de que la página más hermosa de tu vida, todavía no está escrita.
«Tu verdadera belleza»
Tu belleza es original.
Eres obra maestra del artista más perfecto y consumado.
Eres belleza auténtica, de valor incalculable.
Eres belleza singular, especial, fuera de serie.
Tu belleza es el regalo más singular que Dios te ha dado. Esa belleza no es atributo tuyo. Es don, regalo de Dios. La tienes porque te la ha dado el artista por excelencia: Dios.
Tu belleza es interior. Está por dentro. Se ha enraizado en lo profundo, en ese núcleo íntimo, donde tú eres verdaderamente tú.
Tu belleza es un reflejo de la belleza que es Dios. Eres un bello y resplandeciente reflejo de Dios. Por eso, el programa de tu vida será: dejar que Dios brille en ti, resplandezca, cada vez más, en ti.
Dios, el artista que te embellece, sin cesar, quiere que su belleza crezca, cada vez más, en ti. Su mayor gozo es mantenerte en su taller, en íntima comunión con él, para que la belleza que existe dentro de ti se aquilate, aumente y se dilate.
Cuando te acercas a Dios, la belleza divina crece, se hace más brillante y gloriosa. Tu belleza es Dios. Sin dios, eres feo y deforme, una horrible caricatura de ti mismo. Si aceptas a Dios en tu vida, la belleza de Dios te hace hermoso y resplandeciente. Teniendo a Dios dentro de ti, brillas e iluminas. Si Dios desaparece de ti, la belleza es imposible en ti. La belleza tiene su trono dentro de ti.
Cuanto más te sumerges en Dios, más belleza hay en ti. La verdadera belleza, la belleza profunda, se aquilata y se dilata, con el paso del tiempo, si dejas que el Artista te trabaje interiormente. Esa belleza no tiene relación con tu edad, sino con tu amor.
No te afanes tanto por la belleza epidérmica. Es pasajera y engañosa. Deslumbra y ciega. Es artificial y, casi siempre, es ropaje de un mundo vacío. La belleza divina, la interior, es auténtica y duradera, eleva al que la tiene e impulsa a todos a elevarse, a llegar hasta el Dios-belleza.
Esta belleza original, requiere y reclama cuidados y atención esmerada. Hay que cuidarla, mantenerla y promoverla en la unión, amorosa y permanente, con el Artista. Cuando oras, cuando te pones en comunión con Dios, te sumerges en la fuente de la belleza. La oración es un baño completo de todo tu ser, en la belleza que embellece, en la fuente de la belleza.
Cuanto más te dejas poseer, envolver, por Dios, más belleza hay en ti. Tu hermosura está en relación con el amor que hay dentro de ti. Tu barro se tiene que cristificar, para que tu belleza pueda durar. El polvo, la humedad, la rutina (esa realidad, trágica e innegable, que es el pecado) degradan, afean, empañan y malogran tu belleza, haciéndola perder brillo y valor. Puedes, incluso, cometer el más lamentable y horrible error, la locura más terrible: perder tu belleza. Por eso, no te cierres ni te separes – jamás de los jamases – del Dios que te da y mantiene viva tu belleza.
Dios, el artista por excelencia, está tan enamorado de ti, te ama hasta tal extremo, que se hace tu alimento. Dios quiere ser alimento de tu belleza. Si le comes, te haces una misma vida con él. Al asimilar esa vida, la belleza de Dios se hace tuya.
Toda belleza – tú lo sabes – necesita una cosmetología. La belleza necesita tratamiento, mantenimiento permanente. Tu belleza especial necesita cosmetología especial. El Artista pensó en ello. Elaboró la cosmetología más refinada. La hizo brotar de su corazón, y todos sus ingredientes están compuestos de una sustancia muy divina: de amor. Esta cosmetología produce la más extraordinaria gama de productos de belleza. Todos estos están confeccionados a base de una sustancia muy especial: de sangre. Esta cosmetología divina (que se llama sacramento de la confesión) ha producido – y sigue produciendo – las bellezas más deslumbrantes que en el mundo se han visto. ¡Compruébalo por ti mismo!
«Eres persona para la eternidad»
Has sido creado para ser siempre, para vivir eternamente.
Esto es lo que importa.
Esto es lo que vale. Asume este desafío. Empéñate en conquistarlo. No descanses hasta conseguirlo. Tu amor decide el rumbo de tu existencia. “Si amas a Dios, te eternizas. Si amas la tierra, te pulverizas”. Lo que amas, decide tu destino definitivo. Si amas a Dios, haces tuya la eternidad. Si amas cosas o personas, que se mueren o se acaban, te mueres y te acabas tú con ellas. Cuando amas a Dios eres poseído por El que es eterno. Cuando amas mal, endiosas lo fugaz, eres poseído por lo que se acaba y no tiene consistencia. Apégate, únicamente al Omnipotente y vivirás, de verdad, eternamente. Ama al que es la vida, al que te da y te mantiene la vida, y serás eterno. Si amas a Dios que es la vida, amarás, igualmente, a tu prójimo, que tiene la imagen de Dios. Eternízate, uniéndote por el amor con el que es eterno. Amas el vivir eternamente, cuando te dejas poseer y guiar por Dios, dócilmente.
Dios es el único que merece todo tu amor. Al amarle, te haces una misma vida con él, consiguiendo el máximo bien: ser dios con Dios, ser eterno con Dios. Si te llenas de cosas, de preocupaciones, de vanidades, te condenas, tú mismo, a morir con todo lo que amas. Haces tuya la eternidad al dejar que Dios sea Dios en tu vida. No cometas el disparate de hacer tuya la caducidad, amando la vaciedad. Tú, que eres mortalidad, te haces inmortalidad si amas al que es eternidad.
Si amas mal, aprecias las cosas más que a ti mismo. Al amar mal, está sin ti, ¿cómo podrás llenarte sin ti? “Si amas, excluyendo a Dios, no estás en ti mismo. ¿Acaso podrás durar tú, sin ti?”
Estás destinado a vivir eternamente, si amas a Dios verdaderamente. Eres interminable, si te dejas poseer por el Dis-amable. Si amas mal, si te apegas a lo fugaz, te vas desgastando. Ama, por tanto, la fuente de la vida, para que la vida fluya siempre, dentro de ti.
Sólo lo que vale más que tú, puede colmar tu corazón. Y como no hay nada en el universo que valga más que tú, sino sólo Dios, tu única preocupación ha de ser: Dios.
Ámate a ti mismo, ámate bien, amando a Dios que es amor. Apóyate en Dios, fuente de todo bien, que te da la vida y es garantía absoluta de la vida verdadera, de la vida que no tiene fin.
No te admires si, al amar mal, te sientes vacío e insatisfecho. Tu vida no te llena porque tu vida no es vida. Te falta lo principal: Dios, que es vida y te llena de vida. Ama bien, ama correctamente; ama solamente a Dios y a todos por él. De esta manera, el amor te hará eterno y tu corazón estará satisfecho, lleno de vida.
«Poseete a ti mismo»
Sé dueño de ti mismo.
Sé señor de tu propia vida.
Eres tú mismo, si te posees.
Te posees, si te dejas poseer.
Tu verdadera personalidad está en ser dueño y señor de ti mismo.
Eres dueño de ti mismo si haces lo que Dios te pide.
Eres dueño de ti mismo si haces lo que Dios quiere.
No puedes olvidar nunca,
Que lo que Dios quiere, lo que Dios te pide es: el bien, lo mejor, lo que más te conviene.
Eres verdaderamente señor y dueño de tu vida, cuando vives en la verdad y en el amor.
Vives en la verdad y en el amor, cuando sintonizas con Dios, eligiendo el bien, amando al prójimo.
No puedes darte a nadie si antes no te posees.
