JESÚS EUCARISTÍA EL AMIGO QUE SIEMPRE TE ESPERA
Nihil Obstat
P. Ismael Ojeda
Vic. Provincial O.A.R.
IMPRIMATUR
Mons. Salvador Piñeiro
Vicario General de la
Arquidiócesis de Lima
Angel Peña O.A.R.
Lima – Perú
NUNCIATURA APOSTOLICA
EN EL PERU
Saludo con agrado la publicación “Jesús Eucaristía” del Reverendo Padre Angel Peña, O.A.R.
La Eucaristía es el corazón de la Iglesia, el misterio más sublime de la fe católica, el punto más alto de unión con el Señor al que el alma puede aspirar. Es la presencia del mismo Cristo en medio de nosotros y con nosotros.
El mismo Señor se nos presenta bajo la especie del pan: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre. El pan que le voy a dar es mi carne por la vida del mundo” (Jn. 6, 51). El nos solícita a reconocerle, a acogerle y a alimentarnos de El para que no nos falle la alegría de vivir y la fuerza de servir.
El trabajo del P. Angel Peña es una síntesis doctrinal, de iluminadas reflexiones, de ejemplos prácticos que estimulan a las almas a redescubrir el inmenso don de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, del encuentro personal con El, sea en la celebración de la Santa Misa sea en la adoración personal o comunitaria.
Las almas encontrarán en estas páginas una segura orientación y un sólido alimento espiritual.
Fortunato Baldelli
Nuncio Apostólico
Lima, 2 de junio de 1997
INDICE GENERAL
INTRODUCCION
PRIMERA PARTE
MISA, SACERDOCIO Y COMUNION
El amigo Jesús de Nazaret 5
Un regalo de amor. La Eucaristía es vida 3
Eucaristía, don de Dios a la Iglesia 19
La misa. El sacrificio del altar 23
La misa viviente. La cena del Señor 31
Forjadora de mártires 39
El sacerdote. María .y el sacerdote 41
La comunión. Mi primera comunión 53
Unión de corazones. Unidos para siempre 66
SEGUNDA PARTE
ADORACION AL SANTISIMO
Indiferencia y sacrilegios 70
Adoración a Jesús sacramentado 74
Adoración perpetua. Otras expresiones 77
La visita diaria a Jesús 82
La comunión espiritual 86
La mirada de Jesús. El silencio de Jesús 90
Mensajes de nuestra Madre 96
TERCERA PARTE
TESTIMONIOS Y MILAGROS
Testimonios. Conversiones. Sanaciones 98
Milagros eucarísticos 113
La Eucaristía en la vida de los santos 125
A Cristo por María. Por Cristo a la Trinidad 131
Apóstoles de la Eucaristía 140
CONCLUSION
INTRODUCCIÓN
Este libro, dirigido, en primer lugar, a todos los consagrados, quiere llevar un mensaje a todos los católicos: Jesús los espera en todo momento en la Eucaristía. Ahí está el amigo del alma, el amigo que nunca falla, el amigo fiel, que es Rey de Reyes y Señor de los Señores. Esta verdad no la deberíamos olvidar nunca. En la misa se hace palpable el amor infinito de Jesús a los hombres y sigue actualizando el gran milagro de la Encarnación. En la consagración de la misa se renueva el gran prodigio del Emmanuel, “Dios con nosotros”. Y en la comunión nos unimos al Dios Omnipotente, hecho pan por nosotros. Qué más podemos pedir? Jesús nos está esperando en el sagrario para fortalecer nuestra amistad con El, porque quiere bendecimos mucho más de lo que podemos pedir o imaginar (Ef 3,20). “En El están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2,3).
Si al final de la lectura, sientes un poco más de amor a Jesús Eucaristía, no te lo guardes para ti solo. Es un tesoro para compartirlo con los demás y que aumentará en ti en la medida en que lo comuniques a otros. Conviértete en apóstol, en amigo, en un enamorado de Jesús. El te ama y te espera en la Eucaristía.
NB.-MD se refiere a la encíclica Mediator Dei de Pio XII; MF a la encíclica Mysterium Fidei de Pablo VI; Cat. al Catecismo de la Iglesia Católica y DM al libro de Juan Pablo. II “Don y Misterio”.
Cf antes de los textos bíblicos, significa véase tal texto para confirmar lo dicho.
PRIMERA PARTE
MISA, SACERDOCIO Y COMUNIÓN
En esta primera parte, vamos a profundizar un poco sobre la Eucaristía a través de textos de la Biblia y del Magisterio de la Iglesia. Veremos la importancia de la misa como sacrificio del altar y la necesidad de unirnos a Jesús en la comunión y con nuestro ofrecimiento personal, para formar con El un solo corazón y una sola alma. De todo ello, podremos apreciar la grandeza del sacerdocio ministerial... Pero comencemos primero por conocer y amar al amigo Jesús de Nazaret.
EL AMIGO JESÚS DE NAZARET
a) Nuestro Amigo
Jesús es el amigo que nunca falla. El amigo, especialmente, de los pobres y necesitados, de los enfermos y de los despreciados, en una palabra, de todos los que buscan un consuelo y una razón para vivir. El aprendió en carne propia a sufrir por la incomprensión de los poderosos. Siendo niño tuvo que huir de su país. Más tarde, fue perseguido y encarcelado. Hasta lo consideraron como un blasfemo y profanador del sábado y de las leyes judías establecidas. Algunos lo querían de verdad y lo aclamaban como al Mesías, pero cuatro días antes de su muerte todos lo abandonaron, hasta sus más íntimos amigos. Y se quedó solo ante la cruz. Solamente su madre y el discípulo amado y algunas pocas mujeres lo acompañaron hasta el final.
Sin embargo, después de veinte siglos, cada año hay miles y miles de hombres y mujeres que lo dejan todo, familia, patria, bienes... para seguirle sin condiciones, como aquellos sus doce primeros amigos. El nos enseñó con su vida la más grande y hermosa verdad que el hombre pudo conocer: DIOS ES AMOR. Jesús es Amor, porque es Dios, y te ama a ti y a mi y a todo ser humano que existe, ha existido y existirá desde el principio del mundo hasta el final.
Jesús te conoce por tu nombre y apellidos y te ama tal como eres. No necesitas cambiar para que te ame. Por eso, si nadie te quiere, si todos te rechazan, si eres demasiado anciano o enfermo o pobre o ignorante o pecador... El te ama y te dice: “Hijo mío, tus pecados te son perdonados” (Mc 2,5). “No tengas miedo, porque tú eres a mis ojos de gran precio, de gran estima y yo te amo mucho” (Is 43,4-5). El vino a sanar a los enfermos, a perdonar a los pecadores, a dar libertad a los oprimidos, a dar amor y paz a los que tienen destrozado el corazón (Cf Lc 4,18; Is 61,1).
Por eso, en este momento, respira hondo y sonríe: Jesús te ama. Tu vida está llena de sentido, vale la pena vivir y morir por El. Vale la pena apostarlo todo por El, que espera tanto de ti y cuenta contigo para la gran tarea de la salvación de tus hermanos. Jesús te abre sus brazos con su infinito amor y te dice: Ven a Mí, si estás agobiado y sobrecargado; Yo te aliviaré y daré descanso a tu alma (Cf Mt 11,28). “No tengas miedo, solamente confía en Mí” (Mc 5,36). Tú eres mi amigo, si haces lo que yo te mando (Cf Jn 15,14).
¡Qué alegría ser amigo de Jesús! El es “el más bello de los hijos de los hombres” (Sal 45,3). Según la sábana santa de Turín, medía 1,83 m de estatura, musculoso, con rasgos claramente semitas, cabello abundante, que le caía sobre la espalda, con raya al medio, barba corta, ojos grandes y nariz más bien larga y aguileña. Ciertamente que es la belleza personificada y “en sus labios se derrama la gracia” (Sal 45,3). Por ello, podemos decir que es hermoso, infinitamente hermoso, más que el sol, cuando brilla en todo su esplendor (Cf Ap 1,16). Con su porte sencillo, que inspira confianza y, a la vez, majestuoso. Con una voz poderosa y, a la vez, melodiosa, que infunde terror a los fariseos, pero que atrae a los humildes. Con una sonrisa que cautiva a los niños, que irradia ternura a los enfermos, compasión a los pecadores y para todos un inmenso amor.
Así es nuestro amigo Jesús, que nos espera en la Eucaristía. En cada hostia consagrada está realmente presente. Por eso, la Eucaristía es el sacramento inefable de la presencia amorosa de Jesús entre nosotros. El está ahí y te espera. Vete a la misa a encontrarte con Jesús, vete a sellar tu amistad con El en el momento de la comunión y, todos los días, vete a visitarlo y a adorarlo, porque es tu amigo y es tu Dios.
b) Rey del Universo
Jesús es tu Dios. El es el Rey del Universo y con El vivimos en el centro mismo del Corazón del Dios. El Corazón de Jesús es un Corazón eucarístico y también cósmico, pues a El y en El converge todo lo que existe en un flujo y reflujo constante. Por El nos viene la salvación y la santificación. “En El fueron hechas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra... Todo fue hecho por El y para El... Por El quiso reconciliar todo lo que existe y por El Dios estableció la paz en el cielo y en la tierra” (Col 1,15-20).
“Sus ojos son como llamas de fuego, lleva en su cabeza muchas diademas y tiene un nombre escrito, que nadie conoce, sino El mismo, y viste un manto empapado en sangre y tiene por nombre Verbo de Dios. Le siguen los ejércitos celestes sobre caballos blancos, vestidos de lino blanco, puro. De su boca sale una espada aguda para herir con ella a las naciones y El las regirá con vara de hierro... tiene sobre su manto y sobre su muslo escrito su nombre: Rey de Reyes y Señor de los Señores” (Ap 19,12-16). “Es semejante a un hijo de hombre, vestido con una túnica talar y ceñidos los lomos con un cinturón de oro. Su cabeza y sus cabellos, blancos como la lana blanca, como la nieve... Su voz, como la voz de muchas aguas. Su aspecto, como el sol, cuando resplandece en toda su fuerza” (Ap 1,12-16).
A El se le dio “el señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron y su dominio es dominio eterno, que no acabará, y su imperio es imperio que nunca desaparecerá” (Dan 7,14). Y el Padre “lo exaltó y le otorgó un Nombre sobre todo Nombre, de modo que, al Nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y en el abismo y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Fil 2,9-11). Si lo viéramos en todo su poder divino, como los apóstoles el día de la transfiguración, sentiríamos miedo ante la grandeza de su divinidad.
S. Juan en el Apocalipsis nos cuenta que “así que lo vi caí a sus pies como muerto; pero El puso su diestra sobre mí y me dijo: No temas, yo soy el primero y el último, el viviente que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del infierno” (1,17-18).
Y, sin embargo, a pesar de su inmensidad y majestad divina, no quiere que le tengamos miedo. Y se ha acercado a nosotros pequeño, sencillo y escondido bajo la humilde apariencia de pan, porque es “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Cuenta Sta. Angela de Foligno que ante la visión de la humanidad gloriosa de Cristo recibió: “una alegría inmensa, una luz sublime, un deleite indecible y deslumbrante que sobrepasa todo entendimiento”.
La humanidad de Jesús
Jesús es el hombre Dios. Como Dios, Verbo de Dios, Hijo de Dios, segunda persona de la Trinidad, ya estaba en el mundo desde toda la eternidad y no necesitaba venir a la tierra, pero quiso venir también como hombre para hacerse amigo nuestro, y ahora está como hombre y Dios en lugares concretos: en el cielo con su cuerpo glorificado y en cada hostia consagrada en la Eucaristía. Porque “en Cristo habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,9).
Ya la misma palabra “Cristo”, que quiere decir ungido, o Jesús, que quiere decir Salvador, nos está hablando de su humanidad; pues para salvar y ser ungido tuvo que hacerse hombre y tomar nuestra naturaleza humana. El quería ser amigo de los hombres para que pudiéramos sentir el calor de su mano, la dulzura de su voz, el amor de su corazón... Para que pudiéramos sentirlo cercano y no le tuviéramos miedo. Por eso, ahora esconde su divinidad bajo las apariencias de un poco de pan. El es el “Emmanuel”, que quiere decir, Dios con nosotros (Mt 1,23; Is 7,14). El es “el mediador de la nueva alianza” (Heb 12,24), es decir el puente entre la humanidad y la divinidad. Pero sólo es mediador en cuanto hombre, como dice S. Agustín (C. de Dios 11,2). Por esto, S. Pablo nos dice con toda claridad: “Uno es Dios y uno también es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús” (1 Tim 2,5). Aquí recalca Pablo la palabra el hombre Cristo Jesús para que no prescindamos de su humanidad y no busquemos solamente a un Cristo divino y espiritual. El es el único mediador necesario entre Dios y los hombres. María y los santos son colaboradores, intercesores o mediadores secundarios para llegar por Cristo al Padre. Sobre este punto de la importancia de la humanidad de Jesucristo, nos habla mucho y profundamente la gran doctora de la Iglesia Sta. Teresa de Jesús: “Una vez, acabando de comulgar se me dio a entender cómo este sacratísimo cuerpo de Cristo lo recibe su Padre dentro de nuestra alma y cuán agradable le es esta ofrenda de su Hijo..., por que su humanidad no está con nosotros en el alma, sino la divinidad, y así le es tan acepto y agradable y nos hace tan grandes mercedes (en la comunión)” (CC 43). “Y veo claro y he visto después que, para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere que sea por manos de esta humanidad sacratísima en quien su Majestad se deleita. Muy, muchas veces lo he visto por experiencia y me lo ha dicho el Señor He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos” (V 22,6). Y “yo comencé a tomar amor a la sacratísima humanidad de Jesús” (Y 24,3).
Ella misma nos dice que podemos dejar a un lado las imágenes de Jesús, cuando estemos delante de El, vivo y presente en la Eucaristía. Dice así: “No veis que es bobería dejar en aquel tiempo la imagen viva y la misma persona para mirar al dibujo? ¿No lo sería, si tuvieseis un retrato de una persona que quisiereis mucho y la misma persona os viniese a ver dejar de hablar con ella y tener toda la conversación con el retrato? ¿Sabéis para cuándo es bueno y santísimo y cosa en que yo me deleito mucho (tener imágenes)? Para cuando está ausente la misma persona, entonces es un gran regalo ver una imagen de N. Señora o de algún santo, a quien tenemos devoción, cuánto más la de Cristo... Desventurados estos herejes que carecen de esta consolación... Pero, acabando de recibir al Señor teniendo la misma persona delante, procurad cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del alma y rmiraos al corazón” (CP 61,8).
Y, sin embargo, ¡cuántos católicos prescinden fácilmente de las bendiciones de Cristo Eucaristía! Entran a una Iglesia y se van directamente a su santo favorito y se olvidan del jefe de casa, de Jesús sacramentado, y salen de la Iglesia sin haberlo saludado siquiera. ¿Por qué? Porque no conocen a Jesús y su fe en El, presente en el sagrario, es tan pequeña que no le dan importancia y prefieren sus imágenes a su persona viva y real entre nosotros. Un lamentable error, que debemos corregir en nosotros y en los que son ignorantes de tan gran realidad.
Una vez, alguien le dijo a Sta. Teresa: Si yo hubiera podido vivir en tiempo de Jesús y hubiera podido hablar con El y tocarlo y verlo... mi vida hubiera sido diferente. Y ella respondió: ¿Pero es que no tenemos en la Eucaristía al mismo Jesús? ¿Para qué buscar más? Por eso, S. Pedro Eymard decía: “Ahí está Jesús. Por tanto, todos debemos ir a visitarlo diariamente”.
Muchas veces, me he preguntado qué sería del mundo sin la Eucaristía, sin el amigo, Dios y hombre, Cristo Jesús. Yo, personalmente, después de haber podido disfrutar de su presencia gloriosa en este sacramento, sentiría que me faltaba algo, nuestras iglesias me parecerían vacías sin esa presencia sublime de Jesús Eucaristía. Nadie me podría llenar ese vacío ni con toda su oratoria ni con toda su oración.
Unas tres o cuatro veces he visitado iglesias protestantes, ¡qué frío se siente en ellas! Son solamente salones llenos de sillas, como los hay en cualquier hotel, colegio o institución. Allí está Dios como en cualquier lugar del Universo, allí se puede orar como en cualquier lugar del mundo, pero... Cristo, el amigo humano divino, no está allí. ¿Acaso Cristo vino solamente para quedarse con nosotros treinta y tres años? El nos prometió: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Y lo está cumpliendo no sólo como Dios, como cuando dice: “donde están dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20); lo está cumpliendo verdaderamente como hombre también, al quedarse en la Eucaristía para siempre.
Por eso, ¿qué podemos decir a quienes no aceptan a Cristo Eucaristía? Ellos son como aquellos esposos que sólo quisieran amarse por teléfono por creer que no necesitan de su presencia física. Así son todos los que creen no necesitar la presencia física de Jesús eucarístico para amarlo en plenitud. ¿Acaso no nos hubiera gustado vivir en tiempos de Cristo y haberlo conocido y ser sus amigos?
Supongamos que un buen día se apareciera Jesús de nuevo en la tierra y fuera predicando y haciendo milagros por pueblos y ciudades. ¿No sería soberbia de nuestra parte decir: yo ya tengo a Cristo en mi corazón y no necesito nada más? Una cosa es decir “creo en Cristo” y “amo a Cristo” y otra cosa es la plenitud de vida con El, que se logra con más facilidad e intensidad a través de la unión con El en la comunión eucarística. Y, sin embargo, nuestros hermanos separados hablan mucho de Cristo, pero no tienen a Cristo completo, pues les falta esta dimensión humana de Jesús; ya que, en nuestra alma, está sólo Cristo como Dios y no como hombre, y debemos ir a la Eucaristía para poder unir nuestra humanidad con la suya y por ella unirnos a la Trinidad.
La Vble. María Celeste Crostarosa, afirmaba: “La humanidad de Cristo es siempre la puerta para entrar a Dios... Nadie puede olvidarse de ella por muy sublime que sea el grado de unión con Dios que haya alcanzado”. Y le daba tanta importancia a la humanidad eucarística de Jesús que indicaba “como punto de llegada de todo camino espiritual, la plena transformación eucarística” (Juan Pablo II a las redentoristas, 31-10-96).
Por esto, estoy plenamente convencido de que, quienes prescinden de la Eucaristía, no pueden alcanzar las más elevadas cumbres de la santidad, a las que han llegado tantos y tantos santos católicos, que han centrado su vida y su amor en el Cristo del sagrario. Podemos decir con seguridad y firmeza que la Eucaristía es el lugar privilegiado de nuestro encuentro con Dios, es el lugar más importante, más deslumbrante y emocionante para encontramos con El. No puede haber en el mundo presencia más importante de Dios que la que tiene lugar a través de Jesús Eucaristía. Éste es el lugar de máxima cercanía con Dios. Allí lo encontramos más cercano y amigo de los hombres. Por ello, la Eucaristía es el mayor medio de santificación que pueda existir para el hombre, que quiere amar a Dios con sinceridad de corazón. Jesús desde el sagrario te está diciendo: “Te he amado desde toda la eternidad” (Jer. 31,3). “Tú eres precioso a mis ojos, muy querido y YO TE AMO... No tengas miedo, porque yo estoy contigo” (Is 43,4-5). Pero ¿crees tú en la presencia real de Jesús en la Eucaristía? ¿Eres amigo de Jesús? ¿Estarías dispuesto a dar tu vida por El?
En la guerra civil española (1936-39), los marxistas sorprendieron a un niño de 11 años, llevando la comunión a los enfermos. Y, por no dejarse arrebatar las hostias ni renegar de su fe, lo mataron. El pequeño mártir murió, besando y adorando a Jesús, apretándolo contra su corazón. El, al igual que S. Tarsicio en los primeros tiempos del cristianismo, murió antes de dejar profanar la Eucaristía. Pero ya había logrado distribuir en los últimos meses más de mil quinientas comuniones.
Un Jueves Santo de 1939, cerca del Polo Norte, cuenta el P. Llorente, jesuita de Alaska: “Había una tormenta de nieve fuera de lo común con más de 40 grados bajo cero. Me preparé para celebrar la misa yo solo en nuestra pequeña capilla. De pronto, oigo un toque a la puerta. Era una mujer esquimal de cincuenta años totalmente cubierta de nieve, pues venía de lejos, que me dice: Padre, no podía resistir y me eché a la calle, confiando en Jesús. No quería perderme la comunión en este día. Me he extraviado varias veces por el camino y creí que iba a morir en algún ventisquero; pero me encomendé a Dios y luego torcí por el camino y no sé cómo, de repente, me encontré a la puerta de la Iglesia. Todo lo hice por comulgar”. ¿Estarías tú dispuesto a exponer tu vida por amor a Jesús Eucaristía?
UN REGALO DE AMOR
La Eucaristía es un regalo de amor de Dios a los hombres, es el tesoro de los tesoros. Es el regalo de los regalos. Es Dios mismo que se da como don y alimento a los hombres. ¿Podríamos haber imaginado mayor muestra de amor? La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Jesús, del amigo divino, que viene a nosotros a ofrecernos su amistad y a pedimos un poco de amor. La Eucaristía (misa, comunión, adoración) es la mejor manera de encontrarnos con Dios, de renovar nuestra amistad con Jesús... Es el mejor alimento espiritual, es la mejor oración. Y, sin embargo, cuánta falta de fe en dejar abandonado al Dios escondido. Precisamente, no pensar en la Eucaristía, no vivir la Eucaristía, es el mayor pecado o deficiencia de nuestro catolicismo. La mayor parte de las iglesias están cerradas casi todo el día, escondiendo así al mayor tesoro del Universo y al mejor medio de santificación: Jesús Eucaristía.
Debemos tener bien claro que la Eucaristía no es algo, sino Alguien. Alguien que te ama y te espera. Su nombre es JESUS. Por eso, toda tu vida cristiana debe ser una vida de amistad con Jesús, lo que significa que debe ser una vida eucaristizada, con una relación personal con Jesús Eucaristía.
Sin embargo, la mayor parte de la gente, cuando tiene problemas, busca solamente la salud en médicos, siquiatras o curanderos de cualquier clase. Se van a cualquier grupo o religión para buscarla... y dejan solitario al médico de los cuerpos y de los corazones, Cristo Jesús. ¿No es esto como para llorar de pena? Se busca la felicidad en tantas cosas, a veces costosas, cuando tenemos tan cerca al Dios de la felicidad. ¿Por qué? ¿Por qué no creemos un poco más? ¿Por qué no comemos el “pan de los fuertes”?
¡Qué pena la de Jesús, viendo tantas almas que se debaten bajo sus ruinas y que ya no sienten el calor del sol ni oyen el trino de los pájaros ni perciben el perfume de las flores! ¡Tantas almas frías y egoístas para quienes ya no existe la paz ni la alegría y casi no tienen fe! ¡Con lo fácil que les sería acercarse al sagrario para pedir ayuda! ¡Cuánto amor y cuánta paz encontrarían para superar las dificultades de cada día!
En 1937 varios exploradores rusos lograron pasar unos meses en las proximidades del Polo Norte, en el reino del hielo eterno, o, como solía decirse, de la “muerte eterna”. Hasta entonces, se creía realmente que allí no podía crecer ninguna planta. Por eso, la sorpresa de los exploradores fue enorme al encontrar en el mismo Polo Norte una flor. Era una especie de alga diminuta, del tamaño de la cabeza de un alfiler, de color azul. Quisieron descubrir su raíz y empezaron a cavar. Cavaron nueve metros de profundidad y todavía no dieron con el final de la raíz... Ciertamente, esa flor es un ejemplo para nosotros. Por todas partes, le rodeaban el hielo y la muerte y no se asustaba ni retrocedía. Iba taladrando el suelo y se lanzó, en el reino de la oscuridad y de las tinieblas, hacia arriba en busca de la luz, hasta que la encontró. No le importó, si tuvo que subir veinte metros. Valió la pena llegar a la luz y poder alegrar la vida de unos exploradores y alabar a Dios en las solitarias y heladas regiones del Polo Norte. Por eso, tú no te desanimes, no importa cuántos metros estés bajo el peso de tus pecados. Jesús te espera en la confesión y en la luz del sagrario, sigue subiendo, El es la luz del mundo y te está esperando para darte una nueva vida.
Allí, en el sagrario, vela Jesús todas las noches en silencio, esperando la llegada del alba y de algunas personas que lo amen para repartirles sus tesoros de gracia escondidos en su Corazón. Porque el sagrario contiene todos los tesoros de Dios, ahí están los almacenes llenos y son inagotables. ¿Por qué no vas a misa? ¿Por qué no comulgas? ¿Por qué no te arrodillas ahora mismo, en el lugar donde te encuentras, y te diriges al Jesús del sagrario? Mira hacia la iglesia y dile así:
Jesús mío, ¿qué haces ahí todo el día en la Santa Eucaristía? ¿Qué haces en las noches silenciosas, solitario en la blanca hostia? ¿Esperándome? ¿Por qué? ¿Tanto me amas? ¿Y por qué yo me siento tan angustiado por los problemas y creo que Tú te has olvidado de mí? ¿En qué pienso? ¿En qué me ocupo? ¿Por qué me siento tan solo, si tú eres mi compañero de camino? Ahora, he comprendido que tú me amas y me esperas y seguirás esperándome sin cansarte jamás, porque tienes todo tu tiempo exclusivamente para mí. Señor aumenta mi fe en tu presencia eucarística. Lléname de tu amor ven a mi corazón. Yo te adoro y yo te amo. Yo sé que tú estás siempre conmigo y que contigo ningún vendaval y ninguna tempestad podrá destruirme. Dame fuerza, Jesús, YO TE AMO, perdóname mis pecados. Yo sé que, si estoy contigo, tengo conmigo la fuerza del Universo, porque tú eres mi Dios.
¡Oh misterio bendito, prodigio de amor; sacramento admirable, fuente de vida, Jesús Eucaristía! ¡Qué vacía estaba mi vida sin Ti! Ahora he comprendido que tú eres mi amigo y quieres abrazarme todos los días en la comunión. Por eso, yo te prometo ir a visitarte todos los días y asistir al gran misterio de amor de la Eucaristía. Quiero ser tu amigo. ¡AMIGO DE JESUS EUCARISTÍA!
LA EUCARISTIA ES VIDA
Dice Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Y la Eucaristía es el mismo Jesús de Nazaret, que viene a traemos vida y “vida en abundancia” (Jn 10,10).
¿Estás vacío, triste, angustiado, desesperado? Ahí está Jesús que te espera. No le tengas miedo. Acude a El con confianza. El es tu Dios y te dice: “No tengas miedo, solamente confía en Mí” (Mc 5,36).
La Eucaristía es la fuente de la vida, de la verdadera vida, de la vida eterna. ¿Estás sediento de amor, de paz, de alegría, de comprensión? Ahí está Jesús que te saciará tu hambre y tu sed. El te dice: “Yo soy el pan de vida, el que viene a mí ya no tendrá más hambre, el que. cree en mi; jamás tendrá sed” (Jn 6,35). “Yo soy el pan vivo bajado del cielo, si alguno come de este pan, vivirá para siempre y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo” (Jn 6,51). “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en El... el que me come vivirá por mi... el que me come vivirá para siempre” (Jn 6,53-59). Jesús es fuente de vida y quiere, a través de nosotros, serlo también para los demás. Por eso, nos dice: “El que cree en mí; ríos de agua viva correrán de su seno” (Jn 7,38). Asistamos, pues a la celebración eucarística a colmarnos de vida divina para que podamos después compartirla con nuestros hermanos. Recordemos a todos lo que dice Jesús: “El que tenga sed, venga, y el que quiera tome gratis el agua de la vida” (Ap 22,17). “Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al que tenga sed, le daré gratis de la fuente de agua de vida... y seré su Dios y El será mi hijo” (Ap 21,6-7). “Si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba” (Jn 7,37).
Sí, Jesús es la vida de nuestras almas, pero ¿cuántos creen en El? ¿Cuántos lo reciben con amor? Y Cristo sigue gritando a los cuatro vientos: “Esto es mi Cuerpo, que es entregado por vosotros, haced esto en memoria mía... Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lc 22,19-20). Y S. Pablo insiste: “Sed vosotros jueces de lo que os digo: el cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso la comunión con la sangre de Cristo y el pan que partimos, ¿no es acaso la comunión con el Cuerpo de Cristo?” (1 Co 10,16).
“Yo he recibido del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado tomó pan y después de dar gracias lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo, que se da por vosotros, haced esto en memoria mía. Y asimismo después de cena; tomó el cáliz, diciendo: Este es el cáliz de la nueva alianza en mi sangre, cuantas veces lo bebáis, haced esto en memoria mía... Así pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor Examínese, pues, cada uno a sí mismo y coma del pan y beba del cáliz, pues el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación” (1 Co 11,23-26).
La Eucaristía es “el manjar de los ángeles” (Sab 16,20), “el pan de los fuertes” (Sal 78,25), “el pan de los cielos” (Sal 105,40), “el pan vivo bajado del cielo” (Jn 6,51). Es por esto que el que comulga con frecuencia, sentirá en su alma una fortaleza extraordinaria para afrontar los problemas de la vida diaria y se conservará fuerte y joven espiritualmente, porque estará recibiendo vigor del Dios eternamente joven, que nunca envejece y que es fuerte sobre todas las cosas.
El año 1901 se cerraron en Francia todos los conventos y expulsaron a los religiosos, pero se permitió que continuasen en el hospital de Reims las religiosas enfermeras. Un día llegó allá la comisión inspectora del Concejo municipal y le invitó a la Superiora a enseñarla todas las salas. Abrió la primera sala: todos eran enfermos de cáncer ellos pasaron de largo. Abrió la segunda, la tercera, la cuarta, todo eran enfermos de gravedad. Los miembros de la comisión no se detuvieron en ninguna sala. Uno de ellos, al despedirse, le preguntó a la Superiora:
- Usted ¿cuánto tiempo lleva aquí?
- Cuarenta años.
- Y ¿de dónde sacó fuerzas para aguantar?
- Comulgo todos los días. Si no estuviese conmigo Jesús sacramentado, no habría podido resistir.
Sí, allí en la hostia santa, está el poder infinito de un Dios, que no ha querido escoger el rayo para manifestar su poder, ni el diamante con todo su brillo cautivador. No escogió el rocío, tan dulce y agradable para acercarse a los hombres escogió la rosa tan hermosa. Quiso escoger, para esconderse y acercarse a nosotros, un pedazo de pan. Y nosotros ¿por qué estamos tan hambrientos y sedientos, cuando hay tanto alimento en la Eucaristía? ¿Por qué helarnos de frío espiritual, cuando hay tanto fuego ante el altar? ¿Por qué perdernos en las tinieblas del pecado, cuando hay tanta luz y tanta vida en Jesús Eucaristía.
Que no te pase a ti como a aquellos pasajeros de un barco averiado en alta mar. Iban a la deriva y llegaron a las costas del Brasil, pero se estaban muriendo de sed... Cuando llegó el barco salvador, todos a un exclamaron: ¡Agua! ¡Agua! ¡Dadnos agua, que morimos de sed! Y lo del barco les dijeron: ¿por qué no beben el agua del mar? Están rodeados por todas partes de agua y esta agua es buena, porque es del río Amazonas, que hace potable el agua del mar varios kilómetros después de la desembocadura. ¡Bebed, bebed y quedaréis saciados! Se estaban muriendo de sed, como tantos católicos, que tienen la fuente de la vida a su disposición, y no saben o no quieren beber del agua de la verdadera vida, que es Cristo Jesús.
Te puede pasar también como a aquel hombre que tenía una finca, donde había un salto de agua muy grande. Durante muchos años, sus amigos le decían que pusiera una turbina para generar corriente eléctrica, y él no hacía caso. Cuando ya fue viejo, un día se le ocurrió seguir los consejos de sus amigos y se admiró del tesoro que había tenido tanto tiempo olvidado. Pudo obtener electricidad para todos los pueblos cercanos e, incluso, para varias fábricas que se establecieron en el lugar. Y entonces pudo decir: ¡Cuánta energía perdida! Sí, cuánta energía espiritual perdida por desidia, por ignorancia o por comodidad. Acude a la Eucaristía. La comunión te dará fuerza y alegría al alma. Te llenará de una nueva vida y te rejuvenecerá el espíritu.
¡Ven Jesús. Ven, a mi corazón. Dame tu vida y lléname de amor! Tú eres fuente inagotable de aguas vivas. Tú eres la vida de mi vida. Tú eres mi Señor y mi Dios.
EUCARISTIA. DON DE DIOS A LA IGLESIA
Juan Pablo II decía que “la Eucaristía es el más grande don que Cristo ha ofrecido y ofrece permanentemente a la Iglesia” (3 1-10-82). Es el “tesoro más precioso” (MF 1). En la celebración eucarística, “por la consagración del pan y del vino, se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo Nuestro Señor y de toda la sustancia de vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transustanciación” (Cat 1376). De ahí que, en la Eucaristía, bajo las apariencias de pan y vino se hace presente una nueva realidad: Jesús, vivo y resucitado. “Esto quiere decir que, después de la consagración, no queda ya nada del pan y del vino, sino solas las especies; bajo las cuales esta presente, todo e íntegro, Cristo en su realidad física, aun corporalmente presente, aunque no del mismo modo como están los cuerpos en un lugar” (MF 5).
“La Iglesia enseña y confiesa claramente y sin rodeos que en el venerable sacramento de la santa Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y sustancialmente Nuestro Señor Jesucristo, bajo la apariencia de esas cosas sensibles” (Trento, Denz 1636). En este sacramento está “Cristo mismo, vivo y glorioso.., con su Cuerpo, sangre, alma y divinidad” (Cat 1413). Esta presencia real de Cristo en la Eucaristía “se llama real, no por exclusión, como si las otras presencias no fueran reales, sino por antonomasia, ya que es sustancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro” (MF 5). Y está presente “no de una manera transitoria, sino que permanece en las hostias, que se conservan después de la consagración, como pan bajado del cielo, absolutamente digno, bajo el velo del sacramento, de honores divinos y de adoración” (Pablo VI en Burdeos 12-4-66).
Por eso, el sagrario, donde está Jesús, “debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la Iglesia y debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santo sacramento” (Cat 1379).
“La Eucaristía es la fuente y cima de toda la vida cristiana... La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir Cristo mismo” (Cat 1324). Por eso, “para que la Iglesia pueda desarrollarse, es preciso poner de relieve el carácter central de la Eucaristía, en virtud de la cual y alrededor de la cual, la comunidad se forma, vive y llega a su madurez” (carta aprobada por Juan Pablo II 1-10-89). Según el ritual de la Eucaristía fuera de la misa: “La celebración de la Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana y el manantial y la meta del culto que se brinda a Dios” (N° 1 y 2).
