Una Iglesia misionera puede dar frutos abundantes: Comentario 02 de Marzo del 2018



Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


Así como Dios llamó a los Israelitas para que formaran un solo pueblo, su pueblo escogido y amado, así también Jesús llamó a sus apóstoles para formar una sola Iglesia. Nuestro Dios es el Dios de la comunidad, y su propósito es que todos los hombres se salven y que lleguen al conocimiento de la verdad. Y es a través de su Iglesia que Dios nos ofrece a su propio Hijo y, junto con él, nuestra propia salvación. De éste modo comprendemos cuanto Dios ama a su Iglesia, la cuida, la protege, la asiste con su Espíritu y la llena con sus dones y gracias. Es un Dios que cultiva y va formando a su Iglesia para que pueda dar frutos buenos y abundantes y sea santa como él es Santo.
Sin embargo, para que su Nuevo Pueblo pueda dar frutos nos da su Palabra, nos da a su propio Hijo para que le aceptemos y nos vayamos configurando cada vez más con él, para que le imitemos. Que no por causa de nuestra necedad, ignorancia e infidelidad, rechacemos a su propio Hijo que ha querido dar la vida para nuestro rescate y perdamos la oportunidad de entrar en el Reino de los cielos. Por eso, Dios nos sigue mandando a sus enviados y con ellos, nos sigue mandando a su propio Hijo para que le abramos el corazón, podamos sentirnos amados por él y, sobre todo, podamos comprender que somos hijos de un mismo Padre que es totalmente misericordioso. Pero no solamente eso, si no que así como algún enviado de parte de Dios vino a mi vida para que aceptara y conociera a Cristo, así también quiere enviarme a mí para que otros hombres puedan aceptarle y conocerle. Ahí donde hay alguien que acepte a Cristo, ahí comienza a germinarse la semilla de la fe, y estar en Cristo Jesús es comenzar a estar ya, en el reino de los cielos.
Tenemos que comprender que la vida es prestada, estamos de paso por este mundo, no somos los dueños de ella y un día se nos pedirá cuentas de lo que hicimos pero también de lo que no hicimos. A los labradores de los cuales nos habla hoy el evangelio (que maltrataban a los criados que el dueño enviaba para pedir los frutos que le correspondían, y por último, también maltrataron y mataron a su propio hijo), les pasó eso, que se sintieron dueños de la viña que había plantado el propietario, fueron infieles al encargo que habían recibido desobedeciendo su palabra y, por último, terminaron por perder todo lo que habían recibido, puesto que el propietario: “hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos”. Lamentablemente, también a nosotros nos puede pasar que nos sintamos dueños de todo: del tiempo, de la historia, de las leyes, de la propia vida o, incluso hasta de la vida de los demás; que no haciendo caso a la Palabra de Dios y no esforzándonos por dar buenos y abundantes frutos, se nos quite lo poco que tenemos y se le dé a otro que sea capaz de poder entregar los frutos a su tiempo. A veces como que todo lo dejamos para después, decimos que mañana lo hacemos: “mañana voy a misa”, “mañana voy a confesarme”, “mañana me caso”, “mañana pido perdón”, “mañana ayudo a los demás” “mañana evangelizo o sirvo en algún grupo de la Iglesia”, “mañana me supero y me pongo a trabajar” y así se nos pasa la vida sin poder dar ningún fruto bueno.
Hoy deberíamos preguntarnos: ¿Estoy ofreciéndole frutos buenos a Dios en su Iglesia con la esperanza de entrar en su Reino o me siento dueño, seguro y merecedor de éste y por eso no me preocupo de nada, y más bien, me dedico a desperdiciar el tiempo y la existencia?, ¿Mi configuración con Cristo me lleva a ponerme al servicio de los demás? ¿Al revisar mi vida, qué tanto he aprovechado todo lo que Dios me ha dado, no será que Dios debería de darle mejor a alguien más eso que yo tengo porque no he sabido aprovecharlo para hacer el bien a los demás y para procurar la salvación de otras almas?

No cabe duda, para que su Iglesia pueda dar abundantes frutos, para que pueda dar vida, para que pueda ofrecer la salvación a todos los hombres Dios la quiso eminentemente misionera, una Iglesia que acoja la Palabra de Dios pero que también la de a conocer a los demás, que se haga rica en obras de misericordia para que pueda enriquecer a otros, que salga y vaya a las calles, que no se sienta dueña y exclusiva de la salvación, sino que pueda dar abundantes frutos mostrando el verdadero rostro del evangelio: Jesucristo, nuestro Señor. La palabra de Dios es lo esencial para la vida, recibámosla, vivámosla y comuniquémosla a los demás para seguir construyendo éste Reino de Dios. Hagamos que Jesucristo misionero del Padre sea conocido, amado y servido en todas las periferias de la sociedad y de la propia existencia, esta es la mejor manera de ser fieles al encargo recibido de parte del propietario de la viña . María, estrella de la evangelización, ruega por nosotros.

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