No te posees, si antes no eres poseído por Dios. Eres tú mismo si eres responsable. Eres responsable cuando respondes, por amor, a la confianza que Dios ha depositado en ti. Te posees tanto cuanto te dejas poseer por Dios. Cuanto más te dejas poseer por Dios, más eres tú mismo. La posesión de Dios te hace ser más tú. Dios es el que te unifica, te perfecciona, te libera de todo lo que te impide ser tú mismo. Pero, sobre todo, te hace llegar a tu plenitud personal. Las cosas y las personas si te poseen, te atan, te dominan, te esclavizan. Las cosas y las personas – si te distraen o te alejan de Dios – son un peso, un agobio, un impedimento para llegar a ser tú mismo.
Tu tarea es unificarte, concentrarte, esforzarte para que todo esté bajo tu control, al igual que tú te empeñas por permanecer continuamente bajo el control de Dios. Apégate – decididamente – a Dios, dueño y señor de todo, para que tú seas dueño de ti mismo y de todas las cosas. Recuerda siempre que eres “propiedad de Dios”. Eres monopolio exclusivo de Dios. Te creó para que él fuera todo tuyo, para que tú fueras todo de él. Te posees, si eres poseído por Dios. Poseído por Dios, estás integrado, eres, de verdad, tú mismo.
Cuando no eres poseído por Dios, no sólo no eres dueño de ti mismo, sino que vives desparramado, alienado. Eres esclavo de ti mismo. Estás descentrado. Tú no eres tú. ¿Cabe mayor desgracia?
Eres señor de ti mismo, si permites que Cristo sea tu único señor. Con Cristo, eres dueño y señor de ti mismo. ¿Cabe mayor felicidad? Cuando dejas que Cristo sea dueño y señor de tu vida, eres todo de Dios y todo es tuyo. Alcanzas tu plenitud personal, vives concentrado, eres dueño y señor de ti, cuando te rindes al amor que Dios te tiene y vives proyectado hacia los demás. ¿Quieres dejar huella en el mundo, influir, decisivamente, en los hombres? Sólo hay un camino. Dejarte poseer por Dios, por su amor.
Poseerte, ser poseído por Dios, es un proceso que dura toda la vida. No se logra en un día. Hay que quererlo, cada día, todos los días. Y para mantener esa voluntad, es preciso orar, humilde y permanentemente, convencido de que es Dios el primero en querer que tú seas verdadero señor y dueño de ti mismo.
«Lo mejor de ti esta dentro de ti»
Lo mejor y lo más valioso de ti,
Está dentro de ti.
Para ser, de verdad, tú mismo, es preciso que comiences por entrar dentro de ti mismo. Para crecer y llegar a conseguir tu plenitud personal, has de aficionarte a vivir dentro de ti. Te realizas, de verdad, cuando valoras tu interioridad. Tu apariencia está en la exterioridad. Bucea. Sumérgete dentro de ti. Sondea las profundidades de ese misterio de amor, que eres tú. Eres un océano, tan inmenso como profundo. Dentro de ti, están encerrados tesoros valiosísimos de valor incalculable. No puedes conocerte si no te sumerges en ti. Profundiza en ti mismo. Adéntrate, más y más en las profundidades de tu interioridad. Cuanto más profundices, mayores horizontes descubrirás dentro de ti mismo. Proponte, con humildad y tenacidad, ser el más entusiasta y decidido admirador de tu interioridad.
Sé explorador de tu interioridad, decidido a ser especialista en el estudio de tus profundidades. Conoce, valora, ama:
- lo que eres,
- tu intimidad, propia y exclusiva.
Lo que te caracteriza, lo que te diferencia y te hace ser tú mismo, es tu interioridad. En tu interioridad está tu identidad, tu grandeza, tu felicidad. Dentro de ti, está Dios. Te espera. Dentro de ti está la verdad, el secreto y la clave de tu existencia.
Vive hacia adentro.
Recógete en tu intimidad. Habla, escucha, dialoga con el Dios que vive dentro de ti; y es más íntimo a ti, que tu propia intimidad. Reflexiona, adentrándote en tu intimidad, en la profundidad de ese misterio de amor, que eres tú. Cuanto más interiorices dentro de ti, más centrado vivirás, y de mayor salud y vitalidad disfrutarás. Cuanto más desparramado, más agitado y descentrado estarás. Al entrar dentro de ti, te concentras, te vivificas, te potencias.
Para ser masa, uno más del montón, para pasar por la vida sin pena ni gloria, basta que vivas en la superficie, te conformes con vivir hacia fuera.
Has nacido para conquistarte.
Te conquistas si te conoces.
Te conoces si entras dentro de ti mismo. Eres cáscara y núcleo. Por ser cáscara, eres igual a todos. Por tu núcleo, eres diferente a todos. Conoce tu núcleo. Adéntrate en tu cámara más íntima.
Vive desde adentro. No te desanimes por las primeras e inevitables resistencias. Inténtalo, una y otra vez, todas las que haga falta. No desmayes. Cada pequeño esfuerzo es una zambullida, que te impulsa a sumergirte un poco más adentro.
No te conformes con lo externo. Añora las profundidades. Visualiza tu mundo íntimo. Que tu lema sea: siempre más adentro. Lo que vas a descubrir, dentro de ti mismo, bien vale la pena todos los sacrificios, renuncias y trabajos. No estás solo. Hay alguien dentro de ti que te llama y te acompaña en esta aventura, la más apasionante y maravillosa que puedas imaginar. Dentro de ti existe un mundo realmente fascinante, fabuloso, de tesoros y riqueza casi ilimitados. Lo mejor que puedes hacer es empeñarte en descubrirlo, valorarlo y aprovecharlo al máximo.
Sumergiéndote dentro de ti, llegas a lo más íntimo de ti. Y, desde tu núcleo íntimo, es como empiezas a ser tú mismo. Descubres tus cualidades, lo mejor de ti. Viviendo desde adentro, das lo mejor de ti a la comunidad. Centrado en tu intimidad, desarrollas tu verdadera personalidad.
Aficiónate a entrar dentro de ti mismo, a concentrarte, para que, centrado en Dios, puedas darte de verdad, desarrollar tu rica personalidad, dar lo mejor de ti a todos. Dichoso tú si vives centrado en Dios dentro de ti mismo.
«Elevate sobre ti mismo»
Has nacido para elevarte.
El infinito es tu meta.
Zambulléndote en tu interioridad, te elevas en la inmensidad. Cuando te sumerges dentro de ti mismo, experimentas la necesidad de elevarte sobre ti mismo. En lo profundo de ti, descubres la llamada del Infinito. Al entrar dentro de ti mismo, te encuentras contigo al tiempo que te sientes impulsado a remontar vuelo. Cuanto más interiorizas, en tu propio misterio, más fuerte y poderoso el impulso a superarte, a elevarte. Dios está dentro de ti, pero está muy por encima de ti. Descubres que eres imagen de Dios y, al sumergirte en tu propio misterio, todo toser se dispara hacia el Infinito.
Eres movimiento: hacia adentro y hacia arriba. Entrando en ti mismo, descubres que tu belleza interior te obliga a buscar la fuente, el origen de esa magnífica belleza que eres tú. Buscas tu origen, al Autor y principio de ti. Al entrar dentro de ti, descubres un océano inmenso de verdad y belleza que te impulsa, irresistiblemente, a subir, a ascender, a elevarte sobre ti mismo. Asomado quieres profundizar. Empezando a conocer, quieres adentrarte en el que es la misma belleza: en Dios. Necesitas remontar vuelo, elevarte sobre ti mismo, para poder encontrar el origen y fuente que ha dado principio a ese torrente de vida que bulle dentro de ti.
Profundizando en ti, ves más clara la imagen de Dios en ti. Por eso anhelas, añoras, buscas la explicación de ti por encima de ti. Maravillado de lo que descubres, te sientes atraído por el que es Autor de todas las maravillas dentro de ti.
Cuanto más profundizas dentro de ti, mayor y más poderosa es la necesidad de ascender, de encontrarte, cara a cara, con el que te lleva dentro de sí. Al profundizar en ti mismo, te encuentras contigo mismo. Adviertes, con admiración y gozo, que eres reflejo de Dios y sientes anhelo profundo de buscar, de hallarte en Dios y con Dios. Tu imagen divina te empuja, suave e irresistiblemente, a remontarte hasta el mismo artista. Sumergiéndote en ti, experimentas la necesidad de saber más de ti, de encontrar toda la verdad; al que es la Verdad, que dé plena razón de ti. El riachuelillo que descubres dentro de ti, te impulsa a subir, a buscar, a no descansar hasta llegar al mismo Manantial.