“La Eucaristía es el centro de la comunidad parroquial. Permaneciendo en silencio ante el Santísimo Sacramento es a Cristo, total y realmente presente, a quien encontramos, a quien adoramos y con quien estamos en relación. La fe y el amor nos llevan a reconocerlo bajo las especies de pan y de vino al Señor Jesús... Es importante conversar con Cristo. El misterio eucarístico es la fuente, el centro y la cumbre de la actividad espiritual de la Iglesia. Por eso, exhorto a todos a visitar regularmente a Cristo presente en el Santísimo Sacramento del altar pues todos estamos llamados a permanecer de manera continua en su presencia. La Eucaristía está en el centro de la vida cristiana... Recomiendo a los sacerdotes, religiosos y religiosas, al igual que a los laicos, que prosigan e intensifiquen sus esfuerzos para enseñar a las generaciones jóvenes el sentido y el valor de la adoración y el amor a Cristo Eucaristía” (Juan Pablo II, 28-5-96).
La Eucaristía debe ser también el centro, especialmente, de cada casa de religiosos. Dice el canon 608: “Cada casa ha de tener al menos un oratorio, en el que se celebre y esté reservada la Eucaristía y sea verdaderamente el centro de la Comunidad”. “Y en la medida de lo posible, sus miembros participarán cada día en el sacrificio eucarístico, recibirán el Cuerpo Santísimo de Cristo y adorarán al Señor presenté en este sacramenta” (Canon 663). La Eucaristía es la perla preciosa, el tesoro escondido de que habla el Evangelio.
¿Que más podemos decir, si tenemos entre nosotros tan cerquita al propio Dios en persona, al mismo Jesús de Nazaret? Por eso, en la plegaria N° 1 de la misa, pedimos que “cuantos recibimos el cuerpo y la sangre de tu Hijo, seamos colmados de gracia y bendición”.
Hagamos de nuestra vida, una vida eucarística, es decir, agradecida, pues Eucaristía significa acción de gracias. Allí está Jesús, irradiando rayos luminosos de amor, que, aunque invisibles, no por ella son menos reales y eficaces.
La Eucaristía no es un trozo del árbol de la cruz, donde clavaron a Jesús, sino Cristo mismo. No son sus escritos personales, sino su misma persona, no es su fotografía o su imagen, sino El mismo, vivo y resucitado con su corazón palpitante. En la Eucaristía no tenemos sólo. el recuerdo, las ropas o la corona de espinas, sino su propio Corazón traspasado, su propia cabeza, su propio cuerpo. Es Jesús, nuestro amigo y Salvador.
Por eso, la Eucaristía es el punto de apoyo que mueve el mundo, como diría Arquímedes. Y nosotros necesitamos de este punto de apoyo para mover nuestras almas a la santidad. La Eucaristía es el centro de energía espiritual del catolicismo, es como una central eléctrica o atómica del espíritu. ¿Por qué no aprovechar tanta energía que tenemos a disposición? Decía un hermano separado: yo no creo en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, pero, si creyera, me pasaría la vida de rodillas. Y tú ¿qué haces? ¿Qué importancia tiene la Eucaristía en tu vida? Se necesitaría toda una vida para prepararse a recibir la comunión y toda una vida para dar gracias. Y, sin embargo, comulgamos con tanta tranquilidad que parece indiferencia.
“La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico, Jesús nos espera en este sacramento del amor No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración... No cese nunca nuestra adoración” (Cat 1380).
¡Oh Jesús, gracias por la misa de todos los días! ¡Gracias por el regalo inmerecido de ser católico y poder conocerte y amarte en este sacramento del amor!
LA MISA
“La misa es una acción que tributa a Dios el más grande honor que puede tributársele; es la obra que más abate las fuerzas del infierno; la que más apacigua la encendida cólera de Dios contra los pecadores y la que procura a los hombres en la tierra, el mayor cúmulo de bienes” (5. Alfonso Ma. de Ligorio). “Todas las buenas obras, tomadas juntas, no pueden tener el valor de una santa misa, porque aquéllas son obras de los hombres, mientras que la misa es obra de Dios” (Cura de Ars). Por tanto, “hay que confesar que el hombre no puede hacer obra más santa que celebrar una misa” (Trento ss 22).
“La misa es el acto más sagrado. No se puede hacer otra cosa mejor para glorificar a Dios ni para mayor provecho del alma, que asistir a la misa tan a menudo como sea posible” (S. Pedro Eymard). “Sin la santa misa ¿qué sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos, ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente, la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido y sin remedio” (Sta. Teresa de Jesús). “Yo creo que, si no existiera la misa, el mundo ya se hubiera hundido en el abismo, por el peso de su iniquidad. La misa es el soporte que lo sostiene” (S. Leonardo de Pto Mauricio). “Sería más fácil que el mundo sobreviviera sin el sol que sin la misa” (P. Pío de Pietrelcina).
¡Vale tanto la misa! Un santo obispo decía: “!Qué gozo siente mi alma al celebrar la misa! Por muy ofendido, despreciado, blasfemado e injustamente, tratado que sea Dios de parte de muchos hombres... tengo la dicha de dar a Dios infinitamente más gloria que ofensas puede recibir de los pecados de los hombres. ¿Nos explicamos ahora, por qué no se ha roto en mil pedazos al golpe de la ira divina esta tierra pecadora? ¿Nos explicamos por qué hay sol en los días y luna en las noches y lluvias en el tiempo oportuno y comunicación de Dios con los hijos de los hombres? HAY MISAS EN LA TIERRA en todos los minutos del día y de la noche se está repitiendo a lo largo del mundo: Por Cristo, con El y en El... todo honor y toda gloria”. (Beato Manuel González).
“Si supiéramos el valor de una misa, nos esforzaríamos más por asistir a ella” (Cura de Ars). “ Uno obtiene más mérito asistiendo a un misa con devoción que, repartiendo todos sus bienes a los pobres viajando por todo el mundo en peregrinación” (S. Bernardo). “Si comprendiésemos el valor de una misa, andaríamos hasta el fin del mundo para asistir a ella” (Sta. Magdalena Postel). Por eso, “el ángel de la guarda se siente muy feliz cuando acompaña a un alma a la santa misa” (Cura de Ars).
Así piensan los santos ¿y tú? ¿Crees todo esto? La misa es la Suma de la Encamación y de la Redención. Es el acto más grande, más sublime y más santo que se celebra todos los días en la tierra. La mis es el acto que mayor gloria y honor puede dar a Dios. Todos los actos di amor de todos los hombres que han existido, existen y existirán, no sonada en su comparación. Porque la misa es la misa de Jesús y, según Sto. Tomás de Aquino, vale tanto como la muerte de Jesús en el CaIvario, ya que la misa es la renovación y actualización del sacrificio de la cruz. “Es el memorial de la muerte y resurrección de Jesús” (Vat II, SL 47). Memorial es hacer vivo y real ahora entre nosotros, un acontecimiento salvífico que tuvo lugar en tiempos pasados.
Supongamos que hubieran tenido estudios de cine y TV en aquellos tiempos de Jesús y hubieran filmado su pasión, muerte y resurrección. ¡Qué emoción sería para nosotros ahora poder contemplar con nuestros ojos lo que sucedió hace dos mil años y poder ver a Jesús resucitado! Pues bien, la misa es algo más que una película, por muy bonita que sea, es un memorial, es decir, es la misma realidad actual y palpitante, aunque expresada de otra manera, de modo sacramental, sin derramamiento de sangre. Por eso, decimos también que la misa es el memorial de la Pascua de Cristo, el memorial de la Redención o de su Pasión, muerte y resurrección. En una palabra, diríamos que es el memorial de su infinito amor, pues en cada misa el amor infinito y eterno de Jesús se hace palpable y se sigue ofreciendo por nuestra salvación. Este amor de Jesús se hace presente al entregarse a cada uno en la comunión y al encarnarse de nuevo entre nosotros, como en una nueva Navidad, en el momento de la consagración.
La consagración es el corazón de la misa, sin ella no habría adoración ni sagrarios ni comunión. Por eso, cuando en otros tiempos no se acostumbraba a comulgar todos los días, los fieles estaban bien atentos y miraban a la hostia en la elevación, con deseos de comulgar, para hacer así una comunión espiritual.
Cuando tú asistas a la misa, procura estar atento a este momento cumbre del gran prodigio de amor. Toda la misa converge en este momento sublime, en que todo un Dios se acerca a nosotros como en una nueva Navidad. Para este momento supremo viven todos los sacerdotes, para esto se celebra la misa. Sin la consagración, la misa no sería misa. Vive conscientemente este gran acontecimiento y agradece a Dios por este gran milagro que sucede cada día. Piensa en lo que sucede: unas breves palabras pronunciadas sobre la hostia y, en el mismo instante, esta hostia viene a contener un tesoro mayor que todos los tesoros de la tierra.
Dice S. Agustín: “Recítanse las preces para que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y sangre de Cristo. Suprimidas las palabras no hay más que pan y vino. Lo repito, antes de pronunciar las palabras (de la consagración) sólo hay pan y vino; al pronunciarlas se convierten en el sacramento” (Sermo 6,3). El autor de esto es el Espíritu Santo, que también lo es de la consagración sacerdotal. “Lo que Cristo realizó sobre el altar de la cruz y que, precedentemente estableció como sacramento en el Cenáculo, el sacerdote lo renueva con la fuerza del Espíritu Santo. El sacerdote se halla como envuelto por el poder del Espíritu Santo y las palabras que dice adquieren la misma eficacia que las pronunciadas por Cristo durante la última Cena” (DM 8). ¡Qué admirable misterio! ¡Oh, si pudiésemos ver lo invisible del mundo espiritual!
Jesús baja a la tierra, obedeciendo las palabras de un humilde sacerdote. Y lo mismo sucede esto en las grandes catedrales de los países ricos como en las humildes casitas de esteras de los pobres de África o de América Latina.
Un sacerdote, amigo mío, me manifestaba lo que le había pasado un día en el momento de la consagración del vino. En ese momento, ante sus ojos asombrados, vio cómo el vino del cáliz empezó a burbujear y miles de burbujas se movían, mientras decía las palabras: Este es el cáliz de mi sangre... Así Dios le hizo entender, de un modo extraordinario, la maravillosa realidad de la conversión del vino en su sangre divina. A partir de ese momento, su fe en la Eucaristía se reafirmó para siempre. No dudemos, digamos como Sto. Tomás: “Señor mío y Dios mío”. Y procuremos, en esos momentos, estar de rodillas ante nuestro Dios. No seamos meros espectadores, indiferentes a lo que se celebra ¿Acaso estamos de pie para que no se manche nuestra ropa? Alguien ha dicho que nunca es el hombre más grande que cuando está de rodillas. No te avergüences de estar de rodillas ante tu Dios.
Sta. Margarita María de Alacoque cuenta en su Autobiografía que su ángel de la guarda: “no soportaba la menor falta de modestia o de respeto ante Jesús sacramentado, delante del cual lo veía postrado en tierra y deseaba que yo hiciese lo mismo”. Y tú ¿le negarás el respeto y amor que se merece? ¿Le negarás hospedaje en tu corazón? ¿Le negarás obediencia a su deseo de que vengas a la misa los domingos?
La misa ha sido siempre la devoción de los santos por excelencia. Nuestra Madre María nos decía en Medjugorje el 25-4-88: “Haced que la misa sea parte esencial de vuestras vidas”. Por eso, no digas que no tienes tiempo. Cuando le decían esto a S. José de Cotolengo, El respondía: “malos manejos, mala economía del tiempo”. Tú, asiste a la misa para unirte a Jesús y alegrarte en la celebración de los grandes misterios de la humanidad, y para orar por tus familiares vivos y difuntos. A este respecto, decía S. Alfonso María de Ligorio que la misa “es el más poderoso sufragio para las almas del Purgatorio”. Ya desde los primeros tiempos del cristianismo se celebraban misas por los difuntos. Tertuljano, en el siglo II, nos habla de la costumbre de celebrar la misa en el aniversario de la muerte. Ahora, existe la buena costumbre, en algunos lugares de la misa a los ocho días, al mes y al año. Orar por nuestros familiares difuntos es una obligación, no sólo de caridad, sino también de justicia. Debemos ayudarlos, pues según Sta. Catalina de Génova, llamada la doctora del purgatorio, allí se sufre mucho más de lo que podemos sufrir en este mundo.
S. Agustín, en varias de sus obras, nos habla de esta costumbre antigua en la Iglesia y afirma que su madre Sta. Mónica, antes de morir, le manifestó el deseo de que se acordara de ella en la santa misa (Cf Conf IX,36). Porque “es bueno y piadoso orar por los difuntos... para que sean liberados del pecado” (2 Mac 12,46). Y la mejor oración es la santa misa Por eso, ofrécele el regalo de la misa y comunión, donde renovarás tu amistad con El.
Jesús, Tú eres mi amigo más querido, el Amado de mi alma, lo más grande de mi vida. Gracias Jesús, por tu amistad y por la misa de cada día.
EL SACRIFICIO DEL ALTAR
Sacrificio, en sentido etimológico, es hacer sagrada una cosa. Para que haya sacrificio se requieren tres cosas: una cosa ofrecida (víctima), alguien que la ofrece (sacerdote) y Dios a quien ofrecerlo. Pues bien, la misa es verdadero sacrificio, porque en ella Cristo es, al mismo tiempo, Víctima y sacerdote, y se ofrece al Padre.
Lo esencial de la misa es el ofrecimiento que Cristo hace de Sí mismo al Padre. Así lo dice Pío XII en la encíclica Mediator Dei con estas palabras: “el sacrificio eucarístico, por su misma naturaleza, es la incruenta inmolación de la divina víctima .Aquí inmolación incruenta hay que entenderla como ofrecimiento de Sí mismo sin derramamiento de sangre, porque es un sacrificio sacramental. Por eso “las especies eucarísticas simbolizan la cruenta separación del cuerpo y de la sangre” (MD 2,1)
Ahora bien, este ofrecimiento de Sí mismo al Padre lo hizo Jesús desde el primer instante de su existencia y lo seguirá haciendo por la eternidad, porque es sacerdote eterno. Este ofrecimiento, que se hizo palpable el día de Navidad al aparecer entre nosotros, siguió siendo realidad durante toda su vida, especialmente en el momento de la última Cena, al hacer partícipes a sus discípulos de su destino y unirlos en su misma ofrenda, pues quiere que su ofrenda sea compartida con toda la Iglesia. De ahí que la misa sea también un banquete sacrificial, en el que hay que unirse a Cristo en la comunión. Esta comunión “atañe a la integridad del sacrificio y es enteramente necesaria para el ministro que sacrifica, pero para los fieles es tan sólo vivamente recomendada” (MD 2,3).
Según esto, Cristo, sacerdote eterno, sigue ofreciéndose y, en cierto modo, celebrando una misa místicamente en cada hostia consagrada en la que se encuentra y dentro de nosotros, en el altar de nuestra alma, en el momento en que lo recibimos en comunión. Sin embargo, hablar de esta misa mística es hablar del sacrificio eucarístico en sentido muy general. Estrictamente hablando, la misa. es la renovación y actualización del sacrificio de la cruz, pues ése fue el momento supremo, el momento cumbre en el que Cristo se ofreció totalmente a Sí mismo al Padre.
Y no sólo se ofreció a Sí mismo, sino que unió a su ofrenda a toda la Iglesia. Por eso, la misa es también un sacrificio eclesial, pues se ofrece con su Cuerpo, que es la Iglesia. Es el Cristo total, Cabeza Cuerpo, quien celebra la misa. Ya decía S. Agustín que “la plenitud de Cristo es la Cabeza y los miembros: el Cristo total” (In Jo Ev. 21 ,8).
“La Iglesia entera, ejerciendo juntamente con Cristo la función de sacerdote y víctima, ofrece el sacrificio de la misa y en El se ofrece así misma” (MF). Por eso “los fieles deben tomar parte activa en la misa, ofreciendo la divina víctima a Dios Padre y uniendo la ofrenda de su propia existencia” (Carta de Juan Pablo II, 1, 10, 89). Pues como dice S. Agustín “es también nuestro misterio el que se celebra en el altar (Sermo 272).
Ahora bien, ¿por qué?, si Cristo murió una sola vez, podemos celebrar diariamente el sacrificio eucarístico? Cristo es sacerdote eterno y se ofrece sin cesar al Padre, su voluntad no cambia. Sigue entregando en cada momento su cuerpo (persona) y su sangre (su vida) como ofrenda permanente que hizo de una vez para siempre. Por eso, el sacrificio de la cruz es propiamente único sacrificio de Cristo, que sigue vivo y actual. La misa, como el sacrificio de Cristo, tiene valor infinito.
“Los méritos del sacrificio de la misa son infinitos e inmensos, se extienden a todos los hombres de todo lugar y de todo tiempo. Porque el sacerdote y la víctima es el hombre-Dios” (MD 2,1). Sin embargo, la aplicación de los méritos infinitos de Jesús a los hombres concretos depende de su receptividad y disponibilidad. No podemos decir: Cristo pagó por nuestros pecados, ya estoy perdonado y ya todo está perdonado para siempre. Eso sería como decir que todos estarían, por adelantado, ya salvados independientemente de sus obras y que no importaría ser buenos o malos. Lo cual va en contra de toda sana Teología. “Para que la redención y salvación de todos se haga efectiva, es necesario que todos establezcan contacto vital con el sacrificio de la cruz. De esta forma, los méritos que de El se derivan les serán transmitidos aplicados. Se puede decir que Cristo ha construido en el Calvario un estanque de purificación y de salvación que llenó con la sangre vertida por El; pero, si los hombres no se bañan en sus ondas Y no lavan en ellas las manchas de su iniquidad, no pueden ciertamente ser purificados y salvados” (MD 2,2).
Cristo ha querido el sacrificio eucarístico como renovación constante de su infinito amor y como remedio de nuestra debilidad. Él nos ha concedido la gracia inmensa de hacer diariamente nuestro, el gran acontecimiento de la salvación. Pero tengamos presente que la salvación más que un acontecimiento histórico es una persona: Cristo. Él es la salvación. El es sacerdote, víctima y altar (Prefacio pascual V). Su existencia es una misa perpetua, una misa viviente, una misa sin fin. Todas las misas, celebradas por los sacerdotes, son participaciones de la única misa de Jesús. Para que ello ocurra es necesario que el sacerdote sea “arrebatado” por el Espíritu Santo y sea transformado en Jesús y se identifique con El y sea, en algún sentido transportado al Corazón de Jesús, para vivir la misa de Jesús en El, con El y por El.
Estamos acostumbrados a decir que, en la misa, el sacerdote hace presente o actualiza “aquí y ahora” el sacrificio de Jesús, pero quizá sería más exacto decir que el sacerdote, al ser Jesús e identificarse con El en la misa, se hace presente a la misa eterna de Jesús. Para comprenderlo mejor pongamos el ejemplo del sol. Decimos que el sol “sale todos los días, pero el sol no “sale”, está ahí, es la tierra la que va a su encuentro y se hace presente a El. Eso mismo pasa en la misa.
Vayamos también nosotros con el sacerdote cada día a meternos en el Corazón de Jesús, ofreciéndonos con El al Padre, para vivir la misa de Jesús. De este modo, seremos otros cristos en la tierra y El podrá vivir en nosotros, de nuevo, su pasión, muerte y resurrección. Digamos con S. Pascual Bailón: “Soy feliz al unir el pobre sacrificio de mi vida al sacrificio de Jesús”. Si somos amigos, debemos estar unidos en las alegrías y en las penas, llevar juntos el peso de la salvación de lo hombres y formar así una sola alma y un solo corazón. Vivamos la misa de Jesús y hagamos de nuestra vida una misa viviente, una misa sin fin.
LA MISA VIVIENTE
Cada uno debe vivir su propia misa por su ofrecimiento continuo con Jesús al Padre. El concilio Vaticano II nos recomienda: “Aprendan los fieles a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada, no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con El” (SC 48).
De esta manera, “nuestra humilde ofrenda, insignificante en sí; como el aceite de la viuda, se hará aceptable a los ojos de Dios por su unión a la oblación de Jesús” (Juan Pablo II, 7-11-82). Un buen momento para ello es cuando el sacerdote dice: “Por Cristo, con El y en El a Ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén”. Mejor aún, si lo hacemos en el momento central de la consagración y repetimos en privado con Jesús y el sacerdote: ESTO ES MI CUERPO, que será entregado por vosotros... ESTE ES EL CALIZ DE MI SANGRE... que será derramada por vosotros. Y, al decir esto, nos ponemos en total disponibilidad a los planes de Dios y decimos de verdad: este cuerpo mío, con todo lo que soy y tengo, mi vida, mis trabajos y dolores..., los entrego por la salvación de mis hermanos. Ofrezco también mi sangre gota a gota, o a raudales, día a día, con mis sudores y lágrimas, con los sufrimientos y humillaciones, incomprensiones y calumnias... TODO lo entrego con Jesús al Padre. Otro momento importantísimo para renovar este ofrecimiento de nosotros mismos es el momento de la comunión y de nuestra íntima unión con Jesús; en ese momento, se unen nuestras vidas y nuestros corazones y debemos tener los mismos sentimientos de entrega total al Padre por los demás.
Haz como aquella religiosa que me escribía: “La misa es el centro de mi vida entera. En el momento de la consagración, Jesús me sumerge en El, y con El me ofrece al Padre como víctima de amor. Cuando el sacerdote dice ESTO ES MI CUERPO Y ESTA ES MI SANGRE, es como si me lo hiciera repetir con El, pues todo lo pongo en sus manos. Estoy en permanente comunión con El y pienso en las misas que se celebran a lo largo y ancho del mundo y renuevo mi entrega en unión con cada misa que se celebra”.
Y otra me aseguraba: “Cuando asisto a la misa, me pongo con todo mi ser en la patena con Jesús, en total disponibilidad para dejarme transformar por El y dar la vida, como El, por la salvación del mundo. Entonces, le digo: Haz de mí lo que tú quieras, sea lo que sea te doy las gracias, porque te amo y confío en Ti porque Tú eres mi Padre mi Señor y mi Dios”. Vivir la misa de nuestra vida es ofrecerlo todo por la salvación de los demás.
Reflexiona en el cuento de aquel hombre pobre, que iba muy triste por los senderos de la vida. Un buen día, pasó por su camino la carroza real y el rey, al verlo, se bajó a saludarlo y le dijo: ¿qué puedes darme? Aquel pobre hombre, asombrado, sólo atinó a darle un granito de trigo. Por la noche, al ir a descansar, se dio cuenta de que tenía en su alforja un granito de oro. Y entonces, lo comprendió todo. Si El hubiera sido generoso y le hubiera dado todo su trigo, ahora sería inmensamente rico. ¿Y si se hubiera ofrecido a sí mismo para servir al rey? ¿No hubiera cambiado su vida errante por una vida más feliz? Pues bien, Dios no se deja ganar en generosidad. ¿Por qué te contentas con darle pequeñas cosas, cuando El quiere todo tu corazón? “Dame, hijo mío, tu corazón” (Prov 23,26). “El que da (siembra) poco, poco recibirá; el que da en abundancia, en abundancia recibirá. Dios ama al que da con alegría y es poderoso para llenaros de todo género de gracias, para que teniendo siempre y en todo lo bastante, abundéis en todo lo bueno” (2 C 9,6-8). ¿Estás dispuesto a darle todo, a darte TODO, sin condiciones?
Una religiosa contemplativa, víctima de amor, me contaba un caso concreto de cómo vive su entrega total: “Un día supe que iba a venir a nuestra ciudad un grupo rockero de mucha fama y que fomentaba cosas diabólicas. Yo sentí mucho dolor interior y, pensando en cómo ofenderían a Jesús y en cuántos pecados se iban a cometer sentí dentro de mí una gran necesidad de consolar a Jesús y acompañarle en su dolor y renovar el ofrecimiento de mi vida para evitar tanto pecado. Era en el momento de la comunión, cuando me ofrecí para consolarlo y le dije que me diera lo que quisiera, que lo aceptaba todo por su amor. En ese momento, nos amábamos mucho los dos.
A las dos horas, más o menos, de pedírselo, empecé a sentirme muy mal, con mucho frío, me subieron a mi cama y ardía en fiebre. Parecía como si me mordiesen por dentro, pero al mismo tiempo, sentía una alegría interior y una paz inmensa. Me sabían los dolores a amor, no sé describir lo que me pasaba, pero mi alma estaba envuelta en un amor tan grande que parecía fuego. Me sentí muy feliz de haberme ofrecido para consolar a Jesús... Otro día, estaba sola en el coro, y me sentía abrumada ante el amor desbordante de un Dios, que se ha entregado por nosotros y no ha regateado ningún sacrificio para salvarnos. Me perdí en su amor y, en ese momento sublime, sentí con qué ternura infinita el Padre acogía el sacrificio de su Hijo. Mira, yo no sé expresarlo con palabras. Era un amor tan grande... y en ese amor del Padre al Hijo, también me amaba a mí y aceptaba mi victimación en Cristo. ¡Qué sublime es esto! El Padre nos ama en Cristo y quiere que vivamos nuestra misa con El”
Y es que vivir la misa es un morir a nosotros mismos en cada momento y ponernos sin condiciones en las manos de Jesús. Pero esto solamente lo llegan a comprender las almas víctimas y, sin embargo, debería ser normal en la vida de todo auténtico cristiano y, sobre todo, de los religiosos. Deberíamos ser todos hostias, que se dejan consagrar y transformar con Jesús en cada misa. Deberíamos decir en cada misa como Sto. Tomás: “Vayamos también nosotros para morir con El” (Jn 11,16). Pero hay almas que nunca serán hostias, que no se dejarán consagrar jamás, aunque sean oficialmente “consagradas”. Y es que hay almas que se contentan con la mediocridad y no quieren verdaderamente ser santas y prefieren seguir una vida cristiana cómoda y sin compromisos. Jesús te dice en la Imitación de Cristo: “Si buscas pertenecerte a ti mismo y no te ofreces espontáneamente a mi voluntad, entonces, no serás una ofrenda completa ni se podrá dar una perfecta unión entre nosotros... Tú también debes ofrecerte a Mí cada día en la misa en ofrenda pura y santa” (IV, 9).
Cuando no puedas asistir personalmente a la misa “adora a Jesús con los ojos del espíritu y envía allí tu corazón para asistir espiritualmente y renovar así tu ofrecimiento” (S. Francisco de Sales).
A fin de cuentas, tu sacrificio y el de Jesús son UNO. Tu misa y la de Jesús son UNA. Une tu misa a la de Jesús, pues la misa que se celebra ante el trono de Dios, donde está Cristo con su cuerpo glorifica la que se celebra en nuestras Iglesias y la misa de tu vida es una sola. Y esta misa debes celebrarla a lo largo de todo el día por tu ofrecimiento permanente, siendo una misa viviente. Por eso, decía Orígenes que el alma cristiana “es un altar; donde se ofrece un sacrificio de alabanza a Dios día y noche”. Piensa y medita que “nuestra entrega personal, con la de Cristo y en cuanto unida a ella, no será inútil, sino ciertamente fecunda para la salvación del mundo” (Juan Pablo II, Solicitudo rei socialis N° 48). Abre las puertas de tu corazón a Jesucristo. No tengas miedo de lanzarte a sus brazos divinos y dejarte llevar. Confía en El. Es tu amigo y tu Dios, tu Dios amigo.
LA CENA DEL SEÑOR
Un aspecto importante de la misa es que Jesús la instituyó en el marco de una cena familiar para indicar así que todos formamos una sola gran familia en El. “El pan es uno, somos muchos, pero un solo cuerpo, porque todos participamos del único pan” (1 Co 10,17). Y S Gregorio Magno afirma “todos estamos incorporados al mismo y único Cuerpo de Cristo”. Por eso, el valor de la misa desborda el círculo de participantes a la celebración y se extiende a todos los hombres de todos los tiempos. Desde el primer hombre hasta el último, desde la primera partícula creada hasta la última, desde este lugar en que me encuentro hasta el más remoto lugar del universo. Es una misa cósmica y universal.
En cada misa y comunión unimos nuestras vidas y nuestros destinos con Cristo y con todos los hombres, que son también nuestros hermanos. Precisamente, cuando Cristo celebró la última Cena, les partió un único pan y les dio a beber de un único cáliz para significar que todos estaban unidos en el mismo destino y en la misma ofrenda. Lo mismo ocurre ahora al participar todos del mismo “banquete pascual del amor”, llegando a ser por la comunión “cuerpo de Cristo y sangre de Cristo”. Por eso, asistir a la misa y no comulgar es como asistir a un banquete y no querer comer.
En la comunión es donde mejor se realiza el deseo de Jesús de que todos sean UNO. “Yo en ellos y Tú en Mí para que sean perfecta mente UNO” (Jn 17,23). “Para que el amor con que Tú me has amado esté en ellos y Yo en ellos” (Jn 17,26). Todos formamos una UNIDAD en Jesús y, por eso, debemos amar a los hermanos con el amor de Jesús. Y esto debe manifestarse en el respeto, comprensión, perdón, compasión, caridad... Jesús nos dice: “Lo que hiciereis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hacéis” (Mt 25,40). Sería una contradicción amar a Cristo Eucaristía y no amar a los hermanos. “Si alguno dice amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente” (1 Jn 4,20). “El que ama a su hermano está en la luz, pero el que lo aborrece está en tinieblas” (1 Jn 2,10).
Al comulgar, dejamos que los demás entren también en nuestra Vida junto con Cristo. Esto quiere decir que debemos asumir y hacer nuestras, de alguna manera, sus alegrías, penas, sufrimientos y necesidades. Ser de Cristo es también ser de los demás y para los demás. Por eso, necesitarnos llenar nuestro corazón del amor de Cristo para compartirlo con los demás. Debemos demostrar en nuestra vida diaria que amamos a Jesús con todo nuestro corazón, amando sin excepción a todos como hermanos. Para mejor hacerlo esto realidad, necesitamos alimento diario de la Eucaristía.
En la misa decimos: “Te pedimos que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del cuerpo y sangre de Cristo”. Esta unión era una verdadera realidad entre los primeros cristianos que hasta ponían todos sus bienes en común y, en determinados día hacían mesa en común, poniendo los ricos los manjares y siendo invitados los pobres, que carecían de todo. Después, esta costumbre se fue perdiendo y quedó la colecta de las ofrendas en la misa para repartirlo a los pobres.
Ya en el año 155 S. Justino afirma que en la misa “los que poseen bienes dan espontáneamente lo que quieren y lo recogido es consignado al sacerdote que preside, el cual ayuda a los huérfanos, a las viudas, a los necesitados, a los enfermos, a los prisioneros, a los forasteros, en una palabra a los que están en dificultad” (Apología 5,67).
Nosotros no podemos comulgar con Cristo y despreciar a los demás, pues “todos somos un mismo cuerpo de Cristo y una misma sangre por participar todos del mismo pan y ser concorpóreos de Cristo (S. Juan Damasceno, De fide Ort 4,13). El mismo S. Agustín llama a la Eucaristía “signo de unidad y vínculo de caridad”. Por esto, S. Juan Crisóstomo, ya en su tiempo, ataca a quienes quieren ser cristianos y no tienen caridad con el prójimo y les dice: “Cristo dio a todos por igual su Cuerpo y tú ¿ni siquiera das tu pan? ¿Qué dices? ¿No temes hacer el memorial de Cristo y desprecias a los pobres? ¿No les das a pobres participación alguna en tu mesa?” (In 1 Co hom 27,4). También S. Agustín afirmaba: “come indignamente el Cuerpo y Sangre Cristo quien no vive el amor la unidad y la paz, exigidos por el Cuerpo de Cristo... En ese caso, no recibe un misterio que le aprovecha, sino más bien un sacramento que lo condena” (Sermo 227).
Todos formamos una sola y gran familia en Cristo. Todos estamos unidos al mismo Jesucristo. El es el anfitrión que nos invita a su mesa. El está sentado a la mesa con nosotros, como un amigo, en cada Eucaristía, que es el “banquete pascual del amor”. La Eucaristía es una fiesta de familia, donde todos comemos juntos como hermanos, sin exclusivismos ni marginaciones, y donde se crean lazos de amistad. Por eso, la Eucaristía es fuente de solidaridad y fraternidad. Jesús quiso que todos los hijos del Padre estuvieran sentados a la misma mesa, judíos y no judíos, amos y esclavos, hombres y mujeres... Eso significa que hay que superar las diferencias raciales, sociales, culturales o nacionales para unirnos en la misma mesa y crear unidad. En los primeros tiempos, hasta ponían todos sus bienes en común (Cf Hech 2,44; 4,34). Y se llamaban “hermano (Hech 6,3; 11,1.29; 15,32).
La misa es una fiesta familiar con Cristo y los hermanos. Vayamos bien vestidos a esta fiesta con Jesús, con la mayor limpieza posible de cuerpo y alma. Nuestro Padre Dios nos espera, al menos todos los domingos. ¿No seremos capaces de obedecerle? ¿Le diremos que tenemos cosas más importantes que El?
Si en cada misa repartieran mil dólares, seguramente que se llenarían las iglesias y no habría sitios vacíos, pero no creemos que las bendiciones que recibimos valen muchísimo más, inmensamente más, que todos los dólares del mundo. Si no vemos, no creemos, porque nos falta fe. Y nos pasa como a los habitantes de Nazaret, que no recibían milagros de Jesús, por su falta de fe. Tú, cuando vayas a misa, no vayas como si fueras a la playa o al mercado o a un espectáculo público. Se debe notar hasta en tu porte exterior.
Decía san Josemaría Escribá de Balaguer: “Deberíamos ir a la misa y comunión con el alma limpia, pero también con el cuerpo limpio, con el mejor traje, la cabeza bien peinada, un poco de perfume.., porque vamos a una fiesta y debemos tener delicadezas de enamorados con Jesus, sabiendo pagar amor con amor Todo lo que hagamos para demostrarle nuestro amor será poco... No escatimemos tiempo para prepararnos para la comunión y para darle gracias. Jesús nos va a bendecir mucho más de lo que podemos imaginar:.. Amad la misa, hijos míos y comulgad con hambre, aunque estéis helados, aunque la emotividad no responda. Comulgad con fe, con esperanza, con encendida caridad... No ama a Cristo, quien no ama la santa misa, quien no se esfuerza en vivirla con serenidad y sosiego, con devoción, con cariño”.
¡Qué grande es la misa y la comunión! “ Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Jn 1,14) Y sigue repitiéndose el milagro de la Encarnación. Y Jesús se hace el Emmanuel, el Dios con nosotros y se queda para siempre entre nosotros Y sigue celebrando su cena de amistad todos los días con nosotros. ¿Por qué no le damos más importancia?
