Toma tu vida en tus manos




José Luis Alonso


Toma tu vida en tus manos
¡Elévate, crece por dentro, ensancha tu corazón!


Índice


Presentación 4
1.  El árbol: símbolo de tu vida 5
2.  Dios, genial y magnífico contigo 7
3.   ¡Qué grande y qué bueno Dios contigo! 9
4.  Todo te habla de su amor 11
5.  Amor con amor se paga 14
6.  Toda tu vida bajo el signo del amor 17
7.  Tu meta:  Jesús 20
8.  Eres presencia y prolongación de Jesús 23
9.  Todo con Jesús, nada sin él 26
10. Dios está aquí y te llama 30
11. Por la humanidad a la divinidad 33
12. María, necesaria siempre 36
13. Toda tu vida:  una acción de gracias 39
14. Vive lo esencial 42
15. Egregio siempre 45
16. Demuestra tu categoría 48
17. ¡Elévate! 51
18. Crece por dentro 55
19. Crece con todos 59
20. Dilata tu corazón 62
21. Servir, ser útil, es lo que importa 67
22. Amante y viviente 70
23. Resucita cada día 74

Índice (cont..)

24. Tu vida:  muchas vidas 78
25. Bienhechores invisibles 82
26. Haz tuyas las matemáticas de Dios 86
27. Ojos limpios, ideas claras 89
28. Colaborador de Dios 92
29. ¡Manos a la obra! 95
30. El silencio, tu mejor escuela 98
31. Asciende a la luz por la cruz 101
32. Elige la vida, asume tu muerte 105
33. Todo acabará bien 108


Presentación
Estas notas o frases clasificadas, con mayor o menor acierto, fueron pensadas y escritas como “apuntes para mis amigos”.
Esta intención justifica la elección de los temas, su clasificación y la forma como han sido escritos.
Nadie busque frases originales, temas especiales, meditaciones completas y acabadas, porque no encontrará nada de eso.  Estas notas son frases muy sencillas, tan elementales como fáciles de entender.
Todas ellas son semillas que mis amigos supieron sembrar en mi corazón, y ahora han florecido en estas páginas impresas.
Han sido mis amigos los que me han animado e impulsado a publicar este segundo ramillete de pensamientos, confiando ellos y yo que con la gracia de Dios y la buena voluntad de los lectores fecunden muchas vidas y produzcan:  alegría, muchas ganas de vivir, de amar y servir, de ser cada día más y mejores personas, entusiasmo creciente y contagioso para hacer entre todos un mundo mejor, pero sobre todo, más íntima y gozosa amistad con Jesús, fuente y sostenimiento de todo lo anterior.
He elegido como título Toma la vida en tus manos ¡Elévate, crece por dentro, ensancha tu corazón!, por que estoy convencido de que estas tres dimensiones son las que hacen que una persona sea auténtica, verdadera y completa.
Todo ser humano si quiere realizarse de verdad como persona, tal como Dios quiere necesita crecer hacia arriba, dentro de sí mismo, en comunión afectiva y  efectiva con todos.
Estas tres dimensiones son igualmente esenciales, interdependientes y se han de cultivar con el mismo esmero y dedicación.
Solamente así lograremos que nuestra vida sea hermosa y fecunda, plena y provechosa.
Esta es la razón que me ha empujado a compartir todo esto contigo y con todos.
¡Ojalá todos nos animemos a hacerlo cada día programa de nuestra vida!

1. El árbol, símbolo de tu vida


Me pides
un símbolo sencillo y un punto de referencia
que resuma lo que ha de ser tu vida.
Te muestro uno, cercano y familiar:  el árbol.
¡Obsérvalo detenidamente,
para que aprendas de él!

“Soy un árbol.  Humilde criatura, un ser viviente, callado, sereno y dichoso”.
¿Sabes cuál es el secreto de mi vida?
Ser lo que soy, ser útil.  Es lo único que quiero.  Sólo eso y nada más.
Lo mejor de mí está escondido:  la raíz y la savia, que alimentan, sostienen y justifican todo lo que soy.
Mi grandeza está en lo que no se ve.
Todos admiran mi corpulencia, la belleza y esbeltez de mi ser, la altura e incluso, la calidad de mi madera.
Pero ¿sabes? Eso, con todo lo que pueda valer, no es ni lo más valioso ni lo mejor de mí.
Aunque sean muy pocos los que lo adviertan, mi grandeza y mi mayor mérito es elevarme sin cesar, estirarme hacia arriba, fortalecerme por dentro, queriendo ensancharme hasta el fin.
Si engordo en tamaño y me multiplico en ramas y hojas es con la única finalidad de ampliar mi capacidad y utilidad, para que, de esta manera, pueda albergar dentro de mi:  muchas flores y frutos, muchos pajarillos y abundante sombra.
Mi música favorita, la que más me gusta cantar, tiene esta letra:
¡Ojalá yo fuera un jardín colgante!
¡Ojalá yo fuera un paraíso donde anidaran todas las aves y todos los pajarillos constituyeran un coro con orquesta permanente!
¡Ojalá yo fuera un almacén de frutos, tan abundantes como sabrosos!
¡Ojalá todos vinieran a cobijarse y a aprovecharse de mi sombra!
Acepto con gusto y sin resistencia que me utilicen y me aprovechen como madera de muebles, puertas, ventanas, sillas y mesas.
No me importa desaparecer en los utensilios más sencillos y humildes.
Lo único que anhelo ¿sabes qué es?:  servir, ser útil y provechoso.
Esto lo tengo tan dentro de mí, soy tan consciente de ello que todo mi ser salta de gozo en llamas chisporreantes cuando me llega la hora de morir devorado por el fuego...
Esta es mi máxima aspiración:  “terminar la vida dando luz y calor a los demás, pues para eso nací y mi mayor satisfacción te lo digo de verdad es la de haber podido servir, haber sido útil hasta el final”.

2. Dios, genial y magnífico contigo

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en los cielos nos bendijo en Cristo con toda suerte de bendiciones espirituales”  (Ef 1,1).

Dios ha sido verdaderamente genial contigo, ha estado realmente magnífico con tu persona.
Esta realidad es tan maravillosa como misteriosa.
No es una forma de hablar, sino la gran verdad de Dios en tu vida.
Dios mismo te revela, te descubre hasta dónde ha llegado su amor hacia ti “que te ha querido elegir en la persona de Jesucristo antes de crear el mundo para que con él, con su amor llegues a realizarte plena y verdaderamente en comunión con todos”.
Dios ha sido genial contigo porque se ha volcado en ti dándote todo su amor.
Su sabiduría, su poder se pusieron en actividad, a la máxima potencia, para engrandecerte tanto que tú fueras el resumen más logrado de todas las maravillas de Dios.
Dios con ser Dios hizo tanto por ti, por engrandecerte y elevarte al máximum que no supo ni pudo hacer más por ti.
Eres tú una genialidad de Dios, una obra magnífica de su amor, la más perfecta y la mejor lograda de cuantas salieron de las manos de Dios.
Tú eres la mejor demostración, la evidencia más elocuente de que Dios fue genial, magnífico contigo.
Puedes decir con toda verdad,  sin miedo a exagerar:  “Dios se pasó conmigo, todo le pareció poco para manifestarme lo muchísimo que me amaba”.
Las tres divinas personas se concentraron tanto en tu persona que todo su amor fue para ti, queriendo lo mejor para ti, queriendo lo mejor para ti:  que fueras uno con Jesús, que él fuera siempre tu amor y tu vida, crecieras continuamente en él y con él, para lograr así tu plenitud en él en comunión gozosa con todos.
Dios ha estado magnífico contigo porque ha querido elevarte a la máxima categoría divina:  a ser y a vivir con Cristo la misma vida de Dios.
Dios ha sido genial contigo porque has sido creado para vivir con Jesús para servir y amar a todos.
Recuerda siempre con gozo y estremecimiento que:  las tres divinas personas te crearon por amor para que crecieras hacia arriba, hacia adentro y hacia fuera.
Fuiste pensado, “programado” en Cristo Jesús para que tú pudieras elevarte y superarte sin cesar, para que crecieras por dentro de ti mismo, y toda tu vida fuera crecer siempre en comunión con todos.
Tú naciste en el corazón de Dios; por eso, Dios-amor te atrae continuamente hacia sí, para que vivas en gozosa familiaridad con cada una de las tres divinas personas y de esta forma seas divinizado.
Dios mismo con su amor te impulsa a conocer y promover tu interioridad para que de esta manera te humanices de verdad, en profundidad, al tiempo que te invita y apremia a dejarte llenar continuamente por su amor, a ensanchar tu corazón de manera que todos experimenten su amor por medio tuyo.
Todo tu ser, tu constitución personal, lo que eres y serás, proclaman que Dios ha sido genial, ha estado magnífico contigo y has de alegrarte por ello.
Toda tu vid ha de proclamar las maravillas que Dios hace continuamente en ti.
Estas maravillas de Dios en tu vida son tan grandes, tan continuas y admirables que ahora, por muy larga que sea tu vida en esta tierra, nunca las podrás abarcar ni desarrollar como es debido.
Será en el cielo, sumergido ya por entero dentro de la santísima Trinidad, cuando Dios sea todo en ti y en todos, y Jesús entregue todo el universo al Padre, será entonces cuando llegarás a comprender total y perfectamente que tu vida entera gracias a Jesús, por su amor es una auténtica genialidad, una verdadera obra magnífica de su amor.
Dicho tú si te esfuerzas por vivirlo cada día.

3. ¡Qué grande y qué bueno Dios contigo!

Te lo dice el mismo Dios:  “Eres precioso para mí, vales mucho ante mis ojos,
yo te amo
y te llamo por tu nombre”  (Is 43,4).

La más maravillosa y absoluta verdad de toda tu vida:  Dios te ama.
Es la gran verdad que ha de sostener y dirigir toda tu existencia.
Dios te ama tanto, tan en serio y continuamente, que tú eres lo primero, lo mejor y más querido de su corazón.
Dios es todo amor para ti.
Todo lo piensa y todo lo hace en función tuya, de tu crecimiento y provecho.
Está tan concentrado en amarte, en favorecerte, en hacerte el máximo bien, que tú eres su obsesión.
La felicidad de Dios es amarte en su hijo Jesucristo.
Quiere que te parezcas cada día más a él, que te aproveches al máximo de su amor, para que él crezca en ti y creciendo tú todos crezcan contigo.
Dios te ama tanto que todo le parece poco para tenerte bien servido y mejor atendido.
Tú eres la niña querida de sus ojos.
Te mima, te acaricia, te estrecha contra su corazón y cual mamá cariñosa y buena sólo sabe decirte:  hijito, hijito mío, ¡cuánto te quiero!
Dios no sabe vivir sin amarte, ¿y tú?
Él te coloca en el primer lugar de su corazón.
¿Qué lugar ocupa Dios en tu vida?
Cada día, todos los días, Dios te lleva muy dentro de su corazón.
¡Dichoso tú si dejas que Dios sea siempre el corazón de tu vida!
Naciste en el corazón de Dios como hijo suyo muy querido.
Su amor personal hacia ti hace el milagro de seguir engendrándote sin cesar.
El cariño que Dios siente por ti es tan solícito, tan gozoso como fiel.
Nada ni nadie podrá impedir que  Dios te ame eternamente, porque te ama apasionadamente.
“¿Quién podrá estar contra ti si Dios está a favor tuyo? (Rm 8, 31).
Ni la muerte ni la vida, ni el presente ni el futuro ni las fuerzas del universo, sean de los cielos, sean de los abismos, ni criatura alguna podrá impedir que Dios te siga amando en Cristo Jesús”.
Toda la ternura, todo el cariño y bondad de Dios han sido derramados en tu corazón como un torrente arrollador, gracias al Espíritu Santo (Rm 5, 5).
Dios viene para ti, para amarte.
Disfruta y saborea cuanto más puedas ese amor personal y entrañable que Dios te manifiesta continuamente, aún en los detalles más insignificantes.
Corresponde a ese amor viviendo tú para él, convencido de que él no gana nada con tu amor, todo el beneficio es total y exclusivamente para ti.
Dios pronuncia tu nombre con tal gozo y orgullo que pareciera que sólo tú existieras en el mundo.
Te ama tanto que todo su amor es para ti.
Quiere que crezcas y te superes, para que amando más y mejor cada día, Jesús haga crecer a todos contigo.
La ternura de Dios te envuelve para que te humanices cada vez más y llegues a tu plenitud en Jesús viviendo en continua comunión con todos.
Si Dios es todo amor para ti, toda tu vida ha de ser una manifestación del amor de Dios en ti, facilitando el que Jesús ame a todos a través de ti.
Celebra cada día el amor tan grande que Dios te tiene, elevando tu corazón hacia Dios, humanizando cada vez más tu vida, superándote en todos los aspectos, dando lo mejor de ti a todos, para que cuantos te miren vean a Cristo en ti y lo glorifiquen con gozo viendo tu vida hermosa y fecunda.


4. Todo te habla de su amor

“Señor, tu amor me envuelve
por delante y por  detrás  (Sal 138, 5).
Dios te ama con todo su amor y te lo expresa por todas las cosas, en todos los momentos de tu vida.
Todo, dentro y fuera de ti, aún las cosas más sencillas e insignificantes, te hablan de lo muchísimo que Dios te ama.
El amor personal de Dios es como un maravilloso y misterioso seno materno, dentro del cual tú naces, creces y llegas a tu plenitud.
Este cariño de Dios te envuelve por completo por dentro y por fuera, por delante y por detrás, tanto es así que “respiras” a Dios continua e ininterrumpidamente.
“En Dios vives, te mueves y existes” (Hch 17, 28).
Todas y cada una de tus facultades, todos tus órganos, tu estructura corporal y, sobretodo, tu interioridad te hablan de lo muchísimo que Dios te ama.
Las flores, los pájaros, las estrellas, los ríos, los árboles, la música, la sonrisa de los niños, la serenidad de los ancianos, el aire que respiras, la amistad, el arte, la ciencia, la técnica, los libros... todo, absolutamente todo es una manifestación rotunda y elocuente del amor personal que Dios te tiene a ti.
Estés en la montaña o en la oficina, en el silencio de la noche o en el barullo de la avenida más concurrida, viajes en automóvil o a pié, lo creas o no, su amor te envuelve por completo.
Dios te lleva muy dentro de su corazón, abrigándote con su cariño, arropándote con su ternura.
Su cariño y ternura te envuelven, día y noche, cada instante, ahora y por toda la eternidad.
Dios no sabe sino amarte.  Te expresa ése su amor por todas las cosas, de todas las maneras posibles.
Tú, por tu parte, has de valorar tanto su amor que no sepas vivir sin su amor.
Necesitas tomar conciencia y cada día más de ese amor personal de Dios en tu vida, que te envuelve y te acompaña sin cesar.
Si Dios te ama en todo momento, continuamente, todo tu empeño ha de ser valorar cada vez más ese amor, profundizarlo, agradecerlo, saborearlo y comunicarlo a todos.
Para captar la presencia de Dios en tu vida, para “sentir” su amor que te envuelve y te acompaña continuamente, has de luchar con humildad y perseverancia contra la superficialidad y el pecado.
Tu corazón ha de estar cada vez más limpio para que puedas ver a Dios en todos, en todo y, sobretodo, dentro de ti mismo.
“Felices los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.
La contaminación espiritual que te rodea, el ruido, la prisa... son ciertamente dificultades pero no son insuperables.
Dios es el primero en querer que te aproveches al máximo de su amor, y te ayuda eficazmente a que puedas superar y vencer todos los obstáculos y dificultades.
Dios se goza sobremanera de expresarte todo su amor a través de las personas, de las cosas y de las situaciones de cada día.
Tu mayor gozo:  descubrir e interpretar ese amor personal de Dios dentro y fuera de ti, tanto cuando te lo hace en clave positiva como cuando lo hace de una forma extraña y desconcertante.
Uno de los principios básicos de tu vida ha de ser:  el saber por convencimiento personal que “Dios te ama tantísimo que todo lo dirige para beneficio y provecho tuyo”.
Cuanto más hagas tuyo ese amor, cuanto más lo asimiles y lo irradies tanto más te elevarás, crecerás por dentro, mayor comunicación con los demás.
Cuanto más te esfuerces en sintonizar con Dios, con su corazón, empeñado en descubrir su presencia en cada persona, en cada acontecimiento y, sobretodo, dentro de ti, tanto más influirá el amor de Dios en tu vida, tanto más influirás tú en la vida de los demás.
Te aseguro que si te aficionas a rastrear las huellas de Dios dentro y fuera de ti en cada persona, en la naturaleza, en cada acontecimiento de tu diario vivir, ya no sabrás vivir fuera de Dios, cautivado y fascinado por su amor.
Te sentirás tan dichoso de saberte amado por él, que tú mismo te asombrarás al comprobar cómo todo te habla de su amor, cómo Dios va creciendo en ti.
Tu realización personal ha de consistir en estar sumergido cada vez más consciente y profundamente en Dios de tal manera que su amor te posea por completo y alcances tu verdadera estatura en Jesús.

5. Amor con amor se paga

Jesús nos propuso:
“Orar siempre continuamente,
orar sin interrupción”  (Lc 18, 1).
Si Dios te da todo su amor y te lo manifiesta continuamente, justo es que tú correspondas con todo tu corazón, con toda su vida.
Dios vive para amarte.  Te quiere tanto, tan apasionadamente que no sabe vivir sin amarte.  Todo su empeño consiste en favorecerte y colmarte de su bondad.
Está siempre pensando en ti.  Su amor por ti es tan grande que te lo expresa de mil maneras, invitándote a vivir en íntima comunión con él.
Tu respuesta:  aceptarlo con gozo, vivirlo y aprovecharlo con agradecimiento.
Si Dios vive para ti, tu corazón ha de estar centrado en él y toda tu vida dirigida hacia él.
Si Dios te manifiesta su amor en todo momento y por todas las cosas, tú también elevarás tu corazón hacia él en todo momento y por medio de todas las cosas.
Amor con amor se paga.
La oración es cuestión de amor.
Si tu corazón está lleno de amor, si te sientes amado por Dios, la oración es como la respiración de tu alma.
Cuando hay amor es fácil y agradable el hacer oración.
Pero si tu corazón está frío o vacío, si no te sabes amado por Dios, si apenas significa nada él en tu vida, la oración no tendrá espacio en el programa de tu vida, será tan secundaria y sin importancia, que te dará igual hacerla u omitirla.
Cuando el Espíritu Santo te ha hecho tomar conciencia de que eres hijo muy querido y lo has experimentado y saboreado personalmente, la oración es una necesidad, una exigencia que brota de lo más íntimo de tu ser.
La oración es tarea muy sabrosa para todo enamorado, y es fastidiosa para el que tiene el corazón apagado.
La vitalidad de tu fe, de tu amor se calibra por tu oración.
Toda la felicidad de Dios es dialogar contigo, expresarte cuánto te ama, invitándote sin cesar a que vivas en mayor e íntima comunión con él.
Su amor es tan grande e irresistible que le empuja hacia ti, por eso, te atrae hacia sí queriendo lo mejor para ti:  que te aproveches al máximo de él, que seas verdadera y plenamente tú en Jesús.
En ese diálogo de amor que te ofrece continuamente, tú siempre llevas las de ganar.  Todo el beneficio es para ti, sólo y exclusivamente tuyo.
Tan pronto abras los ojos al nuevo día, sea tu primera reacción el abrir tu corazón al Dios que se acerca a ti para brindarte todo su amor.
Dios quiere que sea su amor la base de tu vida, la fuente de tu vitalidad.
La oración sea la llave de oro que abra y cierre cada una de tus jornadas.
Toda tu vida sea vida de oración.
Tu oración sea vida, hablando a Dios de los hombres para luego hablar a los hombres de Dios.
Habla con Dios, con tu corazón,  con tu vida entera.
Cuéntale todo como hace un hijo pequeño con su papá, alábale y dale gracias por todo, ponte a su orden para lo que quiera hacer contigo o por medio tuyo; pero no te olvides de que la oración es un diálogo:   hay que hablar pero también escuchar.
Así sucede entre los amigos y así también quiere Dios que suceda entre tú y él.
La oración ha de ser tan normal como la respiración en tus pulmones o los latidos de tu corazón.
Ora en todo tiempo, en todo lugar, cuando sientas gusto y cuando el cansancio o tu agobio te invitan a no hacerlo.
Tu oración es expresión de tu amor.
Por tu oración puedes saber la temperatura de tu amor.
Dios tiene tanta importancia en tu vida cuanto valoras tu oración.  Si significa poco en tu escala de valores, ocupará muy poco espacio o ninguno en el programa diario de tu vida.
Has de valorar y promover tanto la oración en tu vida que la harás tu fuente de vitalidad, exigencia de tu personalidad y crecimiento a todos los niveles.
El mejor regalo que te puedes hacer a ti mismo es valorar cada vez más la oración.
¡Qué extraño desvarío que mientras Dios vive para ti, para colmarte de todo bien, empeñado en ofrecerte su amistad, tú estés fuera de ti, ocupado y preocupado en todo menos en quererte a ti mismo, descuidando u omitiendo tu oración!
Dios está siempre en comunicación contigo, en línea directa con tu persona ¡ojalá tú mantengas esa misma actitud, ese mismo empeño con él!
Por favor, no se te ocurra decir:  “No tengo tiempo para orar”.
Siempre se tiene tiempo para lo que se ama.
Tampoco digas que “Dios es lo primero en tu vida” y luego tu comportamiento diga todo lo contrario.
Di Dios vive pendiente de ti, siente tanto gozo en hablarte al corazón, has de cuidar con esmero que Dios ocupe el primer lugar en tu vida, afectiva y efectivamente.
Lo has de hacer porque eso te conviene y te aprovecha solamente a ti, y si eres tan delicado y respetuoso con los que te aman y te hacen favores ¿no harás lo mismo con Dios que es el que más te quiere, el que te quiere de verdad?
El secreto de tu vida, la fuerza para elevarte, crecer por dentro y dar lo mejor de ti a todos, la clave para desarrollar ese misterio de amor que eres tú ¡recuérdalo siempre! es tu oración humilde y continua.