Tu interioridad te lleva a buscar, a encontrarte con la misma divinidad. Al entrar dentro de ti mismo, todo tu ser se llena de energía, enciendes motores, te elevas y comienzas la aventura más apasionante: ser tú mismo con Dios. Al asomarte a tu profundidad, te empiezan a nacer alas para remontarte hasta la Inmensidad.
Lejos de ti, pensar que te escapas de la realidad cuando entras en tu profundidad y te elevas hasta tu Creador. Nadie toma tan en serio al prójimo y al mundo como el que está centrado en Dios. Los hombres y mujeres que más han influido en el mundo, que han dejado huella profunda y duradera en la humanidad, a través de los siglos, han sido – sin duda ninguna – los santos. Estos hombres y mujeres supieron vivir hacia adentro, llenos de Dios. Descubriendo su propia grandeza en Dios, fueron los más tenaces y acérrimos promotores y defensores de la dignidad y derechos, del bienestar integral de sus hermanos, los hombres. Ese es el camino y la clave de tu realización personal, de tu felicidad. Vive hacia adentro y desde adentro, sumergido en Dios. No te conformes con flotar en la superficie. Supérate. Sumérgete en tu intimidad. Céntrate en Dios. Harás tanto mayor bien a la humanidad cuanto más valores y busques tu intimidad con Dios.
«Se persona normal»
Ser pequeño es tu estatura normal.
Acéptala.
No quieras ser ni más grande ni más pequeño de lo que eres. No te endioses ni te desprecies. Tan dañino es lo uno como lo otro. Tu verdadera grandeza está en la humildad. Y la humildad consiste en aceptar tu propia realidad.
Dios es el único grande. Sólo Dios es Dios. Tú, por ser criatura, eres pequeño. Si te crees grande, importante, insustituible… ¡Cuidado! No sea que, por hincharte, explotes y revientes.
Tú has nacido para ser persona normal.
Eres normal cuando eres humilde. ¿Piensas y actúas como criatura? Luego, eres normal. La humildad es la pauta de tu normalidad. Te normalizas cuando aceptas, con gusto y de buen grado, tu pequeñez, tu dependencia de Dios y de tus prójimos. Te haces anormal cuando te hinchas y te crees autosuficiente.
Eres normal cuando eres natural, auténtico.
Eres real si eres verdadero. Te hace inmenso bien el conocerte en profundidad, para que sepas vivir en la verdad. Cuando te conoces, descubres que la verdad te obliga a ser consecuente con tu realidad. Adviertes que eres criatura, ser limitado, que necesitas de Dios y de todos.
Recuerda siempre que la humildad es la verdad; es la virtud de los que valen, de los que son una verdadera personalidad. La humildad no es negar tus méritos, recortar tus cualidades. Es reconocer que todo lo que eres y todo lo que vales, es don de Dios. No cometas el disparate de creerte mejor o superior a los demás. No te atribuyas méritos o cualidades. Todo lo que eres y tienes, es mérito y regalo de Dios. Te engañas, miserablemente, si no vives humildemente. Vives lo que no eres, vives engañado, cuando te atribuyes a ti lo que eres o tienes. Para que puedas ser personal normal atribuye a Dios todo lo bueno que eres, todas las cualidades que tienes. Agradece a Dios todo lo que eres y todo lo que tienes.
Atribúyete a ti mismo: tus debilidades, fallas y pecados. Son tuyos, exclusivamente tuyos. Pídele siempre a Dios que aumente y perfeccione todo lo suyo en ti y vaya disminuyendo todo lo tuyo en ti.
Reconoce gozosamente en tu corazón, en tu mente, en todo tu comportamiento, que Dios es tu único Señor y que necesitas de los demás para poder llegar a ser tú mismo. Alégrate profundamente que Dios sea tu Dios, que haya sido tan generoso contigo; y glorifícale sin cesar, reconociendo que todo lo que eres y vales es mérito de él.
Sirve a Dios y a todos, con todo tu corazón, lo mejor que sepas y de todas las maneras que puedas. Tu dependencia de Dios y de todos tus prójimos, es tu categoría. Toda tu vida ha de proclamar la gratuidad y generosidad de Dios, y has de empeñarte en que todas tus cualidades y virtudes, regalo de Dios, den el máximo rendimiento, la mayor gloria posible, a Dios.
Acepta, con naturalidad, todos los elogios merecidos que te den, sin olvidarte, nunca, que toda la gloria se la debes atribuir a Dios. Acepta, igualmente, las críticas que te hagan por tus muchos defectos. Eres humano. Lo tuyo es fallar, caer. Tu normalidad está centrada en estos dos aspectos, inseparables. Atribuir a Dios lo suyo (todo lo bueno) y aceptar como tuyo todo lo malo.
Tu felicidad ha de ser agradecer a Dios todo lo bueno que eres, todo lo bueno que haces, sin olvidarte de reconocer que necesitas su perdón y misericordia, por tus debilidades y pecados.
Vive siempre en tu pedestal. Ni más arriba ni más abajo. Demuestra siempre tu superioridad, viviendo con normalidad.
Tu normalidad ha de ser pedirle a Dios que haga muchas cosas grandes y hermosas, en ti y a través de ti, para gloria de él, para crecimiento tuyo, para beneficio de todos. Tu superioridad ha de ser siempre glorificar a Dios, darle las gracias por todo, aceptando – con gusto- que Dios sea el único protagonista de tu vida y sea él quien reciba todo el honor y la gloria.
«En tu mente esta la clave»
Eres lo que piensas.
Tus ideas mueven tu vida.
Tu mente es la central de tus decisiones, de tu comportamiento. Tus decisiones, tanto las que te llevan al éxito como al fracaso, se fraguan en tu mente. Tu mente es la supercomputadora por excelencia. La más perfecta y sofisticada. La más compleja. La más poderosa. La más terrible. Humanamente insuperable.
Es preciso que la cuides, con especial esmero.
Es de vital importancia que la alimentes siempre positivamente.
Tu primera y principal preocupación: llenarte de ideas luminosas, positivas, elevadas, ideas que sean estimulantes. Para ello, empápate de fe, de amor, de confianza, de todo lo grande, bueno y bello que encuentres dentro de ti, en tu prójimo, a tu alrededor; sumergiéndote, de lleno en la fuente de la vida: en Dios.
Tu destino está en tus manos, en tu mente. Serás lo que quieras ser. Tendrás mayor o menor felicidad, más o menos apoyo, vivirás en un ambiente que te favorezca o no; pero, tú, solamente tú, puedes dirigir el rumbo de tu existencia. Dios quiere que, unido a él, seas el artífice de tu crecimiento, de tu perfección, de tu plenitud. Ha puesto en tus manos toda su confianza. Sabe que arriesga mucho, lo arriesga todo. Pero es tan grande su amor hacia ti, que deja en tus manos el que puedas elegir la muerte o la vida, el éxito o el fracaso, la felicidad o la desgracia. Te valora hasta darte toda su confianza. Dios sabe que tu mente es capaz de lo más maravilloso y de lo más degradante, de lo mejor y de lo peor. Depende de ti el uso correcto o el abuso de la mente. Confía en ti, plena y totalmente. Tú eres el que tienes que tomar la decisión de utilizarla bien, de sacarle el máximo provecho.
Cultiva tu mente, positiva y creativamente. Alimenta tu mente, sin cesar, con ideas gozosas, de éxito, de superación, proponiéndote metas cada vez más altas. Piensa siempre bien de ti mismo. Imagina lo mejor; el éxito, la superación de tu personalidad. Aficiónate a leer libros que te eleven, te ayuden a superarte, que te estimulen, que promuevan lo más noble y grande de tu persona.