Si el hombre llegara a pisar Marte, sería una noticia mundial, que recorrería todos los rincones del mundo a través de los medios de comunicación social. Pero el que todos los días Jesús venga a la tierra e cada misa, no es noticia y ni siquiera se cree en ella. Si se apareciera e algún lugar del planeta, aunque sólo fuera a través de una imagen milagrosa, todo el mundo iría a verlo y a buscar milagros, pero nos falta fe para creer que El está muy cerca, demasiado cerca, para que lo podemos ver con los ojos del cuerpo, pues sólo es posible verlo con los ojos del alma.
Supongamos que un solo hombre, el Papa por ejemplo, pudiera celebrar misa solamente una vez al año. ¿No nos gustaría poder asistir alguna vez a este gran milagro del amor? Y ahora que se celebran misas a todas las horas y en todas las partes del mundo ¿Por qué somos tan indiferentes? Cuando asistas a la Iglesia, piensa que ahí está Jesús, habla con El y renueva tu ofrecimiento. En cuanto de ti dependa, procura que haya silencio y, sobre todo, mucha limpieza en el templo, en los ornamentos, manteles y vasos sagrados. Ayuda en esto a los sacerdotes Y, si te es posible, lleva muchas flores, porque a Jesús le gusta la alegría y la sonrisa de nuestras almas. En tiempos de S. Agustín, los fieles cogían las flores, que habían adornado el altar, y las conservaban como reliquias, pues habían estado junto a Jesús. Jesús te recompensará todo lo que hagas por El.
Y El te dice cada día a ti y a los tuyos para que asistas en familia: “Venid y comed” (Jn 21,12). Sé agradecido y dile con S. Pablo: “Gracias sean dadas a Dios por este inefable don” (2 Co 9,15). “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Ef 1,3). “Venid y veréis” (Jn 1,39).
FORJADORA DE MARTIRES
La Eucaristía es el sacramento de la santidad o, como decían en los primeros siglos, el sacramento que hace a los mártires. S. Agustín decía que “el misterio de la última Cena recibe su más plena eficacia, cuando derramamos nuestra sangre por Aquél, del que hemos bebido su sangre” (Sermo 304,1). Por eso, los primeros cristianos les llevaban la comunión a los prisioneros, listos para el martirio, para que recibieran la sangre de Cristo y tuvieran valor para derramarla por El.
El martirio es una misa vivida en plenitud, una ofrenda total. Hay que vivir el martirio de cada día, derramando nuestra sangre gota a gota, para prepararnos para la gran ofrenda, si es que Cristo nos pide la ofrenda total de nuestra vida por el martirio. Una religiosa me decía: “He entendido que todos mis dolores, fatigas, penas y humillaciones, son ritos de la gran misa que tengo el honor de celebrar cada día”. Viviendo así, la muerte será como la última celebración de nuestra misa terrena. Y entraremos en la etapa del banquete celestial, de la misa celeste, en la que seguiremos ofreciéndonos por los demás y amándolos con todo nuestro ser. Por ello, decía Sta. Teresita: “Siento que mi misión va a comenzar... derramaré sobre el mundo una lluvia de rosas”.
Cuando el P. Noel Pinault, fue llevado al cadalso en tiempo de la Revolución francesa, pidió llevar los ornamentos litúrgicos de celebrar misa y comenzó sus oraciones como en la misa, antes de ser guillotinado. El martirio para él era una celebración eucarística. Vivamos nuestra misa y digamos con Jesús: “Yo por ellos me consagro para que ellos sean santos de verdad”. (Jn 17,19). Ofreced “vuestros cuerpos con hostia viva, santa y agradable a Dios”. (Rom 12,1). Ser santo significa ser amigo íntimo de Jesús y amarlo con todas sus consecuencias, en vida y en la muerte, con salud o enfermedad, sin condiciones...
¿Estás dispuesto a dar tu vida por El? Así lo hizo el alemán K Leisner, que amaba a Cristo con todo su corazón. En su diario de juventud había escrito: “Cristo, Tú eres mi pasión”. Se integró en el momento de jóvenes católicos alemanes y empezó a descubrir el amor María y el tesoro de su amigo Jesús Eucaristía. A la hora de decidir su futuro, tuvo fuertes luchas vocacionales hasta el punto de escribir: “Ha sido una lucha entre la vida y la muerte. Pero mi vocación es el sacerdocio y por esta vocación lo entrego todo”. Se ordenó de diácono el 25-03-1939. Siendo diácono, se le declaró inesperadamente una tuberculosis pulmonar, teniendo que internarse en un sanatorio. Así se iba preparando para la entrega total. La Gestapo lo arrestó como persona peligrosa para el Estado. Lo internaron en diferentes cárceles has que en diciembre de 1940 fue trasladado al campo de concentración de Dachau como prisionero con el N° 22356.
La mala alimentación y los trabajos forzados hicieron avanzar su enfermedad, que se manifestó en frecuentes vómitos de sangre. Lo internaron en la enfermería, donde había 150 moribundos. El joven diácono se aferró en aquellos difíciles momentos al amor de María, la Madre amorosa, en quien encontraba refugio en su debilidad; pero, sobre todo, se aferró a Jesús Eucaristía, a quien llevaba siempre consigo, lo escondía debajo de su almohada y lo repartía a los moribundos en comunión. Fue ordenado sacerdote en el campo de concentración y sólo pudo celebrar una misa antes de morir.
Karl Leisner, sacerdote mártir de Cristo, está enterrado en la cripta de los mártires de la catedral de Xanten. El Papa Juan Pablo II lo beatificó el 23 de Junio de 1996, declarando mártir de la Iglesia, a quien ya había declarado modelo de la juventud europea el 08-10-88. ¡Valió la pena haber vivido y haber sido sacerdote para celebrar sólo una santa misa! El poder de Cristo Eucaristía le dio el valor necesario para dejarlo todo y llegar hasta el sacerdocio y afrontar el martirio. ¡ Que Dios sea bendito!
“La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un “maravilloso intercambio” entre Dios y el hombre. Este ofrece a Cristo su humanidad para que El pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo (otro Cristo)...
¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad que poder representar cada día en la persona de Cristo el sacrificio redentor el mismo que Cristo llevó a cabo en la cruz? Por eso, la celebración de la Eucaristía es, para él, el momento más importante y sagrado de la jornada y el centro de su vida” (DM 8). “El sacerdote debe vivir la solicitud por toda la Iglesia y sentirse de algún modo responsable de ella” (DM 5) y de toda la humanidad. Tiene una misión universal.
Jesús lo ha unido a la acción más santa de la historia, a la única acción plenamente digna a Dios. Por eso, debe estar siempre agradecido por el don de su vocación. ¡Que grande es la dignidad del sacerdote! Con toda tu alma honra al Señor y reverencia a los sacerdotes.”Si comprendiésemos bien lo que es el sacerdote, moriríamos no de pavor, sino de amor” (Cura de Ars). “El sacerdocio es la cima de todas las dignidades y títulos del mundo” (S. Ignacio de Antioquia). Por ello, los santos tenían tanto aprecio y respeto por los sacerdotes. Decía Sta. Eduviges “Que Dios bendiga a quien hizo que Jesús bajara del cielo y me lo dio”. Igualmente, S. Francisco de Asis afirmaba “En los sacerdotes veo al Hijo de Dios y, si me encontrara con un ángel del cielo y con un sacerdote, primero me arrodillaría ante el sacerdote y después ante el ángel”.
“Oh venerable dignidad del sacerdote, entre cuyas manos se encarna cada día el Hijo de Dios, como se encarnó en el seno de María” (S. Agustín). El sacerdote es el hombre de la Eucaristía y vive para la Eucaristía. Juan Pablo II afirmaba que “La celebración de la Eucaristía es el centro y el corazón de toda vida sacerdotal” (30-10-96). Y él personalmente decía: “Nada tiene para mí mayor sentido ni me da mayor alegría que la celebración diaria de la santa misa”
“Para mí el momento más importante y sagrado de cada día es la celebración de la Eucaristía. Domina en mí la conciencia de celebrar en el altar “en la persona de Cristo”. Jamás he dejado la celebración del santísimo sacrificio. La santa misa es el centro de toda mi vida y de cada día” (27-10-95). Ser sacerdote es ser “administrador del bien más grande de la Redención, porque da a los hombres al Redentor en persona. Celebrar la Eucaristía es la misión más sublime y más sagrada de todo sacerdote. Y para mí, desde los primeros años de sacerdocio, la celebración de la Eucaristía ha sido no sólo el deber más sagrado sino, sobre todo, la necesidad más profunda del alma. El misterio eucarístico es el corazón palpitante de la Iglesia y de la vida sacerdotal” (DM 9). De su celebración dependen muchas bendiciones para el mundo, pues se celebra por la salvación del mundo entero.
De ahí que la Iglesia “recomienda encarecidamente (al sacerdote) la celebración diaria de la misa, la cual, aunque no pueda tenerse con asistencia de fieles, es una acción de Cristo y de la Iglesia, en cuya realización los sacerdotes cumplen su principal ministerio” (canon 904 y Vat II PO 13). El sacerdote en la misa “ofrece el santo sacrificio in persona Christi (en la persona de Cristo), lo cual quiere decir más que en nombre o en vez de Cristo. In persona Christi, quiere decir en la identificación específica sacramental con el sumo y eterno sacerdote, que es el autor y el sujeto principal de éste su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie” (Pablo VI, carta sobre el culto de la Eucarístia N° 8). El sacerdote en la misa personifica a Cristo, según el canon 899. Cristo toma posesión de su persona, y a través de El, se ofrece a sí mismo al Padre, como lo hizo en la cruz. Hay una identificación del sacerdote con Cristo, pues Cristo absorbe la persona del sacerdote y actúa a través de El, que su ministro e instrumento. El sacerdote le presta su voz, sus manos, su cuerpo.
El que habla en la misa no es el sacerdote humano, al que escuchamos. Ciertamente, oímos su voz, pero su voz viene de más arriba, de más hondo. Es la voz misma de Cristo, que habla a través del sacerdote. Sus manos son las manos de Jesús, el cual se sirve del sacerdote, de sus manos, de su lengua, de sus palabras para ofrecer el sacrificio del altar. Porque, en realidad, es Jesús quien celebra la misa. El es el único y eterno sacerdote, pero como no lo vemos ni oímos, necesita del sacerdote, como de una pantalla, en la que proyecta su propia vida divina, su sacrificio, su amor, su voz...
Como le decía Jesús a la Vble. Concepción Cabrera de Armjda fundadora de las religiosas de la cruz: “El sacerdote, en la misa, identificado conmigo, es otro YO, es decir; es Yo mismo al consagrar en el gran misterio de la transustanciación” (cc 49,181).
Por esto, es tan importante que los sacerdotes celebren con toda devoción, siendo conscientes del gran misterio que se realiza. Y deben ser puros para mejor identificarse con la pureza misma, que es Jesús. En el siglo primero, en el famoso libro de la Didache (c 14), se nos dice: “celebrad la Eucaristía, habiendo confesado vuestros pecados para que vuestro sacrificio sea puro, porque en todo lugar ha de ofrecerse a mi Nombre un sacrificio humeante y una ofrenda pura” (Mal 1,1 1).
“Si el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración con gran sencillez y humildad, de manera comprensible, correcta y digna como corresponde, sin prisas, con un recogimiento tal y una devoción tal que los participantes adviertan la grandeza del misterio que se realiza, entonces los fieles crecerán en el amor a Cristo Eucaristía” (Pablo VI ib. N° 9). Por eso, aconsejaba Juan Pablo II: “Vivid desde ahora plenamente la Eucaristía, sed personas para quienes el centro y culmen de toda la vida sea la santa misa, la comunión y la adoración eucarística” (España 8-11-82).
¡Es tan grande ser sacerdote y poder realizar cada día el gran prodigio de amor! “El mundo debería vibrar, el cielo entero deber conmoverse profundamente, cuando el Hijo de Dios aparece sobre altar en las manos del sacerdote.Entonces, deberíamos imitar la actitud de los ángeles que, cuando se celebra la misa, bajan en escuadrones desde el paraíso y se estacionan alrededor de nuestros altares en adoración para interceder por nosotros” (S. Francisco de Asís). “Los ángeles llenan la Iglesia en ese momento, rodean el altar y contemplan extasiados la sublimidad y grandeza del Señor” (S. Juan Crisóstomo De sacerd 6,4). “ Y lo rodean, como haciéndole una guardia de honor (S. Bernardo).
S. Juan Crisóstomo en su libro “Diálogo del sacerdocio” nos habla de que vio repetidas veces la iglesia llena de ángeles, especialmente, en el momento de la misa. Sta. Angela de Foligno decía que veía a Jesús sobre el altar, rodeado de una multitud de ángeles, y lo mismo afirma Sta. Brígida. El P. Ignacio, pasionista, director espiritual de la Vble. Eduvigis Carboni, la estigmatizada de Cerdeña, muerta en 1952, cuenta que, varias veces, ella le recomendaba que “cuando celebrara la misa, mirase a lo alto para ver a los ángeles asistir al santo sacrificio de la misa”. San Josemaría Escribá de Balaguer, fundador del Opus Dei, en su libro “Es Cristo que pasa” nos dice: “cuando yo celebro la misa, me sé rodeado de ángeles, que están adorando a la Trinidad”.
Por eso, es tan necesario que todos, pero muy especialmente los sacerdotes, sean santos. “Sed santos, porque yo el Señor, soy santo y os he separado de entre los pueblos para que seáis míos” (Lev 20,26). Y Cristo exclamaba: “santifícalos en la verdad” (Jn 17,17). Y le decía a la Vble. Concepción Cabrera de Armida: “Los sacerdotes son las fibras de mi corazón, su esencia, sus mismos latidos” (A mis sacerdotes 33). Ellos se configuran con Cristo sacerdote de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo Cabeza (Vat II, PO 2). Están llamados a ser transparencia de Jesús y el Padre les dice: “Tú eres mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas todas mis complacencias” (Mc 1 ,11). “Tú eres sacerdote para siempre” (Sal 110,4). “El sacerdote tiene una especial vocación a la santidad. ¡Cristo tiene necesidad de sacerdotes santos! ¡El mundo actual reclama sacerdotes santos!” (DM 9). La celebración diaria de la misa los pone en contacto con la santidad de Dios Y les recuerda que están llamados a la santidad. Sólo, siendo santos, podrán realizar una pastoral eficaz (Cf Juan Pablo II, 13-2-97).
Un día, en uno de sus viajes pastorales a España, Juan Pablo II saludó a un sacerdote enfermo, que estaba en silla de ruedas, que le dijo: “Santidad, he ofrecido mi vida por la Iglesia”. Cuentan que el Papa le contestó: “Ya somos dos”. ¿Serás tú capaz de ofrecerte como ellos? Jesús te quiere santo. Así lo era el gran místico francés P. Lamy.
Amaba tanto a Jesús sacramentado que El lo premió con un gran milagro. El día 15 de Marzo de 1918 una explosión destruyó la Iglesia de su parroquia de La Courneuve. Quedó destruido el altar con el sagrario, pero el copón, con las cuarenta hostias consagradas, quedó intacto y en el aire milagrosamente. Incluso, el paño que cubría al copón no tenía ni un granito de polvo, estaba totalmente limpio.
Sin embargo, a veces lamentamos casos de sacerdotes que abandonan su ministerio o llevan una vida mediocre o dan que hablar por su conducta. Oremos por ellos. Sta. Teresa de Jesús relata que: “una vez llegando a comulgar, vi dos demonios que rodeaban al pobre sacerdote y vi a mi Señor con la Majestad que tengo dicha, puesto en aquellas manos, en la hostia que me iba a dar y que se veía claro ser ofensoras suyas y entendía estar aquel alma en pecado mortal... Díjome el mismo Señor que rogase por él y que lo había permitido para que entendiese yo la fuerza que tienen las palabras de la consagración y cómo no deja Dios de estar allí por malo que sea el sacerdote que las dice... Entendí cuánto más obligados están los sacerdotes de ser buenos que otros y cuán recia cosa es tomar este Santísimo Sacramento indignamente y cuán señor es el demonio del alma que está en pecado mortal” (V 38, 23).
Melania, la vidente de la Virgen en la Salette, Francia, en 1846, refiere en su Autobiografía italiana que “un día fui a la Iglesia y vi un sacerdote con su habito todo roto, con cara muy triste, pero tranquilo que me dijo: Sea por siempre bendito el Dios de la justicia y de la infinita misericordia. Hace más de treinta años que estoy condenado con toda justicia en el purgatorio por no haber celebrado con el debido respeto el santo sacrificio, que continúa el misterio de la Redención, y por no haber tenido el cuidado que debía de la salvación de las almas, que me estaban confiadas. Me ha sido hecha la promesa de mi liberación para el día en que oigas una misa por mí. A los tres días pude ir a misa. Después de la misa, vi al sacerdote, vestido con hábito nuevo, adornado con brillantes estrellas, su alma completamente embellecida y resplandeciente de gloria, que volaba hasta el cielo”.
Una religiosa me escribía lo siguiente: “El 7 de Junio de 1956, después de mucho pedírmelo el Señor y no darle un SI, una noche tuve una experiencia que me hizo estremecer. El deseo de ofrecer mi vida por los sacerdotes era para mí como una sombra de la que no podía deshacerme, pero no me decidía, me daba miedo. Hasta que El, cansado de esperar, me tiró como a Saulo y me hizo caer de mí misma. Tuve una visión, vi a un sacerdote que, mirándome con los ojos desorbitados me decía: Por tu culpa, por tu culpa me condeno. Como herida por un rayo, salté de la cama y me ofrecí en aquel momento y le di mi SI a Jesús. No sé el tiempo que pasé de rodillas, pero la luz del día me encontró a los pies del crucifijo de mi celda. No sentía cansancio ni miedo, pero sí la Paz de haber dado mi SI para siempre”.
Si tú sientes el llamado de Jesús al sacerdocio, ¿serás capaz de darle tu SI sin condiciones? ¿Y si sientes la llamada a consagrar tu vida por ellos? ¿Podrías decir como Jesús: “Por ellos me consagro para que sean santos de verdad”? (Jn 17,19). Di con Sta. Teresita: “Roguemos por los sacerdotes, consagrémosles nuestra vida” (carta 8 a Celina). Oremos para que sean santos.
El sacerdote es el puente entre Dios y los hombres. Habla a Dios de los hombres y a los hombres de Dios. Es pastor y guía del pueblo de Dios. Y debe ser también defensor de su pueblo contra el ataque permanente del Maligno. Hoy día, parece que el diablo anda suelto por el mundo. Hay grupos satánicos, que propagan el mal y el culto a Satanás, por todas partes... Hay sociedades secretas, gobiernos, instituciones y muchas sectas, que combaten contra la Iglesia católica. Y hay mucha gente oprimida por el poder del demonio y de sus secuaces, que hacen hechizos y maleficios para crear sufrimientos, desuniones y toda clase de maldad. El sacerdote debe enfrentarse al Maligno con una vida de santidad personal para poder liberar a las almas y salvarlas.
Debe ser consciente de los poderes que Dios le ha entregado para exorcizar, para bendecir, para predicar, pero, sobre todo, para celebrar la Eucaristía. Debe recomendar el rezo rosario, la lectura de la Palabra de Dios, el ayuno, el uso del escapulario del Carmen, de imágenes sagradas... y todo lo que pueda servir en la lucha contra las fuerzas oscuras del infierno. En esta lucha, puede ser muy útil también el rosario o la coronilla del Señor de la misericordia, que Jesús enseñó a santa Faustina Kowalska. En esta coronilla se dice la oración: “Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo en expiación de nuestros pecados y los de todo mundo”.
Ciertamente, el sacerdote debe ser un hombre bien preparado, de estudio, que está al día en todas las normas y disposiciones de la Iglesia, y las sigue. Pero, sobre todo, debe ser un hombre de oración y sacrificio, dispuesto a dar su vida por los demás. “Sí, el sacerdote debe ser ante todo hombre de oración, convencido de que el tiempo dedicado al encuentro íntimo con Dios es siempre el mejor empleado, porque además de ayudarle a él, ayuda a su trabajo apostólico” (DM 9). En cierto modo, es responsable de toda la humanidad, pues Dios le encomienda a todos los hombres, a quienes debe llevar en su corazón al celebrar la santa misa. El sacerdote debe ser maestro de la Palabra de Dios e instrumento de paz y reconciliación, sobre todo, a través del sacramento de la confesión, que es “parte esencial de su misión” (D.M.). 5). Es representante y embajador de Cristo en el mundo, depositario y distribuidor de los tesoros de la Redención. “Es administrador de bienes invisibles e inconmensurables que pertenecen al orden espíritu sobrenatural” (DM 9). Es ministro de Cristo y de la Iglesia, en comunión siempre con el obispo. Debe ser un “padre” para todos sin excepción y debe vivir de la Eucaristía y para la Eucaristía. Debe ser Eucaristía viviente de Jesús. Decía el gran científico jesuita Teilhard de Chardin: “Felices aquellos sacerdotes que son elegidos para el acto supremo de su vida, lógica coronación de su sacerdocio: comunión hasta la muerte con Cristo”.
TOMAD Y COMED
TODOS DE EL, PORQUE
ESTO ES MI CUERPO,
QUE SERA ENTREGADO POR
VOSOTROS...
TOMAD Y BEBED TODOS DE EL,
PORQUE ESTE ES EL CALIZ DE MI
SANGRE, SANGRE DE LA ALIANZA
NUEVA Y ETERNA, QUE SERA
DERRAMADA POR VOSOTROS
Y POR TODOS LOS HOMBRES
PARA EL PERDON DE LOS
PECADOS. HACED ESTO
EN CONMEMORACIÓN
MIA
(PALABRAS DE LA CONSAGRACIÓN)
¡Decía el Beato Manuel González:
“Por la consagración sacerdotal el sacerdote ha dejado místicamente de ser un hombre para ser Jesús. Las apariencias son del hombre, la sustancia es de Jesús: tiene lengua, ojos, manos, pies, corazón como los demás hombres, pero, desde que ha sido consagrado, todo su cuerpo no es del hombre, sino de Jesús. Sus ojos son para mirar y compadecer y atraer al modo de Jesús, que ha querido quedar oculto en el sagrario. Sus manos son para dar bendiciones a los hijos, direcciones a los caminantes, apoyo a los débiles, pan a los hambrientos, abrigo a los desnudos, medicina a los enfermos en nombre de Jesús...
Sus pies son para ir siempre en seguimiento de sus ovejas fieles o en busca de las descarriadas. Su cabeza para pensar en Jesús, conocerlo más y darlo a conocer y para tener, como El, una corona de espinas. Su corazón es para amar; perdonar; agradecer y enamorarse de Jesús, abandonado en el sagrario. Su lengua es para hacer del pan y el vino, el Cuerpo y la Sangre de Jesús”.
Meditemos en estas palabras de Hugo Wast: “Cuando se piensa que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel, Gabriel o Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer; pueden hacer lo que hace un sacerdote... Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena, realizó un milagro más grande que la creación del Universo y fue convertir el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, y que este portento puede repetirlo cada día el sacerdote... Cuando se piensa que un sacerdote, cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey y que no es ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo, que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios... Entonces, uno puede entender que un sacerdote hace más falta que un rey, mas que un militar; más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él.
Cuando se piensa en todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales. Uno comprende el afán con que, en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase una vocación sacerdotal... Uno comprende que es más necesario un Seminario que una iglesia y más que una escuela y más que un hospital... Entonces, llega uno a comprender que dar para costear estudios de un joven seminarista es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que, durante media hora, cada día, será mucho más que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, ofreciendo su Cuerpo y su Sangre por la salvación del mundo.
Es por esto que es un gran pecado impedir o desalentar una vocación sacerdotal y que, si un padre o una madre obstruyen la vocación de su hijo, es como si le hicieran renunciar a un título de nobleza incomparable”.
Digamos con Juan Pablo II a los sacerdotes: “!Amad vuestro sacerdocio! ¡Sed fieles hasta el final!” (DM 10). “Repetid las palabras de la consagración cada día, como si fuera la primera vez. Que jamás sean pronunciadas por rutina. Estas palabras expresan la más plena realización de nuestro sacerdocio” (carta del Jueves Santo 1997). Por mi parte, puedo decir que, si mil veces naciera, mil veces me haría sacerdote. Quiero celebrar la misa de cada día, como si fuera la última como si fuera la única misa de mi vida. Muchas veces, después de haber celebrado la misa, he sentido una alegría y una paz profunda, me he sentido realizado como hombre y feliz de ser sacerdote. GRACIAS SEÑOR, POR SER SACERDOTE.
MARIA Y EL SACERDOTE
El sacerdote debe ser consciente de su gran misión en el mundo. El es partícipe activo de la gran obra de la redención de los hombres, en unión con María. María también fue, en cierto modo, sacerdote al ofrecer a Jesús y ofrecerse con El en la misa del Calvario. Por eso, en cada misa, María también está presente. Celebremos la misa en unión con María, en su Inmaculado Corazón.
Por otra parte, en el momento de la consagración, el sacerdote con su fiat (SI) hace presente a Jesús, renovando así el misterio de la Encamación; tal como lo hizo María con su fiat (SI) el día de la Anunciación. Aquel día, Jesús y María se hicieron UNO, como el sacerdote y Jesús se hacen UNO.
Desde entonces, Jesús y María son inseparables, porque María recibe de Jesús constantemente su unión con la divinidad y Jesús recibe de María su unión con la naturaleza humana. De la misma manera, Jesús y el sacerdote deben estar siempre íntimamente unidos y unir su misma vida y su misma sangre en el torrente sanguíneo que, saliendo de la cruz, sigue salvando a los hombres.
María fue corredentora al pie de la cruz y sigue cumpliendo su misión y sigue ofreciéndose con Jesús en cada hostia consagrada. Muchos cristianos no piensan que junto a Jesús en la hostia está también María. Ahí encontrarán a la Madre. Ella es corredentora para siempre. De la misma manera, también el sacerdote debe ser corredentor y hacer de su vida una ofrenda permanente. Nunca el sacerdote es más sacerdote que, cuando, en la misa, se ofrece con Jesús. Si sólo fuera protagonista material e inconsciente del misterio que se celebra y, si no quisiera ofrecerse si no estuviera dispuesto a entregarle su vida con sus dificultades e incomprensiones, sufrimientos.., como lo hizo Jesús, entonces se perderían muchas bendiciones para el mundo. Pero, si se ofrece con Jesús y María... ¡Que unidad tan sublime, estupenda y maravillosa! ¡El Padre lo verá como a su Hijo! ¡María lo verá como a Jesús! ¡El Espíritu Santo lo transformará y transfigurará para que en la misa sea verdaderamente JESUS!
Entonces, María lo ofrece a cada uno como a su “Hijo”. Ella es Madre especialmente de los sacerdotes, sus hijos predilectos, y quiere que sean puros, muy puros para que se identifiquen con Jesús. Si los sacerdotes aman a María, llegarán a amar cada día más a Jesús. Ella los ama con el mismo cariño y ternura que tuvo para el mismo Jesús. Ella los concibió a todos al concebir en su seno a Jesús, sumo sacerdote. Como diría la Vble. Concepción Cabrera de Armida: “Los sacerdotes tienen un sitio especial en el Corazón de María y para ellos son los latidos más amorosos y maternales de su Corazón”.
Personalmente, puedo decir que, en los momentos de crisis, en que pensaba abandonar el ministerio, el amor a María salvó mi sacerdocio. Y ahora le estoy “infinitamente” agradecido y le rezo todos los días el rosario. El sacerdote nunca debe olvidarse del amor a María de celebrar la misa en el altar del Corazón de María y de comulgar todos los días en unión con María.
Ven, Espíritu Santo, hazme verdadero sacerdote de Jesús; transfórmame en Jesús en cada misa y dame un amor inmenso a María, Madre de Jesús y Madre mía.
LA COMUNIÓN
a) Comunión Cósmica
Toda comunión es una comunión universal; pues, al comulgar, nos unimos en Cristo a todos los hombres y a todo el Universo. Decía Teilhard de Chardin en “El medio divino”: “No hay más que una misa y comunión. Estos actos diversos no son, sino puntos, diversamente centrales, en los que se divide y se fija para nuestra experiencia en el tiempo y en el espacio, la continuidad de un gesto único. En el fondo, sólo hay un acontecimiento que se desarrolla en el mundo: la Encarnación, realizada en cada uno por la Eucaristía. Todas las comuniones de una vida constituyen una sola comunión. Las comuniones de todos los hombres presentes, pasados y futuros constituyen una sola comunión...
Dios mío, cuando me acerque a comulgar haz que me dé cuenta de que me abres los brazos y el Corazón en unión con todas las fuerzas del Cosmos juntas. ¿Qué podría yo hacer para responder a este abrazo universal?, ¿para responder a este beso del Universo? A esta ofrenda total que se me hace, sólo puedo responder con una aceptación total. Al contacto eucarístico (al beso de Jesús Eucaristía) reaccionaré mediante el esfuerzo entero de mi vida, de mi vida de hoy y de mañana. En mí podrán desvanecerse las santas especies, pero cada vez me dejarán un poco más profundamente hundido en las capas de tu Omnipotencia. Por tanto, se justifica con un vigor y un rigor insospechado el precepto Implícito de la Iglesia de que es preciso, siempre y en todas partes, comulgar. La Eucaristía debe invadir mi vida. Mi vida debe hacerse gracias a este sacramento un contacto contigo sin límites y sin fin”.
Esto lo comprendió bien una religiosa alemana, convencida de que “cada comunión con Jesús y todas las comuniones de todos los hombres de todos los tiempos son una sola comunión con Cristo, una comunión cósmica, la comunión de todos los santos en Cristo. Así todos unidos en Cristo, somos transformados y transformamos el Universo, llevando todo a la plenitud de su amor Todos debemos colaborar en la realización del reinado de Cristo en todos los hombres y todas las criaturas. ¡Qué alegría sentirnos instrumentos de su amor para la realización de su plan de salvación universal y de transformación de todo el Universo en la comunión de su amor”. Otra religiosa italiana me escribía: “Cuando comulgó recibo con El a todo su Cuerpo místico, recibo a cada hombre y mujer, a cada niño o anciano, cercanos o lejanos, santos o pecadores... Cada comunión me hace sentir como si fuera una madre que acoge en su regazo a toda la humanidad. Así siento presente en cada rincón de la tierra, a pesar de vivir en clausura, pero con mi amor a Jesús, llego hasta los confines del Universo.
Tu comunión es algo que le interesa a todos y que, en alguna medida, afecta a toda la humanidad. De ahí que, al ir a misa y comulgar debes llevar en tu corazón a todos los hombres y orar por ellos. Tu comunión afecta directamente a todos los que pertenecen al Cuerpo Cristo. ¿Y quiénes pertenecen al Cuerpo de Cristo? S. Agustín decía “Quien ama se hace él mismo miembro de Cristo; ya que por el amor entra a formar parte de la estructura viva del Cuerpo de Cristo”. (In 1 Ev 10,3). Según esto, no sólo pertenecerían a la Iglesia, Cuerpo de Cristo los católicos oficiales, sino también aquellos cristianos anónimos, (de que habla el teólogo Rahner), es decir, todos aquellos que viven con amor y tienen a Dios en su corazón; ya que también ellos, aun sin saberlo están unidos a Cristo. Y todos juntos formamos con El, el Cristo total de que tanto habla el mismo S. Agustín. El mismo santo nos dice que en la misa, “la Iglesia ofrece y es ofrecida en la misma oblación con Jesús” (De Civ Dei 10,6).
“Todos somos (sois) UNO en Cristo Jesús” (Gal 3,28). De ahí también la responsabilidad de amar a todos los hombres, especialmente a los pobres y necesitados. La comunión o común unión nos lleva a sentirnos todos hermanos en Cristo y, por ello, a sentirnos también responsables de su salvación.
Al recibir la hostia santa, entramos en contacto directo con la humanidad y divinidad de Jesucristo. Y esto, si estamos preparados y bien dispuestos, nos transforma y transfigura en Cristo. “El que comulga se une a Jesucristo como se unen dos pedazos de cera derretida, pues de su unión no resulta, sino un todo formado de los dos” (Sta. Magdalena Sofía Barat). Podemos comprender, entonces, que una comunión vale más que un éxtasis, que una visión, y, por supuesto, más que todos los tesoros del mundo. La comunión es entrar en contacto directo con el mismo Dios. La comunión transporta todo el paraíso a nuestro corazón y hace, en esos momentos, a nuestra alma el centro del Universo, pues ahí está Dios.
Hagamos de nuestra vida una misa y comunión cósmica, en unión con todos los seres. Según Teilhard, Jesús sigue celebrando su misa cósmica sobre el altar del Universo y nosotros somos parte de esta gran MISA. Para celebrarla bien y ser parte activa de este Universo en expansión hacia Dios, es preciso hacer de nuestra vida una misa por el ofrecimiento constante y la unión permanente con Jesús. Renovemos nuestra misa con Jesús:
Padre mío, una vez más en este día, en lugar del pan y del vino, te ofrezco mi vida en unión con Jesús. Te ofrezco mi familia y todas mis cosas. También quiero ofrecerte el dolor y el sufrimiento de toda la humanidad Tú me la has encomendado y, por eso, me siento padre (madre) de todos los hombres. Mira sus pecados y límpialos de la faz de la tierra con la sangre bendita de Jesús. Mira sus alegrías y esperanzas... Mira todo lo bueno y todo el amor de todos los hombres y recíbelo con Jesús, tu Hijo amado.
También te ofrezco, Padre santo, toda la Creación con sus plantas animales y cosas bellas, desde el humilde pajarito hasta las más brillantes estrellas, desde el pequeño átomo hasta las más grandes galaxias. Todo te lo ofrezco en esta misa cósmica, que celebro permanentemente con Jesús, en su divino Corazón, y por manos de María.
Te consagro mi vida como una pequeña hostia de amor; para que esté siempre como una lamparita ante tu trono. Que el pan y el vino de mi amor, de mis esperanzas y alegrías, de mi trabajo y de mi dolor, suban a Ti con toda la humanidad y con toda la Creación... Recibe Padre, la misa de mi vida, y hazme santo. Quiero ser amigo de Jesús.
b) Pureza y Preparación
¡Es tan importante la pureza para unirnos a Dios en Cristo! Y pureza es, sobre todo, rectitud y sinceridad de vida de acuerdo al ser de cada uno. Cuando Dios encuentra un alma pura, recta y sincera, que lo busca con todo su corazón y con deseos de entrega total, pone en ella su trono y la hace el centro de la Creación.