6. Toda tu vida bajo el signo del amor

“En Dios vives, te mueves y existes”
(Hch 17, 28).
Toda tu vida, desde el principio hasta el final, está marcada por el signo del amor, de la ternura de Dios.
Cada mañana, puntualmente, Dios se hace presente a una cita que tiene contigo.
Con inmenso cariño se acerca sigilosamente a tu cama cual si caminara de puntillas, te mira dulcemente, pronuncia tu nombre con agrado y satisfacción mientras se inclina sobre tu frente para estampar en ella un beso, gesto que resume todo el amor y confianza que Dios deposita en ti.
Luego, tras haberse quedado con sus ojos fijos en ti, mirándote con emoción, te abraza con cariño diciéndote:
“Tu eres mi hijo muy querido, en ti me complazco.  Estoy tan orgulloso de ti que me siento inmensamente dichoso de darte un nuevo día, un cheque en blanco para que, juntos, escribamos una página muy hermosa en esa historia de amor que es tu vida”.
Dios es tan delicado contigo que opta por pasar a la penumbra, aunque jamás se retira de tu lado.
Durante todo el día su amor se manifestará continuamente, de muchísimas maneras.
Dios es el siempre presente en tu vida.  Tú, por el contrario, sueles ser el ausente, porque pasas muchas horas y jornadas distraído, alejado de ti.
Su amor se hace presencia en ti, siendo el corazón y el motor de toda tu existencia.
Las 24 horas de cada día, de todos y cada uno de tus días están marcados por el signo del amor y ternura de Dios.
Por eso, has de proponerte vivirlos intensamente bajo el signo de ese amor personal de Dios.
Tu gozo ha de consistir en asumir cada día ese amor, profundizarlo para que todos lo experimenten a través de ti.
Para captar la presencia de Dios, para descubrir ese amor de Dios en ti desde que abres los ojos por la mañana hasta que los cierras por la noche tu corazón ha de purificarse y tu sensibilidad espiritual afinarse.
Toda tu vida está marcada por el signo del amor que Dios te tiene a ti.
Es tan inmenso e increíble el cariño que Dios te tiene, que no tiene ningún reparo en introducirse ¡y lo hace con una satisfacción increíble! entre ollas, libros, palancas, tornillos, microscopios, herramientas y todo género de sistemas electrónicos, convencido de que vas a saber descubrir su presencia y te aprovecharás cada vez más de su compañía, gozándote al máximo de que Dios te ame tanto.
Se trata de que vivas intensa, gozosamente toda tu vida en clave de amor.
Nada hay más presente y evidente que Dios y su amor en toda tu vida, en cada minuto, en cada cosa que haces, en todo lo que constituye tu vida personal.
Dios se hace presente, visible a ti por su amor, y quiere llegar a todos con su amor a través de ti.
Desde que te levantas de tu cama has de hacer tuyo el amor personal que Dios te ofrece, para convertirlo luego a través de todo el día en trabajo, en servicio, en entrega a los demás.
Sumergido en Dios, tu corazón ha de funcionar siempre inspirando y respirando amor.
Todo, absolutamente todo, desde lo más humilde y ordinario hasta lo más extraordinario y significativo de tu vida diaria, ha de poner en evidencia que sabes vivir bajo el signo del amor de Dios.
El amor de Dios hacia ti es personal, pero tan envolvente que toda tu vida transcurre dentro de él.
Todo lo que tú eres, todo lo que tú haces tiene sentido y consistencia por el amor personal de Dios que te envuelve y acompaña continuamente.
Esto sucede lo creas o no, te parezca posible o imaginario.
Tu gozo será:  tomar cada vez mayor conciencia de ello y sacar el mayor provecho posible de ese amor personal que Dios te brinda al querer ser él tu corazón y que tú seas corazón para los demás.
Durante todo el día sin interrupción ni descanso Dios va escribiendo contigo la historia de tu vida en clave de amor.
Solamente por amor tu vida vale la pena, tiene sentido y validez.
El amor de Dios te humaniza, te eleva, te abre más y más a los demás, despertando energías e inquietudes, pero sobre todo, te afina sin cesar para que hagas tuyas las actitudes y sentimientos en Jesús, que es lo que importa de verdad.
Al terminar tu jornada diaria, Dios se hace especialmente presente ante ti.
Pareciera que todo su amor se condensara misteriosamente para hacértelo sentir y saborear.
Te estrecha contra su corazón, con todo su cariño y mirándote fijamente a los ojos, mientras te dice con emoción y gozo:
“¡Felicitaciones!  Hemos trabajado juntos.  Todo salió bien.  Hemos terminado una jornada más, nueva y distinta.
Descansa, hijo mío.  Lo tienes bien merecido.
Duerme plácidamente en mi corazón.  Yo velaré por tu sueño.
Te has merecido un buen descanso, anticipo del que te preparo en el cielo.
¡Feliz noche y hasta mañana!”.
Tú, por tu parte, corresponderás diciendo:
“Gracias, muchas gracias por ser tan bueno y quererme tanto”.
Duérmete cada noche abrigado y acompañado por esa presencia amorosa de Dios, mientras tu corazón se recrea enumerando y saboreando la lista interminable de detalles, favores y delicadezas que Dios ha tenido contigo durante todo el día.


7. Tu meta:  Jesús

“Dios te eligió en Cristo
antes de la creación del mundo
para que vivas con él
y seas semejante a él”
(Ef 1,4) y (Rm 8,29).

La meta de tu vida, la única razón de tu existencia es tu realización personal en Jesús.
Por eso, lo primero, lo principal de toda tu vida es alcanzar tu plenitud personal en Jesús, con él y por él.
Desde toda la eternidad, tu realización y plenitud personal está asociada a Jesús.
Estás tan vinculado a él que sin él eres una caricatura de ti mismo.
Sin Jesús es imposible que tú seas verdaderamente tú.
Antes de los siglos, mucho antes que aparecieran las maravillas de la creación, la santísima Trinidad pensó en ti como una edición hermosa y admirable de Jesús.
Fuiste pensado, engendrado y amado en Jesús, para que crecieras y llegaras a conseguir tu plenitud con él.
Tu meta es sublime.
Tu meta es un ideal que ha de convertirse en programa de toda tu existencia, fijos tus ojos en Jesús.
Tu meta, lo único que da sentido a tu vida es:  Jesús.
La razón de tu vida no es el éxito ni acumular títulos, ser famoso o feliz.
Tú has nacido para formar parte de Jesús, para que con él puedas alcanzar tu verdadera estatura.
Has nacido para Dios, para amar a todos.
Aceptando a Jesús como tu amor y tu vida, te capacitas para alcanzar lo único que llena de verdad y para siempre tu corazón:  amar a Dios, amar a todos.
Tú eres tú cuando Dios y el prójimo son de verdad parte integral de tu vida personal.
Tu plenitud, tu realización personal se resume en una persona:  en Jesús; pero también en la conjugación activa y continua del verbo:  “amar”.
Si dejas que Jesús sea tu vida y tu amor, vivirás y amarás de verdad.
Dejando que Jesús te enseñe a vivir, a amar, lograrás integrar en tu vida personal a Dios y al prójimo.
Si prescindes de Dios o de tu prójimo, Jesús desaparece y ya no hay verdadero amor.  Sino hay Jesús y no hay amor verdadero en tu vida, tampoco hay verdadero crecimiento en ti. Dios y el prójimo son inseparables, tan importantes y necesarios en tu vida que forman un único Jesús.
Tu meta:   elevarte, crecer por dentro, vivir en comunión con todos, es sublime pero posible.
Es un ideal que has de conquistar, día tras día, todos los días, con la ayuda y asistencia del Espíritu Santo “que ha sido derramado copiosamente en tu persona”.
Tu decisión ha de ser realizarte, lograr tu plenitud personal en Jesús, con su amor, en comunión con tu prójimo.
No te desanimes por tu debilidad, por la presencia o frecuencia del pecado.
Lo que de verdad importa es que mantengas contra viento y marea tu decisión de superarte hacia arriba, hacia adentro y hacia los demás, promoviendo tu comunión con Jesús.
Recuerda continuamente que lo importante, lo esencial de tu vida no es ni puede ser la felicidad, sino el que tú llegues a ser verdaderamente tú, tal como Dios te ha pensado, querido y amado en Jesús.
Lo fundamental y prioritario de tu vida es dejar que Jesús crezca más y más en ti, para que creciendo tú en él, te aproximes cada vez más a la idea que Dios tiene sobre ti.
Cuanto más te realices como persona, tal como Dios quiere que seas, más feliz serás.
Dios no te ha puesto en el mundo para que seas feliz, sino para que conquistes tu personalidad en Jesús, y creciendo continuamente en su amor alcances tu plenitud personal en comunión con los demás.
La gloria de Dios es tu crecimiento, tu realización personal, pues cuando tú te elevas, creces de verdad por dentro y te ensanchas por el amor, se elevan, crecen y se enriquecen todos contigo.
¿Te has fijado en lo que te enseña una simple y sencilla rama de un árbol?
Jesús mismo te lo explica muy bien, muy claramente (Jn 15).
La rama por sí sola no vale ni puede nada.  Si se separa del árbol se seca y se muere.
Su vitalidad está en permanecer muy unida al tronco.  Solamente así se llena de savia y sirve a todo el conjunto del árbol.
Su razón de ser es estar muy unida al árbol, para crecer y poder multiplicarse en flores y frutos.
Sólo cuando está unida al tronco es cuando puede dar mucha sombra y beneficio a los demás.
Tú eres y vales por tu comunión con Jesús.
Tu savia:  el Espíritu Santo que te llena de amor y de vida.
Tu razón de ser:  estar unido con Jesús, crecer con él, dar vida a todos.
Tu vocación:  lograr tu plenitud personal con Jesús, compenetrado cada vez más con él,  para que de esta manera puedas vivir en verdadera comunión con los demás, multiplicarte en muchas personas, elevándote y creciendo con ellas.
Jesús quiere que tu vida produzca abundancia de flores y frutos.
Hazlo realidad continuamente viviendo siempre unido a Jesús.


8. Eres presencia  y prolongación de Jesús

“Cristo habla por mi boca”  (2Co 13, 3).
”Vosotros sois el cuerpo de Cristo (1Co 12, 27).
El amor personal de Dios hacia ti ha sido tan grande e increíble que ha hecho posible la maravilla más genial y sublime que jamás mente alguna pudiera imaginar.
Tú, y lo mismo todos los bautizados con Jesús, somos un único Jesús.  Formamos una sola persona, vivimos una misma vida.
Desde el día de tu bautismo, Jesús y tú estáis tan íntima y misteriosamente unidos que formáis una sola vida.
Te injertó en Cristo y te hizo ser Cristo para que viviendo con él la vida de Dios, vivieras en comunión con todos.
Jesús, por ser Dios, es tu cabeza.  Tú y todos los bautizados formamos su cuerpo.
Jesús contigo y con todos es el Cristo total.
¡Qué misterio de amor más grande!
¡Qué amor tan increíble!
¡Qué fuente de vitalidad y gozo más extraordinarios!
Ha sido el amor de las tres divinas personas el que ha querido y decidido que tú fueras elevado a la suprema categoría:  ser presencia y prolongación de Jesús para los demás.
Tan maravillosa y misteriosa, tan profunda y sublime es tu comunión entre Jesús y tú, que él ha querido hacerse presente en ti y en los demás a través de tu persona.
Vives con él y él contigo.  Camina contigo, a tu mismo ritmo.  Trabaja, lucha, ama... todo lo hace contigo.
Está tan compenetrado contigo que todo lo tuyo, menos el pecado, lo hace suyo.
Te ama tanto, vive tan íntimamente tu vida, que goza contigo y llora cuando tú lloras.
Se ha identificado tan profunda y verdaderamente contigo que todo su afán es que tú te esfuerces con su gracia en ir haciendo realidad el que se posesione tanto de ti que puedas decir:  “Vivo yo, pero no yo, es Cristo quien vive en mi” (Ga 2, 20).
Jesús se ha entregado por completo a ti, y quiere que tú hagas lo mismo con él.
Sólo así puedes ser presencia y prolongación suya en el mundo.
Jesús:
ama con tu corazón,
mira y llora a través de tus ojos,
habla por medio de tu boca,
sufre contigo en tu cuerpo,
trabaja con tus manos,
piensa y estudia con tu inteligencia,
sonríe con tus músculos faciales,
oye a través de tus oídos,
ora al Padre con tus palabras, con tu corazón, con tu vida.
Adora al Padre, le alaba, le pide perdón y le da gracias contigo y por medio tuyo.
Ofrece cada día al Padre, con el amor del Espíritu Santo lo que tú eres, todo lo que tú haces.
Porque Jesús te ama de verdad, porque quiere hacer todo esto contigo con cada vez mayor perfección, desea ardientemente ser el corazón de tu vida personal.
Todo lo que Jesús es y tiene es tuyo, te pertenece.
También todo lo que tú eres y tienes es suyo, le pertenece.
En Jesús es completamente cierto.
En ti ha de ser gradualmente realizado.
Por esta razón el amor impulsa a Jesús a pedirte que le dejes ir cada día tomando posesión de ti, de toda tu vid personal, pues quiere conseguir a toda costa ser tu vida y tu amor.
Jesús no sabe vivir sin ti, sin amarte con todo su corazón.
Esta es la razón por la que desea que tú no sepas vivir sin él.  Quiere ser tu corazón, para que pueda amar a todos en ti y por medio de tu persona.
Jesús nunca se separa de ti y confía que tú jamás te separarás de él.
Unido a Jesús, identificado cada vez más a él, es como puedes ser verdadera presencia y prolongación suya ante los demás.
Esta sublime categoría te compromete por entero.
Tu vida no te pertenece:  eres de Jesús y de todos.
Tu preocupación:  que Jesús sea cada vez más todo en ti y en todos.
Para que puedas hacerle presente en tu vida, Jesús ha de ser tu vida.
Para que Jesús pueda amar a todos en ti y a través de ti ha de ser él tu amor.
Tu elevación, crecimiento e influencia amorosa en todos están en relación con tu comunión y compenetración con Jesús.  Los hombres y mujeres que más se han elevado y crecido humanamente, que más huella profunda han dejado en el corazón de los hombres a través del tiempo, han sido los que más han vivido ese misterio de amor:  de ser presencia y prolongación de Jesús, identificados con él.
Lo han hecho programa de su vida.  Ese fue su secreto.
Tú vives de verdad como presencia y prolongación de Jesús, cuando haces tuyos los sentimientos y actitudes de su personalidad, que movían y dirigían toda su vida:  agradar siempre y en todo al Padre, amando y dando la vida por todos.
Proponte con gozo y humildad hacer cada día más tuyos los criterios fundamentales de Jesús, aprovecharte al máximo, cada día más, de su amor, empeñado en que él sea de verdad tu vida y tu amor.
¡Ojalá que cuantos te miren le vean siempre a él!

9. Todo con Jesús, nada sin él

“Y todo lo que puedan decir o hacer, háganlo
en nombre del Señor Jesús dando gracias a
Dios Padre por medio de él”  (Col 3, 17).
Dice el mismo Jesús:
”Sin mí no podéis hacer nada”  (Jn 15,5).

Fuiste creado, engendrado y amado en Jesús.
Las tres divinas personas te vincularon tan íntimamente con Jesús que todo lo que tú eres lo has e ser con Jesús; y todo lo que tú hagas, ha de hacerlo él contigo.
Eres y vales por Jesús.
Toda tu realización personal, todo tu trabajo lo has de hacer con él, nada harás sin él.
Para hablar con propiedad, hay que decir que más que hacer tú con Jesús, has de dejar que todo lo haga él contigo, sin querer hacer nada tú solo.
Tú fuiste hecho en Jesús y tu razón de ser es que Jesús crezca en ti, para que tú seas verdaderamente tú.
Por ti mismo, no eres ni vales nada.
Por esa razón, tu personalidad, tu trayectoria personal está enmarcada en la persona de Jesús, para que injertado en él tu vida tenga valor y sentido para Dios.
Dios Padre sólo tiene un amor:  Jesús.
Todo lo hace con él y sin él no hace nada.
Para Dios Padre únicamente tiene valor lo que haga o presente Jesús.
Todo tiene que ser hecho y presentado por Jesús.
Sólo así es válido.
Sólo con Jesús se hace agradable y digno del Padre.
Ha sido Dios Padre el que ha establecido que todo lo que eres y hagas sea con Jesús.
Sin Jesús estás hueco, sin peso, tú no eres tú, estás tan desfigurado que eres irreconocible para Dios.
Recuerda siempre:  que Dios no acepta fotocopias, sólo originales.
Todo tu afán consistirá en mantenerte muy unido a Jesús, para que sea él tu vida y su amor dirija tus pensamientos y todo tu comportamiento, única garantía de que tu vida será agradable y valiosa para Dios.
Apoyarte en tu autosuficiencia, en tus fuerzas, es como pretender escalar el cielo armando y superponiendo escaleras de tu propia fabricación.
Este, tu empeño, será tan agobiante como inútil.
Tú, por ti mismo, eres simple criatura, y por más esfuerzos titánicos y sobrehumanos que hagas, no podrás jamás romper la distancia entre el cielo y la tierra, entre Dios y tú.
Jesús mismo te recuerda continuamente:
“Nadie puede llegar al Padre sino por mí” (Jn 14, 7).
Esta advertencia no sólo te evita desengaños y frustraciones, sino que te anima, te levanta el ánimo y te garantiza lo que más ansía tu corazón:  que puedas llegar a Dios, vivir en íntima y sabrosa comunión con él.
Tu elevación, crecimiento y comunión con todos solamente lo puedes lograr con Jesús, con su amor.
Tú, por ser tan pequeño, no sabes orar, tan sólo sabes balbucear.
Para lograr orar como conviene, como Dios se merece, únete a Jesús y ruégale que ore en ti y contigo.
Esta oración será de los dos, pero tú serás el único que sacarás provecho de ello.
Tú no sabes alabar, dar gracias, pedir perdón, obtener que Dios sea Dios en tu vida y en la de todos.
Tus deseos de lograrlo son simples balbuceos, juegos de palabras, más o menos bonitas, pero no llegan al corazón de Dios, que lo ve todo como una pretensión de un recién nacido que se afana por hablar, expresarse, pero no sabe ni puede.
Unido a Jesús, pídele que sea él tu alabanza, tu acción de gracias, tu intercesor y abogado ante el Padre, prestándole tu pequeñez y buena voluntad, para que todo lo que haga él contigo sea para tu bien y provecho.
Dios Padre no quiere nada imperfecto, dañado o mal presentado.  Todo lo quiere santo y perfecto como merece su condición de tres veces santo.
Esto sólo lo puede lograr Jesús.
Si tú le dejas entrar en tu vida, Jesús lo hace todo contigo y se goza sobremanera de que tú te beneficies de él haciéndolo digno del Padre y provechoso para ti.
Tu elevación, crecimiento y comunión con todos las realizarás con garantía y gozo con Jesús, por él y en él.
Alégrate y siéntete muy orgulloso de que Jesús sea el Señor, el Dios de tu vida.
Acepta con gusto que él sea el protagonista, el que tenga la primera y la última palabra en la dirección y gobierno de tu vida personal.
Jesús quiere perfeccionarte y asemejarte más y más a él, manifestar el poder de su amor en tu vida.
Colabora y facilita su obra en ti.
Has de alegrarte sobremanera de que los demás admiren la obra maravillosa de Dios que tú eres, los prodigios y manifestaciones del poder de Dios en tu vida.
Acepta complacido y agradecido todos los elogios que te hagan, pero cuida mucho de que sea Jesús el que reciba toda la alabanza, el que figure y ocupe el centro de atención de todos.
Has de advertir a todos con alegría y convencimiento de que lo que ellos admiran y elogian en tu persona, lo has recibido de Dios y es a Dios a quien hay que darle gracias.
Tus cualidades, tus progresos y éxitos los has de lucir con inmensa alegría, no para quedar tú bien, sino para que sea Jesús el que figure y quede bien ante todos.
Todo lo que tú eres y vales, tus cualidades y valores personales los has de promover y dar a conocer con una sola preocupación:  “que todos vean tus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo”.
Jesús quiere brillar en ti haciéndote destacar a ti.  Tú tienes que ser justo, inteligente, dándole a él toda la gloria, aceptando con muchísimo gusto el que todos le admiren y alaben viendo las cosas grandes y hermosas que él hace en tu persona y en otras personas por medio tuyo.
Eres burrito de Jesús.  Si él te ha elegido para que lo transportes de un lado para otro, cuando oigas aplausos y elogios recuerda que son para él, no para ti.
Gózate de esa predilección de Jesús por tu persona y de que todos alaben y bendigan a Jesús en ti y por medio tuyo.


