Imitación de Cristo, Tomás de Kempis - Capítulo XV
(Todos los días se irán agregando uno o dos capítulos, para que la lectura pueda ser meditada despacio y con atención)
De las obras de caridad
1. Por ninguna cosa de este mundo, ni por amor a criatura alguna, debe hacerse el menor pecado; en cambio puede uno suspender alguna buena acción, o sustituirla por otra mejor, siempre que redunde en utilidad del necesitado. Porque de este modo no se deja el bien, sino que se cambia en otra cosa mejor. Las obras buenas, sin caridad, nada valen (1 ad Cor. XIII, 3); más todo aquello que va informado por la caridad, aunque sea en sí poco y despreciable, nos es muy provechoso. Porque Dios atiende más que a la obra que se hace, al motivo por que se hace.
2. Mucho hace quien ama mucho. Mucho hace el que hace bien todo lo que hace. Bien hace quien sirve más al bien común que a sus caprichos. A menudo parece ser caridad, lo que es únicamente afecto natural, ya que rara vez faltan la inclinación natural, el amor propio, la esperanza del galardón y el deseo de comodidad.
3. Aquel que tiene verdadera y perfecta caridad, en nada de cuanto hace se busca a sí mismo, sino únicamente desea en todas sus obras la gloria de Dios. Además no tiene envidia de nadie, porque no ama gusto alguno particular, ni desea gozarse en sí mismo, ansiando únicamente gozar de Dios sobre todos los demás bienes. A nadie atribuye tampoco bien alguno, porque todo lo refiere enteramente a Dios de quien dimanan todas las cosas y en el que finalmente descansan todos los santos con el gozo más cumplido. ¡Oh, quien tuviese una centella de verdadera caridad! seguramente comprendería que en todas las cosas de la tierra no hay más que vanidad.
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