Teilhard de Chardin en “El medio divino” cita un cuento d Benson: “un vidente llega a una capilla apartada en la que reza una religiosa. Entra. Y he aquí que en torno a este apartadísimo lugar, ve, de pronto, que el Universo entero se enlaza, se mueve, se organiza, siguiendo el grado de intensidad y la inflexión de los deseos de la mísera rezadora. La capilla se había convertido en un polo en torno al cual giraba la Tierra. La contemplativa sensibilizaba y animaba en torno a sí todas las cosas, porque creía; y su fe era operante, porque su alma purísima, la situaba muy cerca de Dios... Por eso, cuando llegó el momento en que Dios decidió realizar ante nuestros ojos su Encarnación tuvo necesidad de suscitar antes en el Mundo una pureza capaz de atraerlo hasta nosotros. Necesitaba una Madre. Y creó a la Virgen María, es decir, hizo que apareciera sobre la Tierra una pureza tan grande que llegara a atraerlo en esa transparencia hasta su aparición como Niño pequeño. He aquí la potencia de la pureza para que haga nacer lo Divino entre nosotros”.
Por eso, debemos acercarnos a comulgar con toda la pureza posible... “Oh, si pudiésemos comprender quién es ese Dios a quien recibimos en la comunión, entonces sí, qué pureza de corazón traerían ante El” (Sta. Magdalena de Pazzi). Y, sin embargo, qué tristeza al ver que algunos se acercan sin confesarse, después de mucho tiempo, vestidos indecentemente, distraídos, sin fe y sin devoción...
Hay que poner el mayor empeño posible para que no caiga al suelo ninguna hostia o partícula al dar la comunión. Ya Tertuliano en su tiempo escribía: “Sufrimos ansiedad, si cae al suelo algo de nuestro cáliz o de nuestro pan” (De corona 3). S. Cirilo de Jerusalén en su Catequesis mistagógica escribe: “si alguno te diera limaduras de oro, ¿no las guardarías con sumo cuidado?, ¿y no procurarás con mucho mayor cuidado que no se te caiga ninguna partícula de lo que es más precioso que el oro y que las piedras preciosas? (5,21). Además, en el momento de la comunión, siempre debe usarse la bandejita. Así lo determina la constitución apostólica “Misal romano” de Pablo VI en el número 117: “El que comulga responde: Amén, y recibe el sacramento, teniendo la patena (bandeja) debajo de la boca”.
Por otra parte, “la Iglesia obliga a los fieles a recibir, al menos una vez al año, la Eucaristía, si es posible en tiempo pascual (después de confesarse). Pero recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días” (Cat 1389). Sobre todo, recomienda que “los fieles comulguen, cuando participan en la misa” (Cat 1388). Pero “quien tenga conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la reconciliación antes de acercarse a comulgar” (Cat 1385). También se debe guardar el ayuno de una hora antes de comulgar (se puede tomar agua, y los enfermos están exentos del ayuno).
Como Cristo está todo entero tanto en la hostia como en el vino, “la comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo, cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico. Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales” (Cat 1390).
Según la Ordenación General del Misal Romano N° 242 (14) los miembros de las Comunidades religiosas pueden recibir todos los días la comunión bajo las dos especies en la misa conventual o de Comunidad. Los fieles laicos pueden hacerlo en determinadas circunstancias o en grupos especiales. Pero lo importante es unirnos a Cristo, aunque sólo sea con la hostia, pues recibimos su cuerpo, sangre, alma y divinidad. En ese momento, sellamos nuestra unión, amistad y alianza, uniendo nuestra sangre con la sangre de Jesús para siempre. No olvidemos que las alianzas con Dios se escriben con sangre, como Cristo en la cruz. Digamos con Jesús: “Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”.
Actualmente, se puede comulgar hasta dos veces al día, pero “solamente dentro de la celebración eucarística” (canon 917). Sin embargo, no debemos comulgar por costumbre o por rutina. Cada comunión debe ser única. “Debemos estar vigilantes para que este gran encuentro con Cristo en la Eucaristía no se convierta para nosotros en un acto rutinario y no lo recibamos indignamente, es decir; en pecado mortal (Pablo VI, carta sobre el culto de la Eucaristía N° 7). Sería bueno confesarse una vez al mes y poder comulgar todos los días. Pero no perdamos la comunión por algunos escrúpulos de conciencia, vayamos a confesar y, si no es posible, comulguemos, si no tenemos conciencia clara de pecado mortal. Después, lo antes posible, se puede confesar lo que nos intranquiliza, pues hasta se podría pedir confesión al celebrante después de la misa. No caigamos en la tentación de dejar la comunión por cualquier escrúpulo. Eso es lo que quiere el diablo para privarnos de tantas bendiciones, que podemos recibir en la comunión. Por eso, y Sta. Margarita Ma. de Alacoque decía: “No podemos darle a nuestro enemigo el diablo mayor alegría que, cuando nos alejamos de Jesús dejamos la comunión”.
Sta. Teresita del Niño Jesús le escribía a su prima María Guerin: “Cuando el diablo ha conseguido alejar a un alma de la comunión, él lo ha ganado todo y Jesús llora. Oh, mi amada María, piensa que Jesús está allí, en el sagrario, expresamente para ti, solamente para ti y que está ardiendo en deseos de entrar en tu corazón. No escuches al demonio, búrlate de él, y ve sin temor a recibir al Jesús de la paz y del amor. Pero ya te oigo decir: Teresa piensa esto, porque no conoce mis miserias... Sí, ella las conoce y te asegura que puedes ir sin recelo a recibir a tu único Amigo verdadero. Ella ha pasado también por el martirio de los escrúpulos: pero Jesús le concedió la gracia de comulgar siempre, hasta cuando creía haber cometido grandes pecados. Pues bien, te aseguro que ella reconoció que era el único medio de desembarazarse del demonio.
Es imposible que un corazón, cuyo único solaz consiste en contemplar el sagrario (y amar a Jesús), lo ofenda hasta el punto de no poder recibirle. Lo que ofende a Jesús, lo que le lastima el Corazón, es la falta de confianza. Hermanita querida, comulga, comulga; he aquí el único remedio, si quieres curar”.
También es muy importante no descuidar la acción de gracias después de comulgar, al menos durante los 10 ó 15 minutos que duran las especies sacramentales en nosotros, es decir, mientras estamos en contacto personal con la humanidad santísima de Jesús. Sta. Magdalena de Pazzi afirmaba “Los minutos que siguen a la comunión son los más preciosos que tenemos en nuestras vidas. Son los minutos más propicios, de nuestra parte, para tratar con Dios y, de su parte, para comunicarnos su amor”. Son minutos preciosos, celestiales, que por ningún motivo podemos desperdiciar con distracciones o conversaciones. No perdamos el respeto a Dios. La confianza hay que acompañarla de reverencia.
No se puede aceptar la práctica de ciertas personas que salen de la iglesia inmediatamente después de comulgar. Es sabido que S. Felipe Neri, en una ocasión, mandó a dos monaguillos con cirios encendidos que acompañasen por la calle a una persona, que salió de la Iglesia después de comulgar.
“Oh hermanos, si pudiéramos comprender el hecho de que mientras las especies sacramentales están dentro de nosotros, Jesús está ahí, en unión con el Padre y el Espíritu Santo... es decir; que está la Santa Trinidad en nuestra alma... ¡Qué paraíso de felicidad!”( Santa Magdalena de Pazzi). Es por ello que S. José de Cotolengo recomendaba a la hermana que hacía las hostias: “Haz las hostias más gruesas a fin de que yo pueda gozar de mi Jesús mucho tiempo. No quiero que se disuelvan rápidamente las sagradas especies”. No olvidemos que recibimos al Rey y Señor de los cielos, que es todopoderoso. Y que por la comunión, como dice: S. Agustín: “nos transformamos en lo mismo que recibimos” (Sermo 57.7)
Una sola comunión vale más que todo el Universo. Por eso, no te pierdas nunca una misa o comunión culpablemente, porque una que se pierda, se pierde para toda la eternidad. “Una comunión es infinitamente más preciosa que todo lo creado” (Sta. Magdalena Soffa Barat). De ahí que los santos deseaban tanto comulgar. Se cuenta en la vida de Sta. Gema Galgani,de la VbIe. Mónica de Jesús y de otros muchos santos, que cuando estaban enfermos y no podían asistir a la iglesia, su ángel custodio les llevaba la comunión. Sta. Margarita María de Alacoque exclamaba: “Deseo tanto recibir la comunión que, si tuviera que caminar descalza por un sendero de fuego a fin de obtenerla, lo haría con gozo”. Sta Catalina de Génova suspiraba tanto por comulgar y afirmaba: “Si yo tuviera que ir millas y millas sobre carbones ardiendo para recibir a Jesús, diría que el camino es fácil, como si hubiera caminado sobre una alfombra de rosas”. La Vble. Cándida de la Eucaristía, aseguraba: “Quitarme la comunión es como hacerme una operación quirúrgica... La comunión es parte esencial de mi organismo espiritual. Cuando comulgo, me sumerjo en el mar limpísimo de Jesús, allí meto mi alma y allí reposo”.
Sta. Teresa de Jesús decía: “Me vienen unas ansias de comulgar tan grandes que no sé si podría encarecer. Acaecióme una mañana que llovía tanto que no parece se podía salir de casa. Yo estaba tan fuera de mí con aquel deseo que, aunque me pusieran lanzas en los pechos me parece entraría por ellas, cuánto más agua. Cuando llegué a la iglesia, dióme un arrobamiento grande... Comulgué y estuve en misa que no sé cómo pude estar y vi que eran dos horas las que había estado en aquel arrobamiento y gloria” (V 39,22-23).
En una ocasión, Sta. Teresita del Niño Jesús estaba gravemente enferma y se arrastró con mucho esfuerzo a recibir la comunión. Una religiosa que la vio le dijo: “no deberías hacer tanto esfuerzo para ir a comulgar, deberías quedarte en tu celda”. Y ella respondió: “Oh, qué son estos sufrimientos en comparación de una sola comunión”.
Cuentan los biógrafos del cardenal Newman que, cuando estaba a punto de convertirse del anglicanismo al catolicismo, algunos amigos quisieron disuadirle, diciéndole que pensara bien lo que hacía: Si te haces católico, le dijeron, perderás todos tus considerables ingresos, que son unas cuatro mil libras al año. Y él contestó: “ Y qué son esas cuatro mil libras en comparación con una sola comunión?”. Vale tanto la Comunión que “si los ángeles pudieran sentir envidia, nos envidiarían por la sagrada comunión” (S. Pío X). La comunión es el “pan supersustancial..., que es vida del alma y perenne salud de la mente” (M 8). La comunión es el abrazo del amigo Jesús, que te inunda de su divino amor.
PRIMERA COMUNION
Es importante tomar muy en serio la primera comunión de niños. Hay que hablarles mucho del amigo Jesús, que está en el sagrario, para que lo amen de verdad y no sólo aprendan algunas nociones y oraciones de memoria. Hacer hincapié en la pureza del alma y no dar tanta importancia al vestido, fotos, padrinos... Sería bueno darles un certificado bonito de su Primera Comunión, para que lo guarden como recuerdo en un lugar visible de su casa. Que sus padres les acompañen a comulgar en ese gran día para ellos y que les inculquen la comunión dominical con su ejemplo. Y, por supuesto, no demorar más de los 10 años para hacer la primera comunión. Para ello, es importante que los padres se preocupen de bautizarlos cuanto antes, después de su nacimiento, y no esperar a la edad adulta. Hay que prepararlos bien. En una ocasión, un niño le preguntó al maestro:
- ¿Cómo es posible que un Dios tan grande esté en una hostia tan chiquita?
- ¿Y cómo es posible que un paisaje tan grande, que tienes a tu vista, pueda estar metido dentro de tu ojo tan pequeñito? ¿no podría hacer Dios algo parecido?
- Y cómo puede estar presente al mismo tiempo en todas las hostias consagradas?
- Piensa en un espejo. Si se rompe en mil pedazos, cada pedacito refleja la imagen que antes reproducía el espejo entero. ¿Acaso se ha partido la imagen? No, pues así Dios está todo entero en todas partes y en cada hostia.
- Y¿cómo es posible que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y sangre de Cristo?
- Cuando tú naciste eras pequeñito y tu cuerpo iba asimilando el alimento que comías y cambiándolo en tu cuerpo y sangre, y así ibas creciendo. ¿ Y Dios no podría cambiar también el pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesús?
- Pero yo no comprendo el porqué de todo esto?
- Porque tú no comprendes de lo que es capaz el amor de un Dios. Todo es por amor. La Eucaristía es la prueba suprema del amor de Jesús. Después de esto, sólo queda el cielo mismo. Por eso, los santos daban tanta importancia a la comunión.
Sta. Teresita del Niño Jesús nos habla en su “Historia de un alma” sobre su primera comunión: “Por fin llegó el más hermoso de los días. Qué inefables recuerdos dejaron en mi alma los más pequeños detalles de esta jornada de cielo... Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma. Fue un beso de amor, me sentía amada y decía a mi vez: Os amo, me entrego a Vos para siempre. No hubo ni peticiones ni luchas ni sacrificios. Desde hacía mucho tiempo, Jesús y la pobre Teresita se habían mirado y se habían comprendido. Aquel día no era ya una mirada, sino una fusión. Ya no eran dos. Teresa había desaparecido, como la gota de agua que se pierde en el seno del océano. Sólo quedaba Jesús, El era el dueño, el Rey”. Y lloró de felicidad. Sus compañeras, dice ella misma, “no podían comprender que, viniendo a mi corazón toda la alegría del cielo, este corazón desterrado no pudiera soportarla sin derramar lágrimas”.
También Lucía de Fátima en sus “Memorias” nos habla de aquel delicioso día de su primera comunión: “Según se aproximaba el momento, mi corazón latía más deprisa en la espera de la visita del gran Dios, que iba a descender del cielo para unirse a mi pobre alma; pero, luego que se posó sobre mis labios la hostia divina, sentí una serenidad Y una paz inalterable, sentí que me envolvía en una atmósfera tan sobrenatural que la presencia de nuestro buen Dios se me hacía tan sensible, Como si lo viese o lo oyese con mis sentidos corporales.
Le dirigí entonces mis súplicas: Señor, hazme una santa, guarda mi corazón siempre puro para ti solo... Me sentía transformada en Dios... Me sentía tan saciada con el pan de los ángeles que me fue imposible entonces tomar alimento alguno. Perdí, desde entonces, el gusto y el atractivo que comenzaba a sentir por las cosas del mundo; sólo me encontraba bien en algún lugar solitario, donde pudiese recordar sola las delicias de mi primera comunión” (2a. Memoria). Pero no sólo los santos, hay muchos niños puros e inocentes, que reciben a Jesús con una fe que daría envidia a los mismos ángeles. El beato Mons. Manuel González, relata en su libro “Partiendo el pan” algunos de estos casos. Como el de José María, un niño que todavía no había cumplido los cinco años y que, viendo a su hermano hacer la primera comunión, sintió tantos deseos de comulgar que se lo pidió al obispo. Comulgó y se pasó un gran rato con los ojos cerrados, hablando con Jesús. Cuando le preguntaron qué había hecho después de comulgar, respondió: “Lo dejé que se vaya para dentro, pues ya sabe andar solito”. En su cabecita infantil, Jesús se había apoderado de su cuerpo y se iba quedar para siempre, como en su propia casa.
Otro caso, que publicó en “El granito de Arena” del 5 de setiembre de 1913, es el de Julia Gabriel Budelo de tres años, le faltaban trece días para cumplir los cuatro. Cuando su catequista comulgaba, le hacía agacharse para besarle en el pecho. Y era tanto su amor a Jesús que el obispo no dudó en darle la comunión. Cuando le preguntó:
- ¿Tu quieres recibir a Jesús?
- Con todas mis ganas.
- ¿ Y dónde lo vas a guardar?
- Aquí, en mi corazoncito.
El obispo pudo escribir: “Puedo aseguraros que en mi vida nunca he dado una comunión con tanta seguridad del agrado de Jesús y de la buena disposición de un alma”. Después de comulgar repetía: ”qué contentita estoy”.
Jesús no puede menos de sentirse feliz con la fe y el amor de los niños inocentes y cuyas almas son pequeños cielos para Jesús. Eduquemos a los niños en la fe y amor al Niño Jesús del sagrario, para que lo amen y lo visiten como aquellos niños de Huelva que, cuando Mons. González les preguntó qué hacían tanto entrar y salir de la iglesia, le dijeron: “Es que estamos haciéndole a Jesús muchas visitas para que le duren toda la noche y no esté solito”.
O como aquella niñita norteamericana de que nos hablaba el P. Roberto de Grandis. Su padre es católico y su madre ortodoxa griega. La niña de tres años les pidió un día que la llevaran a la Iglesia, a donde no la llevaban nunca, porque no eran practicantes. Cuando la niña entró, se fue corriendo hacia el sagrario y acercándose, empezó a decir: “Jesús, aquí estoy, sal y juega conmigo, soy Ann Mary, ven”. ¡Qué simplicidad, qué fe y confianza! Ciertamente que los niños son los predilectos de Jesús y El nos dice: “Dejad que los niños vengan a Mí, no se lo impidáis, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mc 10,14).
En ese gran día de su primera comunión, Jesús toma muy en serio sus peticiones. Pueden pedirle como Lucía de Fátima: “guarda mi corazón siempre puro para ti solo”, pero, sobre todo, pedirle la gracia de nunca ofenderle con un solo pecado mortal. Y, por supuesto, pedirle por sus padres, hermanos, familiares... Y, si sienten deseos, pedirle también la gracia de la vocación sacerdotal o religiosa.
Una religiosa contemplativa me decía: “Aún no he olvidado aquel beso que me dio Jesús en el momento de mi primera comunión. Fue un flechazo, un dardo de amor que clavó en mi corazón. Algo inolvidable que no puedo explicar. Era como un fuego amoroso que yo sentía y que me unió a El para siempre. Me enamoré del sagrario y, por eso, cuando me preguntó en una especie de “visión”: ¿Estás dispuesta a encerrarte y sacrificarte para salvar tantas almas que se condenan? Le dije que SI con todo el amor de mi corazón”.
Oh Jesús mío, Rey de mi corazón, has venido a mí en este día. Te pido la gracia de mi vocación. Hazme un santo sacerdote (religiosa) Gracias por mis padres, hermanos... y, porque en cada comunión, puedo darte un GRACIAS digno de tu amor ¡Qué grande es la comunión Cristo en lo más íntimo de mi ser, dando vida a mi vida. ¡Qué asombro! Dios en mí .La nada poseída por el TODO. ¡Qué misterio tan radiante de luz, de vida, de amor! ¡Oh sagrado banquete! ¡Mi Señor y mi Dios ¡Mi amigo para siempre!
UNION DE CORAZONES
Nunca mejor que en el momento de la comunión podemos decir con S. Pablo: “Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios” 3,3). Entonces, formamos una UNIDAD en Cristo con todos los hombres. Como diría S. Agustín: “Tu alma ya no es tuya, sino de todos hermanos, como sus almas son también tuyas; mejor dicho, sus almas juntamente con la tuya no son varias almas, sino una sola, la única de Cristo” (Epist 24,3). “Cristo lo es TODO en todos” (Col 3,11) y formamos con El una sola alma y un solo corazón. “El que come mi carne, bebe mi sangre está en Mí y Yo en él” (Jn 6,56). Decía Sta. Catalina de Génova: “Yo no tengo alma ni corazón, mi corazón y mi alma son solo de Jesucristo”. Precisamente, el fin de la comunión es la fusión de los corazones y de las almas en Jesús. Y debemos vivir esta unión con Jesús, Dios y hombre, las veinticuatro horas del día.
Algunos santos han vivido esta unión de corazones de modo singular, pues Jesús les ha cambiado su propio corazón por el suyo. Este cambio de corazones se lo concedió a Sta. Catalina de Siena. Cuenta director el Bto. Raimundo: “Un día le pareció ver que su eterno Esposo venía a ella como de costumbre, que le abría el costado izquierdo, quitaba su corazón y se marchaba, de suerte que quedaba sin corazón. La impresión de esta visión fue tal que Catalina dijo a su director que ya no tenía corazón en su cuerpo... Algún tiempo después, se le apareció el Señor; teniendo en sus sagradas manos un corazón humano rojo y resplandeciente. Acercándosele, el Señor le abrió de nuevo el costado izquierdo e introduciendo el corazón que tenía en las manos le dijo: “Hija mía, así como el otro día te he llevado tu corazón, así hoy te entrego el mío, que te hará vivir siempre”.
Esta gracia, algunos santos la han recibido con la Eucaristía, teniendo permanentemente en su pecho a Jesús sacramentado y estando así en unión continua con su humanidad santísima. Así nos lo refiere S. Antonio Ma. de Claret en su Autobiografía: “En el día 26 de Agosto de 1861, hallándome en oración en la iglesia del Rosario en la Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho”.
La gracia de la unión de corazones la recibimos nosotros también durante el tiempo que permanecen en nosotros las especies sacramentales. El P. Pío de Pietrelcina manifestó en una ocasión: “¡qué dulce fue la conversación que sostuve con el paraíso esta mañana después de comulgar! El Corazón de Jesús y mi propio corazón se fundieron. Ya no eran dos corazones palpitantes, sino uno solo. Mi corazón se había perdido como una gota se pierde en el océano”. En ese momento, dice S. Cipriano: “nuestra unión con Cristo unifica nuestros afectos y voluntades”. y la Vble. Cándida de la Eucaristía aseguraba: “mi alma y la de Jesús se hacen UNA.
S. Lorenzo Justiniano exclamaba: “Oh admirable milagro de tu amor; Señor Jesús, que has querido unirnos a tu Cuerpo de tal modo que tengamos una sola alma y un solo Corazón inseparablemente unidos contigo”.
Que tú también seas UNO con Jesús y que tengas sus mismos pensamientos, sentimientos y deseos. Que tu voluntad y la suya sean UNA para que puedas decirle en todo momento: “que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26,39). Que seas sagrario viviente de Jesús como María, y puedas decir con Sta. Teresita: “Señor ¿no sois omnipotente? Permaneced en mí como en el sagrario, no os alejéis jamás de vuestra pequeñita hostia” (Ofrenda al Amor misericordioso).
UNIDOS PARA SIEMPRE
He aquí una parábola del grano de trigo, que llegó a hostia. Jesús decía: “En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, quedará solo; pero si muere, dará mucho fruto” (Jn 12,24).
Érase una vez un granito de trigo, pequeño y sencillo, que quería ser santo y llegar hasta el cielo. Y se ofreció a Dios... y se puso en sus manos de buen sembrador. Y el Señor, de inmediato, con mucho cariño, lo colocó en tierra buena y lo cuidó como a un niño. Pero el granito, gritaba..., pasaba las noches oscuras, a solas, con miedo y con frío, muriendo a sí mismo, pero, sin saberlo, renaciendo a una vida más hermosa y bella. Y empezó a crecer como espiga, débil y temerosa, azotada por las lluvias y mecida por los vientos.
Y fue creciendo, creciendo, acariciada por el sol, y soñaba, soñaba... y pedía y oraba. Cuando estuvo madura, un día de estío se presentó el segador. Y ella, alarmada, gritaba y decía: “A mí, no, porque yo estoy destinada a ser santa y elevarme hasta el cielo”. Pero el hombre, tal vez, distraído, metió la hoz, despiadado, y quebró sus ensueños de oro.
“Oh Señor, clamó entonces la espiga, ya no puedo llegar a tus brazos. Sálvame mi Señor, que me muero”. Pero el Señor, cual si nada escuchase, respondió con un largo silencio...
Y aquel hombre, tomando la espiga, bajo el trillo la puso al momento... Y los granos crujieron... y cual sarta de perlas preciosas, por la era rodaron deshechos.
Y vinieron más hombres y metieron los granos de trigo en un saco viejo, llevándolos luego al molino, donde finísimo polvo se hicieron. Y la harina seguía llorando. Pero arriba, en el cielo, seguían callando.., y, aquí abajo, seguían moliendo.
Y ¿por qué callaría Jesús? Y ¿por qué, si era pura e inocente, le negaba el consuelo? Pero ella obediente, seguía sufriendo... Y Jesús preparaba la harina. Y una hostia bellísima hicieron. Y la novia soñaba...
Su belleza brilló ante el altar,
y los ángeles vinieron a verla,
Y Jesús y su gloria bajaron
y en la misa se unieron a ella.
Y María, la Madre, gozaba...
Y la esposa decía al Cordero:
Ahora sí, que te amo con toda mi alma.
Ahora sí, porque Tú eres mi cielo.
Y Jesús la abrazaba en su pecho
y con voz melodiosa le decía muy quedo:
Yo quería que fueras mi esposa
y anhelaba tenerte en mi cielo.
Pero escucha, mi amor, a mis brazos,
sólo pueden llegarse los niños,
y quienes siempre obedecen sin miedo
y siguen mis huellas ¡sufriendo!
SEGUNDA PARTE
ADORACIÓN AL SANTISIMO
En esta segunda parte, queremos hacer entender la importancia de la adoración a Jesús sacramentado como presencia viva y real de Jesús, nuestro Dios, en medio de nosotros. El está como un amigo cercano, esperándonos. Procuremos ir a visitarlo para reparar así tanta indiferencia y sacrilegios, que recibe en este sacramento.
INDIFERENCIA Y SACRILEGIOS
En este mundo, en que vivimos, hay mucha indiferencia religiosa. ¿Cuántos creen verdaderamente en Dios y lo aman de todo corazón? ¿Cuánta falta de fe hay en muchos católicos, que aceptan el aborto, la mentira y la inmoralidad..., como cosa normal en sus vidas. Y es que les falta oración y Dios cuenta muy poco para ellos. Están muertos o enfermos en el alma y les falta amor, les falta paz, les falta Dios. Y, sin Dios la vida no tiene sentido. Y una vida sin sentido, no es posible vivirla con felicidad. De ahí que el alma que ha perdido a Dios, es botín muchas enfermedades síquicas y necesita del siquiatra. Ya en su tiempo, el famoso siquiatra J.G. Jung decía: “De todos mis pacientes que han rebasado la mitad de la vida, es decir los treinta y cinco años edad, no hay uno solo cuyo supremo problema no sea el religioso. En último término, están enfermos por haber perdido aquello que la religiosidad viva ha podido dar en todos los tiempos a sus seguidores y ninguno ha sanado sin haber llegado a recobrar sus convicciones religiosas”. El mismo S. Agustín escribía: “Yace en todo el orbe de la tierra el gran enfermo. Para sanarlo vino el médico omnipotente... Bajó al lecho del enfermo para dar recetas de salvación y los que las ponen en práctica se salvan” (Sermo 80,4).
Pues bien, ahí está Jesucristo, el Señor de la vida, el médico de cuerpos y almas. Si necesitamos paz, El la tiene toda, porque El es el príncipe de la paz (Cf Is 9,6). El nos sigue diciendo como hace dos mil años: “Venid a Mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré y daré descanso para vuestras almas” (Mt 11,28). Pero ¿quien le hace caso? Muchos se ríen de El, como se reían, cuando lo veían clavado en la cruz y lo creían derrotado para siempre. Ya muy pocos creen verdaderamente en El. Por eso, mucha gente está enferma del alma. Buscan a los sicólogos y siquiatras y se olvidan de Jesús... Y, sin embargo, El es un Dios de amor, es el amor de Dios en la tierra. Es el mismo Jesús que, bajo la apariencia de un pobre carpintero, se paseaba por aquellos caminos de Palestina, con todo su poder divino. Es el mismo Jesús de Nazaret, que actualmente está escondido e invisible bajo la pobre apariencia de un poco de pan. Y lo hace por humildad y por amor a nosotros, para no cegamos o asustarnos ante la grandeza de su divinidad.
Quizás sea por esto que muchos católicos abusan de confianza y le faltan fácilmente al respeto. ¡Cuántos asisten a la iglesia vestidos indecentemente! ¡Cuántas blasfemias contra la hostia santa en algunos lugares! ¡Cuántas comuniones sacrílegas! ¡Qué pocos son los que creen verdaderamente en su presencia eucarística! ¡Cuántos sagrarios abandonados!
¡Cuánto sufre Nuestra Madre la Virgen María ante tanta indiferencia,ante la falta de fe de sus hijos, muchos de los cuales van por el camino de la perdición eterna! ¿Nos puede extrañar que, en muchas ocasiones haya llorado en sus imágenes hasta lágrimas de sangre? En las apariciones de La Salette, aprobadas por la Iglesia, decía la vidente Melania “La Santísima Virgen lloraba durante casi todo el tiempo que me habló. Yo hubiera querido arrojarme a sus brazos y decirle: Mi buena Madre, no lloréis. Yo os quiero amar por todos los hombres de la tierra Pero me parecía que me respondía: hay tantos que no me conocen”. Si estás dispuesto a consolar a María, la mejor manera es amar a Jesús Eucaristía. Pero muchos no creen ni quieren creer.
No obstante, Satanás y los suyos sí creen y se esfuerzan todo lo posible por fomentar los sacrilegios y profanaciones. Roban hostias a las iglesias, celebran misas negras con hostias consagradas... y hacen con ellas todo cuanto la maldad satánica les puede sugerir para profanarlas. He tenido oportunidad de hablar con personas que asistieron a reuniones satánicas y adoraron a Satanás. Allí, el rito central es la misa negra. El que hace de sacerdote lleva vestiduras especiales y hace los rituales de la misa, pero invertidos y profanados deliberadamente. Reza el Padrenuestro al revés. Se profanan los sacramentos, especialmente la hostia santa. Allí, en lugar de oraciones, se dicen blasfemias Al ofertorio, cada uno de los miembros renuevan el ofrecimiento de su alma a Satanás. Pero el centro de todo es la profanación de la Eucaristía y la adoración de Satanás.
Como vemos, el diablo sí toma muy en serio la presencia de Jesús en la Eucaristía y nosotros seguimos permaneciendo indiferentes ante tantos sacrilegios y tantos sagrarios profanados y tantas comuniones sacrílegas...
El 2 de Abril de 1290, en la calle Billetes de París, ocurrió un hecho extraordinario. Un judío llamado Jonatás se consiguió una hostia consagrada de una feligresa de la parroquia de Saint Merry. Sobre la hostia descargó su rabia y, a golpes de cuchillo, la masacró. Entonces, comenzó a correr la sangre y él se asustó. La echó al fuego y se elevó milagrosamente sobre las llamas. La arrojó en una olla de agua hirviendo y ensangrentó la olla. Después se levantó en el aire y tomó la forma de un crucifijo. Por fin, se posó sobre una escudilla... Una feligresa, que corrió al oír los gritos, la recogió y la llevó al sacerdote. La casa, donde ocurrió este hecho, la hicieron capilla al año siguiente y hay dos documentos originales, que certifican la veracidad de este suceso. En ellos se habla también de la conversión de la esposa de Jonatás y de sus hijos y de varios de sus correligionarios.
Pero las profanaciones no son hechos lejanos o de ciencia ficción. Una religiosa italiana me escribía en diciembre 1996 lo siguiente: “Tendría yo unos tres años de edad. Un día, la empleada de mi casa me condujo con ella a visitar a una bruja, llevándole una hostia consagrada, que había recibido en la comunión. La bruja apuñaló la hostia varias veces con un cuchillo delante de mí. Y el Señor quiso hacerme entender de un modo muy claro y profundo, en lo más íntimo de mi ser que estaba presente realmente en aquella hostia; que estaba vivo, sufriendo por aquella acción, pero, al mismo tiempo, entendí que estaba glorioso. Y me di cuenta, con mi corta edad, de que Jesús necesita nuestro amor para ser consolado de tantos ultrajes y ofensas que recibe en este sacramento del amor”.
Y nosotros ¿que hacemos para consolar a Jesús Eucaristía? Jesús sigue sufriendo como sufrió en Getsemaní, que sudó sangre al pensar en tanto amor divino rechazado y en tantos sacrilegios y pecados de todos los hombres de todos los tiempos. Pero también recibió el consuelo del ángel y en él recibió el consuelo de todos los hombres buenos y de tantos adoradores que repararían y lo consolarían de tantas ofensas. ¿Quieres ser tú uno de estos adoradores y reparadores? ¿Estás dispuesto a darlo todo por tu amigo Jesús?
ADORACION A JESUS SACRAMENTADO
Jesús es nuestro Dios y debemos adorarlo. Es el Rey de Reyes y Señor de los Señores. Sin embargo, no quiere que lo tratemos como Rey, sino como un amigo íntimo, con sencillez y naturalidad. Los ángeles, que lo adoran en cada hostia consagrada, podrían decimos con Isaías “No tengáis miedo, aquí está nuestro Dios” (Is 35,4). El se va a sentir feliz de nuestra visita y, como decía el cura de Ars, nos va a tomar nuestra cabeza entre sus manos y nos va a llenar de cariño y de ternura.
Y recordemos que toda adoración es también reparación: Hay que ofrecer nuestro amor a Jesús para reparar tantas ofensas que recibe especialmente en este sacramento del Amor. Como le diría nuestra Madre a Lucía de Fátima: “Tú al menos procura consolarme”.
Ahora bien, no centremos tanto nuestra atención en la adoración que olvidemos su relación con la misa y la comunión. Lo más grande es asistir a la celebración de la misa, ofrecernos con Jesús y después unirnos a El en la comunión. Y, como consecuencia de esto, continuar nuestra propia misa y comunión en la adoración al Santísimo. En el ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía la Iglesia nos dice: “Los fieles, cuando veneren a Cristo en el sacramento, recuerden que esta presencia proviene del sacrificio y se ordena al mismo tiempo a la comunión sacramental y espiritual” (N° 80) Y debemos prolongar en la adoración, la unión conseguida en la comunión, y renovar la alianza que hemos hecho con Cristo en la celebración eucarística (Cf N° 81). Y en este mismo número, hablando de la Exposición del Santísimo, se nos dice que nos lleva a la adoración y nos “invita a la unión de corazón con El, que culmina. en la comunión sacramental. Por eso, hay que procurar que, en las Exposiciones, el culto al Sacramento manifieste aun en los signos externos, su relación con la misa”.
¡Qué alegría damos a Jesús, cuando lo adoramos y lo acompañamos como a un amigo querido! S. Basilio (muerto el 397) nos relata que algunos monjes de Egipto, al no tener sacerdote, llevaban consigo la Eucaristía. Esta costumbre estaba muy extendida en aquellos tiempos también entre los laicos por motivo de las persecuciones. En el siglo XIII, a raíz de la institución de la fiesta del Corpus Christi, comenzaron las procesiones eucarísticas, que al principio llevaban la hostia santa, cubierta con un velo, por respeto y pudor. Ya a mediados del siglo XIV se hacían procesiones por las calles y los campos en acción de gracias, y también como rogativas o en casos de peligro. En ese mismo siglo XIV, se practicaba ya la Exposición solemne del Santísimo, aunque al principio se hacía sólo durante la octava del Corpus, y la Exposición se realizaba en adoración totalmente silenciosa, sin oración ni canto alguno.