10. Dios está aquí y te llama

Te dice Jesús cada día:
”Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final del mundo (Mt 28, 20).
Dios-amor ha querido definirse como Enmanuel:  “Dios con nosotros”.
Es tan grande su amor por ti, por todos, que no se ha conformado con darnos todo, sino que ha inventado una presencia muy especial para quedarse con nosotros:  el Sagrario.
Dios te ama tanto, tan apasionadamente que no quiere ni sabe vivir sin ti.
Por eso, ha querido quedarse contigo las 24 horas del día, todos los días.
Ha elegido un lugar para esta siempre contigo, a tu completa disposición, para que te aproveches al máximo de su amor, ese lugar se llama:  el Sagrario.
Dios está presente en todas partes, incluso dentro de ti, pero su presencia en el Sagrario ha querido él que sea la máxima presencia de su amor para ti.
Dios es presencia y manifestación de amor en todas las cosas, en todas las partes, pero en el Sagrario es amor hecho presencia, es bondad y generosidad en evidencia.
Por esta razón, tu lugar favorito, tu espacio preferido en la Iglesia, ha de ser siempre:  el Sagrario.
Allí está Dios continuamente presente, y tú de allí nunca estarás ausente.
Tu corazón ha de permanecer continua y amorosamente de rodillas ante el Sagrario, en señal de gratitud y reconocimiento ante ese amor tan increíble y exquisito que Dios te manifiesta tan expresamente a ti.
Todo el amor de Dios es tuyo en cada Sagrario.
Dios quiere hacerse tuyo, darte todo su amor, permanecer a tu completa disposición, porque quiere tu bien, todo el bien para ti.
El Sagrario es el volcán de Dios, donde todo su amor está en ebullición máxima.
Dios está tan enamorado de ti, tan chiflado de amor por ti, que toda su felicidad es estar cerca de ti.
Tu vida entera ha de girar siempre en relación amorosa, gozosa y agradecida con el Sagrario, eje y centro de lo que eres y haces.
Si tu fe tiene que ser vivencia de amor, experiencia de Jesús, tu persona, tu vida entera ha de apoyarse y desarrollarse en y por Dios en el Sagrario.
Estés muy arriba en la vida mística o empieces a dar los primeros pasos como discípulo de Jesús, seas niño o adulto, vivas en la ciudad en el pueblo más alejado, tu corazón ha de palpitar al unísono del de Jesús en el Sagrario.
Tu elevación, tu crecimiento y ensanchamiento están inseparablemente unidos con Jesús en el Sagrario.
Cuanto más valores el Sagrario tanto más te elevarás, crecerás y vivirás en comunión de amor con todos.
Tu vida ha de ser crecimiento en el amor, experiencia de Dios y compromiso de dar lo mejor de ti a los demás.
Por eso, necesitas acudir asiduamente al Sagrario, donde te encontrarás con Jesús, cara a cara, fuente de la vida y del amor.
¿Estás frío espiritualmente?  Jesús es fuego.
¿Te sientes vacío interiormente?  Jesús es tu plenitud.
¿Estás pasando un mal momento en tu vida personal, en tu familia, en tu trabajo, en tu salud, en tus estudios...?  Jesús te dice:  “Ven a mí, tú que estás cansado y agobiado.  Yo te aliviaré”  (Mt 11, 28).
¿Te sientes solo, sin amor?  Jesús es el Dios-amor, el Dios-todo corazón que sólo sabe amar.
Dios se queda contigo, día y noche, buscando solamente tu bien y tu provecho.  Quiere inundarte de vida y de amor.
En cada iglesia hay un Sagrario, y es el amor el que te dice a grandes voces:  “Aquí está Dios y te llama”.
Si Dios te ama hasta ese extremo, si tiene tantas ansias de estar contigo, de favorecerte en todo, de darte inmensamente más de lo que tú le pidas, justo es que tú también tengas la amorosa preocupación de sacar cada día tiempo para estar con él y beneficiarte al máximo de esta presencia tuya, tan familiar y cercana.
En cada Sagrario tienes a la mano la fuente de todo bien, puedes dialogar con Dios cara a cara, anticipar tu cielo en la tierra.
Si el amor es fundamental, esencial en tu vida, en tu crecimiento personal, has de valorar cada vez más tu relación con Jesús en el Sagrario.
Los hombres y mujeres que más humanidad han acumulado y que más han influido en el mundo, han sido hombres y mujeres que han sabido centrar su vida en Jesús, sacando el máximo provecho de esa presencia divina en el Sagrario.
Si Dios tiene tanto afán por amarte, por quedarse contigo en el Sagrario, buscando solamente tu bien ¿no has de tener tú un afán por tu propio bien, acercándote a él en el Sagrario?


11. Por la humanidad a la divinidad

Te dice Jesús:
“Nadie va al Padre sino por mí.
Si me conocen a mí,
también conocen al Padre”  (Jn 14, 6).

Has nacido hombre y quieres llegar a Dios.
Has nacido y quieres llegar a tu Creador.
Esta es muy buena señal de salud, de equilibrio.
Anhelas unirte a Dios, deseas vivir en comunión de amor con él.
Esta es la necesidad más esencial y profunda de todo ser humano.
Dios mismo ha querido grabarla en lo más íntimo de tu ser.
Captar esta necesidad es fácil y sencillo.  Saber el camino y la manera de lograrlo no es ciencia que todos sepan.
Para llegar a Dios, para unirte a él, necesitas empezar por abajo, por la humildad, por la humanidad de Jesús.
Si comienzas por arriba, apoyado en tu inteligencia, sin humildad, excluyendo la humanidad de Cristo, sentirás tal vértigo que te estrellarás estrepitosamente.
Sube, asciende con seguridad hasta la divinidad de Cristo, tomando como camino su humanidad.
Si así lo haces, puedes estar seguro de que muy alto llegarás.
Aficiónate a contemplar asiduamente la humanidad sacratísima de Jesús y comprobarás las maravillas de Dios en tu vida personal:
Tendrás una intimidad con Dios como nunca soñaste.
Vivirás una experiencia tan profunda de Dios que toda tu vida sufrirá una transformación tal que hasta tu mismo te admirarás.
Dios se unirá a ti, se complacerá en ti, concediéndote muchos y grandes beneficios, tanto en el orden espiritual como material.
Tu elevación y crecimiento personal y con los demás ha de pasar necesariamente por la humanidad de Jesús.
La humanidad de Cristo tiene muchos aspectos, todos buenos y atrayentes.
Elige el que más devoción te dé, sea como niño en Belén, en los brazos de la Virgen María; joven en Nazaret o adulto en la vida pública.
Puedes tomar como materia de contemplación una escena de la vida, pasión o muerte de Jesús.
Si te da mayor devoción la humanidad de Cristo resucitado, por ahí también vas bien y vas seguro, llegarás muy lejos y subirás muy alto en tu comunión con Dios.
Todo esto está probado y archicomprobado por multitud de santos.
No temas que este ejercicio te va a alejar de la realidad o desentenderte de los hombres.  Todo lo contrario.  La contemplación de la humanidad de Cristo es la más eficaz manera de comprometerte con la humanidad de todos, empezando por la tuya.
Empieza por reconocer que la humanidad de Jesús es la tuya, es la de todos.
Cuando contemplas la humanidad de Cristo ciertamente llegas a su divinidad, pero no es menos verdad que experimentas una exigencia tan irresistible de valorar y promover la humanidad en todos sus aspectos que vives comprometido cada vez más con todos, pero sobre todo, con los que sufren, sea en el cuerpo o en el alma.
Has de contemplar la humanidad de Jesús convencido de que vas a vivir en íntima comunión con Dios, pero también proyectado por entero hacia los demás, pues sólo con Dios es tu amor verdadero y duradero.
Esta contemplación te hará descubrir a la humanidad que tú eres, la que tienes a tu lado, impulsándote a amar y servir a todos, dando siempre lo mejor de ti a todos, pero en especial atendiendo y cuidando con todo esmero a la humanidad doliente de Cristo.
Jesús se encuentra en la humanidad doliente y sufriente:  de los ancianos, de los niños abandonados, de los enfermos, de los presos, de todos y cada uno de los marginados, a los que nadie quiere y todos rechazan.
Acoge, atiende, sirve y ama la humanidad de Cristo en todos y cada uno de los seres humanos, pero en especial, en los que más sufren, convencido de que acoges, atiendes, sirves y amas a Dios en cada uno de ellos.
La contemplación de la humanidad de Cristo te lleva a la divinidad de Cristo.
Jesús ha hecho suya nuestra humanidad con todas sus consecuencias.
Ha querido ser amado en todo ser humano.
El mismo te declara solemnemente:  “Todo lo que hiciste con uno de mis pequeños hermanos, a mi me lo hiciste” (Mt 25, 40).
Jesús quiere que tu elevación y crecimiento sea en humanidad, demostrándolo con una vida de fe tan grande y de un amor tan verdadero que lo sepas descubrir a él en todo ser humano, en especial, en cada persona que sufre o pasa necesidad.
Muy claramente te lo dice:  “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve enfermo y me visitaste, estuve en la cárcel y me viniste a ver, estuve desnudo y me diste vestido, fui peregrino y me acogiste” (Mt 25, 35).
Tu fe y tu amor están en relación directa con tu humanidad.  Cuanta más fe y amor en tu vida, tanto más habrás crecido en humanidad.
Cuanto más te humanizas, tanto más crece Cristo en ti, más y mejor eres elevando y perfeccionando a los demás contigo.



12. María, necesaria siempre

Jesús, al ver  a la madre, y junto a ella al
discípulo al que más amaba, dijo a la madre:
mujer, ahí tienes a tu hijo.
Después dijo al discípulo:  ahí tienes a tu madre.
Desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa”  (Jn 19, 26).

María es el detalle más fino y exquisito del amor que Dios te tiene.
En tu proceso de elevación, crecimiento y comunión con todos, la madre es imprescindible, insustituible.
No puedes humanizarte si te falta la madre.
Por eso, Dios quiso facilitar tu crecimiento en la fe, en el amor, dándote a María como madre.
María no es un lujo ni un adorno bello, tampoco es un sentimiento afectivo sublimado.  Es un elemento esencial a tu fe.  No puedes ser verdadero discípulo de Jesús, suprimiendo, marginando o descuidando a María.
Tu vivencia de fe, tu amor, reclaman la presencia femenina y maternal de María.
Así lo ha querido Dios y así lo has de vivir y aprovechar tú.
Seas hombre, seas mujer, necesitas continuamente la presencia de María para realizarte como persona, como creyente.  Tu humanización, tu vivencia de fe, por ser crecimiento de Cristo en ti, están íntimamente unidos a María, que Dios ha querido sea necesaria siempre en toda tu vida.
Si eres hombre, necesitas continuamente de María para ser de verdad tú mismo.
Dios quiere que seas plenamente humano, varonil de pies a cabeza, en Cristo, pero con María.
Nadie mejor que ella te va a ayudar a que valores tu humanidad, promoviendo todos tus valores y posibilidades, en especial, esa faceta femenina que Dios quiso colocar dentro de ti como un tesoro y una riqueza, como una semilla y fuente de rica humanidad.
María quiere hacerte profundamente humano, más varonil y tierno, más fuerte y delicado, más seguro en ti mismo y más decidido.
María va a lograr que integres lo femenino en tu personalidad masculina, de tal manera que la mujer sea siempre para ti una ayuda no un tropiezo, una elevación no un problema, una amiga no un objeto sexual.
Y sobretodo va a hacer realidad el que vivas una relación cada vez más íntima con Jesús.
En esto es la especialista y la maestra más consumada.
Si eres mujer, necesitas a María por pertenecer al mismo sexo que ella.
Tienes que ser plenamente femenina, verdaderamente creyente y Dios ha determinado que lo logres en Cristo, por medio de María.
Tu vocación es ser una persona femenina bien integrada, señora y reina de ti misma.
Hoy más que nunca tú, como mujer, has de lucir tu personalidad femenina irradiando humanidad por todos los poros de tu cuerpo, viviendo gozosa y apasionadamente tu condición de mujer.
María no sólo es tu orgullo sino el ideal de lo que ha de ser toda tu vida.
Quiere ayudarte a que vivas orgullosa de tu categoría femenina, decidida a realizarte con Jesús como persona cada vez más consciente de tu inmensa riqueza humana, para influir profunda y decisivamente en todas y cada una de las personas que te traten, para dar vida, para promover todo lo grande, bueno y bello de la creación, para humanizar la cultura, la política, la diversión, el trabajo, la sociedad entera.
Has de ser mujer tan femenina que tu vida muestre a todos el rostro maternal de Dios.
No seas hembra ni maniquí y aborrece ser manipulada sexualmente.
Nadie quiere tanto como María:  que te abras, de par en par, al Amor con mayúscula y puedas realizarte plenamente como persona, y logres multiplicarte en una multitud inmensa de personas que llevarán la marca inconfundible de tu personalidad, influenciadas por esa riqueza admirable y maravillosa que Dios ha querido depositar dentro de tu corazón femenino, queriendo honrar y glorificar a María en ti.
Dios hace maravillosamente bien todo y ha decretado que hombre y mujer logren su verdadera plenitud en Jesús, pero siempre con el apoyo y la compañía maternal de María.
Amando e imitando a María:
descubres el mundo maravilloso de Dios que eres tú,
valoras cada vez más tu humanidad,
desarrollas más y mejor tu vida divina, dando siempre lo mejor de ti a todos.
Jesucristo es el más enamorado de María, el más apasionado en amarla, en querer que todos en el cielo y en la tierra la honren y la quieran con todo el corazón.
Ella, por su fe, por su amor, es el culmen, la obra más bella y mejor lograda de toda la creación.
Es la persona humana que supo elevarse hasta la cúspide, la mujer que creció por dentro al máximo de sus posibilidad, que ensanchó tanto su corazón que Dios y toda la humanidad fueron su corazón.
Es tu ejemplo.  Es tu madre.
Demuestra que eres hijo suyo imitando su fe, su obediencia a Dios, su preocupación de dar lo mejor de sí a todos:  a Jesús.
Te aseguro que si lo haces de ese modo comprobarás las maravillas de Dios en tu vida.


13. Toda tu vida:  una acción de gracias

“Dad gracias a Dios continuamente.
Esto es lo que Dios quiere en Cristo Jesús”  (1Ts 5,17).

Todo lo que tú eres, todo lo que tú tienes, es regalo, don de Dios, expresión evidente y elocuente de lo muchísimo que Dios te ama.
Dios es:
supergeneroso contigo,
sumamente bueno,
increíblemente amoroso y solícito con tu persona.
Cada día, todos los días, se vuelca por entero en ti:  en detalles, delicadezas y beneficios; tantos y tan continuos que todo le parece poco para manifestarte el inmenso cariño que te tiene.
Vive para ti.
Todo su afán es inundarte de regalos, de favores de tal manera, que no tengas más remedio que rendirte a su amor.
Por eso, consciente cada día más de la generosidad de Dios en tu persona, en cada momento de tu vida, corresponderás con amor fiel, empeñado en que tu vida entera sea un canto gozoso y continuo de agradecimiento a Dios.
Todas y cada una de las maravillas que Dios hace en ti y por medio tuyo, han de impulsarte a unirte cada vez más con Jesús, para que él sea tu acción de gracias.  Si así lo haces, tu agradecimiento será digno del Padre y provechoso para ti.
En la madrugada de cada día de tu vida, al salir el sol en tu corazón, a media mañana, al mediodía, al atardecer, en la noche, toda tu persona ha de ser una gozosa acción de gracias.
Cuanto más profundices en el amor y generosidad que Dios tiene contigo, tanto más sentirás la necesidad de ser agradecido con él.
El agradecimiento es la respuesta obligada de toda tu persona, de toda tu vida al Dios que tanto te ama y se preocupa por ti.
Dios quiere y espera de ti que seas agradecido no por él, que no saca ningún beneficio ni provecho de tu agradecimiento sino por ti, único beneficiado.
Tu corazón está sano si eres agradecido.
Eres persona normal e inteligente si sabes ser agradecido.
Cuando dices “gracias” estás asegurando más y mejores beneficios.
El agradecimiento es la respiración del corazón amante; es la necesidad más profunda y gozosa de un alma enamorada.
Tu agradecimiento ha de ser personal, ha de ser más grande y más profundo que todas las palabras y expresiones mejor logradas.
No basta, no es suficiente que tu boca diga “gracias”.  Lo ha de decir tu corazón, toda tu persona, toda tu vida.
Vive el agradecimiento tan profunda y personalmente que tu forma de ser y de actuar sea el mejor y más elocuente agradecimiento.
¿Sabes decir “gracias” con tu boca?  ¡Estupendo!
¿Lo repites sin cesar?  ¡Todavía mejor!
¿Lo expresas con tu vida, con tu comportamiento?
¡Tú si sabes ser agradecido de verdad!
Has de ser agradecido por principio, por convencimiento, en todo momento, cuando las cosas marchan viento en popa y cuando todo te parece salir al revés; en salud y en enfermedad; en el amanecer de tu vida y en el atardecer, cuando tu existencia declina; cuando brilla el sol y cuando la oscuridad se cierne sobre ti; cuando todos te quieren y te admiran; cuando pareciera que todos te ignoraran; en las alabanzas y en las críticas; en tus éxitos y en tus fracasos.
La consigna y el programa de toda tu vida:  ser agradecido ¡siempre y en todo lugar!
Has de ser siempre agradecido por amor, a pesar de todo, pase lo que pase.
Tu crecimiento está en el amor, en tu comunión con Jesús y con todos.
Cuando vives unido a Jesús, la prueba suprema del amor de Dios hacia ti, resumen de todos los dones que has recibido, tu vida entera se convierte en alabanza y acción de gracias porque es Jesús quien se encarga de alabar y dar gracias continuamente al Padre en ti y por medio tuyo.
Jesús quiere que tu vida sea una autentica eucaristía, una auténtica y continua acción de gracias.
Tú no sabes dar gracias como Dios se merece.
Deja que Jesús tome posesión de tu persona.
Con él, tú eres la más hermosa y la mejor acción de gracias, la más digna de Dios.
Es muy triste y lamentable que muchos hombres y mujeres sean ingratos, desagradecidos con Dios.
Tales personas, son más tontas y ciegas que pecadoras.
 No quieren reconocer al Dios fuente de todo bien.  Su autosuficiencia e inconsciencia son una venda que les tapa los ojos, no les deja ver su miseria y triste condición.
No pierdas el tiempo en lamentar esta desgracia, ni te atrevas a juzgar a estos tus hermanos.
Te sugiero una cosa muchísimo mejor y más práctica.
Profundiza en tu comunión con Jesús, únete más íntimamente con él y haz cada vez más tuyas esas vidas en tus hermanos, para que te ofrezcas con Jesús como ofrenda completa de agradecimiento.
Lo suyo se ha de hacer tuyo, para que Jesús agradezca por medio tuyo “todo” y el Padre sea glorificado en todos y en todo.
Haz tuya la humanidad entera, toda la creación y sé tú todo de Cristo,  para que Cristo sea la acción de gracias de todos y de todo.


14. Vive lo esencial

“Fíjense en todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable.  Todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta”  (Flp 4, 8).

