Comentario 19 de Enero del 2018: “Estar con Jesús”

Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


En este día, la palabra de Dios nos muestra cómo Jesús llama a sus apóstoles para que estén con él, para que vayan a predicar y para que expulsen a los demonios, es decir, para que expulsen el mal con la fuerza del bien. Jesús llamó a los que él quiso, los llamó gratuitamente, por su grande amor y misericordia, no porque hayan sido ya, en ese momento, perfectos, sabios o santos, sino porque él les iba a enseñar y los iba a santificar. También a nosotros no nos elige por nuestros méritos o porque seamos dignos o porque estemos llenos de cualidades humanas, sino porque confía en que podemos ser mejores. Todos tenemos momentos de debilidad, de cobardía o hasta de traición, pero siempre debemos confiar en su perdón. Jesús no piensa tanto en lo que somos sino en lo que podemos llegar a ser.
Llamó a sus apóstoles, entonces, para que “estuvieran con él”. Estar con Jesús no significaba solamente ocupar la misma habitación o el mismo espacio físico. Estar con él significa tener la misma sintonía, el mismo querer, el mismo compromiso y entrega, la pasión y la renuncia, compartir la misma visión e intención, el mismo fin. Con el paso del tiempo, iban a aprender a conocer al Maestro y no solamente para resolver sus vidas y sus necesidades, sino para adecuar su vida a la de Jesús. Por eso, Jesús, más que ser un maestro de autoestima o de superación personal, un terapeuta, un conferencista o una especie de relajante espiritual, tiene que ser, para los que hemos decidido seguirle, un programa, un estilo, una manera de ser, un verdadero proyecto de vida. A veces queremos que Jesús se adecue a nuestro parecer, a nuestras necesidades o a nuestra vida, pero no tiene que ser así, somos nosotros los que necesitamos adecuarnos a la vida de Jesús. Si no he comenzado a adecuar mi vida a la suya, en realidad, estoy siguiendo a un Jesús equivocado.
Estar con Jesús significa aprender de él para expulsar mis propios demonios y vencer el mal con la fuerza del amor; significa aprender de él que es manso, inocente, humilde, obediente, servicial, pacifico, bondadoso, etc. ¿Qué significa, entonces, ser discípulos de Jesús? ¿Significa solamente haberle visto o estar en el mismo lugar geográfico que él? No, ser discípulos de Jesús significa aprender a renunciar a todo lo malo; significa poner la fuerza de la inocencia ante la fuerza de la maldad, poner la fuerza de la humildad ante la fuerza de la soberbia, poner la fuerza del servicio ante la fuerza del prestigio y el orgullo, poner la fuerza del amor y del perdón ante la fuerza del odio y la violencia, poner la fuerza de la justicia y de la paz ante la fuerza de la corrupción y de la guerra; significa poder renunciar y sacrificar la propia vida como Jesús por amor a los demás. Porque “la maldad engendra maldad”, pero el amor infinito de Jesús engendra toda clase de bienes.
Por eso, hoy vemos también a David que teniendo la oportunidad de matar al Rey Saúl que  lo andaba buscando, precisamente, para matarlo, decidió no hacerlo, sino perdonarle la vida. David fue capaz de escuchar la voz de su conciencia, aparte de que tenía un profundo respeto por lo sagrado: “No extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido del Señor”.  Escuchar la voz de nuestra conciencia y tener respeto por lo sagrado es escuchar la voz de Dios que nos habla y nos dicta qué es lo bueno que podemos hacer y qué lo malo que debemos evitar; nos ayuda a descubrir el valor y a sentir pasión por la vida, por la amistad y por la religión; nos ayuda a mirar al otro como lo que es: nuestro hermano; nos ayuda a mirar lo mejor que tiene, su esencia, sus virtudes; nos ayuda a descubrir el valor de la comunidad, de ser Iglesia; pero, sobre todo, nos ayuda a descubrir qué significa verdaderamente amar a Dios. Si no escuchamos la voz de nuestra conciencia, y si no mantenemos respeto alguno por lo sagrado, nos destruimos a nosotros mismos y les destruimos también la vida a los demás, impidiéndoles o prohibiéndoles que mantengan algún contacto o relación con Dios; nos convertimos en bestias salvajes devoradores de hombres, de vidas inocentes y, en destructores y enemigos de la Iglesia, en enemigos de Dios.
La grandeza y seguridad de David le viene por su confianza enorme que tiene en el Señor. Mientras que Saúl sólo se deja llevar por las murmuraciones de los demás que le meten cizaña y que le envenenan el corazón. No obstante, David creyó que lo correcto era perdonarle la vida a Saúl, sembrar la paz y el amor en lugar de vengarse y sembrar el odio y la guerra. No cabe duda, Jesús nos llama para que confiando en él, aprendamos a ser como él. Para que aprendamos a ser mansos, sencillos, bondadosos, pero sobre todo, para que aprendamos a perdonar y a vencer el mal con la fuerza del bien. Jesús no llamó a Santos, sino a pecadores, pero justamente nos llamó a nosotros para que junto a él logremos santificarnos.
¿Y nosotros, murmuramos para envenenar los corazones de los demás y con ello sembrar la división y la guerra? ¿Escuchamos la voz de nuestra conciencia y tenemos amor y respeto por lo sagrado o actuamos solamente movidos por nuestras pasiones y deseos? ¿Sigo a Jesús porque me enseña cómo vivir mejor o porque creo que solamente me enseña a pedir? ¿Aprovecho cada momento y circunstancia para adecuar mi vida a la de Jesús o siento que seguir a Jesús es muy complicado y difícil porque siento que me pide mucho?
Pidamos a Nuestra Madre, esposa del Espíritu Santo, para que nos enseñe a ser dóciles y nos dejemos hacer por la mano de Dios.

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