La Biblia será siempre tu libro preferido. Lee y medita, asiduamente, la Palabra de Dios; para que, imbuido – cada vez más – del espíritu de Dios, tu mente siempre piense en positivo, te eleve y te ayude a superarte, a dar lo mejor de ti.
Conoce a fondo la vida de los santos, de los hombres y mujeres que creyeron firmemente en Dios y en sí mismos, y se esforzaron por desarrollar, al máximo, sus cualidades y recursos.
Piensa siempre positivamente. Cultiva tu mente creativamente. Empéñate en planes grandes, convencido de que a Dios le encanta apoyar y bendecir a los que tienen fe en él, en sus propias cualidades y posibilidades.
En vez de neutralizarte por tu situación (pobreza, poca o deficiente formación, falta de trabajo, enfermedades, dificultades o limitaciones de toda clase), o desanimarte (por lo que has sido anteriormente, por lo que piensan de ti), empieza a creer en ti esforzándote, con todo el entusiasmo, en sacar el máximo provecho a lo que eres y a lo que tienes.
Sé siempre pensador de posibilidades, buscando tu propia superación y crecimiento. Desarrolla tus recursos, que son casi ilimitados. Demuestra tu creatividad.
Trabaja con pasión. Estudia con ilusión, decidido a abrir nuevos caminos de realización personal en tu vida.
Piensa “a lo grande”. Elimina, como un veneno, todo lo negativo. Rehúye el encuentro con las personas que no tienen esperanza, que todo lo ven negro e imposible. Elimina el concepto “imposible” de tu mente. Imagina siempre lo mejor. Alimenta tu mente, tu inteligencia y tu corazón, sintonizando con Dios, viviendo en comunión con él.
Mantén tu mente en acción, esperando que te sucedan cosas grandes y milagros. Para ello, estudia con pasión, trabaja con ardor y entusiasmo, luchas sin desmayar, reza sin cesar. Motívate, positiva y poderosamente, proponiéndote, firmemente, no cejar en el empeño, hasta que tus sueños se hagan realidad.
Piensa, trabaja, persevera en el empeño, reza, cree. Ahí está el secreto de tu vitalidad. Recuerda siempre best principio. “Puedes, si crees que puedes”.
«Eres tierra y eternidad»
Eres:
Barro y cielo,
Carne y espíritu,
Presente y futuro,
Tiempo y eternidad,
Oración y trabajo.
Ama lo que eres. Valora todo lo que es tuyo. Tu grandeza está en integrar todos los aspectos de tu personalidad. No exageres nada. No quieres valor a nada. Acepta todo con gratitud. Armoniza todo.
Tan importante es tu barro como tu espíritu, la tierra como el cielo, tu presente como tu eternidad. Si tu realidad es una e indivisible ¿por qué dividir o separar? Procura, esfuérzate, todo lo que puedas, por unificar todos los valores, todas y cada una de las facetas de tu personalidad. Asume, consciente y gozosamente, todas y cada una de las facetas de ese misterio de amor, que eres tú.
Desarrolla, armónica y serenamente, todo lo humano que hay en ti. Todas y cada una de tus facetas, por pequeñas o no importantes que parezcan, son valiosas, importantes. Ámalas. No permitas que prevalezca una sobre otra. Sería catastrófico. Te perjudicarías. En un sano crecimiento, cada aspecto se desarrolla armónicamente. Así tiene que suceder en tu personalidad. Tu gozo ha de ser siempre “ser tú mismo”, valorando, promoviendo y amando todas y cada una de las facetas de tu personalidad.
Te defraudas, te desequilibras, te desagarras interiormente, si desprecias o marginas algún aspecto de tu personalidad. Eres barro divinizado. Acepta, con serenidad, que eres debilidad y grandeza divina. Eres tierra. Todo lo humano puede ser ajeno para ti. Pero, también eres cielo. Vive, por tanto, con los pies en el suelo y con el corazón en el cielo. Ama la tierra, comprometiéndote socialmente, decidido a dejar el mundo un poco mejor que cuando tú llegaste a él. El presente te pertenece. Vívelo, con pasión, dando lo mejor de ti. El futuro te compromete a tomar, muy en serio, el presente.
Lucha, trabaja, comprométete en construir un futuro mejor, mejorándote personalmente, viviendo intensamente el presente. La eternidad ya está en marcha. Vive, sueña, trabaja, reza y ama, como quien ya se sabe eterno.
La oración sea el corazón de todo tu ser y quehacer. Humaniza y eleva al mundo, toda tu actividad, con y desde la oración. Tu trabajo es creador. Hazlo bien, hazlo con amor. Te haces con la oración, y con el trabajo y la oración haces el mundo. La oración te ha de impulsar al trabajo; y el trabajo, a la oración. Realiza ambas cosas, con toda tu alma, con mística, como rey y señor, como cooperador de Dios-creador.
Tu cuerpo es bueno. Cuídalo, respétalo, ámalo. Dios está feliz y orgulloso de haberte dado un cuerpo. Y lo valora tanto que lo ha querido hacer morada suya. Te seguirá eternamente. Es pertenencia tuya para siempre. Tu dimensión espiritual es tan buena como tu cuerpo. Valórala, promuévela, intégrala en tu personalidad. No exageres tu amor por el cuerpo, marginando lo espiritual. Tampoco puedes valorar demasiado lo espiritual, rechazando o quitando importancia al cuerpo. Promueve ambas facetas con el mismo empeño, con idéntico amor.
«Vive solamente hoy»
Vive el hoy.
Sólo el hoy.
Solamente tienes un día para vivir: hoy. Vívelo. Sácale el jugo al único día que tienes para vivir. Explota, al máximo, las 24 horas de la única jornada que Dios ha querido poner en tus manos. Reflexiona detenidamente: El ayer pasó. El mañana no existe. Dios te concede solamente un hoy. Vívelo. Aprovéchalo al máximo.
Vive, intensa y apasionadamente, todos y cada uno de los días. Vive el hoy, como si fuera el único y el último de tu existencia. Es lo mejor que puedes hacer.
Vivir el hoy, sólo el día de hoy, es propio de sabios, de personas inteligentes. No te hagas sufrir, inútilmente, suspirando por el ayer que pasó, o anticipando tu futuro, que no sabes si podrás ver. Te perjudicas si pretendes abarcar o apoderarte de lo que jamás podrás alcanzar. No eres dueño de la vida ni tampoco de la historia. Dios te da el hoy. Nadie mejor que él para saber que te basta con el hoy. Vive bien, cada minuto, cada hora, de tu único hoy.
Dios, y todos los hombres, esperan de ti que te comportes como un verdadero “viviente”, como un ser inteligente, que sabe valorar, agradecer y aprovechar el regalo de este “hoy”, esta gran única oportunidad, el regalo de cada día.
Levántate, feliz, cada día, por tener – en tus manos – un cheque en blanco, una página abierta, una tan magnífica oportunidad para escribir cosas muy hermosas, y hacer tareas bien hechas que quieres inmortalizar.
Levántate agradecido, cada día, consciente de lo muchísimo que te ama el papá-Dios.
Levántate, eufórico y lleno de entusiasmo, cada día, convencido de que Dios está decidido a hacer, en ti y por medio de ti, cosas grandes y hermosas.
Levántate, como si “hoy” fuera el primer, único y último día de tu vida, decidido a dar lo mejor de ti a todos: a Dios y a cada no de los que se crucen o se relacionen contigo en esta jornada.
No pretendas ser Dios, ser dueño del tiempo. Disfruta del hoy que Dios te regala. Vívelo como lo vive un niño. Asómbrate del milagro de cada día. Vívelo como regalo, como privilegio, como compromiso.
Vive tu hoy. No quieras nada más que vivir el hoy. Con el “hoy” tienes bastante, más que suficiente. No te cargues de horas, de preocupaciones.
Dios te regala el hoy. Te ama. Confía en ti. No puedes defraudarle. Demuestra que sabes vivir, que sabes agradecer la confianza que Dios deposita en ti, viviendo, gozosa e intensamente, tu “hoy”.