Lo que es fundamental, lo que es esencial, ha de ocupar el primer puesto en tu vida.
Lo secundario, lo accidental, has de considerarlo como medio para lograr lo que es esencial.
Si haces esencial lo que es secundario, o consideras secundario lo que es fundamental, tu vida es una desviación que pagarás muy caro, perjudicándote tú y causando problemas y lágrimas a tu alrededor.
Lo primero, lo más importante y esencial de toda tu vida es tu realización personal:  con Dios y con tu prójimo.
Tu vida personal con las tres dimensiones:  hacia arriba, hacia adentro y hacia fuera, para realizarte como hijo de Dios, como persona única y maravillosa, como hermano con todos:  es lo primero y lo principal de tu vida.
Esto es tan fundamental, tan esencial que no acepta ni adaptación ni sustitución por nada, por muy importantísimo y glorioso que pudiera parecer.
Tu vida es como una pirámide.
Si pones todo en su lugar, habrá armonía, plenitud, crecimiento, bienestar y gozo verdadero.
Si inviertes los valores produces un desorden y un desajuste tan profundo dentro de ti que todo se vuelve contra ti y acabas siendo aplastado por aquello que debía estar a tu servicio.
Dios te ha puesto en el primer puesto, en la cúspide de todo el universo.
Quiere que tú seas lo primero y lo mejor de toda la creación, que todo esté a su servicio y te sirva para ser más y mejor persona.
Dios quiere tu realización personal, tu plenitud en unión con él y con todos.
Por ser tú lo mejor, lo más valioso y querido de su corazón, lo más grande y sublime de todo el universo, tus mejores esfuerzos y las mejores energías las concentrarás siempre en vivir muy centrado en Dios, para que integrado dentro de ti por su amor, vivas en comunión con todos.
Por encima de ti no puede estar nada ni nadie:  solamente Dios.
Si el prestigio, la posición social, la fama, los negocios, el poder o los títulos o cualquier otra posesión ocupan el primer puesto y se te imponen como lo principal de tu vida, no dudes en sacrificarlos a ellos antes de perder tu primacía.
Dios mismo es el primero en querer que tú seas el centro de ti mismo, que todo esté a tu servicio, que todo sea verdaderamente tuyo, para que así y de esta maneratú y todo lo tuyo pueda ser suyo, pueda servir para beneficio y crecimiento de los demás.
Si tú no eres centro de ti mismo siendo Dios y el prójimo tu corazón estás descentrado y contigo todo se descontrola.  Concentra todo en ti, centrado tú siempre en Dios, proyectado siempre hacia los demás.  Haz que todo gire alrededor de ti utilizando todo par que te ayude a ser más humano, a vivir tu categoría divina, a dar lo mejor de ti a todos.
Fuera de ti no hay nada material superior a ti.  Nada, absolutamente nada puede prevalecer, imponerse sobre ti.
Tú siempre has de estar por encima de todas las cosas, como señor y dueño de todo, como exige tu condición divina.
Todo esto en el plano de los principios, en la teoría, nadie lo cuestiona ni lo niega.  Todos proclaman y defienden ardorosamente que el hombre es lo más grande e importante, pero luego los hechos vienen a demostrar que son muy pocos los que son consecuentes y defienden la primacía absoluta del hombre sobre todas las cosas.
Dios y el prójimo son elementos integrantes e integradores de tu vida.  Son fundamentales e imprescindibles en tu realización personal.
Cuanto más los integres en tu vida, tanto más y mejor te habrás realizado.
Tu realización es verdadera si sabes integrar a Dios y a los demás como lo mejor y más valioso de toda tu vida.
Tan imprescindibles han de ser para ti:  Dios y el prójimo que no sepas prescindir de ellos, incapaz de construir tu vida sin ellos.  Los consideras tanto a uno como al otro tan esenciales como el corazón y el alma de tu vida.
Si suprimes y marginas a Dios o al prójimo en tu vida, te desequilibras, te descentras, perjudicándote grave y profundamente.
Las consecuencias serían tan funestas y evidentes que ellas te recordarían el fallo tan mayúsculo cometido por ti:  pretender construir tu personalidad sin corazón y sin alma.
Tu crecimiento y tu realización están vinculados necesariamente con Jesús.
Dios y la humanidad se han unido maravillosa y misteriosamente en una sola persona:  en Jesús.
Con Jesús, con su amor estás completo, porque tienes a Dios y a todos integrados en ti.
Sin Jesús, sin amor, tú no eres verdaderamente tú.
Acepta a Jesús como tu amor y tu vida y comprobarás por ti mismo que tu mayor riqueza, plenitud y felicidad son:  Dios y tu prójimo.
Con Jesús vivirás una relación muy íntima y sabrosa con Dios, y será una fuente de gozo el vivir en comunión con todos.
Vive lo esencial, centrado toda tu vida en Dios, dejando que el amor dirija todos tus pensamientos y comportamiento, viviendo para servir y dar lo mejor de ti a todos.
Si Dios y el prójimo son el corazón de tu vida, el edificio de tu personalidad será tan sólido como admirable.
Serás una fuente de vida y de crecimiento para todos y tu vid habrá valido la pena.


15. Egregio siempre

“Eres príncipe desde el día de tu nacimiento”
(Sal 109,4).
Egregio, único, extraordinario, fuera de serie, irrepetible...
Esto es lo que Dios te hizo ser cuanto te amó y te engendró como hijo suyo.
Esto es lo que Dios quiere que seas.
Egregio en su significado original viene a decir, literalmente:  que no pertenece al rebaño.
Esto traducido al lenguaje popular significa y expresa algo muy grande y noble:  que eres personal, que tienes identidad propia, que no eres masa, que no eres del montón.
Tu realización personal tiene una relación muy estrecha e íntima con tu condición de egregio.
Cuando te esfuerzas por crecer hacia arriba, hacia dentro y hacia los demás, estás mereciendo el título de egregio.
Dios te ha creado egregio, pero tienes que conquistar ese título.
Todos y todo se ponen de acuerdo en lograr que seas copia, que seas y pienses como todos.  A toda costa quieren impedir que tú seas tú, que seas original.
Mereces el título de egregio por tu decisión de ser tú mismo, de conseguirlo día tras día, contra viento y marea, esforzándote por pensar con tu cabeza, con una conciencia y unos criterios bien formados.
Si quieres ser tú mismo y perseverar en tu propósito de merecer el título de egregio, empieza por prepararte para luchar contra las críticas e incomprensiones, contra el ambiente hostil que te rodea.
No es nada fácil ni sencillo pensar con la propia cabeza y actuar con criterio propio, ya que el ambiente que te rodea influye tremendamente en ti y te condiciona no poco, sobre todo, en las actuales circunstancias en las que los medios con comunicación social masifican y deshumanizan con tanta facilidad y con medios técnicos verdaderamente poderosos.
Siempre ha sido impopular y difícil ser egregio, pero hoy mucho más.
La mayoría de las personas prefieren:  no pensar, vivir artificialmente, dejarse guiar por lo que piensa la mayoría, por criterios de moda.
Eligen ser rebaño, vivir como masa.  Su frase favorita es:  “¿para qué leer? ¿para qué pensar?  No quiero complicarme la vida”.
Tú eres singular, único, personal.  Dios te ha concedido la inteligencia para que la uses, no para que la hipoteques.
Lo que siempre has de cultivar y promover es tu conciencia, tu liberad, tu dignidad.
Renunciar a pensar por ti mismo, a buscar la verdad, a tu dignidad personal es tu mayor desgracia, lo peor que te puede suceder.
Dios quiere que seas una persona, única e irrepetible, pero en la verdad y en el amor.
Quiere que defiendas y promuevas tu personalidad, haciendo tuya la verdad, viviendo unido a él en comunión con todos, eligiendo siempre lo mejor, sin importarte lo más mínimo el que te señalen con el dedo y te consideren un bicho raro.
Has de preferir ser tú mismo antes que ser incluido mansamente en el rebaño de los que no piensan ni saben vivir por sí mismos.
Reflexiona mucho, lee la Biblia y todos los libros que te ayuden a ser tú mismo, a ser mejor, a buscar la verdad; aficiónate a estudiar, a formar tu conciencia, para adquirir unos sólidos principios morales que te humanicen y te ayuden a crecer como persona, para que, así, puedas ayudar a otros y dar lo mejor de ti a todos.
Y para que te mantengas en tu decisión y puedas lograr tu objetivo:  vive en continua y gozosa comunión con Dios por la oración y la frecuencia de los sacramentos.
Si eres católico, te recomiendo encarecidamente el que conozcas lo mejor que puedas los documentos de la Iglesia.  Es una mina de riqueza doctrinal, una guía segura, una fuerza para luchar contra corriente.
Dios se siente inmensamente orgulloso de ti, de que tú seas tú, que no haya nadie como tú.
Siéntete tú también orgulloso de esa distinción que Dios te ha querido conceder, pensando con tu cabeza, actuando con criterios propios, bien formados, viviendo siempre en la verdad y en el amor, tal como pide tu categoría divina.
Sólo los que se esfuerzan por vivir en la verdad y en el amor, humanizan y elevan al mundo.
Sólo ellos dejan huella, influyen positiva y decisivamente en las personas, en la marcha del mundo.
Sólo ellos traen progreso y bienestar verdaderos y duraderos.
No puedes defraudar la confianza que Dios ha depositado en ti.
Te ha hecho egregio, categoría que has de conquistar con tu esfuerzo de cada día.
Piensa, vive y actúa como pide tu categoría divina, esforzándote en agradar siempre y en todo a Dios.
Te alaben o te desprecien, te admiren o te marginen, esto te tiene que tener sin cuidado.
No te olvides que los perros ladran cuando ven que caminas.
Puedes cambiar el ropaje, la envoltura de tus principios, pero jamás cambies de principios.
Sé flexible a la hora de adaptar la forma de expresar tus principios, pero inflexible y estricto defensor del contenido de tus principios.
Es preferible dar un paso en el camino ascendente de la verdad, que batir todos los récords de velocidad en la mentira.
Vale inmensamente más el que tú aprendas a caminar, pasito a pasito, por ti mismo, aunque sea con caídas y golpes, que el que te lleven otros en brazos hasta la última estrella encadenado y manipulado.

16. Demuestra tu categoría

“Vivir de acuerdo a vuestra vocación divina”
(Ef 4,1).
Piensa, habla y vive como pide tu categoría divina.
Tus pensamientos serán elevados, tus palabras dignas, tu comportamiento digno y noble, tal como Dios se merece.
Las tres divinas personas te elevaron a la máxima categoría divina.
Te concedieron la suprema dignidad:  ser señor y rey de toda la creación.
Tu dignidad divina es sublime, es un honor muy grande, pero también una gran responsabilidad.
Ser rey y señor, estar en la cúspide de la creación, te compromete de lleno, muy en serio, a corresponder a esa confianza y honor que Dios te ha querido conceder.
Tu primera tarea ha de ser conocer y profundizar en ese misterio de amor que tú eres, para que valorando como se merece lo que Dios ha querido que seas, lo sepas demostrar con tu manera de ser y de actuar, con toda tu vida que ha de ser tan hermosa como fecunda.
“Nadie ama lo que no conoce”.
Todo tu empeño sea el matricularte cada día en la escuela de Jesús, convencido de que nadie mejor que él para descubrirte lo que tú eres, enseñarte y ayudarte a lograr lo que tú puedes ser.
Dios es el primero en querer que tu dignidad, tu categoría divina se hagan realidad en tu vida, se manifiesten a todos.
Has de ser siempre muy humano, con un comportamiento tan señorial que tu categoría divina brille en todo tu ser, en todo lo que hagas, en todo lo que digas.
Desde que abres los ojos y el corazón cada amanecer hasta que te acuestes, toda tu jornada ha de reflejar tan nítida y claramente tu categoría divina que Dios se haga visible en ti.
“Eres imagen y semejanza de Dios”  ¡Demuéstralo!
Vive con la cabeza bien erguida, con el alma en pie, con el corazón rebosante de amor, con la inteligencia despierta, poniendo de manifiesto a todos y en todas partes que te sabes valorar como lo más grande y valioso de Dios, no sólo con palabras sino con tu vida entera.
Tu categoría suprema, tu sublime dignidad divina está avalada y certificada por Dios mismo.
¿No sabéis que sois templo del Espíritu Santo y él vive en vosotros?  Vosotros ya no os pertenecéis a vosotros mismos.
Fuiste comprados a un alto precio.  Procurad que vuestros cuerpos sirvan para gloria de Dios”  (1Co 6, 19-20).
Tu categoría divina se sostiene y es válida por sí misma, y no necesita de la aprobación o permiso de nadie.
Por eso no se te ocurra ir por la vida con la cabeza baja, con el corazón encogido, temeroso de que no te sepan valorar como tú te mereces, mendigando el reconocimiento de los demás, la certificación de que tu categoría es auténtica, valiosa y digna de ser tomada en cuenta.
Vive siempre en presencia de Dios.  Él es el primero en esperar que tu comportamiento sea de altura, que seas tan responsable y libre que todo lo hagas por amor.
Y porque vives lo que eres, todo lo que piensas, hablas y haces ha de demostrar que eres una persona con clase, digno de la confianza de Dios.
Tu forma de pensar, de expresarte, de trabajar, de relacionarte con las demás personas sea siempre un testimonio patente y elocuente de tu dignidad divina.
Dios se siente muy orgulloso de ti, de la categoría sublime que ha querido concederte.
Por esta razón, siéntete tú también muy orgulloso de Dios fomentando y promoviendo tu dignidad y tu categoría por encima de todo:  dinero, prestigio, fama, poder.
Jamás debes dar ocasión ni pie para que los demás piensen o crean que estás en venta.
Tu dignidad ni la puedes vender ni nadie se ha de atrever a comprarla.
Todos los millones del mundo, todos los hombres y títulos que puedan inventar, no tienen comparación con lo que tú eres y vales para Dios.
¿De qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si se pierde o se perjudica para siempre?  (Lc 9, 25).
Tan orgulloso y dichoso has de estar de la categoría que Dios te ha querido conceder, que lo has de demostrar siempre y en todas partes siendo una magnífica persona, un creyente convencido y convincente.
Si Dios te ha elevado tan alto y te tiene en altísima consideración ¿tú serás menos, no te esforzarás siempre por dejar a Dios bien en alto con tu comportamiento, con tu vida entera?

17. ¡Elévate!

“Oh! Dios, tú eres mi Dios,
mi alma está sedienta de ti;”
mi carne tiene ansia de ti,
cual tierra reseca, sedienta, sin agua”  (Sal 62,1).

Dios te ama tanto, es tan grande su amor por ti que no quiere vivir sin ti.
Por eso, grabó en lo más profundo de tu ser un ansia de comunión con él.
Dios dentro de ti es una atracción hacia él.
Dios te atrae tanto, tan continua e irresistiblemente, que todo tu ser se proyecta hacia él.
Todo tu ser es un impulso hacia Dios.
Todo lo que tú eres experimenta una elevación “hacia arriba”.
Tu elevación no es otra cosa que tu semejanza con Dios en acción.
Sientes desde lo más profundo de ti un impulso irresistible y continuo a buscar a Dios, a elevarte ansiando unirte a él, porque todo tu ser es participación de Dios y sólo viviendo en comunión con él estás centrado en ti.
Tu crecimiento incluye necesariamente la dimensión vertical.
Al ponerte en relación con el que está por encima de ti, manifiestas que tú no eres la razón de ti mismo.
Pones en evidencia la gran verdad de tu vida:  Dios te ama, es tu padre, tú eres su hijo.
Impulsado por el amor, aceptas con gusto, voluntariamente, tu dependencia y la autoridad de Dios sobre ti.
Esta dimensión vertical engrandece al hombre, haciéndole vivir en comunión íntima y gozosa con Dios.  Cuando asumes esta dimensión vertical, cuando facilitas esta elevación personal hacia Dios, eres adulto, eres tú mismo.
Si rehuyes o reprimes esta dimensión perjudicas gravemente tu crecimiento, haciéndote adolescente, debatiéndote en una rebeldía tan nociva como estéril.  Te opones a ti mismo.
Tú eres personal normal sintiendo la atracción de Dios dentro de ti.
Te haces más humano, creces de verdad, cuando asumes y haces tuya esa atracción.
Has nacido para elevarte.
No pienses en alas.  Tampoco en remontar las nubes o llegar más allá de los astros más lejanos.
Tu elevación es vivencia de comunión con Dios que te ama y anhela que tú llegues a ser verdaderamente tú mismo en unión íntima, en gozosa comunión con él y con todos.
Tú eres inmensamente más grande de lo que actualmente eres.
Tu elevación sobre ti mismo es superación y perfección.
Cuanto más favorezcas tu comunión con Dios, esa atracción que Dios hace sentir en ti hacia él, tanto más serás tú mismo, mayor plenitud alcanzarás.
Tu verdadera perfección y plenitud personal están en dejar que Dios te atraiga hacia él, porque es así como te realizas plena y verdaderamente.
Fomentando tu comunión amorosa y gozosa con Dios, estás centrado en ti mismo, te llenas de humanidad y gozas de equilibrio y armonía interior.
No hacerlo sería el mejor camino para descentrarte y deshumanizarte, afectando seriamente tu salud.
Si es el amor de Dios el que te atrae hacia él, tu elevación has de hacerla por amor y con alegría.
No se trata de hacer cosas especiales, llamativas o sensacionales.
Todo lo contrario.  Tu elevación ha de ser tan sencilla y natural que sea normal en ti, tu forma de ser.
Seas ama de casa u obrero, catedrático o astronauta, joven o anciano, estés en el palacio de gobierno o en el último rincón del mundo, has de fomentar y favorecer el que Dios dentro de ti te atraiga hacia él.
Estés barriendo calles o en un centro de investigación nuclear, en una cocina o en una universidad, trabajes en una oficina o estés conduciendo un autobús, vivas en una casa lujosa o en un rancho, lo que de verdad es que tomes cada vez mayor conciencia de esa atracción de Dios dentro de ti y lo busques dentro de ti, queriendo vivir unido con él.
Tu trabajo de cada día, tus alegrías y dificultades, tus deseos y afanes, todo te ha de impulsar hacia arriba:  elevando tu mente y tu corazón hacia Dios.
La atracción que bulle dentro de ti y que empuja a todo tu ser hacia Dios, no es algo frío o teórico.
Es vivencial, afecta a toda tu persona, compromete toda tu vida y tiene una influencia muy grande y decisiva en incontables personas vinculadas a tu vida personal.
Elevación quiere decir:  superación y progreso integral.
Dios quiere que te eleves en todos los aspectos, promoviendo todas tus cualidades, explotando tus posibilidades.
El conformismo o la pasividad son tan ajenos a Dios y tan indignos del hombre, que los has de aborrecer como sinónimo de muerte.
Aunque hayas conseguido varios títulos universitarios y seas un especialista admirado y buscado por todos, todavía no has llegado a tu perfección.
Serenamente insatisfecho con lo que eres, con lo que has alcanzado, te pondrás nuevas y más altas metas, proponiéndote a ti mismo retos estimulantes, empeñado en aproximarte cada día más al ideal que Dios tiene sobre ti.
¿Quieres saber cómo vivir tu elevación en tu vida diaria, en tu situación personal?
Empieza por decidirte a ser cada día mejor en todos los aspectos, seas estudiante, ama de casa, taxista, profesor, agricultor o servidor público.
El programa de toda tu vida ha de ser:  apuntar siempre hacia la excelencia, estés donde estés.
Dios quiere que te esfuerces por ser cada vez mejor en todo, aún sabiendo que vas a tener deficiencias, fallas y fracasos.
Has de aspirar muy alto, aún sabiendo que tus esfuerzos no llegarán siempre a la cima de tus deseos, pero te esforzarás por mantenerte en continua tensión, deseoso de rendir al máximo, intentando sacar siempre el máximo partido a todas y cada una de las oportunidades que se vayan presentando.
Te elevas cada día a Dios si tu decisión es:  agradar siempre y en todo a Dios, si haces todo por amor, superándote y mejorando en todos los aspectos, para así darte más y mejor a todos.
No te desanimes por las fallas y resistencias.  Son algo muy normal.  Lo que importa es que empieces cada día, que mires hacia delante, que te apoyes firme y decididamente en Jesús, y te decidas a ser mejor para elevar y mejorar a los demás.

18. Crece por dentro

“Jesús os haga crecer interiormente
por medio de su Espíritu”  (Ef 3,16).
 Creces continuamente por fuera ¿y no creces por dentro?
Dios quiere que tu crecimiento sea integral, en todos los aspectos, en el cuerpo y en el alma, en lo material y en lo espiritual.
Dios cual artista consumado fue genial y extraordinario a la hora de hacer tu cuerpo, pero modeló tu alma con un mimo y con una delicadeza verdaderamente increíbles.
Para hacer tu cuerpo no quiso necesitar de ti.  Lo hizo sin tu colaboración.
Sin embargo, no quiere perfeccionar tu alma sin tu apoyo y colaboración.
Dentro de ti está lo mejor de ti.  Por eso has de cultivar tu alma, tus raíces, cuidando y promoviendo tu interioridad, porque es así como te rehaces y llegas a ser de verdad tú mismo.
Tú naces, creces y mueres sin que tu voluntad intervenga.  En este proceso de crecimiento externo, sobre todo en tu nacimiento y en tu muerte, tú no tienes ni arte ni parte.
Pero tú, solamente tú, puede hacer crecer a tu alma.
No caigas en la trampa de creer que lo primero y más importante de tu vida es alargarla al máximo; desarrollar tus músculos; promover tu belleza física o tu inteligencia, o sacar el máximo partido a tu cuerpo.
Todo esto es secundario y relativo.
Lo que importa, lo que vale de verdad, ha de ser para ti tu crecimiento interior, el cultivar tus raíces profundas, el promover tus valores humanos, tu espiritualidad.
Hoy tú lo sabes muy bien se rinde culto al cuerpo, a la inteligencia, a la técnica, a la belleza física, en una palabra, a la exterioridad.
El fallo y la desviación está en que todo esto se hace fin y valor supremos de la vida siendo como es un medio y una ayuda para conseguir lo que es verdaderamente esencial, lo que vale de verdad.
Para crecer de verdad, para ser verdaderamente tú has de cultivar y promover tu mundo interior.
Dentro de ti está lo esencial, lo profundo, tus raíces, tus fuentes subterráneas:  lo mejor de ti.
Dentro de ti está el universo del alma, del espíritu, de la intuición, de la creatividad.
Has de convencerte y cada día más de que es verdaderamente esencial y fundamental el que promuevas tu interioridad, porque sólo así es como descubrirás la riqueza que eres, que llevas dentro:  tu originalidad, tu propia y exclusiva identidad.
O eres profundo o te haces un ser superficial.  Si no cultivas tu dimensión interior te condenas a vegetar, a vivir desparramado, agitado y descentrado.
Tú, convencido de que “para llegar al manantial es precios navegar contra corriente”, dedicarás tus mejores energías en vivir dentro de ti, para que lleno por dentro, puedas ser y dar mucho por fuera.
Conquistando palmo a palmo tu universo interior, con calma, con perseverancia, esforzándote por conocerte por dentro, empeñado en identificarte cada vez más contigo, favoreciendo y promoviendo una muy gozosa e íntima comunión con Dios, en sintonía amorosa con todos y cada uno de los nombres que llevas grabados en cada pliegue de tu alma, es como empiezas a crecer por dentro, a ser verdaderamente cada vez más tú mismo.
Tu interioridad, tu alma es un mundo tan inmenso como apasionante, merecedor de toda tu atención, de tu preocupación solícita y continua.
Tu mundo interior es un universo inmensamente más admirable y sorprendente que el que se encuentra en el firmamento sideral repleto de galaxias, de astros a cuál más gigantesco y misterioso.
Este universo espiritual es un verdadero y delicioso jardín cerrado, una verdadera mina de tesoros fabulosos, todo un paraíso inexplorado.  Lo has de descubrir y valorar como el tesoro más valioso e incomparable que te han querido confiar las tres divinas personas, como demostración de amor y generosidad hacia ti.
Cuidas con tanto esmero tu exterioridad ¿serás descuidado con tu interioridad?
Si cultivas con tanto afán y continuidad tu cabeza ¿no has de hacer otro tanto con tus raíces?
Dentro, muy dentro de ti, está el secreto y la clave para entender y descifrar el misterio de amor que tú eres.  Si te aficionas a bogar dentro de ese mar inmenso que se halla dentro de ti, vivirás una vida tan hermosa como fecunda, tendrás el gozo más grande:  ser una persona profunda.
Aunque no lo sientas ni lo adviertas son muchos los factores que te empobrecen y te desgastan.
El tiempo, las prisas, el ruido, la superficialidad que te rodea, van horadando tu interioridad, haciendo agujeros en tu alma, impulsándote a vivir en exterioridades y vanidades y de esta manera irás perdiendo tu identidad personal, serás uno más en el rebaño, vacío y masificado.
Tu mayor desgracia es estar roto y vacío por dentro y desparramado por fuera.
¿Porqué tanta insistencia en la necesidad de crecer por dentro?
Sólo desde las raíces puedes construir el edifico de tu personalidad.
Tu crecimiento ha de tener base sólida y profunda, pero también, ha de ser armónico y equilibrado.
No puede aceptarse bajo ningún punto de vista el que hayas logrado desarrollar admirablemente tu inteligencia, por citar un aspecto, y seas un subdesarrollado en tu interioridad.
Has de aficionarte cada vez más a bajar al fondo oceánico de tu alma para encontrarte a solas contigo mismo, a contemplar y saborear la presencia de Dios dentro de ti.
Eres tú mismo en la medida que creces por dentro.  Tu existencia personal tiene tanta profundidad cuan has descubierto y conquistado dentro de ti mismo.
Tu vida es verdadera si es profunda.
Por eso, has de empeñarte en crecer por dentro, al menos, con la misma preocupación e intensidad con que lo haces “por fuera”, sea física, intelectual o estéticamente.
Te recomiendo que promuevas tu crecimiento a todos los niveles, insistiendo en lo que no está de moda ni se valora como es debido, en la interioridad, hoy más necesaria que nunca.