Hacia el 1500, ya en muchísimas Iglesias se hacía la Exposición todos los domingos después de Vísperas, uso que ha llegado hasta nuestros días. En el siglo XIV también se empezaron a crear altares y capillas especiales del Santísimo Sacramento. A partir del siglo XVI, comienza la práctica de las cuarenta horas, que tuvo su principal propagador en S. Antonio María Zaccaria. En este mismo siglo, comienzan también la adoración nocturna y muchas cofradías u organizaciones eucarísticas. A partir del siglo XVII, surgen diversas Congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, para la adoración perpetua del Santísimo Sacramento.
En el siglo XIX nacen los Congresos eucarísticos diocesanos, nacionales e Internacionales. El primer Congreso eucarístico internacional se celebró en Lille (Francia) en 1881. En 1997 se celebró el XLVI Congreso eucarístico internacional en Wroclaw (Polonia). Y con e! movimiento litúrgico nacido del Vaticano II, se da nuevo impulso a estas prácticas de piedad. Sin embargo, se invita a los fieles a no encerrarse en una piedad meramente individualista, con menoscabo de la dimensión eclesial y social de la fe. ¡Hay que amar a Cristo Eucaristía para vivir mejor nuestra vida y amar más a los demás!.
Hay lugares donde las parroquias hacen por turno las cuarenta horas, bien sea en dos días seguidos sin interrupción o en tres durante las horas del día. En algunas Iglesias, hay grupos de adoración nocturna todas las noches o solamente una vez a la semana o al mes. Cada vez son más frecuentes las Exposiciones del Santísimo, aunque sean breves, con motivos especiales. Se pueden hacer para bendecir enfermos (en misas de sanación), para bendecir a los esposos, a los niños, a los ancianos y familias enteras o personas, en especial necesidad. Esto, por supuesto, recomendándoles la asistencia a misa y la comunión frecuente.
En la medida en que las normas de la Iglesia lo permitan, podría ser útil en algunos lugares, sobre todo en la misa del domingo, acompañar a Jesús Eucaristía (con el copón o la custodia) hasta la puerta del templo para, desde allí, bendecir a toda la población, a los campos, trabajos... El Papa Pío XII decía en la encíclica Mediator Dei que “es muy de alabar la costumbre introducida en el pueblo cristiano de da fin a muchos ejercicios de piedad con la bendición eucarística”. Y todos debemos adorar a nuestro Dios en público y en privado, reconociendo a Jesús como Señor y dueño de nuestras vidas. Reservemos algo de nuestro tiempo, exclusivamente, para estar a solas con El. Pidamos a S. Julián Eymard “el campeón de Cristo presente en el sagrario”, según Pío XII, y que fue “un gran adorador del santísimo sacramento” según Juan XXIII, que nos ayude en esta misión.
ADORACION PERPETUA
Cómo sería de desear que en todas las parroquias del mundo hubiera pequeñas capillas de adoración perpetua, las veinticuatro horas del día, a Jesús sacramentado. Capillas acogedoras con mucha luz, con muchas flores, con mucho amor, donde los fieles pudieran acercarse a cualquier hora del día o de la noche para visitar al amigo Jesús. Al menos, que estas capillas tengan Exposición del Santísimo durante las horas del día
Lo importante es que los fieles hagan turnos para no dejar solo a Jesús y pedir unidos por algunas necesidades especiales de la parroquia, del país o del mundo. Suele decirse que a grandes males, grandes remedios. ¿No es hora de poner todo lo posible de nuestra parte para que haya más paz en nuestra sociedad y más unión y felicidad en los hogares?
El Papa quiere la adoración perpetua en todas las parroquias. ¿Es mucho pedir que los buenos católicos puedan dedicar una hora a la semana para adorar a Jesús sacramentado? De esta manera, se podría cubrir por turnos las 168 horas de la semana. Que no nos tenga que decir Jesús: ¿“No habéis podido velar una hora conmigo?” (Mt 26,40).
El Papa Juan Pablo II, dirigiéndose al Congreso eucarístico internacional de Sevilla de 1993 decía: “Espero que el fruto de este Congreso eucarístico sea el establecimiento de una adoración eucarística perpetua en todas las parroquias y en todas las comunidades cristianas a través del mundo”. Y El mismo había ya dado ejemplo, pues inauguró el 2 de diciembre de 1981 en la basílica de S. Pedro del Vaticano una capilla de adoración perpetua. Ya en algunos lugares han comenzado la oración, al menos durante el día, pero van creciendo los lugares donde hay adoración nocturna también.
Muchos sacerdotes han encontrado maneras de hacer a Nuestro Señor disponible a los fieles, aun cuando deban cerrar las puertas de la iglesia por razones de seguridad. Algunos han construido una capilla en el edificio de la Iglesia, sin por eso dejar de cerrarla. Otros han convertido un cuarto pequeño, ya sea en el presbiterio o en el convento, en una pequeña capilla, construyendo una pequeña puerta privada por la cual se puede entrar. Otros, simplemente, buscan un cuidante para que haya seguridad. Donde existe amor y buena voluntad, siempre se podrá encontrar o construir un cuarto, aunque sea pequeño para ofrecer posada a Jesús, de modo que todos puedan acercarse a adorarlo, incluso la noche.
Algunos piensan que es peligroso tener la adoración a medianoche. Pero en la Basílica del Sagrado Corazón de París ha habido adoración perpetua durante más de 100 años y nunca ha ocurrido un incidente. S. Juan Neumann comenzó las 40 horas para pedir la paz contra el crimen y el terrorismo. Y, por medio de la adoración eucaristía consiguió la paz. Muchos sacerdotes han comprobado que los crímenes en sus barrios han disminuido desde que empezó la adoración perpetua. Y es que Jesús en el Santísimo Sacramento es más poderoso que todos los ejércitos del mundo. Y nos sigue diciendo como hace dos mil años “Animo, soy yo. No tengáis miedo” (Mc 6,50).
Jesús, por medio de la adoración perpetua, desea abrir las compuertas de su amor y de su misericordia sobre este mundo cargado de problemas. Desea sanar al género humano tan quebrantado. ¿Por qué tú no eres uno de los apóstoles de la adoración perpetua, es decir, de amar y adorar a Jesús las veinticuatro horas de cada día? ¿Qué respuesta le darás tú a Jesús? Ojalá que tengas un alma eucarística y un corazón hecho Eucaristía como Mons. Manuel González y quieras ser, como él, adorador perpetuo durante la vida y después de la muerte. El escribió el epitafio de su tumba: “Pido ser enterrado junto a un sagrario para que mis huesos después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejen abandonado!”.
¡Cuánta fuerza de evangelización tiene el poder irradiante de Jesús sacramentado! ¡Cuánto poder tiene el apostolado de la adoración! ¡Cuántos ancianos y enfermos podrían dedicarse a este apostolado tan eficaz, empleando así mucho de su tiempo libre! Para Charles de Foucauld, en el desierto, sólo el hecho de tener el sagrario era ya, una manera de evangelizar, pues la presencia poderosa de Jesús Eucaristía llegaba, de alguna manera, a todos los que lo rodeaban. Pienso también ahora en los conventos que tienen la adoración perpetua y en tantas religiosas viejecitas, que se pasan horas y horas ante Jesús sacramenta do. ¡Cuánta fuerza de apostolado tienen estos conventos y estas personas por muy ancianas o inútiles que parezcan a los ojos del mundo! Seamos almas eucarísticas para ser también misioneros con Jesús. Como diría el Papa Juan Pablo II: “Estoy convencido de que el auténtico secreto de los éxitos pastorales no está en los medios materiales, y menos aún en la riqueza de los medios. Los frutos duraderos de los esfuerzos pastorales nacen de la santidad del sacerdote. ¡Éste es su fundamento!” (DM 9). Y lo que dice del sacerdote lo puede decir de cualquiera de nosotros, ya que “el puro amor vale más que cualquier obra y la vida contemplativa tiene también una extraordinaria eficacia apostólica y misionera” (Vita consecrata 59). Seamos contemplativos en la acción y misioneros en la contemplación eucarística.
OTRAS EXPRESIONES
¿Cómo le podemos demostrar nuestro amor a Jesús Eucaristía? Puede haber diferentes expresiones personales, en las que puede entrar mucho nuestra propia imaginación: horas de adoración breves o prolongadas visitas.,, “El pueblo cristiano se recrea con el humilde saludo de “Alabado sea el Santísimo sacramento”. Y se siente atraído a tantas capillas e iglesias que, teniendo al Señor manifiesto, invitan a las visitas al Santísimo, que dan calor a la jornada y llevan al coloquio personal con El” (Pablo VI, Congreso eucarístico del Perú 30-8-65).
En algunos conventos es de alabar, que en ciertas fiestas, haya procesión con el Santísimo por todos los rincones para que Jesús visite y tome posesión de cada lugar. Y ¡qué felicidad la de aquellos conventos que tienen Exposición perpetua día y noche y que nunca lo dejan solo, y hacen guardia por turnos! ¡Qué feliz se sentirá Jesús! En algunos conventos es costumbre, al finalizar el día, que el Superior dé la bendición con el Santísimo.
También es muy de alabar la costumbre de algunos lugares de hacer la señal de la cruz, cuando se pasa delante de una iglesia, donde se encuentra Jesús sacramentado. Al menos, dirijamos a Jesús una mirada y un saludo de amor. Estemos siempre en contacto espiritual con el sagrario más cercano y así vivamos en continua adoración, haciendo frecuentes comuniones espirituales. A fin de cuentas, para Jesús no hay distancias. Y desde el sagrario se proyecta como un rayo luminoso que llega hasta nosotros para que podamos estar en contacto personal con El. Y, si no podemos asistir a misa, asistamos en espíritu, si es posible por radio o por televisión, pero si no, simplemente uniéndonos a misa más cercana, sabiendo la hora de su celebración o uniéndonos a las misas que en ese momento se celebran en alguna parte del mundo.
De todos modos, las expresiones personales de amor, pueden ser innumerables. Una señora buscaba cada día la flor más hermosa de su jardín para Jesús. Otra, que era sacristana, tenía la costumbre de besar todos los días el cáliz. Y cuando alguien le preguntó el porqué, respondió: “porque quiero que cada día, cuando venga Jesús, encuentre mi beso al pie del cáliz”. Había otra que echaba perfume junto al sagrario y se esmeraba en que todo estuviera bien limpio para Jesús. Lo importante es hacerlo todo por amor a Jesús: enviarle besos con el corazón darle la mejor de las sonrisas, decirle palabras de amor...
Una Superiora, que podía dar la comunión, colocaba la hostia en el portaviáticos y se lo colgaba y lo abrazaba junto a su corazón para que el Corazón de Jesús formara con el suyo un solo CORAZON. Y se pasaba la hora de oración, en adoración, con Jesús entre sus manos. pero éstas y otras expresiones especiales de cariño a Jesús Eucaristía, sólo deben hacerse con permiso del director espiritual o de la Superiora, y nunca llevar el portaviáticos con Jesús Eucaristía a cualquier parte, de modo casi permanente, fuera de lo estrictamente necesario para llevar la comunión a los enfermos.
¡Con cuánto amor debemos tratar a Jesús! Siempre que pasemos delante del sagrario, debemos hacer genuflexión, y genuflexión doble al pasar delante de Jesús sacramentado expuesto. Los que dan la comunión deben hacerlo con todo respeto y cariño, pues al estar en contacto físico con Jesús, están en comunión con El. Los que lo reciben en la mano deben hacerlo con las manos limpias, haciendo una pequeña cuna con sus manos (la mano izquierda sobre la derecha) para recibir al Rey Jesús, al Dios Omnipotente. No deben quitarle la hostia al sacerdote “al vuelo”, sino esperar a que la deposite en su mano y recibirla allí mismo, al costado del sacerdote, sin llevársela para tomarla por el camino.
Los que participan en el altar (monitores, lectores, cantores...) deben ir bien vestidos, como para una fiesta, para estar a tono con la dignidad y solemnidad del misterio que se celebra. Cuando se lleva la comunión a los enfermos a las casas, los familiares deberían esforzarse lo más posible en preparar bien la habitación, con dos velas encendidas en una mesita, quizás unas flores y, sobre todo, mucho amor ante la alegría de que el propio Jesús en persona se ha dignado visitar su casa. Si lo reciben así, con amor, ¡cuántas bendiciones repartirá para todos!
Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor Gloria a Cristo Jesús. Cielos y tierra, bendecid al Señor. Honor y gloria a Ti, Rey de la gloria; amor por siempre a Ti, Dios del amor.
LA VISITA DIARIA A JESUS
Antes era el hombre quien esperaba a Dios, ahora resulta que es Dios quien espera al hombre y éste ni se entera. Por eso, no te pierdas la visita diaria a Jesús. “La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo Nuestro Señor” (Cat 1418). Y la Iglesia concede una indulgencia plenaria al fiel que visite a Jesús para adorarlo en la Eucaristía, durante media hora. ¡Cuántas bendiciones traerá a tu vida la visita diaria a Jesús! Si la haces en la mañana, antes de ir al trabajo, será como un acumulador eléctrico, pues durante todo el día te irradiará amor, paz y alegría. ¡Llénate de energías por la mañana delante del Santísimo! Y si vas por la noche, después de un día de trabajo agotador, entonces te parecerá que se abre una válvula de escape, que te relajará de tus tensiones y así te apaciguará y te dará tranquilidad para dormir mejor. ¿Acaso es demasiado pedir que todos los días visites a tu Dios? ¿No tienes acaso nada que agradecerle en este día?, ¿nada, nada?
Visitar a Jesús sacramentado cada día es exponer nuestra alma enfermiza y anémica a la irradiación invisible de su amor. De este modo, nuestra alma comenzará a renovarse con una nueva vitalidad, florecerá como en primavera y brotará con vigor la alegría y la paz dentro del corazón.
“Jesús es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido permanecer con nosotros para siempre. Cuando se tiene esta fe en su presencia real, ¡Qué fácil resulta estar junto a El, adorando al Amor de los amores! ¡Qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía” (Juan Pablo II, Lima 15-5-88).
S. Alfonso María de Ligorio escribió su famoso libro “Visitas al S. sacramento y a María Santísima”, que ha superado las dos mil ediciones y dice así: “Dónde tomaron las almas santas más bellas resoluciones que al pie del S. Sacramento? ¡Y quién sabe si tú resolverás las tuyas al darte del todo a Dios ante este sacramento! ¡Qué ventura es conversar amorosamente con el Señor que, sobre el altar; está rogando por nosotros al Eterno Padre, ardiendo en llamas de amor! Este amor; es quien lo hace permanecer escondido, desconocido y hasta despreciado de los hombres. Pero ¿ a qué más palabras? Gustad y ved”. “Venid y veréis” (Jn 1,39).
Pero alguno me dirá: es que las Iglesias están cerradas. Ciertamente, que esto ocurre con demasiada frecuencia. ¡Cuántas bendiciones y gracias se pierden así para la persona y para sus familias, para la Iglesia y para el mundo en general, porque los fieles no tienen facilidad para visitar a Jesús! “La visita al Santísimo Sacramento es un gran tesoro de la fe católica... Y todo acto de reverencia, toda genuflexión que hacéis delante del Santísimo Sacramento es importante, porque es un acto de fe en Cristo, un acto de amor a Cristo. Y cada señal de la cruz, cada gesto de respeto hecho todas las veces que pasáis ante una iglesia, es también un acto de fe. Que Dios os conserve esta fe en el Santísimo sacramento” (Juan Pablo II, homilía en Dublin, 29-9-79).
El Papa Pío XII en la encíclica Mediator Dei pide que “los templos estén abiertos lo más posible para que los fieles, cada vez más numerosos, llamados a los pies de Nuestro Salvador; escuchen su dulce invitación: Venid a mí todos los que estáis agobiados y sobre cargados que yo os aliviaré”. Y el canon 937 ordena que “la Iglesia en que está reservada la Santísima Eucaristía debe quedar abierta a los fieles, por lo menos algunas horas al día, a no ser que obste una razón grave, para que puedan hacer oración ante el Santísimo Sacramento” Esto mismo se dice en la Instrucción Eucharisticum mysterium y en el Ritual de la Eucaristía.
Pero la triste realidad es que la mayoría de los fieles no sienten deseos de visitar a Jesús durante la semana. Por lo cual, tampoco se ve la necesidad de dejar abiertas las iglesias. Y Jesús se pasa horas y horas, solitario, esperando a alguna alma piadosa, que venga a consolarlo y darle la alegría de pedirle sus bendiciones. “Cristo, personalmente presente junto a la luz vacilante de la lámpara solitaria, sigue exigiendo una respuesta personal, invitando al diálogo a los que adoran con fe” (Pablo VI al Congreso eucarístico del Perú, 30-8-65). Cristo no está en el sagrario de modo estático, como si estuviera durmiendo, sino está vivo y dinámico. Su presencia real no es un “estar ahí”, sino “estar por ti”. Te está esperando ¿hasta cuándo?.
En los primeros tiempos del cristianismo, se guardaba la Eucaristía en las casas para llevarla a los enfermos o a los cristianos que iban a padecer el martirio o a otras Iglesias en señal de comunión. ¡Con cuánto amor la guardaban!
Cuando entres a una iglesia y veas la luz parpadeante de la lámpara, piensa que allí está Jesús, tu Dios, esperándote. En la hostia santa está el milagro más grande del mundo, un milagro que la mente humana no puede comprender, porque es un milagro de amor. El te sigue esperando desde hace dos mil años, escondido en la hostia, pequeño, invisible, pero el mismo Jesús de Nazaret. Acércate a El con amor y devoción como los pastores, como los magos, como lo hicieron María y José aquel día de Navidad. Después de la misa y comunión, la mejor receta que puedo darte para que crezcas en santidad es: ¡Cinco minutos de sagrario cada día!
Cuando necesites a Jesús, búscalo en el sagrario de nuestras iglesias, míralo a los ojos, ten sed de no perderlo de vista, ten sed de quedarte a sus pies, ten sed de amarlo con todo tu corazón. No te canses amarlo día y noche. A todas horas, levanta tu mirada hacia el sagrario más cercano. Allí está tu amigo Jesús. Allí está el Amor y la Vida. Allí está la Salud y la Paz. Allí está tu Dios. ¡Cuántos secretos de amor se encierran allí! ¡Cuánta luz sale del sagrario! Jesús Eucaristía debe ser centro de tu vida, el amigo más querido, el tesoro más preciado. En El encontrarás la ternura de Dios.
Mira a Jesús en el sagrario y déjate amar por El. Vete cada día a visitarlo. Allí aprenderás más que en los libros. Escucha su Palabra como la Magdalena, que estaba a los pies de Jesús. Pon en sus manos tus problemas Y necesidades. Háblale de tu vida, de los tuyos, del mundo entero, pues todo le interesa. Y sentirás una paz inmensa que nada ni nadie podrá darte jamás. El sosegará tu ánimo y te dará fuerzas para seguir viviendo. El te dirá como a Jairo: “No tengas miedo, solamente confía en Mí” (Mc 5,36).
¡Qué benditos momentos los pasados junto a Jesús en el sagrario! ¡Cómo ayudan a crecer espiritualmente! Es algo sublime que no se puede explicar. No te pierdas tantos tesoros. No digas que no tienes tiempo. Aunque sea unos momentos, no dejes de entrar, cuando pases delante de una iglesia y, si está cerrada, dirígele desde fuera unas palabras de amor. Dile que lo amas y salúdalo con una sonrisa.
En el sagrario hay vida, está la fuente de la vida, hay corrientes de vida, manantiales de vida, hogueras misteriosas de vida. Allí está Jesús, el Dios de la vida. Allí recibirás las inmensas riquezas de un Dios Omnipotente, que quiere ser tu amigo y servirse de ti para salvar a tus hermanos.
Oh Santísima Eucaristía, divinidad admirable y santa. Oh Trinidad adorable. Te adoro con todo mi corazón y te alabo con todo mi ser. Ave, Santísimo Sacramento. Ave mil y mil veces, mi Jesús sacramentado.
LA COMUNION ESPIRITUAL
Es muy importante que, cuando no podamos comulgar, o cada vez que hagamos una visita al Santísimo, e incluso muchas veces durante el día, podamos unirnos a Cristo en comunión espiritual. La comunión espiritual es una comunión sacramental en deseo, pero es más que un deseo de comulgar. Dice el gran teólogo alemán Rahner en el libro “La Eucaristía y los hombres de hoy” que: “la comunión espiritual procura realmente el fruto y utilidad del sacramento”, siempre que se reciba con fe y amor verdaderos. Porque es un acto de amor y de fe, ordenado a fortalecer la unión y amistad con Jesús. “Es una adhesión consciente a la unión espiritual con Cristo, que da la gracia del Espíritu Santo; es la aceptación renovada en el fondo del corazón de una tal unión (con Cristo) que aumenta y profundiza la realidad ontológica (de la verdadera comunión con El)”.
Esto quiere decir que la comunión espiritual no es una simple imaginación, sino una experiencia real de unión con Cristo, que nos da su gracia y su amor de modo efectivo. Por esto, la comunión espiritual nos debe hacer sentir mayores deseos de la comunión sacramental, pues nos hace desear y vivir más íntimamente la unión con Jesús.
Sta. Teresa de Jesús recomendaba: “Cuando no podáis comulgar ni oír misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho” (CP 62,1). Ya el concilio de Trento habla de “aquellos que, comiendo en deseo aquel celeste pan eucarístico, experimentan su fruto y provecho por la fe viva que obra por la caridad” (Denz 881). S Antonio Ma. de Claret también la recomendaba: “Si con fe viva deseas comulgar, ya comulgaste espiritualmente, calla, adora y entrégate a Jesús sin reserva”.
Rahner afirma que “el lugar por excelencia de la comunión espiritual es la iglesia y su momento privilegiado es aquél en el que la persona está arrodillada ante el Santísimo sacramento”. (La comunión espiritual se puede hacer en cualquier momento del día y en cualquier lugar del mundo, pero, ciertamente, el momento más apropiado es el de la visita y adoración a Jesús sacramentado). Incluso, viajando o trabajando, podemos estar en adoración ante Jesús sacramentado.
“Si ustedes practican el santo ejercicio de la comunión espiritual bastantes veces al día, en un mes se encontrarán completamente cambiados” (S. Leonardo). Ésta puede ser una práctica importante, especialmente, para aquellos convivientes, casados sólo por lo civil o divorciados vueltos a casar, que no pueden comulgar sacramentalmente. Ellos no deben sentirse excluidos de la Iglesia ni condenados ya al infierno; pero deben comprender que, al no tener la bendición de Dios en su matrimonio, no pueden tener participación plena en la vida de la Iglesia a través de la comunión eucarística. Sin embargo, el Papa Juan Pablo II en la exhortación apostólica “Familiaris Consortio” de 1981 afirma: “se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad, a educar a sus hijos en la fe cristiana. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza. La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura, reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez... Si se les admitiera a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio”. Pero, como hemos dicho anteriormente, pueden suplir, de alguna manera, la comunión sacramental con muchas comuniones espirituales.
Sobre esto, Sta. Catalina de Siena tuvo una visión. Vio a Jesús con dos cálices y le dijo: “En este cáliz de oro pongo tus comuniones sacramentales y, en éste de plata, tus comuniones espirituales Los dos cálices me son agradables”. La Bta. Angela de la Cruz decía: “si el confesor no me hubiera enseñado a hacer comuniones espirituales no hubiera vivido”. Sta. Catalina de Génova decía: “Oh Jesús, deseo tanto la alegría de recibirte y estar contigo, que me parece que, si muriera volvería a la vida sólo para recibirte”. Ojalá que tengas tú también esas ansias. “Como el ciervo suspira por las corrientes de agua así alma suspira por Ti, Oh Dios. Mi alma tiene sed de Dios” (Sal 41,2)
El P. Pío de Pietrelcina decía: “Cada mañana antes de unirme a El en el Santísimo Sacramento, siento que mi corazón es atraído por una fuerza superior. Siento tanta sed y hambre antes de recibirlo que es una maravilla que no me muera de ansiedad. Mi sed y mi hambre no disminuyen después de haberlo recibido en la comunión, sino que aumentan. Cuando termino la misa, me quedo con Jesús para darle gracias”.
Procuremos vivir durante el día la gracia de nuestra comunión diaria. De hecho, después de comulgar, si no estamos en unión permanente con la humanidad de Jesús, que ha desaparecido al desaparecer las especies sacramentales, sí estamos en comunicación con ella en cuanto a la radiación de su amor; pues ha dejado una huella en nosotros. Además, hay luz y gracias que se irradian continuamente desde sagrario. Desde el sagrario, Jesús irradia oleadas de ternura sobre nosotros y nos envuelve con su amor. En todo momento, nos está diciendo “Yo te amo, te necesito, ven a Mí”.
Por eso, el P. Pío de Pietrelcina nos recomienda: “Durante el día llama a Jesús en medio de tus ocupaciones. Haz un vuelo espiritual hasta el sagrario, estés donde estés, cuando no puedas estar allí con cuerpo... y abraza espiritualmente al Amado de tu alma”. Y el Vble. Andrés de Betrami decía algo semejante: “Dondequiera que te encuentres, piensa constantemente en el Santísimo Sacramento. Fija tus pensamientos en el sagrario, aun por la noche, cuando despiertes del sueño. Ofrécele lo que estás haciendo en cada momento. Instala un cable telegráfico desde tu casa a la iglesia y, tan seguido como puedas, envía mensajes de amor a Jesús sacramentado”. Decía S. Antonio María Claret: “Tendré una capilla fabricada en medio de mi corazón y en ella, día y noche, adoraré a Dios con un culto espiritual”. Seamos adoradores perpetuos de Jesús, aunque sea espiritualmente.
Para Jesús no hay distancias. Por eso, podemos vivir en adoración continua las veinticuatro horas del día, tratando de que nuestra alma esté orientada a la Eucaristía. Estemos con el corazón y la mente pendientes de Jesús sacramentado. Y, para que esto sea más eficaz, podemos pedirle a nuestro ángel custodio que esté siempre en vela, en adoración eucarística, por nosotros, y nos lo recuerde constantemente durante el día. Podemos decirle frecuentemente la oración: “Angel santo de mi guarda, corre veloz al sagrario, y saluda de mi parte a Jesús sacramentado”. También podemos pedir a todos los santos y ángeles y almas del purgatorio, en una palabra, a todos los que en cualquier momento del día o de la noche estén en adoración eucarística, que adoren también en nuestro lugar. Y, como todos somos UNO en Cristo Jesús, El lo hará realidad.
Tengamos tanta hambre de amar a Jesús que podamos decir “mi corazón y mi carne saltan de júbilo por el Dios vivo” (Sal 83,3). Esta ansia era tan grande, que alegraba y hacía sufrir a los santos. Sta. Catalina de Siena le decía a su director: “Tengo hambre, por amor de Dios, dad a mi alma su alimento”. Y Sta. Margarita María de Alacoque oyó de Jesús estas Palabras: “Hija mía, tu deseo de comulgar ha penetrado tan profundamente en mi Corazón que, si no hubiera yo instituido este sacramento de amor lo haría ahora para hacerme tu alimento. Tengo tanto placer de ser en El deseado que, cuantas veces el corazón forma este deseo, otras tantas Yo le miro para atraerlo a Mí”.
Oh Jesús divino, Rey de mi corazón. Aumenta mi fe en tu presencia eucarística para que nunca dude de tu presencia real en este sacramento y pueda desearte y esperarte con amor y con fe todos los días. Yo creo en Ti, ven a mi corazón en este momento. Yo te adoro y te amo y te miro, mi Jesús sacramentado.
LA MIRADA DE JESUS
Jesús nos está mirando desde el sagrario, pero mucha gente tiene miedo de acercarse a EL. Quizás lo ve como el Señor de la justicia y como el Señor de la misericordia. Quizás tienen miedo de sus reproches por los pecados de su vida pasada, por el tiempo que se han alejado de las prácticas religiosas o, simplemente, porque no quieren complicarse la vida y tienen miedo a sus exigencias. Por eso, cuando algunos van a la iglesia, procuran colocarse en los últimos lugares, prefieren mantener distancias por si acaso... Quizás quieren ser buenos, pero sin complicaciones. No están dispuestos a dejarse absorber por Dios ni seguir sus mandamientos, prefieren vivir “su vida”. Y así viven en la indiferencia, sin darse por aludidos, cuando El los llama.
Eso es lo que le pasó al joven rico del Evangelio (Mc 10,17-27). Era bueno, pero no quería ser santo. Y Jesús “puso sus ojos en El y lo amó” y le dijo: “Una sola cosa te falta, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme”. Pero “su semblante se anubló y se fue triste, porque tenía mucha hacienda.
También Jesús miró a Judas en el huerto de Getsemaní y le dijo con amor: “¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? (Lc 22,48).Y Judas siguió con su obstinación y no se arrepintió. En cambio, qué distinta la respuesta de Pedro. Jesús lo miró (Lc 22,61) y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente. Y Jesús lo perdonó, como perdonó al buen ladrón o a cualquiera de nosotros que se acerque con fe y humildad a pedirle perdón. Pues bien, Jesús te está mirando desde el sagrario ¿Serás incapaz de escuchar su llamado de amor?
Tony de Mello nos relata en su libro “El canto del pájaro”: “Yo conversaba muchas veces con el Señor y le daba gracias y le cantaba sus alabanzas. Pero siempre tenía la incómoda sensación de que quería que lo mirara a los ojos. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada, cuando sentía que El me estaba mirando. No sé por qué tenía miedo de encontrarme con sus ojos. Pensaba que quizás me iba a reprochar algún pecado del que no me había arrepentido o me iba a exigir algo. Al fin, un día tuve el suficiente valor y lo miré. No había reproche en sus ojos, ni exigencias. Sus ojos me decían simplemente con una sonrisa: Te amo. Me quedé mirándolo fijamente durante largo tiempo y allí se guía el mismo mensaje: Te amo... Fue tanta mi alegría que, como Pedro, salí fuera y lloré”.
Acércate ahora mismo al sagrario y míralo a los ojos y verás su mirada llena de amor, pues, como diría Juan Pablo II, la Eucaristía es una presencia llena de amor. Ábrele tu corazón y. deja que se caliente al sol de Jesús, ponte bajo sus alas divinas, déjate amar por El y sentirás cómo te envuelve su luz, su alegría y su paz. Jesús te está mirando en este preciso momento, como si no tuviera que mirar a nadie más que a ti. Piénsalo bien, Jesús te está siempre mirando desde el sagrario. Y así lleva ya veinte siglos, derramando miradas de ternura y todavía no se ha cansado de mirar.
Quizás tengas miedo de mirar a Jesús en el momento de la elevación de la hostia y del cáliz en la misa. ¿Por qué? Míralo, adóralo y dile con todo tu corazón: “Señor mío y Dios mío” o bien “Jesús, yo te amo”. Y encontrarás en su mirada mucho amor y mucha paz.
Una religiosa contemplativa me escribía: “Hace unos años vi los ojos de Jesús. Los vi en el fondo de mi alma. Era una mirada amorosa, dulce, cálida, elocuente, muy elocuente, pues me mostraba su Corazón inmenso infinito. Vi los ojos de mi Amado y fue tal la impresión que sentí, que no lo podré olvidar jamás. La mirada que dejó grabada en mi alma no podrá ser borrada y espero reconocerla en la patria tan deseada. Cuando esta mirada me envuelve de nuevo, me lleno de una infinita delicia. Es algo tan sublime que no puede ser explicado con palabras”
Otra religiosa anciana me contó personalmente lo que le había sucedido, cuando era jovencita. Estaba de postulante y decidió marcharse a su casa. Pero la víspera de su salida del convento, tuvo un sueño: “Soñé que recogía mis cosas para el viaje, me vestía de seglar y caminaba por el claustro para ir a despedirme de la Comunidad. Entonces, vi a la M. Priora que caminaba delante de mí en compañía de un hombre. Al acercarme a ellos, el hombre se volvió y me miró. Era una mirada tan dulce y cariñosa,tan expresiva y amorosa, que nunca la olvidaré. Cada vez que recuerdo aquellos ojos divinos de Jesús, me pongo a llorar de emoción. Jesús no me dijo nada, pero yo lo entendí todo. Era como si me dijera: ¿y me dejas? ¿Ya no me quieres? ¿Dónde está aquel amor que me prometiste? Y aquí estoy hasta la muerte”.
Qué hermoso poder descubrir en los ojos de Jesús todo su amor por nosotros. Y, sobre todo, descubrir su amor en la celebración de la Eucaristía de cada día. Me manifestaba una religiosa muy enferma. “Un día estaba en la misa y, en el momento de la consagración, sentí mucho recogimiento y, como en un relámpago, vi a Jesús con mucha luz, más resplandeciente que el sol y me quedé anonadada sin poder articular palabra. Sólo lo amaba y sentía su amor. No sé cómo explicarlo, fue como en un relámpago y duró muy poco, pero se me quedó grabada dentro de mí esa mirada y sonrisa suya, como si me hubiese fundido totalmente con El”.
Por eso, te digo que no tengas miedo. Acércate a Jesús, míralo a los ojos, no tengas miedo de su mirada. Si estás perdido y confundido, El es tu camino. Si eres ignorante, El es la Verdad. Si estás muerto por dentro, El es la Vida. El te iluminará, porque es la Luz de la vida. En el sagrario encontrarás el paraíso perdido que buscas. Entra en ese mundo fascinante de Jesús Eucaristía, donde encontrarás el amor infinito de tu Dios. Búscalo en el silencio, porque El es amigo del silencio. Si estás a solas con El, háblale de corazón, con confianza. Dile muchas veces: Jesús, yo te amo. Yo confío en Ti.
La Iglesia llama a la Eucaristía sacramento admirable, porque es digno de toda admiración. Pues admira a Jesús, quédate extasiado mirándolo, sobre todo, en la elevación de la misa y durante la Exposición del Santísimo Sacramento. Que tu adoración sea un mirarlo y dejarte mirar, un amarlo y dejarte amar. Haz la prueba y te prometo que no te arrepentirás “Sus ojos son como palomas posadas al borde de las aguas” (Cant 5,12). Y tú puedes decir: “He venido a ser a sus ojos como un remanso de paz” (Cant 8,10). No tengas miedo, la mirada de Jesús es AMOR y la ternura de Dios se irradia a través de sus pupilas.
EL SILENCIO DE JESUS
Muchas veces nos desconcierta el silencio de Jesús en el sagrario. Vamos con toda ilusión a contarle nuestros problemas y a pedirle por nuestras necesidades... Y el silencio es la única respuesta. Quizás nos pasemos toda una noche en adoración ante Jesús Eucaristía, buscando una solución, pidiendo una gracia... Y las cosas siguen igual o peor.
Entonces, puede surgir en nuestro interior la duda y el desaliento. ¿Estará realmente Jesús ahí? ¿No será todo fruto de mi imaginación? ¿Será cierto lo que dice la Iglesia Católica? ¿Por qué no buscar respuesta en otra religión? Y Jesús sigue callando, desde hace veinte siglos, en la hostia consagrada. Jesús calla en la Eucaristía como calla ante tantas injusticias y asesinatos, como calla ante tantos que lo insultan y blasfeman, y quieren ver desaparecer su Nombre de la faz de la tierra.