Dios espera que vivas el hoy, con paz, gozo, amor, agradecimiento y responsabilidad, convencido de que “hoy” es una jornada maravillosa, única, diferente a todas.
Dios, con ser Dios, es un hoy eterno. Tú, como criatura, tienes un hoy, una eternidad en pequeño. Aseméjate a Dios viviendo, intensa y apasionadamente, el “hoy” que te regala con tanta confianza y generosidad.
Vive el “hoy” como Dios quiere y espera de ti. Tu vitalidad consiste en saber vivir el “hoy” sumergido en Dios, entregado a tu prójimo.
Tu eternidad es hoy, si vives el “hoy” con sencillez, gozo y amor. Tu “hoy” puede venir cargado de sufrimiento, de monotonía, de trabajo agobiante, de espinas… Tu cruz, con Cristo, jamás te puede quitar el gozo de vivir tu “hoy”. Pase lo que pase, venga lo que venga, abre tus brazos y tu corazón, de par en par, al “hoy” que Dios te regala. Cada “hoy” tiene, en su entraña, un mensaje personal del Dios-Amor. Descífralo. Algo muy lindo y especial te comunica “el que más te ama y quiere tu bien” en cada hoy. Es el “hoy”, una verdadera sorpresa de Dios para ti. Acéptalo y vívelo, con gratitud, con admiración, con amor.
En la noche, antes de cerrar tus ojos – no el corazón – pon broche de oro a tu “hoy”, con una gozosa y detallada acción de gracias. Esta es la respuesta obligada, ante tanto amor y tan continuas muestras de cariño que Dios te ha querido manifestar en tu “hoy”. Quizá no has sabido vivir tu “hoy”, aprovecharlo como Dios esperaba de ti. Reconócelo, con sencillez. Pide perdón, con todo tu corazón de niño, a ese Dios nuestro que le encanta expresarte su amor a través del perdón. Déjate abrazar por él, rogándole que te enseñe a vivir “cada hoy” y… duérmete en sus brazos.
«Vive de verdad tu vida»
Vive bien, vive de verdad.
Ama bien, ama de verdad.
La vida es amor.
El amor es vida.
Tu vida brotó del amor.
El amor tiene que ser tu vida.
¿Quieres vivir-amar bien y de verdad? Empieza por reconocer – con sencillez – que no sabes, todavía, ni vivir ni amar bien; que te falta mucho para saber vivir y amar de verdad. Al reconocer y aceptar – con humildad – esta tu realidad, esta tu necesidad, comienzan a nacer, dentro de ti, la vida y el amor verdadero. Al confesar que no sabes vivir ni amar, estás aprendiendo a vivir y a amar.
Vivir y amar son una verdadera ciencia, y todos, sin excepción, necesitamos aprenderla. Y para empezar a aprender la ciencia más excelente y necesaria, la de vivir, la del amor, es preciso:
- ser niño,
- sentirse pobre (dependiente de Dios, de todos),
- orar como niño, como mendigo.
El niño vive el amor que recibe. Lo acoge con alegría y gratitud. El niño, sabe muy bien que la vida y el amor son un regalo. Por eso, abre sus brazos y su corazón a la vida, al amor, cada día. El niño vive cuando ama, y cuando ama se llena de vida. El niño se siente necesitado y deudor de todos. Es feliz, zambulléndose en el torrente de la vida, gozándose al sentirse amado. El niño se siente desvalido y pobre. Se deja amar, convencido de que el amor es su riqueza, su necesidad. Lo pide de rodillas, lo pide todo su ser, lo pide de verdad. Por eso, lo recibe con las manos abiertas, y lo da a manos llenas.
Tú, tienes que aprender a vivir, matriculándote – cada día – en la escuela de Cristo, que es la Vida y el Amor. Dile al Maestro que te llene de la verdadera vida, que te dé el amor de verdad. Aprende a vivir de verdad, a amar bien, aceptando – cada día – la vida y el amor que Cristo te ofrece. Ejercítate en vivir bien, en amar de verdad, dando tu vida, dando vida, dándote, amando. Tu vida la mereces dándola. Tu amor lo mereces, dando vida. No te gloríes nunca de saber mucho sobre la vida, sobre el amor. Vivir bien, amar de verdad, eso es lo que, realmente, importa. Recuerda: la vida con mayúscula, el amor genuino y auténtico, que llenan plenamente el corazón humano, son caros y difíciles (son todo lo contrario a eso que llaman vida fácil y amor barato). La vida y el amor verdaderos, tienen unos ingredientes muy poco populares: pasión, cruz, renuncia, auto-donación, muerte del egoísmo, inmolación, sacrificio… El amor verdadero te tiene que doler. La vida te tiene que hacer sufrir. Tu vida tiene que ser pasión para que sea verdadera vida. Apasiónate, enamórate de la vida. Tus muchos años, tu enfermedad o limitación, sea de la clase que sea, no pueden ser excusa par no estar rebosante de vida, enamorado de la vida. Aborrece, por tanto, con todas tus fuerzas, vegetar, pasar por la vida, dejar pasar la vida, conformarte con la vida que llevas, resignarte. Apúntate, cada día a la vida. Valora, ama, conquista la vida, dándote, dando tu vida.
La vida es Dios. La vida es tu prójimo. Dios y tu prójimo, son la vida. Hazlos tu vida. Haz que este binomio inseparable, sea siempre – cada vez más – la vida de tu vida.
Inspira y respira vida. Da vida, da tu vida. Hazlo programa de tu vida. Vive la vida, rebosante de vida. Da tu vida, buscando más y mejor vida.
La muerte te tiene que encontrar bien vivo, irradiando vida por todos los poros. Tu muerte tiene que ser una explosión de vida. Haz, por tanto, cada día, una opción por la vida, para que tu vida sea vivir para siempre la Vida.
«Tu verdadera grandeza:
ser mas, ser mejor»
Vales por lo que eres.
Tu mayor preocupación:
- ser más persona,
- ser mejor persona,
- ser más humano,
- ser más hermano.
Tu mayor y primera preocupación:
- ser tú mismo.
- ser más tú mismo,
- ser, cada vez más, tú mismo; buscando que todos sean ellos mismos, sean más contigo; y tú seas, cada vez más, con ellos. Este es tu más valioso tesoro: ser más persona, ser mejor persona. He aquí tu primera y más urgente tarea. Es el primer mandamiento de tu realización personal, ante Dios y ante los hombres.
Tu verdadera felicidad y grandeza está en ser, de verdad, tú mismo. Tu perfección y plenitud consiste en trabajar por llegar a ser tú mismo, ser tal como Dios te ha pensado, querido y amado.
¿Has estudiado o estás estudiando en alguna universidad? Eso te compromete a ser una gran personalidad. Tu mayor y mejor título, el que debes lucir, siempre y en todas partes, es el de que eres una gran persona, una muy buena persona. Si has estudiado mucho y has conseguido un título universitario, lo tienes que demostrar, siendo una grande y magnífica persona, irradiando bondad y humanidad, en gestos y actitudes, en todo tu comportamiento.
Tu educación, si es verdadera y auténtica, ha tenido que ser un sacar a flote, desde lo profundo de tu ser, tus valores y cualidades, lo mejor de ti mismo. Todo lo que has estudiado y aprendido ha de impulsarte a ser, cada día, más y mejor persona.
Eres más persona, mejor persona, eres más tú mismo, cuando vives lo que eres: “un ser en relación” con Dios, con tu prójimo, y aceptas, por convencimiento, que tu prójimo es parte de ti mismo, y tú eres parte esencial de tu prójimo. Humanízate, personalízate, promoviendo todos tus valores humanos y espirituales, con un solo y único empeño: ser más, cada vez más, para más, para amar más y servir mejor.
Vales por ser persona.
Vales por tu humanidad.
Vales por tu sentido de fraternidad.
Vales cuanto más persona eres.
Vales cuanto mejor persona eres.
Vales cuanto más humanidad demuestras.
Vales cuanto más vives la fraternidad.