19. Crece con todos

“Os ruego, hermanos, que progreséis más y más.  Dios mismo os enseñó a amaros unos a otros”  (1Ts 4, 9).

Tu crecimiento está inseparablemente unido al de los demás.
Creces de verdad si quieres crecer con todos.
Tu crecimiento personal es verdadero cuando los demás crecen contigo.
Cada día, cada amanecer, te levantarás decidido a crecer con los demás, a los que valoras y amas como parte integral de tu vida, convencido de que tú eres y vales por tu comunión con todos.
Tu vocación divina es formar con todos el Cuerpo de Cristo.
Tu grandeza está en abrirte de par en par al amor que Dios te da, para luego compartirlo con todos.
El amor de Dios te hace crecer tanto como tú quieres crecer con los demás.
Cometerías un disparate mayúsculo, harías el ridículo olímpicamente si fueras por la vida pensando que puedes crecer solo, que te bastas a ti mismo, que no necesitas de los demás.
Tu autosuficiencia sería tu mayor desgracia, indicio seguro de algún desequilibrio muy grave dentro de ti.
Por muy santo, inteligente o perfecto que imagines ser, por muy extraordinaria que parezca tu preparación o privilegiada tu situación, tu actitud fundamental de toda tu vida ha de ser la de querer crecer con los demás.
Todo tu empeño será trabajar por lograr tu plenitud personal en comunión con los demás.
Todo tu afán se ha concentrar en ser más y mejor, para servir más y mejor a los demás, queriendo crecer con ellos.
Creces tanto como amas.
Tu crecimiento verdadero y profundo es comunión afectiva y efectiva con los demás.
Has de empezar por querer amar a todos, amarles tal cual son.
Cada ser humano es un mundo sorprendente y desconcertante de cualidades y debilidades, de gestos admirables y de manías muy personales, de luces y sombras, de riqueza humana y espiritual y de limitaciones y fallas, unas por razón propia y otras por herencia y ambiente.
Con estos seres humanos concretos, de carne y hueso es con los que tienes que crecer, y son estos hombres y mujeres, tan admirables como desconcertantes, los que han de entrar cada vez más en tu vida para facilitar el que crezcan contigo.
Y porque quieres aprender a amar cada día, harás programa de tu vida:  el salir de ti mismo, el abrirte a todos, reafirmando cada vez más tu decisión de servir y de ser útil a todos, de dar lo mejor de ti a cuantos se acerquen a tu lado.
Observarás a todos desde tu corazón:  con amor y reverencia, arrojando lejos de ti los prejuicios y antipatías, convencido de que todos tienen mucho que darte y enseñarte.
Con todos tendrás una actitud positiva, acercándote a cada persona con tu corazón abierto, con una mentalidad amplia y receptiva, decidido a dar y a saber recibir.
Te esforzarás en fijarte siempre en todo lo bueno, noble y positivo que tienen todas y cada una de las personas, para imitarlos y hacerlos tuyo.
Por supuesto, también encontrarás puntos negros y zonas oscuras en todas las personas... empezando por ti.
También de ello has de sacar beneficio y provecho.
Tu afán por crecer con todos se traducirá en un empeño continuo por hacer puentes con todos y en todas partes, aunque por causas muy ajenas a tu voluntad, sean intentos fallidos, como desgraciadamente sucede no pocas veces.
Tú has de tener siempre muy presente que tu voluntad de crecer es tuya, que tu crecimiento depende de ti, pero no está en tus manos el que los otros quieran crecer contigo.
Tu empeño de crecer con los demás siempre es beneficioso y provechoso para ti, independiente de la voluntad de los demás de crecer contigo.
Tu mayor gozo ha de consistir en querer ir siempre por la vida con el corazón abierto, con las manos siempre abiertas, con tu voluntad decidida a hacer puentes con todos, aunque muchas, muchas veces, te den un desplante al no querer prestarte su orilla para que el puente comience a ser realidad.
Cuando esto te suceda, vuelve a empezar otra vez, convencido de que tú has crecido al querer darte y siente lástima por los que han desaprovechado la oportunidad de crecer contigo.
En tu casa, en tu lugar de trabajo, en la calle, en el autobús, en todas partes, mantendrás siempre tu decisión de ofrecer tu corazón a todos, brindándoles la oportunidad de iniciar un puente de comunión contigo.
Demuestra siempre una actitud de acogida y de aprecio sincero hacia todos, realizando pequeños gestos significativos como sonreír a todos, saludar cordialmente, interesarte sinceramente por cada persona, llamarles a cada uno por su nombre, mirando a todos con simpatía, inventando modos y maneras sencillas de acercamiento humano con todos.
Te advierto que no has de dar demasiada importancia al hecho de que tengas mucho o poco éxito en la respuesta, de que te respondan con el mismo gesto o con fría indiferencia.
Tienes que ser siempre fiel a ti mismo, decidido a crecer con todos, a construir puentes de comunión con cada persona, aunque se burlen de ti o no te hagan ningún caso.
Has nacido para crecer con los demás.  Tu voluntad sea querer crecer con todos, sean muchos o pocos los que quieran crecer contigo.
Lo que sí te aseguro es que son muchos, más de los que puedas imaginar, los que quieren construir puentes contigo, de crecer conjuntamente desde tu corazón, con el amor.
Recuerda siempre que nunca estás solo en tu decisión de crecer con otros, de hacer puentes.  Dios está siempre contigo.


20. Dilata tu corazón

“Os hablo como a hijos:
ensanchad vuestro corazón”  (2Co 6, 13).
Dios es amor, todo corazón.
Tú, por ser imagen y semejanza de Dios, has sido hecho para amar.
Todo tu ser, aún en los detalles más pequeños e insignificantes, fue ideado y modelado en el corazón de Dios para que el amor fuera tu corazón, la razón de ser de toda tu existencia.
Cuando llegó el momento de tallar tu corazón, de darle su tamaño y capacidad, las tres divinas personas decidieron por unanimidad  tomar el corazón de Cristo como molde y modelo.  Tu corazón ha sido hecho a imagen y semejanza del corazón de Cristo, con la misma finalidad:  amar siempre, dar amor y vida a todos.
Tu corazón es según los planes de Dios un corazón de Cristo en miniatura.
Tu corazón ha de ser por tu voluntad un corazón cada vez más lleno de Cristo, habitado por más y más personas.
Tú sabes que Jesús es “el Dios todo corazón” que sólo sabe amar.  Lo demuestra sirviendo a todos, viviendo para provecho de todos, dando su vida por todos.
En el corazón de Cristo todos tienen cabida, a nadie se le niega un espacio en él, siempre hay la seguridad de ser acogido y amado.
Por esta razón, Jesús quiere ser tu corazón, para que tú puedas ser corazón para todos.
Cuando amas de verdad a alguien, lo haces parte de ti, lo integras a tu corazón.  Entra a formar parte de ti y tú de él.
Cada vez que das amor a una persona ensanchas tu corazón, promueves y elevas tu humanidad.
Cada gesto de amor verdadero, por humilde que parezca, hace el milagro de integrar a uno más en tu universo personal, multiplicando tu alma en otra persona, beneficiándose de una manera misteriosa y maravillosa no sólo tú, sino la persona amada y toda la humanidad junto contigo.
Cuanto más y mejor ames, más corazón eres y más humanidad crece en ti, más influyes en el crecimiento y humanización de todos, sobre todo, de los que están dentro de tu corazón.
Cuando mejor ames tanto más se dilatará tu corazón, tantos más hombres y mujeres entrarán a formar parte de tu vida y tú te multiplicarás en todos ellos.
Cuando amamos todos salimos ganando.  Entramos en una comunión tan grande que hay intercambio de riqueza humana y divina entre nosotros.  Toda tu riqueza humana y divina se hace de ellos y la de ellos se hace tuya.
¿No sientes un estremecimiento y un volcán de gozo dentro de ti al pensar qué grande eres, qué hermosa es tu vocación en la Tierra?
“Ensancha el espacio de tu tienda, sin demora despliega tus toldos, alarga tus cuerdas y refuerza tus estacas, porque has de crecer a derecha y a izquierda” (Is 54, 2).
Abre sin miedo tu corazón a cuantos más puedas, ensancha sin cesar tu corazón, facilitando el que todos puedan entrar y habitar dentro de ti.
Gózate de que tu corazón se ensanche tanto, que tu amor se universalice y haga visible a Cristo ante todos.
Ensancha gozosa y generosamente tu corazón, afanoso por conseguir que sea habitado en toda su capacidad, tal como quisieron y soñaron las tres divinas personas.
Tu estatura verdadera se mide por el tamaño de tu corazón.
Si tu corazón es pequeño, cerrado o reducido, la medida indica que eres un verdadero enano.
Si es grande y está lleno de nombres que bullen dentro de ti, eres una personalidad de talla, un ser humano tan magnífico como admirable.
Tu realización personal, tu plenitud verdadera está en integrar muchas, cada vez más personas, en tu corazón, esforzándote continua, tercamente, en amar más, en amar mejor para llegar a ser tú más tú mismo, asemejándote de verdad a Jesús, cuyo corazón es pauta y ayuda para tu vida.
Tu corazón como el de Cristo ha de definir toda tu existencia personal.
Así como Jesús era todo amor, todo corazón para todos, así también ha de ser toda tu vida personal.
No te desanimes porque todavía estás muy lejos de este ideal.
Lo que importa de verdad es que cada día  quieras vivir muy dentro del corazón de Cristo, para que aprendas de él a amar, a darte, a dar vida con su  amor, que es el corazón de tu existencia.
Sin Jesús no sabrás nunca amar bien, amar de verdad, por lo que has de vivir muy dentro de su corazón, para aprovecharte al máximo de su amor.
Si permites a Jesús ser el corazón de tu vida, tu corazón se dilatará cada vez más, agrandándose su capacidad, multiplicándote en muchas almas que se harán tuyas cual si hubieran sido engendradas por ti.
¡Oh misterio de fecundidad que has de vivir y experimentar en tu propia existencia!
Tu corazón palpita normalmente cuando amas y sabes acoger y albergar en él, cada vez más un mayor número de personas que se hacen vida tuya y tú de ellos.
Por supuesto que decidirte a dar albergue en tu corazón a más y más personas te va a traer tus complicaciones y quebraderos de cabeza.
¿Tú eres capaz de concebir una maternidad o paternidad sin sacrificios, sin tener que pagar un precio?
Casa habitada por mucho es todo menos un oasis de paz, un remanso de tranquilidad, una exposición de limpieza.
Sin embargo, todos estos inconvenientes evidentes e innegables son infinitamente insignificantes en comparación con las múltiples satisfacciones que produce el poderse prolongar uno mismo en una cadena admirable de personas que vienen a ser como hijos de uno.
Esto hay que vivirlo y experimentarlo.
Las palabras se quedan muy cortas y pueden parecer pura retórica para los corazones cortos y estrechos.
“Dadme un enamorado y me entenderá fácilmente”.
El amor es difusivo o no es amor.
El corazón es elástico y ensanchable o no es corazón.
La razón profunda de que tu amor ha de ser difusivo, de que tu corazón se ha de universalizar ensanchándose continuamente es porque eres presencia y prolongación de Jesús.
Naciste para ser Jesús, para formar parte de él, para especializarte en amor.
Tu máxima aspiración ha de ser realizarte en Jesús, por Jesús amando más y mejor, empeñado en multiplicarte en el mayor número de personas, dando lo mejor de ti a cada una de ellas, creciendo con ellas, haciéndote parte de su existencia y ellas de la tuya.
Lo que verdaderamente importa, lo único que colma realmente nuestras aspiraciones más profundas, no es el matrimonio ni la soltería, el traer hijos al mundo o el carecer de ellos, el tener relaciones genitales o no necesitar de ellas, sino el saber amar de verdad, el darse con generosidad y alegría, el tener un alma fecunda y multiplicada, con un corazón grande y bueno, repleto de nombres.
La tragedia de no pocas personas es la de creer que por haber conseguido casarse, por haber tenido unos cuantos hijos, y haber satisfecho sus necesidades sexuales, ya cumplieron y colmaron sus aspiraciones, imaginando haber llenado su alma y su corazón de amor, sin caer en la cuenta de que el matrimonio, el ser padres o el tener hijos no es el fin ni el valor supremo de la vida humana.
Grande y santo es el matrimonio, hermoso y admirable engendrar hijos por amor, pero todo esto, aún siendo tan noble y glorioso, no puede ser el fin de la vida humana.
El ser humano es inmensamente más grande que todo ello.
Muchos se casan tienen hijos, pero su corazón sigue siendo estéril y vacío, manteniendo su alma cerrada con siete llaves.  Su egoísmo se multiplicó, su vaciedad se evidenció.
Tú has nacido para amar a todos.  Para ello se te concedió un corazón hecho a semejanza del de Cristo.
Tu corazón ha de ser cada vez más grande, tan lleno de amor que sea un hogar cálido y acogedor para todos.
No te olvides nunca que te concedieron un corazón dilatable.
No lo descuides o lo cierres.  No permitas que se te encoja o se te arrugue.
Ruega humilde e insistentemente a Jesús que te enseñe a amar de verdad, abrir siempre tu corazón a todos.  Pídele que tome posesión de todo tu ser para que su corazón sea el tuyo, para que él ame a todos en ti y por medio tuyo, para que, Dios pueda decirte con alegría:
“Has sabido amar, entra a tomar posesión del reino preparado para ti desde el principio del mundo”.


21. Servir, ser útil, es lo que importa

“Yo he venido al mundo dice Jesús
para servir y dar la vida por todos”
(Mt 20, 28).

Dios te creó para amar, para servir, para dar vida.
Todo tu ser, todo tu organismo está ensamblado,  “programado” para servir, para producir vida.
Tu plenitud personal, tu verdadera realización está en el amor, en tu decisión de servir, de ser útil, de dar vida a los demás.
Cuanto más sirvas, cuanto más útil seas, tanto más te realizas y eres tú miso.
Sabes vivir si sabes servir.
Si no sirves, Dios ha fracasado en ti.
Día en que no has servido, en que no hayas hecho algún bien a alguien, es un día perdido.
La peor desgracia, el infierno más terrible es el no amar, ser estéril, quedarse aislado y encerrado en la propia estrechez.
Tu cielo está en amar, en servir, en dar vida a los demás.
Serás tanto más tú mismo cuanto más sirvas, cuanto mejor ames.
Tu crecimiento y realización personal están en servir con amor y alegría a todos.
No hay mayor felicidad que la de desgastarse por amor sirviendo a los demás.
No hay mayor desgracia que la de morirse oxidado, sin haberse desgastado.
Jesús nos quiere servidores, viviendo como él:  para servir a Dios y a todos por amor.
“Si yo dice Jesús soy el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros.  Ejemplo os he dado, para que lo que yo he hecho con vosotros, lo hagáis vosotros también”.
Estés donde estés, sea cual sea tu edad, sexo o profesión, has de hacer programa de toda tu vida:  ser servidor de todos, ser útil a cuantos más puedas.
Servir con amor, servir con alegría, ha de ser la pasión y obsesión de toda tu vida.
Tu categoría y grandeza está en servir, en ser útil.
Cuanto más y mejor sirvas, cuanto más útil seas, más grande es tu categoría.
Sirve por amor, desinteresadamente.  No sirvas esperando gratitud.
Tu mejor premio y recompensa es el haber podido servir.
Agradece a los que sirves el que te hayan concedido el honor, el privilegio de servir.
No esperes a que te pidan un servicio.  Adelántate tú adivinando las necesidades de los demás, sobre todo, de los que están a tu lado.
Levántate  de la cama decidido a servir, a ser útil, a facilitar la vida a todos, a hacer cuanto más bien puedas a todos.
Acuéstate cada noche examinándote de cómo serviste a los demás durante el día que terminó, dándole gracias a Dios si supiste servir y alegrar la vida de los demás, pidiéndole perdón si no supiste amar, suplicándole que te conceda el saber servir de verdad, el ser cada vez más útil a todos, de manera que llegues a ser un magnífico servidor.
Tu meta, tu aspiración más querida de tu corazón sea el especializarte en servir, en ser profesional en servir.
Esta es una manera muy sencilla y práctica para hacer visible a Jesús a todos en nuestra vida.
Dios siendo Dios muestra su grandeza amando y sirviendo.  Tú te pareces a Dios por el amor que das, por el servicio que brindas a los demás.
Tus estudios, tu especialización, tu posición social no tienen sentido ni razón de ser si no te impulsan a servir más y mejor.
Cuanto más has recibido de Dios tanto más quedas comprometido a servir, a ser útil.
No vayas por la vida cacareando que eres grande o importante.  Demuéstralo sirviendo, siendo útil, dando lo mejor de ti a los demás.
Servir, amar, ser útil es esencial en tu vida, es parte integral de tu personalidad.
Te guste o no, estés convencido de su necesidad o consideres el servicio como una devoción, el amor y el servicio a los demás deciden el rumbo de tu vida:  tu realización o tu vaciedad.
Servir o morir:  he aquí la cuestión.
El que sirve sabe vivir.  El que no sirve no merece vivir.
Servir, ser útil a los demás es ser fiel a uno mismo.  Funcionamos bien cuando amamos, cuando sabemos servir por amor.
Todos queremos el primer puesto, destacar, demostrar nuestra categoría y excelencia personal.
Es algo innato, natural y bueno.
Pero la única forma de conseguirlo es la que Jesús nos enseña.
“El que quiere ser el primero, será servidor de todos.
El que quiera ser el mayor de todos, será criado de todos”.
El hombre carnal aborrece servir, le parece degradante y humillante.
Si eres persona espiritual, tu mayor gozo será poder servir, desgastarse para que todos crezcan y se beneficien de ti.
Cuanto más sirvas, cuanto mejor sirvas, tanto más tú mismo serás, tanto más influirás en los demás, tanto más crecerás y te enriquecerás como persona.
Al final de tu vida terrena, presentarás un examen de amor.  No te preguntarán si has hecho milagros o si has sido persona importante, si te has aprendido la Biblia de memoria o has hecho cosas especiales.
Nada de eso.   Tan sólo se fijarán en una sola cosa:  si Jesús fue tu vida, si supiste amar y servir.
Dichoso tú si al final de la vida puedes presentarte ante Dios mostrando a Jesús en tu persona, declarando con sencillez y gozo que quisiste ser su prolongación en el mundo, amando y sirviendo a todos.