El silencio de Dios es algo que no podemos comprender fácilmente. “Dios es Aquél que calla desde el principio del mundo” (Unamuno). Podríamos repetir con el salmista: “Escondiste tu rostro y quedé desconcertado” (Sal 29,8). 0 gritar angustiados con S. Juan de la Cruz:
¿A dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido,
salí tras ti, clamando y eras ido.
Pareciera como si Jesús quisiera esconderse a propósito para que tengamos más deseo de buscarlo. Pero lo cierto es que, aunque no podamos oírlo con nuestros oídos, tiene muchas maneras de manifestar su presencia y su amor. En primer lugar, los Evangelios nos hablan del amigo Jesús, lleno de ternura para todos. La Iglesia ratifica nuestra fe en su presencia eucarística. Los santos nos hablan por experiencia de su presencia real. Los milagros nos confirman en nuestra fe. Personalmente, puedo decir que, a lo largo de mi vida, he pasado muchísimas horas ante Jesús sacramentado. Muchas horas las he pasado sin sentir absolutamente nada, como si estuviera seco por dentro, haciendo actos de fe, repitiendo simplemente: Jesús, yo te amo. Pero, ciertamente, ha habido muchas ocasiones en que he sentido su presencia y su amor, no de una manera milagrosa o espectacular, sino de una manera sencilla, con una paz muy profunda y alegre, que anima y da fuerzas para seguir luchando y viviendo con alegría. Y esto lo pueden asegurar la inmensa mayoría de católicos que se acercan frecuentemente a Jesús Eucaristía.
Por eso, no dudes, cree, adora y ama. En el silencio y en la oscuridad irá madurando tu fe. No tengas miedo del silencio de Jesús. El te espera y te ama, aun cuando no lo sientas ni lo veas. No importa que no tengas éxtasis ni experiencias maravillosas como otros las han tenido. Dios no te ama menos por eso. Vete al sagrario y llena tu corazón de amor a los pies de Jesús, para que estés fuerte ante los problemas de la vida. Jesús te ama y te espera con su infinito amor.
MENSAJES DE NUESTRA MADRE
“En el sagrario, escondido bajo el velo eucarístico, está presente el mismo Jesús resucitado... Es el mismo Jesús que está sentado a la derecha del Padre en el esplendor de su Cuerpo glorioso y de su divinidad... Hoy deben creer más en su presencia real en medio de ustedes y creer con una fe profunda y testimoniada en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía” (21 de Agosto 1987).
“Jesús, como está en el cielo, se halla en la tierra realmente presente en la Eucaristía: con su cuerpo, sangre, alma y divinidad... La Eucaristía volverá a ser el corazón y el centro de toda la vida de la Iglesia... Pero, desgraciadamente, en estos tiempos de tinieblas, se ha oscurecido la fe. Hay tanto vacío en torno al sagrario, tanta indiferencia, tanta negligencia. Cada día aumentan más las dudas, las negaciones y los sacrilegios... Ayuden a todos a acercarse a Jesús eucarístico de una manera digna, invitando a todos a acercarse a la comunión sacramental, en estado de gracia, advirtiéndoles que la confesión es necesaria a quien se halla en pecado mortal, para recibir la sagrada Eucaristía. Nunca, como en estos tiempos, se han hecho tantas comuniones indignas. La Iglesia está herida por la difusión de las comuniones sacrílegas. Ha llegado el tiempo en que su Madre celestial dice: Basta” (14-Junio-1979).
“Que el Santísimo Sacramento esté rodeado de flores y de luces. Adoren a Jesús Eucaristía... Expónganlo frecuentemente a la veneración de los fieles. Multipliquen las horas de adoración pública para reparar la indiferencia, los ultrajes, los numerosos sacrilegios y las terribles profanaciones, a las cuales se ve sometido durante las misas negras, un culto diabólico y sacrílego, que se difunde cada vez más y que tiene como vértice actos abominables y obscenos hacia la Santísima Eucaristía.
Mi maternal voluntad es que Jesús eucarístico encuentre en la iglesia su casa real, donde sea honrado y adorado por los fieles, donde está también perennemente rodeado por innumerables milicias de ángeles, de santos y de almas del purgatorio” (31-Marzo-1988).
“Hijos míos, por un milagro de amor que sólo llegarán a comprender en el paraíso, Jesús les ha dado el don de permanecer siempre entre ustedes en la Eucaristía. Pido que se vuelva de nuevo en todas partes a la práctica de las horas de adoración ante Jesús expuesto en Santísimo Sacramento. Deseo que se acreciente el homenaje de amor a la Eucaristía y que se destaque aún por las señales sensibles más expresivas de su piedad. Rodeen a Jesús eucarístico con flores y luces cólmenlo de delicadas atenciones; acérquense a El con profundos gestos de genuflexión y de adoración ¡Si supieran cómo Jesús eucarístico los ama, cómo un pequeño gesto de su amor lo llena de gozo y de consolación! Jesús perdona tantos sacrilegios y olvida una infinidad de sus ingratitudes ante una gota de puro amor.
Cuando van delante de El, los ve; cuando le hablan, los escucha, cuando le confían algo, acoge en su corazón cada palabra suya; cuando piden, siempre los escucha. Vayan al sagrario para entablar con Jesús una relación de vida simple y cotidiana.
Con la misma naturalidad con que buscan un amigo, que confían en las personas que les son queridas, con que tienen necesidad de un amigo que los ayude, así vayan al sagrario a buscar a Jesús. Hagan de Jesús el amigo más querido, la persona en quien más confían, la más deseada y más amada. Digan su amor a Jesús, repítanselo con frecuencia, porque esto es lo único que lo deja inmensamente contento, lo consuela y lo compensa de todas las traiciones” (21-Agosto-1987).
TERCERA PARTE
TESTIMONIOS Y MILAGROS
En esta tercera parte, vamos a considerar casos concretos de testimonios, conversiones, sanaciones y milagros, a lo largo de los siglos, para que podamos reafirmar nuestra fe en la presencia viva y real de Jesús en este sacramento. Jesús sigue actuando y haciendo maravillas hoy en la Eucaristía, como lo hacía hace dos mil años. Así nos lo confirman también los testimonios de los santos.
TESTIMONIOS
Muchas religiosas contemplativas, con las que me escribo, me han relatado sus experiencias con Jesús Eucaristía. Una de ellas me decía: “Las gracias más grandes que he recibido en mi vida, las he recibido, directamente de la sagrada Eucaristía y, especialmente, el matrimonio espiritual”. Otra me escribía: “Mi celda está cerquita del Sagrario y puedo irme a visitarlo con frecuencia. Acabo de estar con El Y me envolvió el silencio impresionante y me dejé llevar por El. Fue algo tan hermoso... Jesús Eucaristía me hacía sentir las dulzuras de su amor sacramentado. Y me pareció oír su dulce voz, pero fuertemente persuasiva y dulcemente tajante: “Yo soy Jesús y te amo mucho”.
Una alegre y feliz religiosa ancianita, me manifestaba: “Soy muy feliz. He hecho del sagrario mi morada y le he pedido a Jesús que venga a hacer de mi corazón su sagrario. Así estamos siempre juntos. ¡Qué lindo es vivir siempre con Jesús, formando un solo corazón!”. ¡Qué felices los religiosos que pueden vivir bajo el mismo techo de Jesús!. Me contaba una religiosa: “Un día fui a la capilla y, después de ponerme de rodillas, me vino un recogimiento tan grande como jamás me había ocurrido y por mucho esfuerzo que hubiera hecho por recogerme ni de tal forma lo hubiera podido adquirir. Parecía que se me arrebataba el alma. Jesús me hizo comprender de una manera inefable el misterio del sacerdocio y hasta la gloria y recompensa que tendrán después. También me hizo ver cómo está y nos espera en la Eucaristía y, sobre todo, el infinito amor que nos tiene. Un poco más y hubiera bastado para fallecer de amor, me sentía toda abrasada y casi no podía resistir tanto amor”.
El Bto Rafael, monje trapense muerto a los 27 años, en l938 decía “En la paz y el silencio del templo mi alma se abandona a Dios. Si este Dios, que se oculta en un poco de pan, no estuviera tan abandonado, los hombres serían más felices, pero no quieren serlo. Todos los conflictos sociales, todas las diferencias se allanarían, si mirásemos un poco más hacia ese Dios tan abandonado, que está en nuestras iglesias”. Seamos como aquellos católicos de las islas Kiribati en Oceanía, que se reunían todos los domingos en la playa para adorar a Jesús Eucaristía, presente en las iglesias de Tahití a 5000 Kms. de distancia. O como aquel catequista de un pueblecito de los Andes peruanos que reunía a su gente los domingos y les decía, abriendo un corporal ante el altar de la capilla: “Adoremos a Cristo, que estuvo aquí con nosotros hace 22 años”.
Cuando estuve en el retiro mundial para sacerdotes en Roma del (5-9 de Octubre de 1984), teníamos una hora de adoración cada día en la Basílica Vaticana. Eramos 7.000 sacerdotes de todos los países, unidos en una sola oración, adorando a nuestro Dios. ¡Qué días de gloria pasé en aquella ocasión! Muchos sacerdotes, durante la segunda guerra mundial llevaban siempre en el pecho la sagrada Eucaristía para darla en comunión a los soldados y también para tener fuerza y valor para soportar las pruebas de la guerra. Con Jesús a nuestro lado, todo es más fácil.
Cuando estuve de capellán militar en Ceuta, en el Norte de África, las religiosas adoratrices me hablaban de cómo algunas niñas musulmanas, a pesar de no creer, sentían que allí, en el sagrario, estaba Dios. Algo parecido le sucedió a aquella joven judía, cuando era alumna de un colegio de religiosas. Me escribía así: “Un día cuando tenía 11 años, una amiga del colegio me invitó a entrar a la capilla, donde estaba el Santísimo Sacramento y, al entrar, instantáneamente, sin pensarlo, sentí con una fuerte claridad que allí en el sagrario, que yo llamaba “caja”, allí estaba Dios. No sabría explicarlo, pero esto mismo me pasó en las dos siguientes iglesias católicas que visité”. Ésta fue la piedra de toque para convertirse. Actualmente, Sor María del Carmelo es religiosa contemplativa en un convento de Inglaterra.
El P. Antón Lulj, jesuita albanés, manifestaba en el Encuentro mundial de sacerdotes, celebrado en Fátima en 1996, su testimonio personal: “Apenas terminada mi formación, me arrestaron en 1947 tras un proceso falso e injusto. He vivido 17 años como prisionero y otros tantos en trabajos forzados. Prácticamente, he conocido la libertad a los 80 años, cuando en 1989 pude celebrar por primera vez la misa con la gente. Mi vida ha sido un milagro de la gracia de Dios y me sorprendo de haber podido sufrir tanto con una fuerza que no era la mía, sino de Dios. Me han oprimido con toda clase de torturas... Pero, cuando podía, celebraba la misa clandestinamente. No podía confiar en nadie, pues si me descubrían, me fusilaban. Así estuve 11 años.
En una ocasión, tuve una experiencia extraordinaria, que me recordaba la transfiguración de Jesús. La desolación dio paso a una maravillosa experiencia de Jesús. Era como si estuviera allí presente, frente a mí y yo le pudiera hablar. Aquel momento fue determinante, pues comenzaron de nuevo las torturas. Sin aquel amor de Jesús, hubiera muerto, quizás desesperado”.
Así relata él su experiencia y cómo la celebración de la misa y la comunión, cuando le era posible clandestinamente, era su fuerza en medio de tanto sufrimiento y soledad. Y tú ¿a qué esperas para ir a Jesús? Ojalá que lo ames tanto que seas como aquel campesino que todos los días iba temprano a la iglesia y le decía a su familia: “Voy a dar los buenos días a Dios, voy a visitar a mi amigo Jesús”. O como aquél que decía: “Me voy a calentar mi corazón al sol”. Pues sentía su amor tan grande a Jesús que, a veces, en su corazón sentía el fuego de su amor. Seamos como aquel campesino del que habla el cura de Ars, que iba todos los días a la iglesia y se quedaba mirando al sagrario bastante tiempo. Y al preguntarle qué hacía respondió: “Yo lo miro y El me mira”. Eso es lo que debemos hacer también nosotros: mirar y dejarnos mirar. Amar y dejarnos amar. No hace falta hablar mucho, pues la mejor oración es la oración de contemplación, que es un silencio amoroso o un amor silencioso ante la grandeza y el amor de un Dios que se ha quedado por amor en este maravilloso sacramento.
Ahora, repitiendo las palabras de Carlo Carretto, quisiera decir a todos aquéllos que dejan en solitario el sagrario: “Imaginad que es cierto lo que dice la Iglesia de que, bajo el signo sacramental del pan, se halla la presencia viva de Jesús... ¿No sentiréis necesidad de ir a quedaros junto a El y hacerle compañía? Yo creo que Jesús está presente en la Eucaristía. ¡Cuánto me ha ayudado esta fe! ¡Cuánto debo a esta presencia! Es aquí delante donde aprendí a orar. Cuando en el desierto de África me pasaba ocho días sin ver a nadie entre las dunas, cuando en una ocasión me pasé cuarenta días solo entre la tierra y el cielo estrellado del Sahara... me habría vuelto loco sin esta presencia de Jesús a mi lado, sin este amor atento siempre a las muestras de tu amor. Es allí en el desierto con Jesús Eucaristía, donde sentí más intensamente la presencia de Dios”
Algo parecido le ocurrió a un sacerdote jesuita italiano, prisionero de los rusos en la segunda guerra mundial y que estuvo varios años solo en una celda de la famosa prisión de Moscú “Lubianka”. Decía:
Si no hubiera sido por la presencia de Jesús Eucaristía a mi lado, me hubiera vuelto loco”. El, siempre que podía, celebraba la misa con un poco de pan y un poco de vino, y guardaba la Eucaristía para sentir la presencia y la compañía de Jesús a su lado y no sentirse solo. ¡Qué maravilla! Jesús viene a una pequeña celda carcelaria a celebrar el gran misterio de la Redención ante el llamado de un humilde sacerdote, recluido en el lugar más infernal del mundo.
Y El sigue manifestándose como a aquel sencillo campesino de Pimpicos (Provincia de Cutervo, en el Perú), que los primeros viernes acudía a la parroquia, después de haber caminado varias horas, a veces, con barro, lluvia, frío, pero con alegría para recibir a Jesús, y sentía su amor en lo más íntimo de su ser. O como se manifestó también a aquellas universitarios católicos en la capilla de una casa de retiros, el año 1967, en los que derramó su Espíritu, dando comienzo a la Renovación carismática católica en el mundo. Ellos hablaban de haber sentido sensiblemente el amor y la presencia de Jesús, descubriendo por primera vez en su vida lo que era amarlo y adorarlo. Y tú ¿nunca has sentido paz al adorar a Jesús Eucaristía? Haz la prueba, vete a visitarlo. Jesús siempre te ama y te espera.
CONVERSIONES
Refieren los biógrafos de S. Antonio de Padua que, estando en Rímini en 1225, un hereje albigense, llamado Boniville, negaba la presencia de Cristo en la Eucaristía y le pedía una prueba convincente. El hereje llevó a la plaza su mula, a la que había dejado tres días sin comer, Y le llevó un saco de cebada al tiempo que S. Antonio llevaba el Santísimo Sacramento, y la mula dejando sin probar la cebada, se arrodilló a su manera ante la Eucaristía. A la vista de este milagro, se convirtió Boniville con varios de sus seguidores. Y allí se construyó una capilla para recordar el milagro.
Cuando el santo cura de Ars llegó a ese pequeño pueblo francés, apenas tres o cuatro ancianas iban a misa. El, entonces, se dedicó a pasarse muchas horas de adoración ante el Santísimo y siempre con el rosario entre las manos y los ojos fijos en el sagrario. Poco a poco, la gente empezó a ir a la Iglesia y a querer confesarse. Así empezó un ministerio de confesión que lo hizo famoso, pues venían hasta de los últimos rincones de Francia y del extranjero para ver y oír a aquel sacerdote con fama de santo, que tanto amaba a Jesús sacramentado.
Algo parecido sucedió en el pueblo de S. Giovanni Rotondo con el famoso P. Pío de Pietrelcina, capuchino estigmatizado. Cuando El llegó, era un pueblo desconocido; hoy es un centro espiritual, sanitario y cultural de fama internacional. ¿Qué es lo que hizo el milagro? El P. Pío, sencillo y enfermizo, se pasaba las horas ante el sagrario, orando por los pecadores y sufriendo por ellos. Poco a poco, la gente comenzó a visitarlo para confesarse con él. Y, como le había sucedido al cura de Ars, tuvo que dedicar sus horas libres a confesar. El 20 de setiembre de 1918, estando en oración ante el Santísimo, recibió de Jesús las santas llagas en manos, pies y costado.
Y ¿qué hizo que el Bto Damián de Veuster convirtiera el infierno de Molokai, la isla de los leprosos, en un lugar digno de vivir? Su amor a la Eucaristía. El decía: “Sin la presencia de Jesús en mi pobre capilla jamás hubiera podido mantener unida mi suerte a la de los leprosos de Molokai”. Es por esto también que la M. Teresa de Calcuta, exige a sus hermanas una hora de adoración diaria ante el Santísimo para tener fuerza, para poder servir a los más pobres de entre los pobres.
Elizabeth Ann Seton, la primera santa norteamericana, se convirtió a la Iglesia católica por la Eucaristía. Después de la muerte de su esposo en Italia, regresó a Nueva York y buscó la paz en su propia Iglesia episcopal. Un día se sentó en una silla de su iglesia, desde donde podía ver la torre de la vecina iglesia católica, y mirando el altar vacío de su iglesia, comenzó a hablar con Jesús, presente en el Santísimo de la iglesia católica cercana. Así empezó a sentir amor a Jesús Eucaristía, que la atraía como un imán, y éste fue el comienzo de su conversión.
Otro convertido es el músico judío Herman Cohen, nombrado maestro de capilla de la iglesia de S. Valerio de París, que sintió por dos veces una emoción extraordinaria en el momento de la bendición con el Santísimo Sacramento. El 28 de agosto de 1847 fue bautizado por el sacerdote, también judío convertido, S. Alfonso de Ratisbona. Después se hizo carmelita descalzo con el nombre de P. Agustín María del Sacramento.
El famoso filósofo español, convertido del ateísmo, García Morente, se hizo sacerdote, después de haber tenido una experiencia extraordinaria con Cristo en su habitación, la noche del 29 de Abril de 1937. Fue tal el impacto que recibió, que quiso ser otro Cristo en la tierra como sacerdote y, siendo profesor de la Universidad autónoma de Madrid, se retiraba los fines de semana al Monasterio del Poyo, para estar allí en un rincón de la capilla y adorar al amor de su vida, Jesús sacramentado.
Un oficial paracaidista francés, que había estado en la guerra de Vietnam y había perdido la fe, al final de la guerra de Argelia, tuvo que volver a Francia y se dirigió en automóvil a Pau, donde estaba su destacamento militar. Cuando estaba a 14 Kilómetros de Lourdes, sintió un impulso de ir a hacer una visita de cortesía a la Virgen. Entró en la basílica subterránea y vio que Jesús Eucaristía estaba expuesto. Se acercó a las primeras bancas e, inmediatamente, se vio envuelto en una inmensa oleada de amor de Jesús. Buscó un sacerdote, se confesó y, después, subió a la colina para hacer el viacrucis. Aquella noche llegó a su destacamento, transformado. Ahora es un monje trapense.
El 29 de mayo de 1956 moría a los noventa años uno de los mejores hagiógrafos de S. Francisco de Asís y de Sta. Catalina de Siena, Joergensen. Se había bautizado a los treinta años en 1896. Un día, había entrado por curiosidad a una iglesia católica en Lucerna (Suiza). En ese momento, el sacerdote estaba bendiciendo a la gente con el Santísimo Sacramento. El, llevado por una fuerza irresistible, se arrodilló también. Éste fue el comienzo del largo camino que lo llevó a la conversión.
Algo parecido le pasó al sobrino del cardenal Manning. Este joven anglicano asistió un día a la procesión del Santísimo Sacramento en la catedral de Amiens (Francia) y fue milagrosamente iluminado por una fuerza interior, que le hacía comprender la presencia de Jesús en la hostia consagrada. El joven Anderson se bautizó y entró después en la Compañía de Jesús.
También se convirtió el famoso escritor católico norteamericano de origen francés, Tomás Merton. Un día oyó una voz fuerte y suave que le decía: “Vete a misa”. Asistió a la iglesia y su espíritu se iluminó. Se preparó para el bautismo y lo recibió el 16 de noviembre de 1938 Se hizo sacerdote trapense.
Podríamos poner otros ejemplos, en los que la Eucaristía se manifiesta como una explosión de luz y de amor, que envuelve y transforma. Pero el caso más espectacular y conocido es el de André Frossard uno de los mejores escritores franceses del siglo XX. Su conversión ocurrió a los veinte años y él la cuenta en su libro: “Dios existe, yo lo encontré”. Veamos su testimonio:
“Fue un momento de estupor que dura todavía. Habiendo entrado a la cinco y diez de la tarde en una capilla del barrio latino de París en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra. Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda y, aun más que escéptico y todavía más que ato, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar... volví a salir, algunos minutos más tarde católico, apostólico y romano, llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.
Entré en la capilla, sobre el altar mayor había un gran aparato de plantas, candelabros y adornos, todo dominado por una gran cruz de metal labrado, que llevaba en su centro un disco de un blanco mate... En pie, cerca de la puerta, mi mirada pasa de la sombra a la luz, va de los fieles a las religiosas inmóviles, de las religiosas al altar; luego, ignoro por qué, me fijo en el segundo cirio que arde a la izquierda de la cruz. Entonces, se desencadena, bruscamente, la serie de prodigios, cuya inexorable violencia iba a desmantelar el ser absurdo que yo era.
No digo que el cielo se abre, no se abre, se eleva, se alza de pronto en una silenciosa y dulce explosión de luz. ¿Cómo describirlo con palabras? Es un cristal de transparencia infinita, de una luminosidad casi insostenible... Dios estaba allí revelado y oculto por esa embajada de luz que, sin discursos ni retóricas, me hacía comprender todo su amor. El prodigio duró un mes. Cada mañana volvía a encontrar con éxtasis esa luz que hacía palidecer el día, ese amor que nunca habría de olvidar y que es toda mi ciencia teológica. Sin embargo, luz y dulzura perdían cada día un poco de su intensidad. Finalmente desaparecieron... “
Frossard entró en aquella capilla, en que estaba expuesto el Santísimo Sacramento, y Jesús se le manifestó en toda su gloria como una luz maravillosa, llena de amor. Fue un amor a primera vista y se hicieron amigos para siempre. Pues bien, el mismo Jesús te espera en la Iglesia y quiere ser tu amigo. “Si crees, verás la gloria de Dios” (Jn 11,40).
SANACIONES
“A los que creyeren les acompañarán estas señales: en mi Nombre echarán demonios... pondrán las manos sobre los enfermos y éstos quedarán sanos” (Mc 16,17-18).
En la Eucaristía está el mismo Jesús de Nazaret, que hace dos mil años sanaba a los enfermos en Palestina. “El es el mismo ayer, hoy y por los siglos” (Heb 13,8). El es el gran médico de cuerpos y almas. Por eso, la Eucaristía es el sacramento por excelencia de la sanación física, síquica y espiritual. En el sagrario está el consultorio divino. Allí está Dios mismo con todo su amor y su poder. El no cobra la consulta, y atiende a toda hora del día o de la noche. El tiene todo su tiempo exclusivamente para ti. Y es especialista en todas las enfermedades, especialmente en las enfermedades del “corazón”.
S. Agustín nos dice que, si te pones en manos de tan buen médico: “sanarás de todas tus enfermedades, aunque sean muy grandes, pues mayor es el médico. Para el médico onmipotente no hay enfermedad incurable, ponte en sus manos, déjate curar de El” (En PS 102,5) Vete a El con la fe expectante de la mujer hemorroísa del Evangelio. Ella pensó: “Si toco siquiera su vestido, seré sana” (Mc 5,28). Lo hizo y quedó sana. Muchos enfermos “le suplicaban que les dejase tocar siquiera el borde de su vestido y, todos los que lo tocaban quedaban sanos” (Mt 14,36). “A todos los que se sentían mal, los curaba, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías que dice: El tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias” (Mt 8,16-17). “Y Jesús recorría ciudades y aldeas, enseñando, predicando el evangelio del reino y curando toda enfermedades Y toda dolencia” (Mt 9,35). “De El salía un poder que sanaba a todos” (LC 6,19). Y este mismo poder se lo dio también a sus discípulos: “les dió poder sobre los espíritus inmundos para arrojarlos y para curar toda enfermedad y dolencia” (Mt 10,1). “Curad a los enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios; lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis” (Mt 10,8).
La Eucaristía es también poderosa para liberar a los oprimidos por el Maligno. El P. Emiliano Tardif nos contaba el caso de una mujer que adoraba a Satanás en sus reuniones satánicas y fue liberada por el poder de Jesús Eucaristía. El P. Roberto de Grandis escribía: “A mí personalmente me ha ayudado mucho en mi fe eucarística una persona que fue bruja y se convirtió a la Iglesia Católica. Decía que nunca se hubiera soltado de Satanás, si no hubiera acudido diariamente a la Eucaristía. Afirmaba que hasta los hechiceros creen en la presencia real de Jesús”.
Como vemos, una de las principales tareas del ministerio de Jesús, y que debe serlo también de sus discípulos, es la de expulsar demonios y sanar a los enfermos del cuerpo y del alma. Varias veces, se nos dice en el Evangelio que con sólo tocar al enfermo (leproso, ciego, suegra de Pedro...) los sanó (Cf Mt 8,3; 8,15; 9,29). Entonces, ¿por qué no vamos a recibirlo en la comunión con esa fe expectante para esperar el milagro de nuestra salud? Dice el Evangelio que en Nazaret “no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de algunos pocos dolientes, a quienes impuso las manos y los curó, por su incredulidad” (Mc 6,5-6; Mt 13,58).
Decía Sta. Teresa de Jesús: “Pensáis que este Santísimo Sacramento, no es muy grande y gran medicina aun para los males corporales? Yo lo sé y conozco persona de grandes enfermedades y estando muchas veces con graves dolores, como con la mano se le quitaban y quedaba buena del todo, y esto muy de ordinario” (Camino 34,3). “¿Por qué hemos de ir a buscarle lejos, si sabemos que, mientras no consumen el calor natural los accidentes del pan, está con nosotros el buen Jesús?. Pues, si cuando andaba en el mundo con sólo tocar su ropa sanaba a los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando dentro de mí?” (Ib. 34,5).
El día de Pascua de 1461, el joven Bertrand Leclerc de 15 años, mudo desde una caída que tuvo de niño, fue curado en el momento de recibir la comunión. Desde entonces hasta 1495, todos los lunes de Pascua se celebraba en la catedral de La Rochelle (Francia) el recuerdo del milagro del mudo de La Rochelle.
En 1725 la Sra. Anna Fosse se curó al paso de la procesión del Corpus Christi en París. Ella, de cuarenta y cinco años, era una mujer de fe y empezó a gritar: “Señor si quieres puedes sanarme”. Y el Señor la sanó y pudo seguir a pie la procesión, pues estaba paralítica desde hacía varios años. El arzobispo de París, después de las investigaciones del caso, reconoció el milagro y mandó cantar un Te Deum en agradecimiento.
El Bto. Jean Martin Moyé, misionero de China, cuenta que en 1778, durante la gran peste, daba la unción de los enfermos a los moribundos, pero un día se sintió muy mal. A la mañana siguiente, se preguntó si sería una temeridad ir en ese estado a celebrar la misa, pero él dice que “en ese momento me vino a la mente que N. Señor en el Santísimo Sacramento era la medicina del cuerpo y del alma. Celebré la misa y me sentí curado. Dios en su misericordia, me había sanado para el bien de mis fieles”.
Veamos algunos casos de curaciones en Lourdes, llamada ciudad de la Inmaculada y ciudad de la Eucaristía. Allí se recogen cada año unos 5.500 casos de curaciones extraordinarias. Gabriel Gargam había tenido un accidente ferroviario y había quedado paralítico de las extremidades inferiores. El siete de agosto de 1900, en el momento de la bendición con el Santísimo Sacramento, quedó totalmente curado.
Raimunda Bonnenfant tenía 13 años, cuando en enero de 1920, tuvo un ataque de apendicitis que se complicó con peritonitis y tuberculosis intestinal. Estaba moribunda, cuando la llevaron a Lourdes. En el momento de la bendición con la Eucaristía, ella vio a Jesús y quedó instantáneamente curada. Después se hizo religiosa con el nombre de Sor María de Cristo.
Giovanna Fretel, de 34 años, tenía peritonitis tuberculosa y había tenido siete operaciones. Estaba gravísima, cuando la llevaron a Lourdes el ocho de octubre de 1948. En el momento de la comunión, quedó curada totalmente. Su caso fue declarado milagroso.
María Luisa Bigot, de 31 años, con hemiplejia, ciega y sorda, fue llevada a Lourdes en 1953 y se curó de la hemiplejia. En 1954, en otro viaje, en el momento de la bendición con el Santísimo, quedó curada del oído, y durante el viaje de regreso recuperó la vista. Su caso ha sido reconocido como milagroso.
Tea Angela, de 29 años, alemana, fue llevada a Lourdes el 17 de mayo de 1950 con esclerosis y fue curada progresivamente, después de meterse en la piscina y asistir a la procesión del Santísimo Sacramento. Se hizo religiosa con el nombre de Sor María Mercedes.
También María Teresa Canin de Marsella, de 37 años, fue curada progresivamente, el 9 de octubre de 1947, de mal de Pot y de tuberculosis peritoneal, después de asistir tres días seguidos a la procesión del S. sacramento.
Fray León Schwager, benedictino suizo, tenía esclerosis múltiple y fue a Lourdes el 30 de abril de 1952, cuando tenía 28 años de edad. En la procesión del Santísimo quedó curado. Su caso también ha sido reconocido milagroso.
Más reciente es el caso de Hugo Mario Fisicaro, industrial madrileño de 39 años. El había tenido un grave accidente automovilístico el 26 de enero de 1989 y su novia lo llevó a Lourdes cuatro meses después, cuando ya los médicos no podían hacer nada. Durante la misa por los enfermos, en el momento de la comunión, sintió un calor intenso que invadió todo su cuerpo y pudo empezar a caminar, pues estaba paralizado de medio cuerpo para abajo.
Felizmente, no necesitamos ir a Lourdes, porque el mismo Jesús que sana en Lourdes, está en cualquiera de nuestras iglesias. El P. Emiliano Tardif, que tenía un poderoso ministerio de sanación a través del mundo, refiere en su libro “Jesús está vivo” muchos milagros realizados en las misas de sanación. En Tahití, había un hombre “completamente ciego de un ojo y con el otro veía muy poco. Durante la misa de los enfermos, precisamente en el momento de la elevación de la hostia, vio una granluz y sus ojos se abrieron ¡Había sanado!”.
La M. Briege Mckenna, que también tiene un extraordinario ministerio de sanación a nivel mundial, acostumbra a realizar sus oraciones de sanación, cuando Jesús está expuesto en la custodia solemnemente; para que sea Jesús quien personalmente pase por entre los enfermos y los cure como sucede frecuentemente.
El P. Darío Betancourt es otro sacerdote con un gran ministerio de sanación. Dice en su librito “La Eucaristía”: “Recién ordenado sacerdote fui a la casa de unos campesinos a llevar la comunión. Había un niño con un eczema, que era como una llaga al rojo vivo. Sus padres me contaron que habían gastado todo su dinero en médicos y medicinas sin éxito alguno. Yo impuse el relicario con la hostia consagrada, tocando al niño, mientras todos pedíamos a Dios por su curación. Dos semanas más tarde, sus padres me trajeron al niño para mostrarme cómo se habían secado las llagas. Me contaron que, desde el momento de aquella oración, el pequeño había dejado de rascarse y empezó la mejoría”... “Otro día, me llamaron a un hospital de Nueva York para atender a Ann Greer, que llevaba dos meses inconsciente. Yo me acordé del caso que acabo de contar y le puse el relicario sobre su frente en el lugar donde había sido golpeada en un terrible accidente automovilístico. Por la noche, fuimos informados de que la niña había recobrado un poco de calor y sus miembros estaban más fieles. Al día siguiente, los médicos estaban admirados de la mejoría tan grande de la noche a la mañana. Dos días más tarde, reconocía y recordaba. Una semana después, Ann i dejaba el hospital totalmente recuperada”.
El P. Roberto de Grandis en su libro “Sanados por la Eucaristía” escribió: “Cuanto más fuerte sea la presencia de Jesús, habrá más sanaciones. Y la presencia más grande del Señor, la tenemos en la Eucaristía. Es mucho más fuerte que imponer las manos, mucho más fuerte que ungir con aceite, mucho más fuerte que predicar la Palabra. La presencia de Jesús en la Eucaristía, es la presencia absoluta. El momento más grande de sanación es el momento de la comunión. Confieso que, después de veinticinco años en el ministerio de sanación, es ahora cuando estoy empezando a ver la realidad de lo que digo: El Señor sana en la Eucaristía.
Conocí a una mujer que estaba embarazada y el médico le dijo que tenía que abortar; porque el niño estaba completamente deforme. Fue a la iglesia. Durante la misa pidió fuerza para poder aceptar a ese niño y, cuando el sacerdote elevaba la hostia sintió un poder grande dentro de ella y una gran paz. El médico insistía en que tenía que abortar. Siguió yendo diariamente a misa, y tuvo una niña perfectamente normal. Ya ha cumplido los siete años y la están preparando para su primera comunión”.
Cuando las madres embarazadas comulgan, en alguna medida hacen comulgar a su hijo, y la unión de Jesús con la madre es también unión con su hijo. Esa es una linda manera de entregarlos a Jesús, de consagrárselos antes de nacer. La comunión será una fuente enorme de bendiciones y de sanación para su hijo, que puede ser afectado por traumas antes de su nacimiento. Y, en caso de que los pierdan, será una tranquilidad para ellas saber que ya estaban en las manos de Jesús y consagrados a El.
Pues bien, ahí está Jesús ¿a qué esperamos para comulgar? ¿A qué esperamos para ir a pedirle la salud de nuestros seres queridos? “A los que honran su Nombre, les brillará el sol de justicia (Cristo) que lleva la salud en sus rayos” (Mal 3,20). Dejémonos bañar por la luz divina, que sale del sagrario, y que también es salud para nuestros cuerpos y nuestras almas. Por esto, en cada sagrario deberíamos colocar un letrero que dijera más o menos así: “Aquí se cura el alma y el cuerpo. Aquí está Jesús, médico de cuerpos y almas. Aquí hay vida, salud, alegría y paz”.