Vive luciendo tu personalidad. Luces categoría, viviendo humanamente. ¿Quieres ser, de verdad, más y mejor persona promoviendo tu humanidad? Demuéstralo, viviendo la fraternidad.
Si tu máxima aspiración en la vida es: ser, cada día, más y mejor persona, tu grandeza se manifiesta y brillará por doquier.
Si tu principal preocupación es: saber más, para tener más dinero, más poder, más relieve social, tu grandeza es artificial, falsa, ridícula. Eres el más digno de lástima, pues eres apariencia de ti mismo.
Si te propones: grandes negocios, mucho estudio o alcanzar un alto puesto, sea:
- para ser tú más persona,
- para dar más,
- para servir mejor.
Esta es la única justificación de tus aspiraciones. De lo contrario, te engañas lamentable y miserablemente. Esos millones, esa actividad desbordante, esos títulos, ese puesto tan alto… serían un truco para encubrir tu lastimosa pobreza interior. Ya que no eres, de verdad, tú mismo, te muestras a los demás luciendo una muy triste caricatura de ti mismo. Tu vaciedad y vanidad serían tan evidentes a todos que el engaño funcionaría, a las mil maravillas, deslumbrando y mostrando sólo apariencias. Tu desnudez y desgracia quedan tan al descubierto, que sólo tú serías el engañado. Si a alguien hay que tenerle lástima, mucha lástima, es al que se afana por tener más cosas, despreocupándose de lo único que vale la pena: ser más persona, ser mejor persona.
Tu máxima aspiración, que es tu felicidad y plenitud, ahora y eternamente, ha de ser: conocer, promover y explotar, al máximo, tu grandeza como persona, a quien Dios ha divinizado.
Dios te ha creado para ser persona.
Por eso, te quiere:
- persona plenamente humana;
- cada vez más y mejor persona, en continua e íntima comunión con él y con todos los seres humanos.
Tu grandeza está asegurada si te empeñas en ser cada día: más y mejor persona, viviendo en comunión de amor con Dios y con el prójimo, afectiva y efectivamente. Si pretendes alcanzar o asegurar tu grandeza acumulando cosas (dinero, títulos, poder) siempre buscarás apoyos y andamos para sostener y apuntalar tu falsa, inútil y vacía existencia.
«Eres protagonista. Piensa y actua como tal»
Eres protagonista.
Dios te ha creado para que seas protagonista.
Piensa y actúa como tal. Comprométete.
Dios y la historia te llaman a influir, participar, decidir. Estás en un campo de batalla. No puedes ser espectador. Sea en el frente, en el fragor de la batalla, o en la retaguardia, te tienes que definir. Tienes que intervenir. No puedes ser neutral. O luchas o quedas fuera de combate. Prepárate para luchar. El combate es recio y lo que se decide es demasiado importante y grave, para que te conformes con observar, permaneciendo a la expectativa o inactivo.
Prepárate a conciencia. Sé hombre, sé valiente. Habrán ¡cómo no! Asaltos, ataques, trincheras, obstáculos, sudores, sangre y lágrimas. Pero esto no es lo más importante y decisivo. Lo que tienes que considerar y valorar son otros aspectos de esa batalla. Conseguirás avances, victorias, premios, satisfacciones, nuevos desafíos, demostrando tu coraje y personalidad.
Piensa y reflexiona, detenidamente, en esto: Tu participación, en la construcción de un mundo mejor, es compromiso personal que no puedes delegar a nadie. Ni, menos, desentenderte de él. Estás llamado a influir, a decidir Tu aporte es importante, valioso, necesario, imprescindible. Si no das tu aporte, es una falla seria y grave que tendrá su repercusión en la construcción de un mundo mejor. Al comprometerte, otros se decidirán a participar, impulsados por tu ejemplo, por tu coraje, por tu entrega. Dios y la humanidad entera esperan mucho de ti. Responde a esa confianza. No puedes defraudarles. La vida y la historia te desafían a que demuestres tu categoría, a que influyas poderosamente, cada vez más, en la marcha del mundo, a que dejes huella profunda en la humanidad.
Estudia, trabaja, supérate, prepárate con esmero, como corresponde a un protagonista, a un actor principal, participante en la obra más grande y decisiva: hacer, mejorar y perfeccionar la Creación.
No esperes facilidades ni camino de rosas. En tu decisión de aportar lo mejor de ti en la realización de “la civilización del Amor”, te encontrarás con espinas y zancadillas, con críticas negativas y rechazo, con desprecios y risas burlonas de los que están al margen de la vida o en camino hacia su propia auto-desintegración. Te encontrarás ¡cómo no! con personas admirables que te brindarán un apoyo sincero, con manos amigas que te animarán a seguir firme en tu compromiso de darte, de dar lo mejor de ti mismo, de ser protagonista en la construcción de un mundo más digno del hombre. Sea lo que sea, facilidades o dificultades, con ayuda o sin ella, Dios está siempre a tu favor. Camina a tu lado. Lucha contigo. Tu causa es su causa. A Dios le interesa inmensamente, más que a ti, el hacer realidad ese mundo nuevo por el que tú te afanas y trabajas tan decididamente.
Has de hacer adelantar la historia humana mejorando y elevando tu propia humanidad, creciendo y perfeccionándote sin cesar. Cuando tú te elevas, elevas a la humanidad entera, elevas al mundo. Mejorando tú, mejora el mundo.
Ora y camina. Trabaja y progresa. Mira hacia delante con los ojos fijos en Dios, promoviendo todo lo grande, bueno y bello de tu personalidad, empeñado en darte, en dar lo mejor de ti. Concéntrate en realizarte plenamente como persona, en humanizarte, para servir más, para servir mejor. Es tu principal tarea y tu mejor aporte a la humanidad.
«Entusiasmate, cada dia»
Si entusiasmo significa:
- estar sumergido en Dios,
- vivir en Dios, lo mejor que puedes hacer es entusiasmarte.
Dios es vida que rebosa. Es gozo desbordante. Tú, por ser imagen y semejanza de Dios, estás llamado a rebosar vitalidad, a demostrar inmensas ganas de vivir, a dar vida, a ser siempre un apasionado enamorado de la vida.
Estás entusiasmado, en el verdadero sentido de la palabra, si vives sumergido en Dios, si vives en Dios. Y porque eres entusiasta, vives lleno de amor, de gozo, con ansias de vivir, intensa y plenamente, de dar la vida.
Dios personifica todo lo grande, bueno, bello y verdadero que existe. Todo ello se hace vida tuya, cuando estás entusiasmado. La grandeza, la bondad, la belleza y la verdad de Dios están dentro de ti. Si tú quieres, verás – por doquier – la belleza y la bondad de Dios. Tu mirada es proyección de lo que tú eres. Tú no ves con tus ojos, sino a través de ellos. Ves a los demás como te ves a ti mismo. Si eres entusiasta, si estás sumergido en Dios, verás continuamente las mil y una manifestaciones de la grandeza, belleza y bondad de Dios, en ti y en cada uno de los seres humanos aún en los que parecen no tener nada digno de ser apreciado y valorado.
Todo este espectáculo, maravilloso y sorprendente, de belleza, bondad divina, lo has de encontrar, primero, dentro de ti mismo, porque está sumergido en Dios y Dios está dentro de ti. Tu entusiasmo ha de nacer desde adentro de ti mismo, concentrándote, al tiempo que te impulsa a centrar toda tu atención al llanterío de cada persona, a la contemplación de Dios en todas las cosas creadas. Mantén desplegadas tus antenas, rastreando las huella de Dios, siempre y en todas partes. Contempla, emocionado y embelesado, la grandeza, bondad y belleza de Dios, dentro de ti, en cada ser humano, en toda la naturaleza, aún en los detalles más insignificantes. Ves lo que eres. Todos y todo hacen de espejo. Admiras y elogias cuando estás entusiasmado, porque es Dios el que vive dentro de ti, y tú vives dentro de Dios.
Cuando por dentro estás mal, todo lo ves mal, te parece mal. Porque estás bajo en entusiasmo, criticas y eres negativo. Proyectas en los otros tu propio malestar.