22. Amante y sirviente

“Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia”  (Dt 30,19).
Dios ha hecho a todos “vivientes”.
Pero la mayoría se conforman con estar en la vida.
Muchos vegetan, están semimuertos.
Y no faltan los que son rumiantes:  comen, trabajan, copulan, gastan dinero y se resignan a morir.
El supremo valor nadie lo puede poner en duda es la vida.
Pero la vida que Dios nos regala hay que conquistarla, hay que merecerla cada día.
Dios quiere que seas viviente, que estés tan rebosante de vida, que sepas dar vida a todos.
Viviente y amante son dos facetas que se integran mutuamente, de tal manera que van inseparablemente unidos.
Si amas de verdad eres verdaderamente viviente.
Elige la vida cada día, decidiéndote a amar, a servir, a dar lo mejor de ti a todos.
Mereces ser viviente cuando dejas que Dios sea tu vida y consagras tus mejores energías en ser más y mejor persona, para servir más y mejor a todos.
Ser viviente supone una decisión de vivir cuesta arriba, en tensión, abierto a Dios que te ama y proyectado hacia todos.
Has de conquistar tu vida sirviendo, dándote.
Has de merecer el ser viviente amando, dando vida a los demás.
Dios es el primero en querer que seas viviente, tan lleno de amor y ganas de vivir, de darte, de dar vida que merezcas que él siga regalándotela, aumentando su calidad y fecundidad.
Por supuesto que en tu calendario hay días radiantes, otros días oscuros y no faltarán nunca días grises.
Pero en tu corazón nunca se ha de apagar el fuego del amor y en tu alma jamás has de permitir que entre la muerte.
Al amanecer de cada día, has de abrir de par en par las ventanas de tu corazón, para que el sol de Dios te ilumine, te caliente y te inunde de vida, para que luego en el transcurso del día tú puedas iluminar, abrigar y dar vida a manos llenas.
Tengas muchos o pocos años, seas son o enfermo, rico o pobre, de la ciudad o del campo, eso es secundario.
Lo importante, lo necesario y lo que vale de verdad es que quieras amar la vida con pasión y seas viviente por amor.
Dios te da la vida y su amor.  Depende de ti el uso que hagas de ellos.
Puedes sacarle el jugo a la vida, amando intensamente o conformarte con pasar las hojas del calendario de tu vida, insensible y ajeno a tu prójimo.
Dedícate a vivir, a amar, a dar vida, convencido de que tu vida es demasiado breve para amar, para servir, para dar lo mejor de ti a todos.
Vive con prisa, vive con pasión, amando siempre, amando cada vez mejor a todos.
El amor es el que te hace viviente.
Dios y los demás han de ser tu vida, acogiéndolos con alegría haciéndolos vida tuya.
Sólo Dios y el prójimo integrados en tu vida por el amor te hacen ser viviente.
Dios quiere que cada día tomes en tus manos tu propia vida, la abraces con ilusión y coraje, para luego sembrarla en todos con pequeños gestos, con detalles, con todas las maneras posibles.
El amor es la única justificación de tu vida.
Si amas eres viviente.
Si no amas, estás muerto.
Vive intensamente amando con todo tu corazón, convencido de que tu cielo será prolongación y perfeccionamiento de lo que hayas vivido y amado aquí y ahora en este mundo.
Eternizas lo que amas.
Tu felicidad en el Cielo será disfrutar eternamente con todos aquellos que hayas amado en la Tierra.
Tu mayor miedo sea no saber vivir, no saber amar.  Pide, suplica continuamente a Dios que sepas vivir, que sepas amar, que no permita nunca que el frío del egoísmo y de la comodidad congelen tu corazón y la indiferencia termine por apoderarse de tu alma.
El programa de tu vida:  ser cada día más viviente y más amante.
Mantén siempre abierto el diafragma de tu alma, amplía sin cesar los horizontes afectivos de tu corazón, esfuérzate por beber siempre en el pozo de tu interioridad, cultiva tu jardín (tus aficiones) y, sobre todo, tu inteligencia para saber más y poder dar más y servir mejor.
Tu amor ha de ser tan grande que ha de sacar lo mejor de los demás, impulsándoles a elevarse, a crecer por dentro y a trabajar contigo en la construcción de la civilización del amor.
Si amas tu vida, si la cultivas con ilusión y la promueves en todos los aspectos, convencido de que “la vid se merece dándola” eres viviente.
Por eso todo tu afán de centrarse en dejar que Dios te llene cada vez más de vida, que su amor se vaya apoderando paulatina y progresivamente de toda tu persona, de manera que vivas para amar y ames dando vida.
Proponte con tesón y con humildad ser un apasionado de la vida, un amante tan enamorado de la vida, que Dios se goce y se sienta muy orgulloso de habértela regalado, y aumente cada día más el número de los que alaben a Dios por tu causa, porque ellos se han beneficiado de haber encontrado en ti a un viviente enamorado de la vida.
Recuerda continuamente:
Lo que verdaderamente importa no es tanto añadir más años a tu vida, sino añadir más vida a tus años, sean éstos muchos o pocos.
¿De qué te serviría llegar a superar la barrera de los cien años si tu corazón permaneció congelado durante todo ese tiempo, porque viviste para ti solo y no supiste amar ni dar vida a nadie?
Vive para amar y ama siempre para dar vida.
Si así lo haces, has entendido perfectamente lo que significa:  amar y vivir.

23. Resucita cada día

“Al despertar me saciaré de tu semblante”
(Sal 16,15).
El sol nace cada día, en cada amanecer.
¿Tú serás menos?
La creación entera despierta en cada amanecer.
¿Tú, siendo rey, te quedarás dormido?
Los pajarillos, las flores y todo ser viviente se gozan de estrenar un nuevo día.
¿Tú puedes dejarte aventajar por todos ellos?
Dios quiere que resucites cada día, en cada amanecer.
Resucitas cada día si levantas de la cama no sólo tu cuerpo sino también tu corazón, tu alma, todo tu ser.
Eres viviente y has de llenarte cada día de vida, de ganas de vivir, gozándote de que el amor personal de Dios te llame a vivir un nuevo día, a construir con él la creación, a promover la comunión con todos.
Aprovecha cada mañana tu amanecer a la vida como un momento cumbre de tu existencia, porque es como si presenciaras el principio de la creación junto a Dios, dentro de ti.
Levántate de la cama cada mañana como pide tu categoría divina, consciente de que eres hijo muy querido de Dios y eres rey y señor de la creación.
Dios asiste puntualmente a cada amanecer tuyo, esperando que lo hagas con dignidad y alegría.
Resucitas cada día si te levantas de la cama con ilusión, gozoso, esperanzado, decidido a sacarle jugo al nuevo día, irradiando amor y alegría por doquier.
La vida bulle y brinca a tu lado, delante de ti, aún antes de abrir tus ojos al nuevo día, empeñada en que la dejes entrar en ti y la hagas tuya.
Tú, persona inteligente, ¿qué puedes hacer sino complacerla en lo que te pide, sabiendo que es para tu bien y provecho?
Dios te regala todo su amor en cada amanecer.  Con su amor te da su vida, te invita a vivir en comunión con él.
Por eso, quiere y espera de ti que te levantes de la cama con el corazón abierto de par en par, con inmensas ganas de vivir, de contagiar a todos de tu amor, de tu vitalidad y alegría.
Sabes amanecer si te apoyas cada día gozosa y decididamente en el amor personal que Dios te ofrece como fuente de vida y base sólida de ese edificio admirable que tiene que ser tu vida.
Sería realmente lamentable y triste el que te levantaras de la cama dormido, apagado, obligado a vivir, pues ese mal comienzo decidiría el rumbo de toda tu jornada.
Es indigno de ti el que te levantes como un robot, mecánicamente, por necesidad.
Dios quiere que resucites cada día, haciendo tuyo el amanecer en todo tu ser, decidido a ser cada día más viviente y más amante.
¿De qué serviría que haya amanecido todo exteriormente y la noche continúe dentro de ti?
Cada día es nuevo y diferente.  Esto te ha de impulsar a ser persona renovada y radiante.
Dios quiere que el sol de su amor brille en tu corazón como corresponde a un hijo suyo que ha vencido a la noche.
El amanecer de cada día tiene que ser radiante, una experiencia gozosa y agradecida.
Ese momento lo has de vivir como si fuera el único y último día de toda tu vida.
Levantarse por la mañana es un momento muy sagrado y decisivo, donde tienes que poner de relieve que tu espíritu dirige y gobierna a tu cuerpo.
Es normal que el cuerpo se haga pesado y quiera prevalecer, pero tú has de fortalecer continuamente tu espíritu para que tu cuerpo funcione bien y se mantenga siempre a tu servicio.
Sabes resucitar si sabes amanecer, aceptando la vida como un don y un compromiso.
Un nuevo día es un regalo de Dios, quien te lo entrega como un cheque en blanco, confiado en que unido a él escribirás páginas hermosas en esa historia de amor que tú eres.
Pero también un compromiso, pues Dios espera que lo sabrás aprovechar al máximo para crecer en todos los aspectos y dar lo mejor de ti a todos.
Quizá todavía no sabes amanecer.  No te desanimes por ello.  Todo se puede aprender cuando hay voluntad para conseguirlo.
Proponte cada noche levantarte cada mañana como Dios espera de ti, como pide tu categoría, como tú te mereces.
Poco a poco, si fomentas tu relación amorosa con Dios y promueves tu interioridad, podrás ir aprendiendo a amanecer, a resucitar cada día, disfrutando cada vez más de este momento tan especial y decisivo, anteriormente tan mecánico y fastidioso.
Cada día a la hora de levantarte pondrás especial empeño en elevar tu corazón a Dios y darle gracias por el nuevo día, gozándote en que Dios te ame de verdad y confíe total y plenamente en ti.
Dios te ama tanto que quiere verte amaneciendo con alegría, rebosando vitalidad y entusiasmo por todos los poros de tu cuerpo.
Resucitas cada día si te levantas de la cama enamorado de la vida, decidido a aprovechar al máximo esta nueva jornada:  amando más y mejor, dando lo mejor de ti a todos.
Cuando termines de lavarte y arreglarte y te mires al espejo ¡regálate, por favor, una sonrisa! como demostración de que todo tu ser ha resucitado, como conviene a un hijo muy querido de Dios.
Sonriendo te embelleces por dentro y por fuera.
Sin sonrisa, el mejor y más logrado maquillaje se diluye en un rostro tenso e inexpresivo.
Recuerda siempre:  que Dios te quiere ver radiante, irradiando simpatía y vitalidad.
No has sabido amanecer, no has resucitado cuando estás angustiado y todo tu ser respira tristeza, desánimo y falta e fe.
Al amanecer has de sumergirte en la fuente de la vida, recargando tu corazón de amor y ganas de vivir, convencido de que empezando bien el día estás predisponiendo todo a favor tuyo.
Estrena cada amanecer un nuevo día.  Gózate y da gracias porque el sol brilla dentro de ti, cada mañana y durante todo el día.


24. Tu vida:  Muchas vidas

“Vosotros sois el Cuerpo de Cristo.  El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo”  (2Co 12, 27).

Tan pronto como Dios pensó en ti, asoció a tu vida personal una cadena interminable de hombres y mujeres que estaría misteriosamente vinculados a tu existencia.  Desde que fuiste amado en el corazón de Dios, tu persona estuvo cargada de nombres, con multitud de rostros.
Dios quiso que tu vida fuera muchas vidas.
Te creó personal, único e irrepetible, pero asociado a un sinfín de personas, que formarían parte de ti y tú de ellas.
El amor personal de dios engendró esa obra maravillosa y genial que eres tú.
Su sabiduría quiso que tú fueras “muchos” y muchos, a su vez, te hicieran suyo.
Tu misterio es verdaderamente increíble.  En los pliegues más profundos de tu ser están inscritos muchos, muchísimos nombres.
La inmensa mayoría serán desconocidos para ti mientras estás en la Tierra.  Cuando llegues al Cielo, los conocerás uno a uno, clara y perfectamente.
Dios ha querido enganchar a tu corazón, a tu alma, una lista interminable de hombres y mujeres que se beneficiarán de tu crecimiento y se sentirán muy afectados negativamente cuando tú falles o caigas.
Tú eres un misterio de misterios.  Por eso, no te has de admirar de que no sepa explicarte el misterio de tu influencia, positiva y negativa, con tantos hombres y mujeres injertados en lo más hondo de ti.
Todas y cada una de las decisiones que tú tomas, afectan e influyen decisivamente en la vida de cuantos están íntima y misteriosamente unidos a ti.
¿Son todos los seres humanos?  La respuesta es afirmativa.  Esta es doctrina que defienden y proclaman los santos y los doctores de la Iglesia de todos los tiempos.
Y si es verdad que tus decisiones afectan e influyen decisivamente, para bien o para mal, en todos los hombres y mujeres del mundo, no es menos cierto que todos también influyen en ti, muchísimo más de lo que puedas pensar o imaginar.
Dios te ha engrandecido tan extraordinariamente que te ha ensanchado prodigiosamente hasta el extremo de engancharte misteriosamente a todos y cada uno de los seres humanos, a los que has de hacer tuyos y tú hacerte de ellos.
No se conformó con asociarte a su creación como su mejor y más valioso colaborador, sino que te ha elevado increíblemente hasta hacerte miembro del Cuerpo de Cristo y de esta manera vivas en muy estrecha e íntima comunión con todos los hombres y mujeres del mundo.
Tu libertad personal está garantizada ciento por ciento.  Tu autonomía, sin embargo, condicionada.
Eres libre, pero no eres isla; una autonomía independiente y autosuficiente.
Eres y creces en comunión con todos.
Cuanto más y mejor ejercitas tu libertad, más te elevas tú y toda la humanidad contigo.
Pero si la usas mal, pretendiendo independizarte de Dios, aislarte de los demás, actúas contra ti mismo, te hundes tú empujando a otros ¿a todos? a que sigan tus pasos, dañando seriamente su interioridad, su fortaleza y consistencia.
Cada una de tus decisiones personales elevan o perjudican a la humanidad entera, empezando por ti.
Tú tienes que ver siempre tu vida desde esta comunión misteriosa que tienes con todos los hombres.
Lo que pienses, hagas o dejes de hacer tiene muchísimo que ver con el desarrollo y crecimiento de la humanidad, con todas las guerras y desgracias que suceden en el mundo.
Si eres profundamente humano y vives lleno de Dios, tu influencia positiva y decisiva traerá bienestar y crecimiento en la humanidad.
Si haces mal uso de tu libertad y actúas según tus caprichos esta autosuficiencia tuya producirá lágrimas, sufrimiento y desorden en el mundo.
Todo esto es absolutamente cierto aunque no te lo creas, te parezca imposible o esté oculto a tus ojos.
Dios confía plenamente en ti y espera que sepas siempre corresponder a la confianza que ha depositado en ti.
Espera tanto de ti que te llama a crecer siempre en su amor, a ser cada vez más y mejor instrumento de sus maravillas en el mundo.
Confía y espera que seas agente de vida, promotor de bienestar y progreso, de manera que seas constructor de la “civilización del amor” en el mundo, de manera que todos los que están estrecha y misteriosamente unidos a ti, se eleven y se perfeccionen contigo y tú con ellos.
Te quieres a ti mismo cuando haces todo por amor y sabes usar bien de tu libertad, viviendo en la verdad, buscando agradar a Dios en todo, queriendo servir a todos lo mejor que puedes y sabes.
Es tan inmenso el bien o el daño que puedes hacer, y puede prolongarse tu influencia en una cadena tan grande de personas, que has de cuidar mucho lo que eres y lo que vas a hacer con tu vida.
No sabes cuánto bien o cuánto daño puede producir uno solo de tus actos, tampoco puedes calibrar hasta dónde puede llegar la influencia de tu comportamiento.
Esto es más que suficiente para que tomes muy en serio toda tu vida, todo tu comportamiento.
Tu solidaridad con todos y cada uno de los seres humanos es tan grande y tan profunda que cualquier acto, por pequeño e insignificante que parezca, influye y repercute no sólo en ti sino también en todos los demás.
Tu existencia personal está pensada en y para Jesús, y con una finalidad bien definida:  para formar parte del Cuerpo de Cristo.
Por ser tú miembro vivo de Cristo, por pertenecer a su Cuerpo, recibes continuamente savia divina, tan generosamente que Jesús no se conforma con hacer tuyo todo lo suyo, sino que todo lo grande y bueno de todos los demás miembros de su Cuerpo lo convierte en beneficio y provecho tuyo.
Por esta razón, toda tu conducta ha de ser tan noble y elevada que Jesús pueda hacer suyo todo lo suyo, y convertirlo en crecimiento y utilidad de todos los miembros de su Cuerpo.
¡Qué maravilla del amor de Dios!
¡Que grandeza tan incomparable la nuestra!
¿Quién podría imaginar tan gran maravilla si Dios mismo no nos lo hubiera revelado?
Por estar elevado tan alto (perteneces al Cuerpo de Cristo) y por estar tan estrechamente unido con todos los demás miembros,  has de vivir muy compenetrado con Jesús para que todos sean vida tuya y tú vida de todos.




25. Bienhechores invisibles

“Uno siembra y otro recoge. Otros sudaron y vosotros recogisteis el fruto de sus sudores” (Jn 4, 38).

Muchas, muchísimas personas han intervenido decisiva y misteriosamente en tu nacimiento, en tu crecimiento.
Si Dios te revelase una por una las muchas personas que han influido en tu existencia personal, sería una lista tan inmensamente grande como admirable.
Todo lo que tú eres, todo lo que tú vales, es fruto de una cadena casi interminable de personas, de hombres y mujeres, que Dios quiso tomar como instrumentos suyos para beneficio tuyo.
El número de bienhechores invisibles es tan grande como misterioso.
Tú eres deudor de multitud de personas, de toda clase y condición, de personas que vivieron y amaron de verdad, de gigantes en humanidad y santidad.
La huella que dejaron dentro de ti es tan profunda y decisiva que no sólo te ha de emocionar y llenar de gozo muy grande, sino que te ha de impulsar a meditar y asimilar esa maravillosa realidad, esa sorprendente y misteriosa comunión.
No es suficiente que te admires de que sean tantos y tan magníficos tus bienhechores invisibles.
Tampoco es suficiente el que lo reconozcas públicamente, haciéndoselo conocer a cuántos más puedas.
Esta misteriosa y maravillosa comunión te compromete a ser cada vez mejor, a merecer tanta riqueza viviendo con dignidad y responsabilidad, en continua superación, dando siempre lo mejor de ti a todos, dejando que Dios crezca continuamente en ti y te dirija siempre con su amor.
Tú también eres para muchísimas personas un bienhechor invisible.
Tu vida personal está influyendo poderosa y decisivamente en la vida de multitud de hombres y mujeres en todo el mundo.
Porque quieres ser verdaderamente agradecido con Dios, con todos y cada uno de tus bienhechores invisibles, tú cada día renovarás tu decisión de ser un magnífico y extraordinario bienhechor invisible de todos los hombres y mujeres que Dios haya querido asociar a tu existencia personal.
Todo esto lo has de hacer realidad en tu vida sencilla y ordinaria,  haciendo todo por amor, en unión con Jesús, buscando sólo agradar a Dios y servir lo  mejor que puedas a los demás.
Este es el secreto y la clave de tu grandeza.
Es lo único que se te pide para que merezcas el título de “magnífico y extraordinario bienhechor invisible”.  Sencillo y fácil. ¿No es verdad?
Nadie en el mundo está en condiciones de imaginar siquiera el número y la calidad ¡cuánto menos la profundidad y extensión! De la influencia de los bienhechores invisibles, de cuánto y cómo están influyendo en la humanidad entera.  Estamos dentro de un misterio tan grande como insondable, en el que no tenemos más remedio que alabar y bendecir continuamente a Dios por su bondad y sabiduría, comprometiéndonos con todo el entusiasmo que seamos capaces a ser cada día más y mejores personas, más humanos y mejores cristianos.
Todo ser humano, cercano y lejano, influye en tu persona de una y mil maneras, continuamente.
Es una influencia permanente y misteriosa.
Tú también influyes, más de lo que pudieras imaginar, en la vida de los demás, en los que están a tu lado y en los que se encuentran distantes de ti.
No está a tu alcance, no puedes por más que te lo propongas, lograr que cada persona que está a tu lado, que trabaja contigo o se cruza contigo en tu diario vivir, se decida a aceptar este misterio, a vivir siempre en la verdad y en el amor, para influir positiva y poderosamente en ti y en todos.  Lo que tú sí puedes y debes es comprometerte a ser fiel a lo que Dios quiere y espera de ti:  a ser cada día más humano, cada vez mejor persona, a crecer continuamente en el amor, a superarte sin cesar, a promover en ti lo que signifique elevación y progreso, a ser un verdadero bienhechor invisible haciendo cada vez más visible tu humanidad y tu preocupación por servir más y mejor a todos.
Fomenta y promueve todo lo grande, bueno y bello que Dios ha depositado dentro de ti.
Una gran parte de ello te lo ha dado directamente el mismo Dios.  Otra parte te lo ha dado también Dios, pero indirectamente valiéndose de multitud de bienhechores, unos conocidos por ti pero la inmensa mayoría te son ahora desconocidos.
Multitud de hombres y mujeres de todos los tiempos y culturas, han dejado huella profunda en tu vida, en tu personalidad.
Tampoco ellos abarcaron la extensión de este misterio.
Su imaginación les pudo hacer sospechar muy limitada e imperfectamente el alcance de su influencia personal en la humanidad.
Se quedaron muy cortos, en la orilla de un horizonte que les superaba y desbordaba.
Este misterio te obliga a ser agradecido, a multiplicar todo lo que has recibido.
Estás íntimamente unido con todos los seres humanos, con los que te han precedido, con los que viven actualmente contigo y con las generaciones que vengan detrás de ti.
Esto ha de mantenerte en continua y gozosa actitud de admiración y profundización.
La meditación y contemplación es una faceta que has de promover y cultivar asiduamente en tu vida.
No puedes elevarte, crecer por dentro, influir verdaderamente en los demás si descuidas o suprimes de tu vida esta actividad tan esencial de tu existencia como es la oración y contemplación.
Tu humanización reclama la contemplación.
Para que puedas promover tu comunión con los demás es imprescindible la oración, la meditación.
Dios se siente verdaderamente muy orgulloso de ti y tiene plena confianza en que sabrás desarrollar toda la riqueza humana y espiritual que depositó dentro de ti.
Tu aporte al perfeccionamiento de la humanidad es tan importante como necesario.
Eres tan valioso para Dios que sin tu colaboración personal algo muy grande y decisivo quedaría sin hacer en el mundo y una cadena interminable de personas quedarían empobrecidas en lo más íntimo de su ser al faltarles esa influencia tuya.
Entusiásmate y dedica las mejores energías de tu corazón en elevarte con la humanidad, en crecer con todos, para que colabores decididamente en el perfeccionamiento de la humanidad, humanidad glorificada que Jesús le presentará a su Padre con orgullo al final de los tiempos.