En el sagrario está Jesús, que es la luz del mundo y que trae la vida al mundo. ¿Podemos imaginarnos un mundo sin luz? Sería u mundo sin vida. Supongamos que el sol se apagase repentinamente, a los ocho minutos no habría luz en la tierra y empezaría a agonizar vida y, poco a poco, el frío y el viento helado congelaría todo. Se extinguiría toda la vida por falta de luz y calor y sería la muerte total. Pues esto es lo que le pasa a quien no tiene la luz de Cristo, luz del mundo (Cf Jn 8,12).
El vino a traernos vida y vida en abundancia (Cf Jn 10,10). Por eso, no es de extrañar que el Bto Manuel Domingo y Sol gritara “Para mí la vida es Cristo en el Santísimo sacramento”. El mismo S. Pablo decía: “Para mí la vida es Cristo”. S. José de Cotolengo aconsejaba la comunión diaria a los médicos y enfermeras antes de las operaciones y les decía: “La medicina es una gran ciencia, pero Jesús es un médico más grande”. El puede curar sin intermediarios. La Sra. Guadalupe Carmen Romero, mexicana, tenía una enfermedad especial y no podía comer alimentos que tuvieran trigo, avena, centeno, cebada, etc. Si tomaba pan o una hostia sin consagrar, le venían graves trastornos orgánicos. Sin embargo, todos los días recibía la hostia en la comunión y no le pasaba nada ¡Qué diferencia entre un poco de pan y recibir a Cristo Eucaristía!
Pues bien, El sigue esperándonos en el sagrario... Y sigue pasando y curando. Acércate a El y verás milagros en tu vida. Recuerda lo que dice el Evangelio: “Se le acercó una gran muchedumbre, en la que había cojos, mancos, ciegos, mudos y muchos otros enfermos, que se echaron a sus pies y los curó” (Mt 15,30). Vete tú también, postraré a sus pies y no quedarás defraudado. El es un amigo que nunca falla.
MILAGROS EUCARÍSTICOS
a) Apariciones:
1- El día de Pascua de 1254, un sacerdote estaba dando la comunión en el pueblo de Douai (Francia) y una hostia cayó al suelo. Se inclinó para recogerla, pero la hostia por sí misma se levantó y voló hasta el purificador que estaba en el altar. Fue a ver y observó en la hostia el cuerpo viviente de un niño maravilloso. Todos los que se acercaron vieron lo mismo. Tomás de Cantimpré, doctor en Teología y obispo de Cambrai, dio testimonio de este prodigio en su libro: “Bonum universale de apibus”. En este libro afirma que la mayor parte lo vio como un riño, otros como Cristo adulto y otros como juez, cada uno según su capacidad o necesidad espiritual. Hay otros documentos sobre este milagro.
2.- El día 2 de Junio de 1668 a las 7 p.m. en Ulmes (Francia), el párroco, Nicolás Nezan, estaba para dar la bendición con el Santísimo .a las 200 personas presentes. Después de incensar se cantó el himno “Pange lingua” y, a las palabras “Verbum caro panem verum”, apareció el rostro luminoso de un hombre en la hostia de la custodia. La aparición duró un cuarto de hora y todos lo pudieron ver. Cuando estaba para desaparecer, se presentó una nubecilla alrededor de la hostia, hasta que todo quedó normal. Este milagro está firmemente asegurado por muchos documentos.
3.- Los días 12, 13 y 14 de Junio de 1828 en Hartmannswiller, en la región de Alsacia (Francia), después de la bendición con el Santísimo, unas 600 personas pudieron ver la hostia brillante como un sol y en ella el rostro del niño Dios.
4.- El 26 de Enero de 1902 en la iglesia de San Andrés, a 27 Km de S. Denis, de la Reunión (Francia). Durante la Exposición del Santísimo, desde las 8 a.m. hasta las 3 p.m., miles de personas, pudieron ver en la hostia el rostro de Cristo, triste, con los ojos cerrados, la cabeza inclinada y algunas lágrimas en el rostro. Casi al final de la Exposición se pudo ver un crucifijo claramente... La hostia se conserva todavía.
5..- Otros testimonios sobre apariciones en la hostia se cuentan del convento de las MM Redentoristas en Scala (Italia), durante cuatro días, en e! momento de la bendición con el Santísimo. Apareció una cruz luminosa sobre un monte y alrededor los instrumentos de la Pasión. Este milagro, certificado por S Alfonso María de Ligorio, ocurrió en 1732
6.- En e! convento de las religiosas de la Sagrada Familia de Bordeaux (Francia), el 3 de febrero de 1822, durante la Exposición, se apareció en la hostia el rostro de Cristo, como un joven de unos treinta años extraordinariamente bello. Duró la aparición unos veinte minutos. El obispo reconoció la autenticidad del milagro.
7.- Los días 18 y 19 de mayo de 1996 en el pueblo portugués de Mouré, distrito y diócesis de Braga, ocurrió también un hecho extraordinario del que se hicieron eco los medios de comunicación a nivel mundial. Durante la Exposición del Santísimo Sacramento con la custodia, en la iglesia parroquíal, todos pudieron ver en la superficie de la hostia, de nueve centímetros de diámetro, a Jesús de medio cuerpo, con la cabeza coronada de espinas, los ojos abiertos y bajos, las manos cruzadas sobre el pecho y con aspecto “tristinho” (triste), según los testimonios de los cientos de personas que lo vieron.
Este prodigio podía verse, incluso, con todas las luces de la Iglesia apagadas, pues había una luz interior que salía de la misma hostia. Ahí estaba Jesús glorioso y resucitado, pero a la vez sufriendo, al ver tanta indiferencia y abandono ante el gran misterio del amor.
b) Conservación milagrosa:
1..- En Morrovalle (Macerata) en Italia, ocurrió un prodigio el 16 de Abril de 1560. Se incendió la iglesia de los PP. franciscanos y todo quedó destruido, también el sagrario. Sólo quedaron milagrosamente intactos los corporales y la hostia grande, que el día anterior había consagrada por el P. Bautista de Ascoli. También estaba intacta la cubierta del copón, pues la base o copa estaba totalmente derretida. Se hicieron las investigaciones del caso y el Papa Pío IV declaró que era un verdadero milagro. En 1960 se celebró el cuarto centenario del prodigio y hay una inscripción en una puerta de la ciudad que la declara “Ciudad Eucarística”.
2.- En la ciudad italiana de Siena, el año 1730, unos ladrones robaron 351 hostias consagradas de la iglesia de S. Francisco el 14 de Agosto. A los tres días, el clérigo que recogía las limosnas de las alcancías se dio cuenta de que estaban allí, llenas de polvo y metidas entre las monedas. Actualmente, se conservan 225. Pero todas están tan intactas y frescas, como si hubieran sido consagradas el mismo día. Se han hecho en diferentes épocas exámenes científicos, sobre todo, en 1914, 1922 y 1950 y han confirmado el milagro de su conservación milagrosa. Algunos san- tos, como S. Juan Bosco y Papas como Juan XXIII y Pablo VI, han adorado estas hostias en las que sigue estando presente Jesús sacra- mentado. El Papa Juan Pablo II vino a Siena el 14 de setiembre de 1980. Y declaró: “Aquí está la presencia de Jesús”.
c) Profanaciones
1.- Ocurrió en Alatri (Italia) a principios del año 1228. Después de comulgar, una joven metió la hostia en un pañuelo, para llevársela a una hechicera. Tres días después, aquella hostia se había convertido en carne. La hechicera y la joven, arrepentidas, fueron al obispo a pedirle perdón y contarle el milagro. El papa Gregorio IX publicó una bula el mismo año, donde habla de este prodigio. Actualmente, se conserva esta carne seca en un relicario. En 1978 se celebró el 750 del milagro con gran solemnidad.
2.- En la ciudad portuguesa de Santarem ocurrió un milagro en 1247. Una mujer, desesperada por la infidelidad de su esposo, fue a ver a una hechicera para pedirle ayuda. Ésta le dijo que le trajera una hostia consagrada. Fue a recibir la comunión en la iglesia de S. Esteban y la en- volvió en su velo Pero, cuando iba a la casa de la hechicera, empezaron a salir del velo abundantes gotas de sangre. Se fue a su casa y lo escondió todo en un cofre de madera. Por la noche, ella con su esposo fueron sorprendidos por unos rayos misteriosos que salían del cofre e iluminaban toda la habitación. Ella le confesó a su esposo lo que había sucedido y pasaron la noche en adoración. Al día siguiente, avisaron al sacerdote, que colocó todo en una caja de cera. Al poco tiempo, vieron la caja de cera rota y la hostia sangrante estaba en una ampolla de cristal herméticamente cerrada ¿Cómo pudo entrar? En esa misma ampolla de cristal se venera hoy día. Hay documentos antiguos de este milagro, que ha hecho de Santarem una ciudad eucarística.
3.- En Lanciano (Italia), en 1273, una mujer, disgustada con su marido por los malos tratos, fue a consultar a una amiga y ésta le dijo que fuera a comulgar y quemara la hostia, y las cenizas se las dieron a su marido en la comida o bebida para que volviera a reconquistar su amor. Cuando la mujer quiso quemar la hostia, parte se convirtió en carne, de la que salió abundante sangre. Asustada, la envolvió en una tela, y lo enterró todo en el establo. Al atardecer, su marido no podía meter las bestias en el establo y sólo pudo hacerlo después de muchos esfuerzos y golpes. Su marido pensó que su esposa había hecho maleficios. Y la increpó, pero ella lo negó. Por siete años estuvo allí enterrado Jesús sacramentado, convertido en carne y sangre. Por fin, ella lo confesó todo y lo desenterraron. Todo estaba intacto, sin deterioro de ninguna clase. Después de unos días, lo llevaron todo a Offida, donde se conserva. Hay documentos dignos de fe que hablan de este milagro. Hoy se encuentra la parte que quedó como hostia, en perfecto estado sin corromperse.
El resto está como filamentos de carne color rosáceo. La tela está con diferentes manchas de sangre. En aquel lugar, se construyó una capilla a la santa cruz, cuya fiesta celebran todos los años el 3 de mayo.
4.- Es famoso el caso de la hostia que se conserva en el Monasterio de El Escorial de Madrid. Ocurrió en 1592, en un pueblecito de Holanda. Bandas protestantes tomaron la ciudad de Gorcum y profanaron las iglesias católicas. En la catedral profanaron la hostia que estaba en una custodia y la golpearon con mazas de hierro. Inmediatamente, aparecieron tres manchas rojas en la hostia como manifestación del dolor de Jesús ante aquella profanación. Esta hostia fue obsequiada al rey Felipe II, quien la envió al Monasterio de El Escorial, donde se conserva y donde hay bajorrelieves y cuadros que recuerdan este milagro.
5.- En 1954, el día 16 de Diciembre en el “L’Osservatore Romano” aparecía la siguiente noticia más o menos así: “Unos soldados comunistas entraron en el convento de las carmelitas de Bui-Chu, en Vietnam del Norte con el fin de hacer una inspección. Al llegar a la capilla, quisieron ver el sagrario y la religiosa que los acompañaba les dijo que allí estaba el buen Dios y había que tratarlo con respeto. Entonces, un soldado cogió su fusil y empezó a disparar contra el sagrario. Una bala atravesó el copón y se dispersaron algunas hostias, pero el soldado quedó inmóvil como una estatua de mármol, con los ojos aterrorizados”.
d) Carne y sangre:
1.- Hacia el año 1.000 ocurrió en la ciudad de Trani (Italia), en tierras de Puglia, un milagro extraordinario. Una mujer hebrea le pidió a una cristiana que le consiguiera una hostia consagrada. La cristiana fue el día Jueves Santo a la Iglesia de S. Andrés y recibió la comunión, sacándose la hostia y colocándola en su pañuelo. Se la llevó a la hebrea y ésta, cuando estuvo sola, se puso a freír la hostia en una sartén. Entonces, aquella hostia se convirtió en carne y empezó a sangrar y la sangre rebalsó la sartén y cayó sobre el piso. Al ver semejante milagro y tanta sangre, la hebrea comenzó a gritar. La gente vino a ver, y fue informado el obispo, quien se hizo presente y tomó los restos de carne de la hostia frita, adorando allí a Jesús sacramentado. Todo el pueblo acudió descalzo para llevar en procesión la carne sangrante hasta la catedral. Hay pinturas que recuerdan este milagro.
2.- El 29 de diciembre de 1230, en la Iglesia de S. Ambrosio de Firenze (Italia), un sacerdote anciano celebraba la misa y, al purificar el cáliz, dejó un poco de vino consagrado. Al día siguiente, cuando tomó el cáliz de nuevo, se encontró con sangre coagulada. En 1930 se celebró el 700 aniversario del milagro con mucho esplendor.
3.- En 1239, el 23 de febrero y en pleno campo de batalla, ocurrió el siguiente prodigio en un pueblecito de Zaragoza (España). Estaban en guerra contra los musulmanes y el capellán del ejército cristiano celebraba la misa, en la que consagró seis hostias destinadas a la comunión de los seis capitanes de las tropas. Un ataque sorpresivo del enemigo obligó a suspender la misa después de la consagración. El capellán ocultó las hostias con los corporales en un pedregal del monte. Rechazado el ataque, se encontraron las seis hostias, empapadas en sangre y pegadas a los corporales. Como eran tres las ciudades que se disputaban tesoro, acordaron que Dios decidiera y lo colocaron en una mula para que ella tomara el camino. Esta mula cayó muerta a las puertas de Daroca Actualmente, se conservan en la basílica de esta ciudad, mostrándose a los fieles en ciertas solemnidades.
4.- En la ciudad italiana de Bolsena, en el año 1263, un sacerdote, Pedro de Praga, celebraba la misa y dudaba de la presencia real de Jesús. Al partir la hostia, brotó súbitamente tal cantidad de sangre que empapó el corporal y los manteles, y algunas gotas cayeron al piso. Los corporales quedaron manchados con 83 gotas de sangre, en las cuales aparecía la figura del Redentor. Cuando el Papa Urbano IV, que estaba en la vecina ciudad de Orvieto, se enteró, envió al obispo Santiago Maltraga y a algunos teólogos como S. Buenaventura y Sto. Tomás de Aquino, que le confirmaron el milagro. Este milagro influyó decisivamente en la institución de la fiesta del Corpus Christi, al año siguiente, por la bula “Transiturus”. Muchos Papas a lo largo de los siglos han ido a visitar y venerar estas sagradas reliquias.
5.. En una aldea del Norte de España llamada Cebrero, hacia el año 1300, había un hombre muy devoto de la Eucaristía llamado Juan Santin, que todos los días asistía a la misa. Un día muy crudo de invierno, la nieve había cubierto totalmente los caminos, sin embargo, aquel hombre se fue, como todos los días, al monasterio benedictino a oír la misa. El celebrante, que no creía mucho en la presencia real de Jesús, pensó: “aquí viene este loco con esta tempestad, a ver un poco de pan y un poco de vino”. No había terminado de decir esto, cuando ante sus ojos, la hostia se había convertido en carne y el vino en sangre. El P. Yepes, benedictino del siglo XVII, escribió: “Yo, aunque indigno, he visto y adorado este santo misterio. He visto las dos ampollas: en una de ellas está la sangre, que parece apenas coagulada, roja como la de un cabrito recién sacrificado; he visto también la carne, que es roja y seca”
Los Reyes católicos regalaron en el siglo XV el relicario donde se guardan actualmente la carne y sangre. Todos los años se celebra el recuerdo del milagro el 9 de setiembre.
6.- El año 1330, en Siena (Italia), un sacerdote fue llamado para llevar los santos sacramentos a un enfermo de la campiña. El, previendo que debía administrarle la comunión, tomó una hostia y, de modo desenvuelto y sin el mayor respeto, la metió entre dos páginas de su breviario. Cuando le quiso dar la comunión, la hostia había desaparecido y, en su lugar, había dejado dos manchas redondas de sangre, en las dos páginas correspondientes. Este sacerdote se confesó con el agustino Bto. Simón de Casia y a él le entregó las dos páginas manchadas de sangre. Una de ellas fue a dar a los agustinos de Perugia y ha desaparecido. La otra se conserva en los agustinos de Casia. La mancha de sangre es de 4 cm de diámetro. Al observar esta mancha con un lente potente, se ve claramente y distintamente la figura de un rostro humano que sufre, como se aprecia también en fotografías tomadas. En 1930, con ocasión del sexto centenario, se celebró en Casia un Congreso eucarístico
7.- Otro prodigio eucarístico ocurrió el 8 de diciembre e 1991 en la finca Betania, a 12 Kms de Cúa (Estado de Miranda) en Venezuela. En el lugar, se estaba apareciendo la Virgen María a María Esperanza Bianchini, especialmente desde el 25-3-84. Estas apariciones habían sido aprobadas por el obispo el 21 de noviembre de 1987. Aquel día de 1991, estaba celebrando misa ante el pueblo el P. Otty Ossa Aristizábal, un hombre con mucha fe en la Eucaristía. Después de partir la hostia en cuatro partes y consumir una de ellas, se dio cuenta de que las otras tres estaban sangrando. Todos los presentes pudieron ver el milagro y todavía se conservan en un relicario las tres partes de la hostia, manchadas con sangre. Se hicieron exámenes clínicos en Caracas y concluyeron que la sangre era sangre humana. El obispo del lugar, Pío Bello, aprobó este milagro y dijo: “Dios está tratando de manifestarnos que nuestra fe en la hostia consagrada es auténtica”. Hay videos sobre este milagro, donde puede verse el testimonio del P. Otty y del obispo.
8.- El más famoso de todos estos milagros ocurrió en Lanciano (Italia) en el siglo VIII. Durante la celebración de la misa, un sacerdote que dudaba de la presencia eucarística de Jesús, vio ante sus ojos que la hostia se transformó en un pedazo de carne y el vino en sangre, coagulándose después en cinco piedrecitas diferentes, cada una de las cuales pesaba exactamente igual que varias de ellas o que todas juntas. Se han hecho a lo largo de los siglos muchos estudios sobre esta carne y sangre. El último se hizo en 1971 por un equipo de expertos de la universidad de Siena, dirigidos por Odoardo Linoli y Ruggero Bertelli. Después de los análisis y estudios, han concluido que, después de doce siglos, la carne es verdaderamente carne y la sangre es verdaderamente sangre de un ser humano vivo y tienen el mismo grupo sanguíneo AB. El diagrama de esta sangre, corresponde al de una sangre humana que ha sido extraída de un cuerpo humano vivo ese mismo día. En la sangre se encontraron proteínas en la misma proporción normal que se encuentran en la composición “seroproteic” de la sangre fresca normal. Se encontraron también minerales: cloro, fósforo, magnesio, potasio, sodio, calcio... La carne pertenece al corazón.
¿No nos estará diciendo Jesús con esto que sigue vivo después de tantos siglos, no sólo en esa carne y sangre, sino en todas las hostias consagradas del mundo? En 1973 la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.) de la ONU nombró una Comisión científica para certificar las conclusiones del año 1971. Los trabajos duraron 15 meses con unos 500 exámenes y las conclusiones fueron las mismas, siendo publicadas en diciembre de 1976 en Ginebra y Nueva York. En este informe, se dice sobre este milagro que “la ciencia conocedora de sus límites se detiene ante la imposibilidad de dar una explicación científica a estos hechos”.
e) Superación de las fuerzas naturales:
1.- El martes santo, 16 de marzo de 1345, en Amsterdam (Holanda), un sacerdote llevó la comunión a la casa de Ysbrand Dommer, que estaba gravemente enfermo. Cuando salió el sacerdote, el enfermo vomitó y la señora que lo cuidaba echó lo que había vomitado al fogón. Al día siguiente, cuando fue a prender fuego, apareció la hostia santa intacta sobre las llamas. Llegó el sacerdote y se la llevó en un relicario; pero, al abrirlo en la iglesia, la hostia no estaba, se había quedado en la casa. Esto ocurrió por tres veces. Entonces, entendieron que quería quedarse allí para siempre y construyeron en aquel lugar una capilla al Santísimo Sacramento. Cada año se hacía una procesión a aquel lugar. En el año 1452 se incendió la mitad de la ciudad y también aquella capilla con el sagrario, pero la hostia milagrosa quedó intacta. A partir de 1578 la ciudad quedó en poder de la Reforma protestante y confiscaron todas las iglesias católicas, incluso aquella reconstruida capilla. Todavía hoy, los católicos de Amsterdam hacen una procesión silenciosa cada año a aquella capilla para conmemorar el milagro. El famoso catecismo holandés cita este milagro y le dedica tres líneas.
2.- En Alboraya (Valencia), en España, en el año 1348, un sacerdote llevaba la comunión a un enfermo sobre una mula. Al pasar un río la mula dio un mal paso y el sacerdote dejó caer el portaviáticos con las tres hostias que contenía. Al poco tiempo, unos pescadores vieron peces, cada uno con una hostia en la boca. Se avisó al sacerdote que llegó revestido de ornamentos y con un cáliz, donde los peces depositaron las hostias. Hostias que parecían no tocadas por el agua, pues no estaban húmedas y estaban en perfecto estado después de varios días. En aquel lugar, se construyó una capilla, que todavía existe, y todos los años se van en procesión desde la iglesia parroquial. Como curiosidad, diremos que los primeros cristianos representaban a Cristo por un pez, pues IXZUS, en griego, significa pez y son las iniciales de “Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador”.
3.- En mayo de 1453, unos ladrones robaron en Exilles (Italia) una custodia con el Santísimo Sacramento y se dirigieron a Turín para venderla. Llegaron el seis de junio. Al llegar, la mula se cayó a tierra y no se la pudo hacer levantar. Además, se le rompieron las cuerdas y todo lo que llevaba se cayó al suelo Entonces, la hostia salió de la custodia y se alzó milagrosamente en el aire, irradiando resplandores más brillantes que el sol. Era algo luminoso y maravilloso. Allí estaba Jesús, transfigurado en una luz divina que todos podían ver. Se avisó al obispo, Luis Romagnono, quien acudió con todos los canónigos en solemne procesión. Se postraron y adoraron a Jesús, diciendo: “Quédate con nosotros, Señor”. Entonces, un sacerdote alzó un cáliz y la hostia fue bajando lentamente hasta colocarse en él. En aquel lugar del suceso se erigió la basílica del Corpus Domini para recordar el milagro y que ha hecho de Turín la “ciudad del Santísimo sacramento”. En 1953 hubo en Turín un Congreso eucarístico nacional para celebrar los quinientos años del milagro.
4.- El lunes 26 de mayo de 1608 en Favemey (Francia), en la abadía benedictina había Exposición del Santísimo Sacramento y dejaron la hostia en la custodia. Durante la noche se incendió la Iglesia y, cuando fueron a ver, la custodia estaba suspendida milagrosamente en el aire, mientras todo a su alrededor estaba quemado. Así estuvo en el aire por 33 horas. Además, el fuego había respetado la bula del Papa en que concedía indulgencias y la misma hostia de la custodia. Esto ocurría en una Iglesia dedicada a María. Por ello, los católicos del lugar lo consideraron como una confirmación de su fe contra el avance de los protestantes de aquella época. En 1908 se celebró un Congreso eucarístico nacional para recordar el tercer centenario del milagro y se permite celebrar la fiesta del milagro, como de segunda clase, desde 1862.
5.- En 1630, unos días antes de la fiesta del Corpus Christi, se abatió sobre el pueblo de Canosio (Italia) un fuerte vendaval y fue tal la furia del viento y de la lluvia que hubo deslizamientos de tierras, amenazando destruir el pueblo. Entonces, el párroco Antonio Reinardi convocó a los feligreses y les infundió esperanza. Tomó la custodia con la hostia santa y se dirigió con el pueblo al lugar del peligro, bendiciéndolo con el Santísimo Sacramento. Inmediatamente, ocurrió el milagro: el cielo se aclaró, la lluvia cesó, las aguas del torrente se calmaron y todo quedó tranquilo. Desde entonces hasta el día de hoy, en la octava del Corpus, tienen Exposición del Santísimo para recordar el milagro.
6.. El 3 de junio de 1631 en Dronero (Italia) la parte antigua de la villa quedó arrasada por un incendio. El viento soplaba fuerte y amenazaba con reducir a cenizas todo el pueblo de unos 8.000 habitantes. Entonces, el P. Mauricio da Ceva, capuchino, tomó el Santísimo y lo llevó al lugar, donde más arreciaban las llamas, y echó la bendición. Instantáneamente, cesó el incendio. El recuerdo de este suceso permanece vivo hasta hoy y todos los años el día del Corpus Christi se recuerda el milagro.
7.- La noche del 14 al 15 de agosto de 1670 se incendió gran parte de la ciudad de Miradoux (Francia). El párroco se dirigió con el pueblo al lugar de las llamas con el Santísimo Sacramento y exorcizó al fuego: “Fuego, criatura de Dios, en nombre de tu Creador que sostengo entre mis manos, te ordeno detenerte inmediatamente, e hizo la señal de la cruz. Y, en aquel mismo instante, el fuego empezó a apagarse y el viento se calmó. Hasta 1975 se hacía todos los años la procesión del Santísimo Sacramento en recuerdo de este milagro el día 15 de agosto. Ahora se hace simplemente una peregrinación.
8.- La noche del 31 de diciembre de 1977 al 1 de Enero de 1978, la Iglesia de Laveline (Francia) fue presa de un incendio gigantesco. Pero el sagrario, que era de madera, y la estatua de yeso del Corazón de Jesús, quedaron intactas, respetadas milagrosamente por el fuego, cuando todo a su alrededor eran cenizas. El suceso fue referido por algunos periódicos, entre ellos por “L’Est republicain” del 3 de enero de 1978.
9.- El 31 de mayo de 1906 ocurrió un gran milagro en Tumaco (Colombia). Hubo un fuerte sismo y, como efecto del mismo, las aguas del mar parecía iban a inundar y anegar el pueblo entero. Entonces, el párroco P. Gerardo Larrondo, agustino recoleto, se fue en procesión con la gente hasta la playa, llevando la custodia con el Santísimo. En aquel momento, vieron todos venir una ola gigantesca, que parecía que los iba a tragar a todos. El Padre hizo la señal de la cruz con el Santísimo y ocurrió lo increíble, la ola vino a estrellarse contra el párroco, alcanzándole solamente hasta la cintura; pero no tocó la custodia que tenía en alto. Y ahí quedó la fuerza del mar, que volvió a quedar en total tranquilidad, mientras todos empezaron a gritar emocionados: Milagro, Milagro. Aquella ola se había detenido instantáneamente y la enorme montaña de agua, que amenazaba borrar a todo el pueblo, se detuvo ante Cristo Eucaristía y empezó su retroceso hasta desaparecer, volviendo el mar a su nivel normal.
Muchísimos otros milagros y prodigios o curaciones y conversiones podríamos seguir contando, pero creemos que ya es suficiente para nuestro propósito. Recordemos que Jesús está muy cerca de nosotros con todo su poder divino y tiene sus delicias es estar con los hijos de los hombres (Cf Prov 8,31). Y sigue haciendo milagros hoy como hace dos mil años.
LA EUCARISTIA EN LA VIDA DE LOS SANTOS
Todos los santos, sin excepción, han centrado su vida en Cristo vivo, presente en la Eucaristía. Su fe en la presencia real era tan fuerte que se pasaban horas y horas, acompañando, amando, adorando a Jesús sacramentado. Algunos tenían el don de la hierognosis, es decir, de poder distinguir los objetos bendecidos por un sacerdote de los que no lo están y, especialmente, reconocer la hostia consagrada de la que no lo está. En esto destacó admirablemente la religiosa agustina, beata Ana Catalina Emmerick. Le hicieron varias pruebas, llevándole hostias sin consagrar e inmediatamente se daba cuenta. Algo parecido le pasó a S. Alfonso María de Ligorio. Estaba gravemente enfermo y le trajeron la comunión. Pero, tan pronto recibió la hostia, empezó a gritar: “Qué me han hecho, me han traído una hostia sin Jesús, una hostia sin consagrar”. Hicieron las averiguaciones del caso y resultó que el sacerdote, que había celebrado la misa aquella mañana, se había olvidado de la consagración, durante la misa.
Algunos santos tenían también la gracia de ver a Jesús en la hostia. Sta. Catalina de Siena vio un día a Jesús en las manos del sacerdote y la hostia le pareció como una hoguera brillante de amor. Sta. Teresa de Jesús asegura: “un día, oyendo misa, vi al Señor glorificado en la hostia” (CC 14). “Muchas veces quiere el Señor que lo vea en la hostia” (V 38,19).
Sta. Margarita María de Alacoque habla en sus escritos que, en varias ocasiones, cuando estaba en adoración ante el Santísimo, se le presentaba Jesús con su divino Corazón, ardiendo en llamas. “Delante del Santísimo Sacramento me encontraba tan absorta, que jamás sentía cansancio. Hubiera pasado allí los días enteros con sus noches, sin comer ni beber y sin saber lo que hacía si no era consumirme en su presencia como un cirio ardiente para devolverle amor por amor. Y no podía quedarme en el fondo de la iglesia y, por confusión que sintiese en mí misma, no dejaba de acercarme cuanto pudiera al Santísimo Sacramento”.
En una ocasión (16-6-1675) le dijo Jesús: Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres y, sin embargo, no recibe de la mayor parte, sino ingratitudes, ya con sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este sacramento de amor. Pero lo que más me duele es que son corazones consagrados los que así me tratan”. Y Jesús, en su gran misericordia le da para todos la GRAN PROMESA de los nueve primeros viernes “Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que mi amor todopoderoso concederá a todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final, que no morirán en mi desgracia ni sin haber recibido los sacramentos. Mi Corazón será su asilo seguro en los últimos momentos”.
Lucía, la vidente de Fátima, refiere en sus “Memorias” que el ángel de Portugal en su tercera visita les dio a los tres la comunión. El ángel tenía en la mano izquierda un cáliz, sobre el cual estaba suspendida una hostia, de la cual caían unas gotas de sangre dentro del cáliz. El ángel dejó suspendido en el aire el cáliz, se arrodilló junto a ellos y les hizo repetir tres veces la oración “Santísima Trinidad”...
“Después se levanta, toma en sus manos el cáliz y la hostia. Me da la sagrada hostia a mí y la sangre del cáliz la divide entre Jacinta Y Francisco, diciendo al mismo tiempo: Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Cristo, horriblemente ultrajado por la ingratitud de los hombres. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios. Y postrándose de nuevo en tierra, repitió otras tres veces con nosotros la misma oración: Santísima Trinidad... y desapareció”.
Éste fue el comienzo de un amor asombroso de estos tres niños a Jesús escondido en el sagrario. Le decía Jacinta a Lucía: “Amo tanto a Jesús escondido... ¿En el cielo no se comulga? Si se comulga, yo voy a comulgar todos los días”. Y, cuando ya estaba enferma y no podía ir a la iglesia a comulgar, le decía: “¿Has comulgado? Acércate aquí junto a mí que tienes en tu corazón a Jesús escondido”. Algo parecido ocurría con Francisco. Le decía a Lucía: “Vete a la Iglesia y dale muchos recuerdos de mi parte a Jesús escondido. Lo que más pena me da es no poder ir a estar algún rato con Jesús escondido”.
Y no sólo los niños inocentes, también los grandes sabios se sienten abismados ante este gran misterio de amor. Sto. Tomás de Aquino, en el momento de la consagración, tenía tan intensa devoción que rompía a llorar, absorto en el gran milagro. En una ocasión, después de escribir un tratado sobre la Eucaristía, oyó que Jesús le decía: “Has escrito muy bien del sacramento de mi Cuerpo”. Por eso, en la Suma Teológica escribió para cada uno de nosotros: “No te preguntes, si está o no Cristo en la Eucaristía, sino acoge con fe las palabras del Señor; porque El, que es la Verdad, no miente, y El dijo: Esto es mi Cuerpo” (ST 3,75,1).
Sta. Juliana de Cornillón, religiosa belga, era tan devota del Santísimo Sacramento que Jesús un día la premió con una visión extraordinaria. Vio la luna llena, con una mancha oscura sobre ella. Y Jesús le dijo:
“La mancha negra simboliza la ausencia de una fiesta en honor del Santísimo Sacramento”. Ella convenció a su obispo de Lieja (Bélgica) para que instituyera esta fiesta y, cuando llegó a Papa, con el nombre de Urbano IV, la instituyó en 1264 para toda la Iglesia, con el nombre de Corpus Christi, convencido también por el milagro de Bolsena-Orvieto.
De Sta. Clara de Asís se cuenta que, cuando los sarracenos atacaron Asís el año 1244 y empezaron a escalar los muros del convento, les salió al encuentro con la custodia, que contenía a Jesús sacramentado. Y, según algunos testimonios, unos rayos resplandecientes parecían salir del Santísimo... Lo cierto es que a su vista, huyeron despavoridos los enemigos, salvándose así el convento y la población entera.
A Sta. Clara de Asís la declararon patrona de la televisión, porque, en una ocasión, estando gravemente enferma, pudo seguir la misa desde su cama, como si la hubiera visto por televisión. Otros santos, como el Bto Gracia de Cataro, S. Pascual Bailón..., tenían la gracia de contemplar desde sus ocupaciones en la cocina o huerta del convento, el momento de la elevación del Santísimo en la misa, porque estaban en continua sintonía con El y Jesús se les manifestaba en ese momento sublime y transcendental.
Hay santos que han pasado años sin comer ni beber más que la comunión diaria. Este fenómeno extraordinario se llama inedia (ayuno absoluto). Entre otros santos lo tuvieron Sta. Angela de Foligno (s.XIV) por 12 años; Sta. Catalina de Siena (s.XIV) por 8 años; la Bta. Elizabet de Reute (s.XV) por 15 años; Sta. Lidwina (s.XIV) por 28 años; S. Nicolás de Flue (s.XV) por 20 años; Sta Catalina de Raconixio (s.XVI) por 10 años; Domenica Lazzali (s.XIX); Luisa Lateau (s.XIX) por 10 años; Marta Robin (s.XX) 50 años y Teresa Neumann (s.XX) muchos años también.
5. Antonio Ma. de Claret afirma en su Autobiografía: “delante del Santísimo Sacramento, siento una fe tan viva que no lo puedo explicar. Casi se me hace sensible y estoy constantemente besando sus llagas Y me quedo finalmente abrazado con El. Siempre tengo que separarme y arrancarme con violencia de su divina presencia, cuando llega la hora”.
