Comentario 16 de Enero del 2018: “El hombre ve las apariencias, Dios ve el corazón”


Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


Generalmente se considera que el hombre es grande y vale por lo que tiene exteriormente. Para Dios, en cambio, si lo externo no está en sintonía con lo interno de nada sirve. La mentalidad del mundo juzga siempre con criterios simples y superficiales, que no ven más allá; hace falta interiorizar y cuestionar la gloria de este mundo para darse cuenta que es pasajera.
Cuando el hombre vive de las apariencias se auto engaña y engaña también a los demás, pero jamás engañará Dios. El hombre de hoy idealiza lo caduco, se conforma con lo bello aunque esté hueco, se enamora de lo que no tiene trascendencia ni ofrece garantías de felicidad. Pero los hombres que han de conducir la historia deben ser según el corazón de Dios: esos son y serán los triunfadores.
Es necesario, por tanto, reflexionar sobre la mirada de Dios al corazón del hombre: ¿Por qué al corazón? La riqueza de un hombre está dentro de él, y esa es su donación al mundo. El destino de un pueblo siempre necesitará de hombres de corazón grande, limpio y sincero.
¿Quién es David? Es el hombre escogido por Dios para conducir al pueblo. El más pequeño ante los hombres, y el más grande ante Dios. David es un hombre trabajador, sencillo, joven de buen corazón, con un carácter bien definido. Quizá David no tenía la apariencia física de sus hermanos pero lo supo compensar con una vida llena de virtudes. Dios conoce lo que ha elegido, sabe que con ese muchacho llevará a cabo su obra. Simplemente ha escogido el Señor lo que necesita para darse a conocer, aunque algunos no estén de acuerdo.
Es necesario, entonces, purificarnos y dejarnos purificar por el Señor para que podamos apreciar la verdadera belleza, sinceridad y bondad de la que somos capaces de poseer. Dejemos que Dios nos vaya haciendo a su manera. Cada prueba, cada situación difícil que vivimos tenemos que aprender a mirarla como una oportunidad que el Señor me ofrece para descubrir mi verdadero valor, para descubrir como tengo que ser y cómo puedo agradarle a él.
Solamente los hombres de Dios, son los que pueden llegar a tener un corazón limpio y sincero y son los que pueden llegar a servir con eficacia a los demás.  Pero los que se mantienen en su papel arrogante  y presumido, son los que explotan la vida, saquean los bolsillos y sacan la “garra” y los “colmillos” para defenderse, dominar y ofuscar la paz. Necesitamos volver a Dios para que adquiramos un corazón sensato, sencillo y limpio que nos permita reconocer al otro como lo que es.
En el evangelio notamos como los fariseos, que se creen personas súper importantes, son las personas más esclavas y más ignorantes que Jesús pudo encontrarse. El orgullo y la soberbia son así, nos ciegan, nos hacen creer que somos mejores que los demás y que lo sabemos todo, no nos permiten crecer porque pensamos que somos las mejores personas sobre la faz de la tierra, que no hay nadie mejor; no nos permiten reconocer las necesidades del otro. La causa principal de que seamos tan fríos, tan distantes y tan legalistas es nuestro orgullo y nuestra soberbia. Un legalismo sin caridad y sin que permita la búsqueda del bien común y de la paz esclaviza, destruye la dignidad de los demás, divide a la comunidad y aliena a cualquier hombre, lo mata.
 Sin embargo, Jesús les dijo: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”. Jesús nos invita a la libertad, a aprender a renunciar a nuestras máscaras, a nuestros caprichos, a nuestras fantasías religiosas, a nuestros propósitos de buena intención entre comillas, pero que al final de cuentas son falsos. Nos invita a mantener criterios justos, a perdonar, a ayudar, a abrir el corazón al otro para reconocerlo y servirlo. Que ante la fuerza de la violencia se ponga la fuerza del amor, ante la maldad la fuerza de la inocencia, ante la soberbia y el orgullo la fuerza de la humildad, ante la guerra la fuerza de la paz, ante el odio y la venganza la fuerza del perdón y del amor.
De nada sirve cumplir con todas las leyes y preceptos, si eso lo único que incrementa es la soberbia y fomenta la rivalidad, la competencia y la guerra; eso no es vivir para Dios, eso es trabajar para el enemigo.

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