26. Haz tuyas las matemáticas de Dios

“Jesús dijo:  Hay mayor felicidad en dar  que en recibir”  (Hch 20, 26).
Tu grandeza, tu plenitud, tu realización personal está en aprender a practicar en tu vida diaria “las matemáticas de Dios”.
Dios mismo te asegura solemne y categóricamente que:
“cuanto más das, más recibes; cuanto más sales de ti mismo para amar y servir al prójimo, más y mejor persona eres, más te llenas por dentro”.
Tu verdadera categoría está en pensar y vivir como piensa y vive Dios.
Haz tuyos los criterios de Dios y verás las maravillas que él hace en tu vida.
Si un supermillonario tan bueno como generoso y desprendido te ofreciera multiplicar por mil lo que tú le dieras a él, ¿dudarías negociar con él?
Este millonario imaginario, de existir en algún lugar, no se dignaría hacer un trato así contigo.
Pero Dios, sí.
Dios te ama apasionadamente, que es la verdad que no puede engañarse ni engañarte, te dice y te apremia con muchísima insistencia y alegría:
“Da y se te dará; recibirás una medida bien llena, apretada y rebosante”.
Dios mismo te garantiza que todo lo que tú das lo multiplicas a tu favor, sea amor o indiferencia, sonrisas o rechazo.
Dios quiere a toda costa que te parezcas cada vez más a él.
Todo su afán es que aprendas a amar, a pensar y a actuar como él.
Tú, por ser imagen y semejanza de Dios, has de empeñarte en pensar con los criterios de Jesús, amando y sirviendo a todos como él.
Porque quieres ser fiel a ti mismo y deseas responder a la confianza que Dios ha depositado en ti, has de hacer tuyas las matemáticas de Dios.
Pensar y actuar de otra manera es renunciar a uno mismo y condenarse a la esterilidad y fracaso.
El programa de toda tu vida personal tiene que ser pensar con los criterios de Dios, amar como él.
Ésta ha de ser tu forma de ser.
Es la única manera de que tú seas tú mismo.
Solamente así te elevas, crecer por dentro y estás en condiciones de fluir y hacer comunión con los demás.
Tú tienes que ser inteligente.
Si todo lo que das a los demás lo vas a recibir multiplicado, todo tu afán ha de ser hacer el bien, servir, ayudar, amar.
El que es egoísta y hace el mal a los demás, él mismo se prepara la cosecha de aquello que no quiere recibir.
Analiza y reflexiona sobre esto:  muchos se pasan la vida lamentándose de que nadie los quiere, de que todos les marginan y rechazan, que no encuentran comprensión ni acogida ni siquiera en su propia casa.
Pero cuando les preguntamos si ellos dan cariño a los que están a su lado, si son serviciales y amables, si se han puesto alguna vez en los zapatos de los demás, si saben elogiar y agradecer los detalles que otros tienen con ellos... la respuesta es tan cierta como lamentable:  no, no lo hacen.
Se admiran de recibir frialdad, indiferencia, rechazo, y no caen en la cuenta que reciben aquellos que han sembrado.
Todo aquello que más valoras y deseas en la vida:  amor, bondad, comprensión, alegría, elogios, paciencia y perdón... hazlo tuyo dándolo a manos llenas a todos, pero, sobre todo, a los que están a tu lado o viven contigo.
Comprobarás personalmente que Dios ya te lo había asegurado y garantizado muy claramente.
Está en tus  manos el manejar las matemáticas de Dios o preferir tus caprichos, sabiendo como sabes que tu autosuficiencia te trae siempre muy malas consecuencias.
Te puedes equivocar una y mil veces, pero ya es hora de que cambies de política y te decidas a hacer tuyos los criterios de Dios, convencido de que tus cálculos y tu forma de invertir tu propia vida no te ha traído sino perjuicios y daños no pequeños:  tristeza, vacío y alejamiento de los demás.
Escarmentado has de tomar otra dirección, animándote a manejar las matemáticas de Dios, siendo siempre bueno con todos, servicial y amable en todas las ocasiones.
Cada día, todos los días, vivas donde vivas, joven o anciano, has de ejercitarte en practicar asiduamente las matemáticas de Dios, sin preocuparte lo más mínimo si te aplauden o te rechazan, si te admiran o te marginan como un bicho raro y prehistórico.
Dios mismo, en cada amanecer, te recuerda que el poner en práctica las matemáticas de Dios es siempre muy rentable y provechoso para ti, aunque cueste y sea difícil.
No te admires de encontrar personas que se burlan de ti, que no querrán aceptar tu mano amiga, que te pagarán con ingratitud o indiferencia.
Recuerda continuamente que hay muchas personas enfermas por dentro, que no aceptan el que nadie ponga en duda sus principios.
Estas reacciones te afectarán y te harán sentir incómodo, ya que eres humano y sensible.
Pero muchísimo más importante es el que tú estés bien reafirmado en esta tremenda y maravillosa verdad:  nadie, absolutamente nadie te puede quitar el supremo gozo de amar, de dar siempre lo mejor de ti a los demás.
Además, Dios te abre una cuenta muy jugosa en el libro de la vida, cuenta que se te pagará religiosamente cuando llegue el momento de la justicia de Dios, en el Cielo.
Tu vida ha de ser siempre una siembra a manos llenas de amor, alegría, amabilidad, bondad, haciendo el bien a todos como Jesús.
Has de anticipar tu cielo en la Tierra, con gestos sencillos y humildes, con detalles, con cosas pequeñas, con gotas continuas de amor, poniendo siempre de manifiesto que quieres parecerte cada día un poquito más a Jesús, para que creciendo él en ti puedas ser visible a todos por medio tuyo.

27. Ojos limpios, ideas claras

“La lámpara de tu cuerpo es el ojo.  Si tu
ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz”
(Mt 6, 21).

Tus ojos son limpios si tu corazón está sano.
Tus ojos están sanos si tu corazón está limpio.  Tu personalidad es tu corazón.
Tu corazón es lo que tú eres, lo que tú sientes, tus proyectos, tus decisiones, lo más profundo e íntimo de ti.
Tu corazón son tus raíces.
Si tus raíces están sanas, todo está sano en ti.
Tu raíz, tu corazón, tus ojos definen lo que tú eres, tus verdaderas intenciones, tu comportamiento, el rumbo de toda tu vida.
Dios tiene que ser tu corazón, para que sepas:  ver, amar y vivir de verdad.
Cuando dejas que Dios sea tu vida, tu amor, tu ley, eres persona de corazón, podemos confiar en ti, apoyarnos con gozo y seguridad en ti, para crecer juntos.
Tus ojos visibles son reflejo de tus ojos invisibles.  Tu forma de mirar, tu manera de pensar, tu comportamiento externo, ponen en evidencia el estado de salud de tu corazón.
Si eres sencillo y sincero:  tus ojos invisibles, tu corazón, están sanos.
Si eres malicioso y retorcido:  tus ojos interiores, tu corazón, están dañados.
Tu personalidad, tu forma de ser y de actuar, han de reflejar lo que eres y llevas por dentro:  a Dios, que es tu corazón; a su amor, que te une a todos y te impulsa al bien y a hacer el bien a todos.
Tus ojos sanos, tu corazón limpio son tu personalidad.
Tu mentalidad se refleja en tu comportamiento.
Tu mentalidad será abierta, amplia, flexible, tan firme y decidida como elástica.
Tus ideas no han de ser nunca conservadoras o progresistas, sino tuyas, que las has sabido personalizar:  estudiando, reflexionando, orando, escuchando.
No permitas jamás que te encasillen por tus ideas.
Sé tú mismo, sé independiente, esforzándote siempre por pensar con tu propia cabeza, queriendo sintonizar continuamente con Dios, tu punto obligado de referencia.
Sé moderno, nunca modernista.
Afina tu sensibilidad a los retos y desafíos de tu época, con la intención de aportar lo mejor de ti en la construcción de un mundo más humano y digno del hombre, pero por nada ni por nadie cambies tus ideas esenciales.
Adapta tu lenguaje, tus formas de expresar tus ideas, pero jamás se te ocurra cambiar la esencia de tus ideas.
Has de ahondar y profundizar tus ideas por el estudio, la oración, con el trato de hombres y mujeres que son profundos, que saben pensar y vivir, que valoran su fe y se esfuerzan por hacerla vida de cada día.
Piensa con tu propia cabeza, reflexiona personalmente, sin mirar ni preocuparte si así piensan o no la mayoría.
Has de ser fiel a ti mismo por fidelidad a Dios, esforzándote cuanto más puedas por ser siempre coherente con tu fe, consecuente con lo que tú piensas, sin prestar ninguna atención a lo que piensen o digan de ti.
Tu mentalidad ha de ser tuya y la has de cultivar con mimo, estudiando con asiduidad, reflexionando sin cesar, orando con humildad e insistencia.
En unos aspectos serás muy conservador, en otros parecerás muy avanzado o vanguardista, pero siempre y en todas partes serás firme en defender la verdad, poniendo en evidencia que tus ideas esenciales son intangibles.
Has de salvar a toda costa tu independencia.  Por nada del mundo permitas que te incluyan en una mentalidad de bloque.
Tú eres tú y has de pensar por ti mismo, con la conciencia bien formada, desde la verdad, desde Dios.
Puedes revisar la formulación de tus ideas tienes todo el derecho a hacerlo no para cambiarlas o sustituirlas, sino para asimilarlas y profundizarlas, y de esta manera modernizarlas y sacar el máximo provecho de ellas.
Es triste y lamentable que multitud de personas hayan renunciado a pensar por sí mismas.
Prefieren pensar con cabeza ajena.  Habría que decir que otros piensan por ellos.
Cuando se les pregunta por qué no piensan por sí mismas, dicen que no quieren complicaciones, que están super ocupados, que bastantes problemas tienen para tener que cargar con otros más.
Estos hombres y mujeres eligen las ideas y la mentalidad que se lleva y se respira en el ambiente que les rodea.
Lo que oyen y ven en los autores de moda, en los escritores más leídos en la actualidad, o en los “famosos” que saben halagar a las masas, todo ello para los no-pensantes es “la última palabra” y lo tragan tan tranquilamente que lo defienden ardorosamente, ocultando así su propia vaciedad y fracaso como seres racionales.
Dios quiere cien mil veces más el que te equivoques pensando y buscando la verdad, antes que privarte tú mismo de la posibilidad de usar tu inteligencia por temor a equivocarte.
Todo tu empeño sea:
Tener ojos limpios, corazón sano, ideas claras y definidas, pensando siempre con tu propia cabeza, buscando siempre la verdad con tu humilde insistencia, deseoso de encontrar a Dios y centrado en él puedas dar lo mejor de ti a todos.




28. Colaborador de Dios

“Nosotros somos colabores de Dios”  (2Co 6,1).
Dios te valora al máximo
Te ama tanto que te asocia a su creación, a sus planes de salvación que él tiene sobre toda la humanidad.
Quiso ser tu creador haciéndote su mejor colaborador.
Cierto que Dios es omnipotente, que lo puede todo, pero no es menos cierto que tú eres insustituible y necesario para que puedan hacerse realidad los planes de Dios en el Universo, en la humanidad.
Dios es todopoderoso, pero te ama tanto y te valora hasta el punto de que siempre cuenta contigo y sin ti no quiere hacer nada.
Tú, por tu parte, has de sentirte feliz y orgulloso de que él te asocie a todo lo que él hace y que puedas echarle una mano de ayuda.
Pídele a Dios cada día que seas un hijo suyo de verdad, tan adulto como responsable.
Dios te ha creado con su corazón para que, con su amor, aprendas a amar; y con su inteligencia para que, con él, seas creativo y completes su obra creadora.
Ha llegado la hora de que tú te decidas a ser cada vez más y mejor colaborador de Dios.
Dios espera de ti que le eches una mano de ayuda, para que él y tú, los dos juntos, puedan hacer un mundo mejor, una tierra más habitable.
Recuerda siempre que Dios es tan amoroso y delicado contigo que jamás hará nada para sustituirte.
Dios es padre, pero no es paternalista.
Siempre te trata como adulto, como persona responsable y capaz.
Reza siempre pidiendo aquello que no puedes, pero empieza por hacer lo que puedes.
Juega limpio con Dios, no te exoneres de tu colaboración y responsabilidad personal.
Dios lo puede todo, pero no puede ni puede arreglar el mundo, tu vida, lo que tú puedes, prescindiendo de ti, sin tu colaboración.
La política de Dios es política de amor, y porque te ama de verdad, te trata con muchísimo respeto:  como adulto, como colaborador y socio de toda su obra.
Tienes una capacidad asombrosa, casi ilimitada, unos recursos tan increíbles que Dios mismo es el primero en valorarte y tomar en cuenta tu autonomía y responsabilidad.  Por eso, no quiere intervenir ni decidir sin ti, sin tu colaboración sobre todo, en aquellos asuntos tuyos en los que tú eres protagonista.
Tu grandeza personal está en ser creador con Dios, en ser coprotagonista en toda su obra creadora, en sus planes de salvación.
Has de ser persona con iniciativa, con espíritu creativo, con ilusión, mirando siempre hacia delante, convencido de que Dios te quiere ver a su lado, no como admirador sino como entusiasta y decidido colaborador.
El mejor homenaje que le puedes ofrecer a Dios cada día es:  ponerte a su orden, haciendo todo como si sólo dependiera de ti.
La mayor satisfacción de Dios es verte adulto y responsable, lleno de amor a él y seguro de ti mismo, tan creativo que toda tu vida sea una decisión de trabajar con él para lograr que el mundo avance y progrese hasta el final.
Dios sólo tiene una mano, la ora se la tienes que dar tú, para que juntos con las dos manos, la creación se perfeccione al máximo y los planes de salvación de Dios lleguen a hacerse realidad en todos los hombres.
Gózate de verdad al comprobar que Dios te tome tan en serio, te valore tanto, cuente siempre contigo en las dos obras más grandiosas y sublimes:  en la creación y en la salvación de la humanidad.
No puedes defraudar tanta confianza como Dios ha querido depositar en ti.
Tu mayor gozo sea ponerte cada día a la orden de Dios y brindarle tus dos manos, tu inteligencia, tus recursos personales, tu corazón, todo lo que tú eres y tienes para que, juntos dos los, hagáis realidad el que la creación evolucione y se perfeccione al máximo y todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad y sean salvador por Jesús.


29. ¡Manos a la obra!

“Dice Jesús:  Yo os envío para que deis
mucho fruto y vuestro fruto permanezca”
(Jn 15, 16).

Eres protagonista, eres socio y colaborador de Dios, actúa, participa, influye.
Dios te invita y te apremia cada día, todos los días, a intervenir con él a construir un mundo mejor, a hacer realidad “la civilización del amor”.
No puedes estar de brazos cruzados, ni tampoco conformarte a ser espectador ante la situación del mundo.
Tú lo sabes muy bien y lo ves a diario.  En el mundo hay guerras, terrorismo, miseria, injusticias, marginación, drogas, corrupción, abusos contra la naturaleza...
Todo esto te está diciendo que el mundo anda muy mal, que funciona de cabeza, patas arriba y que tú has de intervenir y colaborar con Dios.
¿Te preocupa de verdad cómo está el mundo?  Lo que de verdad importa es que hagas algo por remediar la situación, aunque sea poco y aparentemente no remedie nada.  Los santos, esos hombres y mujeres que supieron dejar huella en el mundo, no fueron poderosos ni millonarios.
Tenían la cabeza bien puesta, dos brazos como los tuyos y, sobre todo, un corazón muy grande, lleno de Dios y de entusiasmo.
Estaban muy convencidos de que ellos no iban a cambiar el mundo ni tampoco remediar todas las desgracias, por lo que pusieron alma, corazón y vida en hacer lo poquito que estaba en sus manos para mejorar lo que estaba a su alcance, empezando por sí mismos, y se dedicaron a aliviar todo lo que pudieron el dolor y sufrimiento ajenos.
Harías un pésimo servicio a Dios y a la humanidad si te conformaras con llorar o protestar.
Esto no remedia absolutamente nada.
No sueñes despierto, imaginando castillos en el aire, proyectando en tu mente planes imposibles que nunca serán realidad, sino sólo en tu cabeza.
Aterriza ¡por favor!
Con sueños e imaginaciones nunca jamás persona alguna ha encontrado calor, pan, cariño o ayuda cuando lo necesitaba.
Dios no te pide milagros ni imposibles.
Quiere y espera tu colaboración que, aunque pequeña o insignificante, es valiosa y necesaria.
Tu contribución personal en la transformación y mejoramiento del mundo tendrá que ser siempre efectiva.
No te preocupes porque te parece ridícula, desproporcionada o consideras que es un simple granito de arena, una gota de agua que no a remediar nada.
Alégrate de contribuir con tan poquito, porque “Dios ama al que da con alegría” y es feliz bendiciendo este aporte tuyo.
En nuestro mundo y a tu alrededor, hay muchos llorones, todo un ejército de lamentadores y soñadores y un sinfín de personas que se pasan la vida estudiando y analizando posibles medida que remedien la situación.
¿De qué sirve hablar bien bonito, dominar una asignatura y ser verdaderos especialistas si se conforman con oratoria y títulos académicos, pero luego no hacen nada efectivo por remediar la necesidad?
La vida y el futuro de la humanidad son de los que hacen algo, de los que hablan poco y ponen manos a la obra, aunque les parezca que la situación es insuperable o irremediable.
Más vale enjugar una lágrima de un niño que pasarse toda la noche estudiando la problemática de los niños en el mundo.
Por supuesto que tiene que haber estudiosos que se especialicen ene los problemas que aquejan a la humanidad, pero muchísimo más importante es el amor que la teoría, los hechos que los libros.
Los problemas del mundo son tan gigantescos y complicados que asustan y desarman al más valiente.
Sin embargo, si cada ser humano pusiera su granito de arena, hiciera lo que está a su alcance, lo más seguro que entre todos haríamos el milagro de encontrar la solución, el remedio al problema.
Y si en caso de que la situación problemática permaneciera, millones de seres humanos mejorarían su condición y, sobre todo, recuperarían la esperanza de poder seguir luchando hasta encontrar la solución.
Aporta lo poquito que puedas y anima a otros a que lo hagan contigo.
Piensa en lo que sucedió con aquella multitud de hombres, mujeres y niños que acompañaban a Jesús.
No había nada para comer, tan sólo lo que un niño había traído:  cinco panes y dos pescados.
Este poquito hizo un milagro muy grande.
Todo lo que se hace por amor, aunque parezca pequeño o insignificante, siempre es eficaz, valioso y fecundo.  Una palabra de ánimo, una sonrisa, una mano amiga, el pasar un rato al lado de un enfermo, una oración o el simple compartir nuestra pobreza, y otros mil pequeños gestos que te puedas imaginar son un aporte muy valioso y eficaz, semillas que Dios bendice y multiplica.
Ante la gravísima situación que vive hoy nuestro mundo, sólo cabe el amor auténtico.
No pierdas el tiempo en comentar qué mal anda el mundo.  Haz algo inmensamente mejor:  ama, ayuda, presta tu colaboración.  Recuerda siempre que Dios no te va a preguntar el día del Juicio si supiste analizar la realidad del mundo, si te lamentaste mucho por todo lo que sufría tu prójimo.
Tan sólo te va a preguntar:  ¿Hiciste algo efectivo, aunque fuera pequeño, por aliviar el sufrimiento y la necesidad de tus hermanos, de tu prójimo?