Sta. Micaela del S. Sacramento, llamada la loca del Sacramento, dice que la Eucaristía era su pasión dominante, su delirio, su locura. Afirma en su Autobiografía: “Algunas veces, no sé cuantas, vi abrir el sagrario, estando yo en la oración, y salir el copón algunas veces destapado, para adorar al Señor.. Me hizo ver el Señor las grandes y especiales gracias que, desde los sagrarios, derrama sobre la tierra y, además, sobre cada individuo según la disposición de cada uno... Yo vi salir como un humo del sagrario, muy brillante y claro, a modo de la claridad de la luna, que subía hasta por encima de las casas. Yo vi, como una gradación, la influencia de pueblos a pueblos y ciudades hasta llegar a sus iglesias o sagrarios, y hasta cuando le sacan para los enfermos, va como derramando perlas preciosas de beneficios; y, si se viera, correría la gente para aspirar aquel ambiente que el Señor deja tan embalsamado en el aire. Sí, yo vi sin que me deje duda, el torrente de gracias que el Señor derrama en el que lo recibe con fe y amor como si derramara piedras preciosas de todos los colores... Vi cómo queda uno bañado y envuelto en aquel humo luciente y brillante de gracia, que no se borra esta impresión del corazón”.
“El cura de Ars se dejaba embargar particularmente ante la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Ante el sagrario pasaba frecuentemente largas horas de adoración antes del amanecer o durante la noche; durante sus homilías solía señalar el sagrario, diciendo con emoción: El está allí... Pronto pudo verse el resultado: los feligreses tomaron por costumbre el venir a rezar ante el Santísimo Sacramento, descubriendo a través de la actitud de su párroco, el gran misterio de la fe” (Juan Pablo II a los sacerdotes, 16-3-86).
“ Y ciertamente El lo amaba y se sentía irresistiblemente atraído hacia el sagrario. En toda ocasión, él inculcaba a sus fieles el respeto y amor a la divina presencia eucarística, incitándolos a acercarse con frecuencia a la mesa eucarística y él mismo daba ejemplo de esta profunda piedad. Para convencerse de ello, refieren los testigos, bastaba verle celebrar la santa misa y hacer la genuflexión cuando pasaba delante del sagrario” (Enc. Sacerdotii nostri primordia, Juan XXIII, 1-8-59).
El P. Pío de Pietrelcina aseguraba: “Mil años de gozar la gloria humana no vale tanto como pasar una hora en dulce comunión con Jesús en el Santísimo sacramento”. Y el beato Charles de Foucauld afirmaba: “Qué delicia tan grande, Dios mío, poder pasar quince horas sin nada más que hacer que mirarte y decirte: Te amo”. Algo parecido refería el Bto. Rafael: “ ¿Qué puede haber en el mundo que pueda dar más gozo a alma? En los ratos que paso, mirando al sagrario a través de mi ventana, veo más grandiosidad en Dios en el sublime misterio de su permanencia entre los hombres que en todas las obras que salieron de sus manos y que están manifestadas en el mundo”
Sta. Verónica Giuliani escribió en su Diario: “Me parece ver en el Santísimo Sacramento como en un trono a Dios trino y uno: El Padre con su Omnipotencia, el Hijo con su Sabiduría y el Espíritu Santo con su amor. Viniendo a nosotros Dios, viene todo el paraíso. Estuve todo el día fuera de mí de alegría, viendo cómo Dios está escondido en la hostia santa. Y, si tuviese que dar la vida para afirmar esta verdad, la daría mil veces (30-5-1715).
San Josemaría Escribá de Balaguer nos dice en su libro “Es Cristo que pasa”: “Jesús nos espera en el sagrario desde hace 2.000 años. Es mucho tiempo y no es mucho tiempo, porque, cuando hay amor los días vuelan. Para mí el sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro. Por eso, al recorrer las calles de alguna ciudad o de algún pueblo, me da alegría descubrir, aunque sea de lejos, la silueta de una iglesia; es un nuevo sagrario, una ocasión más de dejar que el alma se escape para estar con el deseo junto a Jesús sacramentado. Adoradle con reverencia y devoción: renovad en su presencia el ofrecimiento sincero de vuestro amor decidle sin miedo que le queréis. Yo me pasmo ante este misterio de amor. El Señor busca mi pobre corazón como trono para no abandonarme, si yo no me aparto de El”.
Y podríamos seguir, citando santos y más santos. Lo importante es que los imitemos en su fe profunda y vayamos todos los días a visitar al amigo Jesús. El sagrario debe ser el lugar de encuentro con Dios como lo era para Moisés la tienda de la reunión o de las citas divinas (Ex 33). Allí Moisés hablaba con Dios, como “un hombre habla con su amigo” (Ex 33,11). ¿Eres tú amigo de Jesús, como lo eran los santos?
Ojalá que tú puedas decir como Sta. Catalina de Génova: “El tiempo que me he pasado frente al sagrario ha sido el tiempo mejor empleado de mi vida”.
Jesús desde el sagrario te recuerda que Dios es Amor, que la santidad no es fruto del esfuerzo humano, sino de la acción de Dios. Sólo te pide abandonarte como un niño en sus brazos divinos. El quiere de ti una confianza absoluta, sin miedo al porvenir. Precisamente, la confianza y el abandono total en las manos divinas fue el caminito de infancia espiritual de Sta. Teresita del Niño Jesús. Ese debe ser también tu camino: dejarte llevar, lanzarte sin temor en los brazos de Dios. Jesús Eucaristía te espera cada día para darte un abrazo, especialmente en momento de la comunión. Por eso, Sta. Teresita decía: “tus brazos, Jesús mío, son el ascensor para elevarme hasta el cielo”. Déjate abrazar y llevar en los brazos de Jesús, porque te conducirá rápidamente.. la santidad.
A CRISTO POR MARIA
A Cristo Eucaristía llegamos por María. María es el camino más corto, más fácil y más seguro para llegar a Jesús. Ella es el mejor sagrario de Jesús. Y en la hostia santa, junto a Jesús, siempre está María y lo adora, porque también es su Dios. María es “María del sagrario” y su principal función es pasar su cielo al pie de los sagrarios con su Hijo Jesús. Allí escucha nuestras plegarias y atiende nuestros gemidos y oraciones. Allí está de día y de noche, en invierno y en verano, en el último sagrario abandonado y en el más visitado. Y allí estará María, mientras haya en el mundo una hostia consagrada. Por eso, podríamos también llamarla “María de la Eucaristía” o “María del Santísimo Sacramento”. Ella, desde el sagrario, nos invita a amar a Jesús y nos dice con ternura y estremecimiento: Tratádmelo bien, porque es el hijo de mis entrañas, es sangre de mi sangre. No lo maltratéis, recibiéndolo con el alma manchada. María nos enseña a amar y adorar a Jesús Eucaristía.
En las apariciones de Fátima, vemos cómo el ángel de Portugal, que viene a preparar a los niños para la visita de María, les da la comunión y les enseña la bella oración “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre alma y divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los méritos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores”. Cuando María se aparece a Lucía el 10 de diciembre de 1925, le pide la comunión de los cinco primeros sábados y le dice: “Mira, hija mía, este Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan continuamente con sus blasfemias e ingratitudes Tu, al menos, procura consolarme y di a todos aquellos que durante 5 cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la santa comunión recen la tercera parte del rosario y me hagan compañía quince minutos, meditando en los misterios del rosario, que prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación”.
Igualmente, en la visión que tiene Lucia el 13 de Junio de 1929 en la capilla de su convento, estando en Tuy (España), ve al Padre celestial de medio cuerpo; debajo, la paloma del Espíritu Santo, y a Cristo en la cruz. Al pie de la cruz, estaba María con su Corazón Inmaculado y, al otro lado de la cruz, estaban escritas las palabras “Gracia y Misericordia”. Pero del costado de Cristo salía un chorro de sangre, que caía sobre un cáliz, y una hostia grande. La sangre del rostro del crucificado y de la herida del pecho, caían primero sobre la hostia y, escurriendo por la hostia, caían dentro del cáliz. Como si quisiera indicarnos con esto que todos los méritos conseguidos por la Pasión y Muerte de Jesús nos vienen al mundo por la Eucaristía y nos vienen a nosotros por manos de María, que es la administradora de los bienes divinos, conseguidos por Cristo, que es el único y verdadero Salvador.
Así podemos comprender cuánto amor tenía Lucía de Fátima, como todos los santos, a Jesús sacramentado. No nos puede extrañar que en una carta, dirigida al P. Valinho el 13 de Abril de 1971 le dijera: “Lo que más le recomiendo es que se acerque al sagrario a orar: Allí encontrará la fuerza y la gracia que necesita para mantenerse firme. Verá cómo ante el sagrario encontrará más ciencia, más luz, más fuerza, más gracia y virtud que nunca podrá encontrar en los libros, en los estudios ni junto a criatura alguna. No dé nunca por perdido el tiempo dedicado a la adoración... Estoy convencida de que la falta de oración es el peor mal del mundo actual”.
En el sueño que tuvo S. Juan Bosco el 30 de mayo de 1862, aparecía la barca de la Iglesia, dirigida por el Papa y amenazada por sus enemigos. En el centro del mar había dos grandes columnas, una representaba a María y la otra a la Eucaristía; cuando el Papa se aferró a ellas, desaparecieron sus enemigos. María y la Eucaristía son las dos columnas fundamentales de nuestra fe. María nos lleva a Jesús Eucaristía.
En Roma, en el lugar llamado Tre Fontane, donde María se apareció varias veces a partir del 12 de abril de 1947 a Bruno Cornacchiola, un adventista que se convirtió, se celebró una misa el 7 de Noviembre de 1979, a la que asistieron miles de personas. En el momento de la elevación de la hostia, el sol empezó a girar vertiginosamente sobre sí mismo, como en el milagro de Fátima, irradiando luces de todos los colores. Y en el disco solar, que podía mirarse sin causar daño a los ojos, se formaron una M, significando a María, y una hostia grande con las letras JHS, para significar la Eucaristía.
En las apariciones de María en Medjugorje, María ha recomendado la asistencia diaria a la misa y esto ha hecho transformar la vida de este pequeño pueblo. Ella ha insistido mucho en cinco puntos para afianzar nuestra fe. Primero la Eucaristía, la Palabra de Dios, el rezo del rosario, la confesión mensual y la penitencia con oración.
¡Que bella es María! Bemardita, la vidente de la Virgen en Lourdes, nos dice que “la Virgen es bella, tan bella que quien la vea una sola vez, querrá morir para volver a verla; tan bella que, cuando se la ha visto, ya no hay corazón que pueda amar cosa alguna de la tierra”. Melania, la vidente de La Salette la describe así: “Su fisonomía era majestuosa, imponía un temor respetuoso, pero lleno de amor, pues atraía hacia sí. Su mirada era dulce y penetrante, sus ojos parecían hablar con los míos. La dulzura de su mirada, su aire de bondad incomprensible hacía comprender que Ella quería darse. Era una explosión de amor, que no puede expresarse con lenguaje humano. Era muy bella y toda hecha de amor. Parecía que la palabra amor se escapaba de sus labios, plateados, purísimos. Me parecía como una buena madre, llena de bondad, de amabilidad, de compasión, de misericordia y de amor.
La vista de la Santísima Virgen era de por sí sola un paraíso cumplido. Su voz encantaba, cautivaba, alegraba el corazón. Y mi corazón parecía saltar o querer ir a su encuentro para derretirse en Ella... Sus ojos parecían mucho más bellos que los brillantes y las piedras preciosas, brillaban como dos soles y en sus ojos se veía el paraíso. Cuanto más la miraba, más la quería ver; cuanto más la veía, más la amaba y la amaba con todas mis fuerzas”. Si así de hermosa es María, ¿cómo será Jesús?
María es la puerta de entrada al amor de Jesús. Por esto, hay muchos que llegan a Cristo por medio de María. Esto le pasó a Gustavo Bickel, gran sabio orientalista, protestante, que en 1865 se hizo católico y sacerdote. Beda Camm, anglicano, se hizo monje benedictino. Algo parecido podemos decir de los cardenales ingleses Newman y Manning, convertidos del anglicanismo. El judío San Alfonso de Ratisbona se convirtió el 20 de enero de 1842, después de una experiencia maravillosa en la iglesia de S. Andrés de Roma, donde vio a María. También podríamos citar a Max Thurian, uno de los fundadores de la Comunidad ecuménica Taize de Francia, que se convirtió y se hizo sacerdote católico en 1987 a los 66 años de edad.
¿Qué hizo que éstos y otros muchos, convertidos por medio María, llegaran a Cristo Eucaristía y lo amaran con todo su corazón y dejaran el mundo con todas sus atracciones y se hicieran sacerdotes? María es el camino, el puente, la puerta para llegar a Jesús, como lo fue también para mi amigo José Cuperstein. El me manifestaba así su testimonio:
“Yo soy de familia judía y practicaba la religión judía. Estaba casado y tengo dos hijos. Después de algunas desavenencias con mi esposa, decidimos divorciarnos y yo le di el libelo de repudio, según nuestra religión. Por mi parte, seguía trabajando en mi negocio y buscando un porvenir para mi vida, cuando el 24 de setiembre de 1982 fui a cenar a un restaurante en compañía de mis padres. Este restaurante “Agua viva” estaba dirigido por unas laicas consagradas. Ya, a la entrada, me impactó una linda imagen de María y, por un impulso interior, le pedí que ayudara a mi padre enfermo. Al final de la cena, las hermanas cantaron el Ave María y esto me emocionó mucho. Aquí comenzó el proceso de mi conversión, pues la Virgen Santísima me concedió lo que le pedí y, a partir de entonces, todos los meses le llevaba flores a aquella imagen de María.
En febrero del 83 tuve un sueño decisivo. Soñé que me perseguían y me refugié en una casa antigua, colonial. Llegué a un salón grande, donde había un enorme crucifijo. Me postré ante el Cristo crucificado y vi cómo desaparecieron mis perseguidores. Y sentí tanta paz al despertar que, des- de entonces, comencé a conocer y a amar más al Señor Jesús. Ese mismo año me bauticé y, después de mi bautismo, acostumbraba a ir a la Iglesia de S. Pedro, en el centro de Lima, donde me había bautizado, para rezar el rosario, oír misa y comulgar Todos los días, iba a visitar a mi amigo Jesús Eucaristía y me quedaba de rodillas en silencio ante El. Era mi encuentro personal del día, de la misma manera que lo tuvo el leproso con Jesús hace dos mil años. Así, sin darme cuenta, empezó mi camino al sacerdocio.
Por supuesto que esto no fue fácil, tuve que dejarlo todo, no sólo mi negocio para estudiar en el Seminario, también perder el amor de mi familia. Pero el amor a Cristo fue más fuerte y el 7-10-93 me ordené de sacerdote”.
Actualmente el P. José trabaja solo en una gran parroquia de la periferia de Lima. El, como tantos otros convertidos, llegó a Cristo Eucaristía por María. Y ha hecho de la Eucaristía el centro y el sentido de su vida cristiana y sacerdotal, rezando el rosario completo cada día en honor de María.
Una religiosa me escribía así: “La Eucaristía sin María no se comprende. Yo, siempre que saludo a Jesús en el sagrario, saludo también a María. Me gusta saludarlos hasta cuando vamos de viaje, al pasar por los pueblos, o al ir por la ciudad y pasar delante de una Iglesia. Todos los días me uno a todas las misas que se celebran en el mundo. Pienso en tantas manos sacerdotales, elevando la hostia y el cáliz al Padre por la salvación y santificación del mundo. Y quiero, unida a la Madre corredentora y dentro de su Corazón, estar al pie de cada altar, en donde se esté celebrando el santo sacrificio. Y así como Ella ofreció a su Hijo en la cruz al Padre y se ofreció con El, así yo quiero ofrecerme con Ella y en Ella y ofrecer a cada sacerdote.
Todos los días voy con Ella a recibir a Jesús en la comunión, le pido que me prepare, que quite las malas hierbas de mi jardín, que adorne mi alma, que venga conmigo y me deje sus ojos puros para contemplar a Jesús y su Corazón para amarle. Mis coloquios, después de comulgar, suelen ser también con María, porque donde está el Rey está también la reina”.
Pues bien, “vete y haz tú lo mismo” (Le 10,37), vete a comulgar con todo fervor y pide a María que te acompañe. “La mejor preparación para la comunión es la que se hace con María” (S. Pedro Eymard). Y dile más o menos así:
“María, Madre mía, tu primera comunión duró nueve meses. Ayúdame a comulgar con una pureza total. Préstame tus manos para tocar a Jesús, tus labios para besarlo, tus brazos para abrazarlo y tu Corazón para amarlo”.
POR CRISTO A LA TRINIDAD
La humanidad de Cristo, presente en la Eucaristía, es el puente a la Trinidad, como María es el puente para llegar a Cristo. La humanidad de Cristo es la cima de toda la creación, en contacto directo con la divinidad, inundada de la vida divina. Según Teilhard de Chardin, Jesús es el punto omega, el centro de convergencia de todas las energías físicas, biológicas y espirituales del Cosmos y nos lleva con El hasta los últimos rincones del espacio y del tiempo. Escribía en su libro “El corazón de la materia”: “Bajo la forma de un pequeñín en brazos de su madre, tú, Jesús, ocupaste un rincón en mi alma de niño. Y he aquí que, repitiendo y prolongado en mí el círculo de tu crecimiento a través de la Iglesia, tu humanidad palestina se fue poco a poco ensanchando por todas partes del Universo. Y en este Universo, que se descubre a mis ojos en estado de convergencia, Tú asumiste la posición maestra del Centro Total en el que todo se reúne”.
Por esto, podemos comprender que sólo quienes no han descubierto el rostro amoroso de Cristo, tengan miedo al futuro y a las fuerzas desconocidas del Cosmos, es decir, tengan miedo al más allá del espacio y del tiempo. Decía Teilhard de Chardin: “Me siento muy bien entre las manos del Señor y, tal vez, nunca antes había saboreado la alegría de dejarme caer en el futuro como en las profundidades de su Ser mismo (del Ser amoroso de Dios)” (Carta a un amigo). Cristo nos da confianza y seguridad en el futuro, que está en sus manos. Todo está bajo su control divino. Cristo viene a ser el punto de convergencia de la humanidad y el punto de partida de todas las efusiones divinas a los hombres. De El descienden diluvios de luz y de gracia sobre las almas y es fuente inagotable de aguas vivas. Sto. Tomás dice que Cristo “es el motor de nuestra vida” (Comm in Cols 3,4). Pero, mejor diríamos, que es el amigo divino, el Dios amigo que nos lleva con cariño de la mano. Por eso, podemos decir: “Aunque pase por un valle de tinieblas no temeré mal alguno, porque Tú, Señor estás conmigo” (Sal 23,4).
a) La comunión y la unión trinitaria:
En el momento cumbre de la comunión, el amor y la luz del amigo Jesús Eucaristía se apodera del alma “para transformarla en Dios y embriagarla de Dios” (Sto Tomás In Joan 6,7). S. Cirilo de Jerusalén decía que “cuando alguien recibe el cuerpo y la sangre del Señor la unión es tal que Cristo pasa a El y El a Cristo, teniendo el mismo cuerpo y la misma sangre” En ese momento, se establece una circulación de vida, una comunicación de bienes, una unidad de amor de modo que nuestra humanidad queda transfigurada por la humanidad de Jesucristo. Y así, Cristo y el alma juntos, adoran, aman y dan gracias y se entregan unidos al Padre Juntos, como dos granos de incienso quemados en el mismo incensario, que exhalan un solo y único perfume de alabanza al Dios uno y trino.
Entonces, podemos decir: “Oh Dios, mírame y contempla en mí el rostro de tu ungido (Cristo)” (Sal 83,10). En ese momento, el Padre nos ama y nos asume en el Hijo, como a su Hijo. Nosotros somos templos de la Santísima Trinidad. (Cf 2 Co 6,16). Y podemos exclamar “Abba, Papá... somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo” (Rom 8,15-17). Y el Espíritu Santo “se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rom 8,16). Jesús mismo nos prometió que al hombre bueno “vendremos a El y haremos morada en El” (Jn 14,23). Y quiere nuestra unión intima con El “Que todos sean UNO, como Tu, Padre, estás en Mí y Yo en ti, para que también ellos sean UNO en nosotros” (in 17,21). Unidos a los TRES, en UNIDAD con la TRINIDAD.
Dios es uno y trino. “Todo es uno en ellos... A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo” (Cat 255). “Las personas divinas son inseparables en su ser y también son inseparables en su obra” (Cat 267). De modo que “toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace, porque el Padre lo atrae y el Espíritu lo mueve” (Cat 259). Es decir, al amar a Cristo Eucaristía, amamos igualmente al Padre y al Espíritu Santo.
Pues bien, las tres personas no están inactivas en el alma. El Padre engendra allí a su Hijo, y el amor del Padre y del Hijo hacen realidad al Espíritu Santo, que es como el Amor de los dos. Al comulgar, Jesús nos arrastra con El a manifestarle sus ternuras filiales al Padre y así, en Cristo, con El y por El, podemos manifestarle también nosotros nuestro amor. Y todo esto por el poder del Espíritu Santo que actúa en nosotros y nos transforma. En la consagración, el Espíritu Santo nos da a Jesús y en la comunión es Jesús quien nos da el Espíritu Santo en el seno del Padre. De esta manera, la comunión fortalece nuestra unión con la Trinidad por medio de la humanidad eucarística de Jesús.
Según algunos testigos, que testificaron en el proceso de beatificación de S. Martín de Porres: después de comulgar, “su rostro parecía como si fuera de un ángel”... “su rostro era como una brasa encendida” (archivo secreto del Vaticano, vol. 1290 y 1289). ¿Nos damos cuenta ahora de la grandeza de la comunión para unirnos a Cristo y por El a la Trinidad?
b) Por la Eucaristía a la Trinidad:
Si has comprendido bien todo lo expuesto anteriormente, la Eucaristía es el corazón de la Iglesia. La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia, construye la Iglesia. Por eso, sólo los católicos, con la fuerza del pan de vida, pueden llegar a las grandes alturas del matrimonio espiritual, a no ser por una gracia muy especial de Dios, como se la concedió a los santos del Antiguo Testamento, cuando todavía no había Eucaristía. Pero se la dio, en virtud de los méritos de Cristo, y tuvieron que esperar a la venida de Cristo y a su resurrección para poder disfrutar en plenitud de la felicidad del Dios trinitario en Cristo, con Cristo y por Cristo.
Resumiendo, podríamos decir, que el camino que Cristo ha recorrido con su humanidad para salvarnos y santificarnos ha sido: venir a nosotros desde la Trinidad y quedarse en la Eucaristía. De la Trinidad a la Eucaristía es el camino de Jesús. Ahora, nosotros debemos recorrer el camino inverso: de la Eucaristía a la Trinidad. El camino es claro: A Cristo por María. Por Cristo Eucaristía a la Trinidad.
“Oh mis TRES, mi TODO, mi felicidad, soledad infinita, inmensidad donde me pierdo... Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro... Pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo, vuestra morada predilecta, el lugar de vuestro descanso. Que nunca os deje allí solo, sino que esté allí toda entera con Vos, vigilante en mi fe, en completa adoración y en entrega absoluta a vuestra acción creadora” (Bta Isabel de la S. Trinidad).
APOSTOLES DE LA EUCARISTIA
Jesús necesita apóstoles, que vayan por el mundo, irradiando la luz y el fuego de la Eucaristía. ¡Qué grande e inmenso es el tesoro de la Eucaristía y no lo valoramos suficientemente! Imaginemos un mundo donde los hombres no conocieran ni usaran el fuego. Estarían en tinieblas, con noches sin luz y sin calor, tomando alimentos crudos, con una cultura primitiva... Un mundo atrasado, donde reinaría el frío y la oscuridad, un mundo triste. Pues bien, supongamos que uno de ellos descubriera el fuego con todas sus ventajas y cualidades. Y se hiciera mensajero del fuego por todo el mundo, recorriendo pueblos y ciudades para llevarles el tesoro descubierto. Si este hombre dejara en cada lugar una lamparita de luz, enseñándoles a conservarla y a utilizar en sus casas todas las propiedades y ventajas del fuego..., ¿no la conservarían con mucho esmero, considerando a aquel “fuego sagrado”, como si fuera un dios que había venido a darles una nueva vida, más alegre y feliz?
Y nosotros, ¿qué hacemos de la Eucaristía? El mundo en que vivimos está lleno de frío y oscuridad espiritual, porque falta el fuego de Dios. Muchos hombres viven en las tinieblas del pecado, sin luz ni calor interior. Y ahí está Jesús, el fuego divino, esperándonos en el sagrario de nuestras iglesias. ¿Hasta cuándo? ¿Por qué no vamos por el mundo entero, proclamando las ventajas y bendiciones de este fuego divino?
Decía Paul Claudel: “los que tenéis luz ¿qué hacéis con ella, si el mundo está en tinieblas?” Debemos incendiar la tierra por los cuatro costados con el fuego que brota del Corazón eucarístico de Jesús. Sin embargo, Jesús está solo y se siente solo. ¿Dónde están los católicos que dejan abandonado al Cristo del sagrario? ¿Dónde están los verdaderos cristianos? Ser cristiano es ser de Cristo y amarlo con todo el corazón. Pero a Cristo, el Dios amigo, hecho hombre, solamente lo encontraremos en la Eucaristía. Por eso, debemos ser cristianos eucarísticos y centrar nuestra vida en Jesús Eucaristía. Toda vida cristiana debe ser eucarística para que sea plena. El sagrario de Jesús debe ser el punto de partida y de llegada de todas nuestras iniciativas humanas, es decir, Jesús del sagrario debe ser el punto de referencia de toda nuestra vida. Contar con El para todo y no hacer nada sin El.
Esto debe ser esencialmente importante para el sacerdote, cuya formación en el Seminario debe ser sustancialmente eucarística, derivada de una amistad fundamental con Jesús Eucaristía. “Un sacerdote vale tanto cuanto su vida eucarística, especialmente su celebración eucarística.... Ningún sacerdote puede realizarse plenamente, si la Eucaristía no es el centro y la raíz de su vida... No creáis que las horas pasadas delante del sagrario son horas perdidas o de menos valor pastoral. Lo que se da a Dios nunca se pierde” (Juan Pablo II, 16-2-84). Esto mismo vale para todos los fieles católicos en general.
En el sagrario está el amigo, el “amo”, como dicen todavía en muchos lugares, el maestro, el jefe, el Señor, nuestro gran Capitán, como diría Sta. Teresa. Consultemos todo con El y no quedaremos defraudados. Seamos centinelas perennes del sagrario, siempre vigilantes en adoración permanente. Procuremos que no haya ningún sagrario abandonado, busquemos compañía para Jesús. El irradiará bendiciones inagotables a su alrededor...
Reparemos por tantos sacrilegios... Todavía después de veinte siglos, siguen buscando a Jesús para matarlo... Levántate, hermano, y defiende a tu Señor, enciende en los corazones el fuego de su amor. Jesús está esperando, no lo dejes abandonado. Está prisionero por tu amor, dale la libertad de tu corazón puro y TODO para El. Llévale muchos niños al sagrario, pues se va a alegrar con la inocencia y la pureza de los niños. Dale mucha alegría. Hazlo feliz a tu amigo Jesús y lleva por el mundo entero la alegría de tu fe en la presencia viva del amigo divino, Jesús sacramentado. Organiza turnos de adoración para hacerle compañía. Tú podrías formar grupos de amigos de “Jesús Eucaristía” con estos o parecidos compromisos:
1) Una visita diaria a Jesús en la iglesia o, si no es posible, una visita espiritual desde la casa, cada día.
2) La comunión, al menos semanal.
3) Una hora santa de adoración a Jesús, mensualmente.
4) Reunirse en grupo, para hablar de la Eucaristía.
A estos grupos pueden pertenecer también los niños, aunque no hayan hecho la primera comunión.
Lo importante es que hagas algo, como amigo de Jesús, para que su amor se extienda por todo el mundo. No puedes guardarte este tesoro para ti solo. Decía Juan XXIII: “Llevaos el fuego del altar por el mundo y no las meras cenizas”. Y S. Pedro Julián Eymard: “Acordaos que todos estáis llamados a pegar fuego a las cuatro esquinas del mundo con el tizón encendido de Jesús Eucaristía”.
Y, para terminar, cantemos como niños a Jesús:
Hola, Jesús, Tú eres mi amigo.
Me quieres mucho y también te quiero yo.
Sé que estarás siempre conmigo.
Sé que te llevo aquí en mi corazón.
Amigos Tú y yo ¡Qué gran felicidad!
Amigos para siempre, amigos de verdad.
Hola, Jesús, ven a ayudarme,
cuando te llame, corriendo acudirás.
Si me caí, a levantarme.
Si estoy contento, Tú vienes a jugar.
Amigos Tú y yo.
¡Qué gran felicidad!
Amigos para siempre, amigos de verdad.
Hola, Jesús Eucaristía,
en el sagrario, esperándome Tú estás.
Quiero salvar a mis hermanos.
Ayúdame para evangelizar.
Unidos Tú y yo, en santa comunión.
Amigos para siempre, amigos de verdad.
CONCLUSIÓN
Hemos llegado al final de estas reflexiones eucarísticas. Ojalá que, a partir de ahora, sientas un profundo amor a Jesús sacramentado. Que asistas a la misa cuantas veces te sea posible y allí te ofrezcas a Jesús y lo recibas en la comunión Que seas un verdadero amigo y apóstol de Jesús Eucaristía y lo visites todos los días. Que tu vida sea una misa. continua y que estés siempre, con tu mente y tu espíritu, en contacto con el sagrario más cercano. Así tu amor lo consolará de tantos olvidos, ofensas y sacrilegios, con que le ofenden en este sacramento.
Dale muchas gracias a Jesús por el gran regalo de tu fe católica y por su presencia real en este Sacramento Que, cuando te pregunte: ¿eres mi amigo?, ¿me amas?, puedas responderle como Pedro: “Señor; Tú lo sabes todo, Tu sabes que te quiero” (Jn 21,17) Sé un verdadero amigo de Jesús y que te sientas orgulloso de su amistad.
¡Oh hermanos! “Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis. Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron” (Lc 10,23-24; Mt 13,16-17). Dichosos vosotros que tenéis fe y tenéis a disposición la perla preciosa de Jesús Eucaristía. “Dichosos los invitados a la cena del Señor”.
Que Jesús, el Rey de Reyes y el amigo que nunca falla, bendiga a todos los que lean este libro y les aumente su fe y amor. Y que María los guíe, como la estrella de Belén, para que encuentren a Jesús en la Eucaristía y lo amen con todo su corazón.
Su hermano y amigo para siempre
Ángel Peña
Agustino Recoleto
Entrevista
La devoción por la Eucaristía, ¿oscurantismo?
Entrevista a monseñor Angelo Comastri, vicario del Papa para el Estado de la Ciudad del Vaticano
CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 20 octubre 2005 (ZENIT.org).-¿Es una convicción o un hecho real la presencia real del cuerpo y sangre de Cristo en la Eucaristía? Los milagros eucarísticos ¿son acontecimientos probados científicamente o invenciones de ingenuos y visionarios?
El arzobispo Angelo Comastri, vicario general del Papa para el Estado de la Ciudad del Vaticano, se ha hecho en su vida estas preguntas, y las responde en esta entrevista.
«Hace algunos años, publiqué una investigación sobre milagros eucarísticos pero, para mi sorpresa, recibí una carta que impugnaba la documentación recogida, porque sostenía que el fenómeno de la sangre eucarística era fruto de una época ingenua y predispuesta con facilidad a construir prodigios», confiesa.
«Me hizo sufrir esta afirmación. Y el motivo era muy sencillo: no era así, los hechos hablan de manera inequívoca», añade monseñor Comastri.
--¿Qué piensa del oscurantismo que se atribuye a quienes tienen devoción a la Eucaristía?
--Angelo Comastri: La devoción a la Eucaristía es irrenunciable, mucho más que importante. No hay Iglesia si no hay Eucaristía. Por otra parte, no debemos escuchar lo que escriben los periódicos o lo que se le ocurre al primero que pasa. Debemos escuchar a Jesús que ha regalado la Eucaristía a la Iglesia como el mayor don de este tiempo de camino hacia la eternidad, hacia los cielos nuevos y la tierra nueva.
Jesús esperó el momento más emocionante, cuando se preparaba a subir hacia la Cruz, hacia el Calvario, el momento del mayor amor. En ese momento, Jesús puso en las manos de los apóstoles este inmenso don, en el que ha encerrado el acto de amor que es la raíz de toda la salvación que existe en la historia; porque la Eucaristía no es alternativa a la Cruz, la Eucaristía es la Cruz presente en la historia. Es la Cruz que, por un prodigio que sólo Dios puede hacer, se hace presente en todo el tiempo, se fracciona en el tiempo, se hace presente en el tiempo y lo salva.
Como creyentes, estas cosas las comprendemos inmediatamente. ¿Qué podemos necesitar si no es la Cruz de Cristo? ¿Qué nos puede salvar si no es la Cruz de Cristo? ¿Qué nos puede liberar si no es Jesucristo? En la Eucaristía, se hace presente aquél acto salvífico que es el bien más grande, el único verdadero bien en la historia de la humanidad.
--¿Qué puede decir de los milagros eucarísticos, son quizá pruebas para hombres de poca fe?
--Angelo Comastri: Justo porque la Eucaristía es el don más precioso, en torno a la Eucaristía suceden muchos milagros por misericordia de Dios. La Eucaristía es la presencia de Cristo Salvador. Me sorprendería si no surgieran milagros.
Los más grandes milagros son los de la conversión, el cambio del corazón, la curación de la desesperación. Grandes milagros que se producen en tantas personas que toman contacto con la Eucaristía.
Junto a esto, el Señor quiere por su misericordia crear, producir, otros milagros que nos confirman en la fe y nos hacen comprender que las palabras de Jesús son palabras absolutamente verdaderas.
Son muchísimos los milagros eucarísticos. Por ejemplo, Marthe Robin, milagro eucarístico viviente, se alimentó durante más de cuarenta años sólo de Eucaristía. Teresa Neumann, en Alemania, durante más de 36 años se alimentó sólo de Eucaristía.
El padre Pio de Pietrelcina, era un hombre que tenía marcado en su cuerpo el milagro de la Eucaristía. Se puede decir que en su cuerpo se reflejaba, como en un espejo, el misterio que celebraba en el altar para decir: «Creed en lo que sucede». Sólo por citar tres grandes milagros contemporáneos, pero hay muchísimos.
Lo que pasa es que muchos no tienen la humildad de mirar a los hechos, de inclinarse ante la historia y afrontar estos milagros. Tenía razón Blaise Pascal, cuando decía: «En el mundo hay luz suficiente para quien quiere creer, pero hay sombra suficiente para quien no quiere creer».
La responsabilidad está en no querer ver, porque la Eucaristía está plena de luz y si se quiere ver, si se quieren abrir los ojos y aceptar la luz, uno no puede evitar caer de rodillas y dar gracias a Dios.
ZS05102020
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