Entusiásmate siempre, cada día más.
Te engrandeces cuando proclamas la grandeza de Dios.
Te haces amable cuando reconoces la bondad de Dios.
Te embelleces al manifestar tu reconocimiento de la belleza de Dios.
Entusiásmate en ser cada día más un bello destello de Dios. Proclama, reconoce y promueve la grandeza, belleza y bondad de Dios en ti y en cada ser humano.
Elogia todo lo bueno y bello que veas en tu prójimo. Descubre y profundiza en la grandeza, belleza y bondad de Dios dentro de ti, para que puedas conocer, admirar y promover la grandeza, belleza y bondad de Dios en todos los hombres.
Admira y elogia todo lo grande, bueno, bello y verdadero que encuentres en cuantos viven contigo y en todos los que se cruzan contigo en tu diario caminar. Alaba y bendice a Dios por tan extraordinaria generosidad como ha tenido contigo al hacerte partícipe de su grandeza, bondad y belleza divina. Dale continuas y gozosas gracias por su presencia en ti, por su hermosura dentro de ti, en cada uno de tus prójimos, en cada ser viviente, en toda la creación.
Entusiásmate viviendo en Dios y con Dios, admirando, promoviendo y aprovechando tantas maravillas como el Artista por excelencia ha querido hacer contigo, dentro de ti, en cada ser humano, en toda la creación.
«Trabaja siempre con amor, como señor»
Trabaja, trabaja bien;
Trabaja con amor;
Trabaja como señor.
Tu trabajo es siempre un gran honor. Es una muy hermosa manera de asemejarte a tu Creador. Tu trabajo, por humilde que parezca, te personaliza, te humaniza, te diviniza. En tu trabajo, en la forma como lo haces, muestras tu grandeza, personalidad y categoría. Por eso, pon alma, corazón y vida en tu trabajo, en todo lo que hagas. Tu trabajo refleja tu categoría y personalidad. Hazlo a conciencia, con amor, concentrándote en lo que haces; para demostrar cuánto te valoras, cuánto te engrandeces.
Tu trabajo pone huella personal en la Creación entera. Dios no quiso ser creador, sin tenerte a ti como trabajador. Dios crea y mantiene el universo trabajando contigo, asociándote a su labor. Dios valora tu aporte a la creación. Se siente ufano de tu trabajo, de tu valiosa y necesaria colaboración. Le encanta verte feliz y orgulloso de trabajar, codo a codo, con él.
Piensa en esto:
Dios es actividad permanente, el trabajador por excelencia. Trabaja sin cesar. Es pura y continua creatividad.
Dichoso tú, por estar asociado con Dios a través de tu trabajo y creatividad. Privilegiado tú, si sabes valorar tanta confianza, y prestar a Dios tu más entusiasta y decidida colaboración.
Te engrandeces cuando trabajas. Engrandeces y embelleces tu personalidad, el universo entero, cuando trabajas con amor, como señor.
Cree en el trabajo que realizas. Valora todo trabajo que hagas. Ama siempre tu trabajo. Hazlo bien. Con tu trabajo pones en evidencia que eres señor, que sabes valorarte, que tienes un alto concepto de ti mismo.
Entusiásmate al trabajar; trabajando siempre con entusiasmo.
Empéñate en tomarle gusto a tu trabajo. Ponle incentivos a tu trabajo.
Piensa siempre en esto: al realizar bien tu trabajo,
- glorificas a Dios,
- elevas tu categoría,
- te perfeccionas,
- te humanizas,
- te asemejas a Dios,
- mejoras el universo,
- sirves a la humanidad, dando lo mejor de ti.
- te preparas un magnífico premio en el cielo, para toda la eternidad.
Reflexiona sobre este aspecto: tu mente hace que tu trabajo sea un gozo o un tormento, una elevación o un peso insoportable. Por eso, es preciso que cultives y alimentes positivamente tu mente sobre las ventajas y beneficios del trabajo, fomentando continuamente “la mística” del trabajo, analizando y estudiando su importancia, el bien inmenso que supone el trabajo. El trabajo es, y debe ser siempre, un argumento a favor tuyo. No permitas que se vuelva en contra tuya. Trabajas mal si estás mal. Desprecia el trabajo, quien se desprecia a si mismo. Trabaja duro. Mantente activo y creativo. Te puedes jubilar de tu profesión, jamás del trabajo.
Tu trabajo es sagrado. Realízalo con serenidad, responsabilidad, con dedicación total… tal como Dios espera de ti. Tu trabajo ha de dejar muy alto tu categoría, tu gran personalidad y valía. Todo lo que haces, por sencillo o insignificante que parezca, lleva tu huella personal. Quien está lleno de vitalidad, está en continua actividad.
El trabajo es una necesidad gozosa, nunca una obligación enojosa, en el que ama. Para el que ama, no hay trabajo, porque ama su trabajo.
Al concentrarte en tu trabajo, esforzándote por hacerlo bien, surgen en ti muchas y sorprendentes energías, te inundas de alegría y descubres nuevas facetas y posibilidades creadoras en tu personalidad.
Dios, la humanidad, el universo, esperan mucho de ti, de tu laboriosidad. No puedes rebajarte ni defraudarles.
El mayor premio y gozo de tu trabajo, eres tú mismo. Al trabajar bien, a conciencia, demuestras que eres señor, que sabes valorar tu grandeza, tu categoría divina. Cuando trabajas con amor, Dios crece en ti, te perfeccionas, influyes decisivamente en la creación, y la humanidad entera se recrea y mejora en ti y por medio de ti.
El trabajo es una fuente de gozo y de salud, de vitalidad y salvación. Aunque tu trabajo sea difícil y fatigoso, empéñate en responder a la confianza que Dios deposita en ti, realizándolo con amor, con gozo y satisfacción, como pide tu categoría.
«Saber vivir es saber sufrir»
Si amar es vivir, vivir es sufrir.
Amor, vida y sufrimiento – mientras estemos en este mundo – son elementos inseparables. Van tan misteriosa e indisolublemente unidos, que pretender separarlos, aislarlos o desconectarlos uno de otro, es tarea imposible.
Si el amor no da vida, no es amor.
Si la vida no es vida de amor, no es vida.
Si la vida de amor no trae su carga de dolor, ni es vida ni es amor.
Si amas mucho, tendrás mucha vida, pero sufrirás mucho.
Si amas de verdad, vivirás de verdad, sufrirás de verdad.
Tu vida de amor será vida de dolor.
Así como el amor produce vida, vivir el amor produce dolor.
Empieza por reconocer, con sencillez y naturalidad, que no sabes amar, que no sabes vivir, que no sabes sufrir.
Tu razón de ser y de existir es el amor, pero no sabes amar.
Tu razón de vivir es el amor, pero no sabes vivir.
Estás programado para amar, para vivir, pero no sabes sufrir.
No busques un amor fácil, una vida sin amor, una existencia sin sufrimiento. Te encontrarás con una caricatura del amor, con una vida que no merece el nombre de vida, con un callejón sin salida, con un sin fin de sufrimientos, tan absurdos como insoportables.
Tu amor debe ser auténtico; tu vida, una vida de amor legítimo; tu sufrimiento, el amor hecho vida.
Recuerda siempre: que el amor de verdad, es, siempre, una cruz, una verdadera cruz. Tu vida será vida de amor si vives proyectado hacia Dios, hacia tus prójimos. Tu vida, para ser vida de amor, ha de tener siempre la forma de una cruz. Tu vida ha de ser vertical (dirigida continuamente hacia Dios) y horizontal (proyectada permanentemente hacia el prójimo). Si falta verticalidad o la horizontalidad (si excluyes a Dios o al prójimo) ya no hay cruz, ya no hay verdadero amor. Tu vida sin cruz será filantropía, humanismo, preocupación social… pero no será amor.