30. El silencio, tu mejor escuela

“Dios dice:  Te llevaré al desierto y allí te hablaré de amor”  (Os 2, 14).
Aficiónate al silencio.
Busca y ama el silencio.
Con el silencio entras dentro de ti mismo, facilitas la intimidad con Dios, penetras en ese misterio de amor que tú eres.
Entrando al santuario del silencio, ingresas al corazón de Dios, a tu propio corazón.
Sólo en el silencio Dios te revela su rostro.
Sólo en el silencio se facilita:  el que te encuentras cara a cara con Dios, saborear su amor, conocer los planes de amor que Dios tiene sobre tu persona.
Sólo en el silencio se facilita:  el que te encuentres cara a cara con Dios, saborear su amor, conocer los planes de amor que Dios tiene sobre tu persona.
Sólo en el silencio se te concede la gracia de poder escuchar su palabra, experimentar su ternura.
Dios quiere que crezcas de verdad, que saborees su amor, que influyas profunda y decisivamente en los demás, que vivas intensa y gozosamente, que te llenes continuamente de luz, de amor, de sabiduría y de armonía interior,  pero lo quiere hacer realidad en tu vida si asumes y haces tuyo el silencio.
Naciste en el silencio.
Fuiste pensado, amado, modelado, engendrado en el silencio del corazón de Dios.
El silencio fue como el líquido amniótico que te abrigó, te envolvió y alimentó todo el tiempo que permaneciste dentro del seno maternal de Dios.
Todo ese mundo maravilloso de amor divino que tú eres, se fraguó en el silencio, en la intimidad de Dios-amor.
Dios te pensó con su amor desde toda la eternidad.  Mientras llegaba la hora de tu nacimiento, el silencio te acariciaba y envolvía por completo dentro del corazón de Dios, y la ternura y el cariño de las tres divinas personas te modelaban como verdadera obra maestra de su amor.
Dios se complacía sobremanera en tu persona, quedándose embelesado contigo.  Y lo hacía en el más completo silencio.
Todas las cosas grandes de Dios, todas sus maravillas, se realizan siempre en silencio.
El silencio es el lenguaje preferido de Dios.
Aficiónate cada vez más al silencio, convencido de que es un elemento integral e integrador de tu personalidad.
Tu persona, mundo maravilloso y complejo, necesita el silencio como espíritu y clima normal que facilite el que todo tu ser funcione armónica y normalmente.
Tu humanidad y equilibrio interior son impensables, imposibles sin el silencio.
El silencio te concentra, te unifica por dentro, te hace crecer de verdad y te ayuda a crecer con los demás.
El ruido, por el contrario, te deshumaniza, te descentra, te distancia de ti mismo, de Dios, de tu prójimo e, incluso, de la misma naturaleza.
El silencio te ayuda a ser viviente, a ser persona normal, a ser verdadero prójimo con todos, dando plenitud y hondura a toda tu existencia personal.
Necesitas el silencio siempre, en el día y en la noche, en todas las circunstancias de tu vida, vivas en una ciudad grande o en una aldea, sea cual sea tu edad, profesión o estado civil.
Si quieres ascender al monte de Dios, tener una verdadera experiencia de Dios, realizarte verdaderamente como persona única y maravillosa, llevar a cabo grandes acciones para gloria de Dios y beneficio de la humanidad, has de ser fervoroso y decidido cultivador del silencio.
Recuerda continuamente que cuanto más amas y cultivas el silencio más te llenas por dentro y mayor es tu rendimiento en tu actividad externa.
Tu alegría tiene una muy grande y estrecha relación con el silencio.
Si asumes cada día el silencio como parte integrante de tu personalidad, te aseguro que disfrutarás de una profunda y verdadera alegría, alegría que será contagiosa y producirá mucho gozo en todos los que estén a tu lado.
Te elevas, creces por dentro y con los demás cuando valoras y promueves el silencio en tu vida.
Busca siempre el silencio dentro de ti, foméntalo todo lo que puedas a tu alrededor, convencido de que en el silencio se halla la clave de tu verdadero crecimiento.
Sólo en el silencio puedes aprender lo esencial, lo único que llena y vale la pena:
A buscar la verdad dentro de ti, a conocerte por dentro, a escuchar, a dialogar, a saborear el amor que Dios te tiene, a orar, a crecer gozosamente con los demás, a descubrir las maravillas dentro de ti, en la naturaleza, en los libros, en la música.
El silencio es el más calificado promotor de tu crecimiento integral, tu mejor compañía, la más segura garantía de que, al crecer tú por dentro, todos crecerán contigo.
No hace falta ser especialista ni siquiatra para poder afirmar categóricamente, sin ningún miedo a equivocarnos:  el silencio es salud, equilibrio, armonía, bienestar, normalidad... mientras que el ruido, el griterío, la charlatanería es fuente inagotable de desajustes y malestar a nivel profundo.
Busca y fomenta el silencio.
Rehuye cuanto más puedas el ruido.

31. Asciende a la luz por la cruz

“Dice Jesús:  ¿No era necesario que el Cristo padeciera todo esto para entrar así en su gloria”  (Lc 24, 26).

Dios siempre te habla de amor, de alegría, de plenitud, pero también de cruz, de pasión y sufrimiento.
Tanto una como otra son facetas inseparables de tu realidad personal.
Todo el afán de Dios se concentra en conseguir a una contigo tu elevación y crecimiento personales, para que viviendo siempre en su amor y verdad, puedas vivir en comunión con todos.
Dios te ama tanto que quiere que logres tu perfeccionamiento y plenitud personales aceptando cada día libre y voluntariamente tu condición de criatura, tu situación de ser humano, limitado, temporal, y lo asumas siempre con todas sus consecuencias.
Si asumes de verdad tu condición de criatura, aceptarás sin traumas ni rebeldías tu propia fragilidad, tu esencial debilidad.
Empieza por reconocer que en tu ser humano, muy dentro de ti, se esconde una realidad misteriosa y oscura, difícil de aceptar, imposible de entender:  el dolor.
El sufrimiento te sigue obstinadamente, se adhiere a tu alma, a todo tu ser como algo invisible que pareciera no saber vivir sin ti.
Esta realidad se hace visible en todas las etapas de tu vida, clavando sus uñas como garfios que se ensañan cruel e implacablemente en tu carne, en lo más íntimo de tu ser.
No tengas nunca reparo en reconocer abiertamente que todo tu ser se rebela contra el sufrimiento, que te cuesta tremendamente sufrir, y que no pocas veces todo tu ser se derrumba por completo ante el dolor prolongado.
Has de ser muy humano y realista.  Por eso has de asumir tu sufrimiento como parte esencial de tu condición de criatura, como elemento integral de tu elevación y crecimiento como ser humano, como creyente.
Rehuir el dolor, pretender reprimirlo o intentar hacerlo desaparecer de tu existencia personal es un intento tan insensato como dañino.
El dolor es un tremendo misterio, una herencia de la humanidad.
Cierto es que el sufrimiento provoca tantos y tan graves interrogantes que nada ni nadie será capaz en este mundo de dar una explicación satisfactoria y convincente de este tremendo y terrible misterio.
No te rompas la cabeza pretendiendo buscar una explicación, una respuesta.  No la encontrarás, no la hay.  Dedica tus mejores energías, tus más valiosos recursos a aliviar cuanto más puedas el sufrimiento humano.
Graba muy dentro de ti:
Que Dios no quiere jamás que ninguno de sus hijos sufra, que es “impotente” para suprimir el dolor de nuestra humanidad, al igual que tampoco pude hacer un círculo cuadrado.  No pudo evitar el sufrimiento de Jesús, su hijo muy amado; tampoco el que tu condición de criatura funcione sin sufrimiento.
Lo que te tiene que preocupar realmente no es tanto por qué sufres, cuanto el para qué sufres.
Jesucristo ¡recuérdalo siempre! No vino a suprimir el sufrimiento ni tampoco a darnos una explicación divina sobre este tremendo misterio, sino a compartir con nosotros el sufrimiento y enseñarnos a sufrir.
Cuando hay fe y amor en tu vida, la cruz se hace camino de la luz.
Si Jesús vive de verdad en ti, tú puedes vencer al dolor, no sólo no permitiendo que te domine y te aplaste, sino que lo utilices para mantener tu alma en pie, aunque todo tu cuerpo se retuerza en un dolor tan grande como persistente.
Tu dolor puede ser un problema, una losa que te aplaste o un desafío para tu crecimiento.
Para los que no tiene fe ni amor, y Jesucristo no significa nada para ellos, el sufrimiento es una carga tal, un sobrepeso tan terrible e insoportable, que frecuentemente termina en una depresión y angustia verdaderamente mortal.
Para ti, por tu comunión cada vez más estrecha con Jesucristo, y creer en la fuerza de la oración y de los sacramentos, la enfermedad más grave y dolorosa ha de ser una fuente misteriosa y maravillosa de energía, una magnífica oportunidad para elevarte, para creer por dentro y potenciar tu comunión con todos los seres humanos.
Por pertenecer al Cuerpo de Cristo, por tu comunión con él, tienes que pagar “tu cuota” de sufrimiento.
Si esto lo asumes por amor, todo sufrimiento se te hará más llevadero e, incluso, más fácil.
Ante el dolor estás siempre desarmado, sientes tu propia impotencia.  Es normal que así sea.
Lo que no debe ser nunca normal ni has de permitir:  que el sufrimiento te venza y te aplaste.
Todo dolor es terrible, demoledor, pero lo que produce es maravilloso y admirable.
Tú lucharás contra el dolor con todas tus fuerzas, sin cuartel, sin bajar la bandera, sin desanimarte jamás, aún sabiendo que te sorprenderá la muerte sin haber podido vencerle.
Cuando te venga el sufrimiento, tienes el peligro muy grande de creer que eres el único que sufres, el que más sufres.  Aprovecha el dolor para “descentrarte”.
Sal de tu propio dolor, piensa en los que sufren más que tú y carecen de la fe, de las medicinas y atenciones que tú tienes.
Tu dolor tiene que ser fecundo, ha de servir para algo, empezando por ti.
La única manera de aprovechar tu sufrimiento es asumiéndolo por amor, con Jesús.  Sólo así eres más fuerte que él.  Sólo así puedes vencerlo y superarlo.
Nunca sufres solo si sufres con amor.  Jesucristo sufre contigo, dividiendo el dolor, compartiendo el peso de tu cruz.
Tu sufrimiento te tiene que estirar el alma, ensanchar el corazón, hacerte más humano y más hermoso con todos.
Si no eres capaz de elevarte con el sufrimiento, no cometas el error de rebelarte contra él, pues agravarías tu situación, multiplicarías tu sensibilidad y aumentarías tu dolor, consiguiendo todo lo contrario de lo que quieres evitar.


32. Elige la vida, asume tu muerte

“Si morimos con Cristo, creemos que también resucitaremos con él”  (Rm 6, 8).

Naciste para morir,
y mueres para vivir.
Nacer, crecer, morir, resucitar son etapas en el proceso de tu existencia.
Así como es normal el hecho de crecer, también lo es el de morir y resucitar.
Cuando naciste empezaste a crecer.  En el momento de tu muerte llegas a tu etapa de madurez:  floreces y empiezas a ser verdadera y definitivamente tú.
Tu nacimiento es el principio de un crecimiento continuo y progresivo que culmina en la muerte, y de esta manera das paso a la resurrección.
Eres criatura mortal, eres un ser humano y experimentas un tremendo miedo a morir.
Eso es normal.
La verdadera valentía no es no sentir verdadero miedo a la muerte, sino saber afrontarla con fe, asumirla y superarla con amor y esperanza.
Temblar, sentir miedo ante la muerte no es ninguna cobardía ni tampoco indica debilidad.
Lo que es verdadera cobardía y terrible desgracia: no saber vivir, no amar, estar muerto por dentro.
Me dices que morir es una experiencia tremenda y desgarradora, terrible e impresionante.
Estoy de acuerdo contigo.
Por ser humano, todo tu ser por dentro y por fuera se resiste con todas tus fuerzas, hasta el final ante la muerte.
Tú, por pertenecer a la humanidad, experimentas toda tu debilidad ante la consideración de tu propia muerte.
Eres vulnerable a la muerte desde que naces.
Hora tras hora, la muerte avanza hacia ti, apoderándose gradualmente de todo tu ser,  y el sólo pensarlo, te hace temblar de pies a cabeza.
Todos estos sentimientos, tan humanos y normales, te han de impulsar a asumir cada día, todos los días tu propia muerte, convencido de que amando de verdad, viviendo intensamente, resucitando continuamente con Jesús:  por la fe, por el amor y la esperanza, es cómo la vences y la superas.
No escondas la cabeza como la avestruz, no rehuyas tu propia muerte, porque te harías un gravísimo daño al endiosarte y resistir a tu propio proceso de crecimiento humano.
Eres adulto, persona normal, cuando asumes consciente y decididamente tu condición de criatura mortal, decidiéndote de lleno a utilizar tu propia muerte para llenarte de vida, dejando que Dios y tu prójimo sean tu vida.
Cuanto más piensas seria y profundamente en tu muerte, tanto más ganas de vivir, de amar, de dar vida experimentas dentro de ti mismo.
Si estás ya muerto por dentro, ni piensas en tu muerte ni vives de verdad para ti, para nadie.
Los que están muertos por dentro, le tienen tal pavor a la muerte que se encierran con siete llaves en su propio ataúd interior.
Dios quiere que seas viviente, que utilices tu propia muerte, para elegir cada día la Vida con mayúscula, y de esta forma saques el máximo provecho a tus años de vida.
Tu muerte es inevitable.  Quieras que no, tienes que pasar por el túnel de tu propia muerte.
Puedes atravesarlo como viviente o como muerto por dentro. Si has elegido la vida y tu existencia es una decisión continua por Dios, por el bien de los demás, el paso por el túnel será una explosión de vida, una fiesta sin fin.
Los muertos por dentro, los que prefirieron ser islas, cerrados a Dios y al prójimo, que no amaron ni dieron vida a nadie, seguirán siendo muertos y entrarán en ese túnel cargando el ataúd que será su morada para siempre.
Los santos han sido los hombres y mujeres que más en serio han tomado su propia muerte; por eso, han vivido a tope, intensa y apasionadamente, dando vida a manos llenas a todos y en todas partes, respirando vitalidad y ganas de vivir por todos los poros de su cuerpo.
Si creyeras de verdad en la Vida, en la resurrección de Jesús (tu propia resurrección) asumiendo tu propia condición de criatura mortal, no sólo no tendrías pánico a tu muerte sino que descubrirías un torrente de vid dentro de ti.
Cuando tu fe es vida de amor, adviertes que tu cuerpo se va desmoronando, pero al mismo tiempo te das cuenta de que la vida crece más y más dentro de ti, y de que la muerte es tu mejor aliada, tu más poderoso estímulo para sacar el jugo a la vida, para eternizarla por el amor.
Creces, eres persona madura cuando asumes con lucidez y sencillez que para fructificar has de morir primero.
Te tienes que proponer llenarte cada día de vida con tanto afán como el que tiene la muerte de apoderarse de ti.
No reprimas tu miedo a morir.  No tengas miedo de confesar tu miedo ante la muerte.
Ojalá sientas terror de estar muerto por no saber amar, por tu fe tan apagada, por tu insensibilidad ante el sufrimiento ajeno, por tu esterilidad al pretender vivir sin Dios, sin amor.
Cada noche ensayas tu propia muerte física.
Cada día, al amanecer, cuanto te levantas ensayas tu resurrección.
Enfréntate cara a cara con tu muerte, para que aprendas a vivir, a amar, abriéndote de par en par a Dios y a todos.  Mira fijamente a la muerte, decidido a tomarla como motor de tu vida.  Ella te va a enseñar:  a ser sabio de verdad, a darte cuenta lo breve que es tu vida, lo corta que es para amar y hacer el bien.
El recuerdo de tu muerte te tiene que servir para darte más prisa a vivir, a sacarle el máximo provecho a tu vida, valorando cada vez más a Dios y a tu prójimo.
Cuando llegue tu última hora, tu corazón ha de estar tan inundado de amor, tan habitado por tantos hombres y mujeres, tan poseído por Dios, que tu muerte tiene que ser una verdadera explosión de vida.

33. Todo acabará bien

“Jesucristo ha vencido, y junto a él vencerán los suyos, los que fueron llamados y elegidos y le son fieles”  (Ap 17, 14).

Tu vida,
Por ser historia de amor,
Acabará extraordinariamente bien, tendrá un final feliz y glorioso
Eres verdadera historia del amor de Dios, y si es verdad que comenzó maravillosamente en Cristo Jesús, no lo es menos que terminará apoteósicamente en él:  “cuando Jesús entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido toda grandeza, dominio y poderío enemigos”.
Tu destino final y definitivo es el de Jesús en ti y en todos.
Por eso supera con creces todas tus expectativas, los anhelos más profundos de tu corazón.
La sorpresa que Dios te prepara desborda todos los alcances de la imaginación más fantástica y genial.
“Ni el ojo vio, ni el oído oyó
lo que Dios prepara a los que le aman”.
Dios te ama apasionadamente en Jesús, y así como se ha volcado en generosidad contigo desde el momento en que te engendró en su corazón, así también y muchísimo más lo hará “cuando al final Jesús sea todo en todos”.
Las tres divinas personas decretaron que lo que comenzó extraordinariamente bien sin tu colaboración, acabará superexcelentemente bien con tu participación.
Tu vida personal estaba pensada y proyectada en Jesús dentro del plan de amor que Dios tenía sobre ti y sobre todos los hombres.
Este plan de amor era:  que Jesús nacería y crecería en ti y en todos los hombres, y que la gloria de Dios (tu plenitud y comunión de Jesús en todos) culminaría en el triunfo total y rotundo de Cristo.
Aunque tú no tuviste ni arte ni parte en el momento de tu creación ni en tu nacimiento como hijo de Dios, sin embargo, Dios es el primero en querer que hagas tuyos sus planes de amor, colaborando cada día con todo tu corazón y entusiasmo en su desarrollo y culminación.
Día tras día, hora tras hora, allí donde tú vives y trabajas has de facilitar al máximo el que Dios lleve adelante sus planes de amor hasta su realización definitiva, dejando que Jesús crezca en ti y pueda amar a todos a través de ti.
Este final glorioso de Jesús en ti y en todos los hombres, te compromete por entero a tomar muy en serio los planes de amor que Dios tiene sobre ti, a elevar tu nivel de vida, a trabajar de lleno en la construcción de un mundo más justo, humano y solidario, a crecer por dentro, a promover la comunión con todos, a trabajar con todas tus fuerzas “en que todos lleguen al conocimiento de la verdad y sean salvados por Jesucristo”.
Todo, absolutamente todo lo que Dios ha pensado y decretado llevar a cabo en Jesús se hará realidad, y puedes estar completamente seguro de que será todo un éxito, tan impresionante que todos se admirarán y dirán:  “Amén, alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos”.
Por este motivo, tu vida entera ha de ser un crecimiento progresivo de Jesús en ti, y un empeño permanente para conseguir que lo sea también en los demás.
Tu existencia personal:  testimonio de fe, manifestación de amor, vida de servicio alegre y permanente a los demás, aún con sus debilidades, fallos y pecados, adquirirá su verdadero valor al final del tiempo “cuando Jesús haya alcanzado su plenitud total y definitiva en todos”.
Por eso, has de tomar muy en serio tu contribución y participación en la realización de los planes de Dios en tu vida personal.
Tu superación personal,
Tu crecimiento en el amor,
Tu comunión cada vez mayor con Dios y con el prójimo, son esfuerzos muy valiosos, contribuciones muy eficaces para que la humanidad progrese de verdad, alcance su verdadera plenitud y perfección, tal como Dios quiere conseguir:  en Cristo y por Cristo.
Todo tu empeño ha de centrare en vivir cada vez más intensamente el hoy, el momento presente, proyectándote permanentemente hacia el final de la historia:  meta y culminación de todos y de todo.
Vive en tensión “hacia arriba, hacia dentro y hacia los demás” teniendo muy presente el final del tiempo “cuando Jesucristo será todo en ti y en todos”.
Algunos, tan pronto como oyen hablar del momento final y decisivo de la historia, se ponen a temblar pensando en terrores y horrores, olvidando y perdiendo de vista lo verdaderamente importante y fundamental como es:  “empezarán unos cielos nuevos y una Tierra nueva” que “Jesús hará todo nuevo” y “que hemos de alegrarnos y regocijarnos y dar gracias a Dios, porque ha comenzado a reinar el Señor Dios, dueño del Universo” “y ha llegado la boda del Cordero y de su esposa”.
Dios te ama tanto como no te puedes imaginar y te lo demuestra hablándote del fin del mundo “como la gran victoria de Jesús en ti y en todos”.
Te lo dice en clave y en comparaciones, en conceptos densos y muy significativos, pero avisándote que la realidad superará inmensamente todos los conceptos.
Dios quiere inundarte de gozo y, al mismo tiempo, espolear a ser más y mejor hijo suyo, a explotar todas tus cualidades, a sacar el máximo partido a todos tus recursos para que, de esta manera, dejes más honda huella en la creación y seas mejor instrumento de sus maravillas.
El Apocalipsis es una revelación de Dios, una manifestación de su amor en tu vida, invitándote y apremiándote a que hagas realidad en tu vida diaria lo que vivirás y disfrutarás total y definitivamente durante toda la eternidad.
Si Dios te ha querido descubrir el triunfo definitivo de Jesús en ti y en todos los hombres, su decisión de “crear cielos nuevos y Tierra nueva donde habite la justicia” es para que te entusiasmes en este plan de amor de Dios sobre ti y contribuyas a anticiparlo y adelantarlo haciéndolo vida tuya y de todos los que más puedas.
Ojalá tu vida personal sea tan hermosa y fecunda que sea un clamor tan continuo como gozoso:  “Ven, Señor Jesús”.



El P. José Luis Alonso es agustino recoleto.  Nació en el año 1944 en Burgos (España).  Estudio filosofía y teología en Salamanca, ciudad en la que recibió su ordenación sacerdotal.
Trabajó durante 15 años en la misión de Chota (Perú).  En 1984 fue destinado a Venezuela, donde trabaja en la actualidad.  Ha cultivado su afición a escribir en revistas, periódicos y para algunas emisoras.
En 1973 recibió el tercer premio en un concurso literario internacional en Quito, Ecuador.
Ha escrito “Vive, ama, sé tú mismo”, publicación de la editorial San Pablo, consiguiendo una buena acogida de los lectores.
Actualmente es colaborador de la revista “Familia Cristiana”.

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