Tú sabes lo que implica la cruz: sacrificio, sufrimiento, renuncia, inmolación, donación, muerte de uno mismo. La vida de amor, la única que es verdadera vida y que vale la pena, es: entrega, donación, muerte al propio egoísmo. Si pretendes vivir sin amor o amar sin dolor, eliges una ilusión y te engañas miserablemente. La vida es vida por el amor, y el amor por el dolor. Un amor sin donación y sin muerte al propio egoísmo, es todo menos amor. Será sentimentalismo, emoción, pero no será amor.
Basta un poquito de buena voluntad para darse cuenta de lo mucho que estamos apegados a nuestro ego. Nuestro egoísmo está tan arraigado y extendido en todo nuestro ser que se resiste a dejarse arrancar. Nos cuesta tremendamente salir de nosotros mismos, dar lo nuestro, darnos a nosotros mismos. Por eso, el decidirse a amar supone: vaciarnos de nosotros mismos para dejarnos poseer por la persona amada. Esto supone ganancia y crecimiento. Ganamos los dos, crecemos los dos. Para lograr eso, inmolamos nuestro ego, sacrificamos nuestra comodidad, arrancamos nuestro egoísmo, quitamos todo lo que implique auto-complacencia e interés propio. Nos concentramos en buscar, directa e intencionadamente el bien, provecho y crecimiento de la persona amada, convencidos de que es el mejor servicio que nos podemos prestar a nosotros mismos.
Para empezar a amar es preciso ser muy exigentes y honrados con nosotros mismos. Tenemos una facilidad impresionante para utilizar a la persona amada en beneficio propio. Con razones muy “válidas”, con frases muy “románticas”, camuflamos nuestro egoísmo, escondemos nuestras verdaderas intenciones. Tras esas razones y frases late un solo anhelo: reafirmarnos, asegurar nuestro propio provecho y placer, a costa de la persona a quien decimos amar. El amor nos tiene que doler. Si amamos, renunciamos a nuestro gusto, a todo lo que favorezca a nuestro ego. Y lo hacemos conscientes de que esto nos causa dolor, pero nos llena de gozo el saber que esto causa provecho, hace bien a la persona amada, para quien queremos lo mejor, convencidos de que estas renuncias y sacrificios son la mejor inversión que podemos hacer en orden a nuestro propio crecimiento y felicidad. Por eso, aceptamos libre y gustosamente el sacrificio, todos los sufrimientos como precio que hay que pagar para vivir el amor, para alcanzar nuestra plenitud en comunión con la persona amada.
«Eres trayectoria de Dios»
Tú naciste en el corazón de Dios.
Tu trayectoria personal tuvo su origen, se inició dentro del corazón de Dios. Tú eres trayectoria de Dios, porque eres fruto de su amor. Culminada tu trayectoria sobre la tierra, volverás al corazón de Dios, en donde fuiste pensado creado y engendrado, en donde siempre estuviste y nunca saliste. Tu trayectoria se desenvuelve en el tiempo, pero siempre dentro del corazón de Dios “en donde vives, te mueves y existes”.
Tu trayectoria personal es trayectoria divina.
Naciste en el tiempo, pero fuiste hecho para ser eterno. Tuviste un antes y un después; un principio, pero no tendrás fin. Dios comenzó tu trayectoria dentro de su corazón, y quiso que fueras trayectoria de su amor en el mundo. Por eso, mientras permaneces en la tierra, tu vocación es vivir cada día como un despliegue de Dios en ti.
Tu trayectoria personal se inició como un minúsculo destello de Dios, que está llamado a convertirse en haz de luz, en torrente luminoso, y un día llegará a ser luz total, luz en la luz.
Dios comenzó tu trayectoria en su corazón, y la culminará también dentro de su corazón. Esta es la razón por la que tu trayectoria personal, trayectoria del amor de Dios en el mundo, es vocación y compromiso a ser corazón de dios para todos, corazón del mundo.
Desde el principio hasta la culminación de Dios en ti, al final del tiempo, toda tu vida ha de ser:
- dejarte hacer en Dios,
- dejarte trabajar por Dios.
Facilitando que Dios humanice y divinice a todos y a todo, en ti y por medio de ti.
Tu itinerario temporal es el desenvolvimiento de la historia del amor de Dios en ti. Pasas por el mundo para eternizarte y eternizar todo lo humano.
Tu vida personal es una trayectoria, progresiva y ascendente, el amor de Dios en ti, que te compromete a promover que Dios sea, cada vez más, Dios en ti, en todos y en todo. Por eso, tu mayor gozo y anhelo más querido, ha de ser: dejar que se cumpla la voluntad de Dios en ti, colaborar con todo tu empeño en promover que reine su amor en ti, en todos los hombres.
Tu paso por este mundo ha de ser: una experiencia personal de Dios en ti, dejando que él vaya promoviendo todo lo suyo en ti, y por medio tuyo renueve y transforme el mundo. Mientras llega y se va haciendo la culminación de Dios en ti, pídele a Dios que haga cosas grandes y hermosas en ti y por medio tuyo en los demás, dejándote en sus manos, viviendo consciente y gozosamente muy dentro de su corazón.
Naciste para ser presencia de Dios en el mundo. Colabora con entusiasmo en hacer realidad que su amor vaya tomando cuerpo y forma en ti; para que, en ti y desde ti, se inicie una auténtica y duradera transformación en el mundo, y el poder de Dios despierte y promueva la originalidad de todos y cada uno de los hombres.
La trayectoria de Dios en ti no es lineal. Tú lo sabes por experiencia. Tiene momentos fuertes, altos y bajos, paréntesis, interrupciones e, incluso, fallos. Dios lo utiliza todo para sacar adelante sus planes. Rechaza todo lo que impida la obra de Dios en ti. Empéñate en facilitar la presencia y acción de Dios en ti.
Fuiste fraguado en Dios, al tiempo que Dios grababa multitud de nombres en tu corazón, en cada uno de los pliegues más íntimos de tu ser. Tu realización personal es dejar que Dios se despliegue en ti, viva y crezca en ti, dejando que cada nombre se haga vida tuya, parte esencial de tu existencia al igual que tú eres parte esencial de los demás.
No importa que tu trayectoria en este mundo sea larga o corta, brillante o silenciosa, lo que de verdad importa es: que tú seas tú, que los prójimos sean cada vez más tuyos, y tú de ellos, que vivas rebosante de ida y de amor; que te dejes poseer por Dios y guiar siempre por su amor.
Naciste en el corazón de Dios para ser proyecto de Dios. Vive, ama de tal manera que Dios vaya creciendo en ti. Dios crece en ti cuando amas y das tu vida, cuando eres amor y vida para todos y cada uno de los hombres. Tu culminación será la culminación de tu amor, cuando Dios sea todo en ti y tu vida sea amor para todos.
Si al final, hasta el final, has intentado ser, vivir así, Dios triunfó en ti.
Tu vida valió la pena.
Indice
Presentación 2
Dios-Amor y tú 3
Dios te ama 4
Déjate amar por Dios 5
Acepta a Jesucristo 6
El amor, tu corazón 8
Alégrate de ser tú mismo 9
La verdadera sabiduría: conocerte a ti mismo 10
Eres diferente a todos. Acéptate con gozo 11
Eres mucho mejor de lo que imaginas. ¡Valorízate! 13
Ámate a ti mismo 16
Ríete de ti mismo 18
Asómbrate, cada día 20
Creen en ti mismo 22
Ama a todos 23
Sé comprensivo y compasivo contigo mismo 25
Espera, a pesar de todo 27
Tu verdadera belleza 28
Eres persona para la eternidad 30
Poséete a ti mismo 31
Lo mejor de ti está dentro de ti 33
Elévate sobre ti mismo 34
Sé persona normal 36
En tu mente está la clave 38
Eres tierra y eternidad 40
Vive solamente hoy 41
Vive de verdad tu vida 43
Tu verdadera grandeza: ser más, ser mejor 45
Eres protagonista. Piensa y actúa como tal 47
Entusiásmate, cada día 49
Trabaja siempre con amor, como señor 50
Saber vivir es saber sufrir 52
Eres trayectoria de Dios 54
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