Ladrones de Dios, : Comentario 27 de Febrero del 2018


Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles

En el evangelio de hoy, el tema central que se nos propone es el tema de la humildad. Ante las apariencias, las máscaras, las dobleces de corazón o la hipocresía, Jesús está consciente que no hay mejor forma de vida que le agrade a Dios que la de la humildad. Los humildes no son los que no tienen dinero ni cultura. En el sentido bíblico, los humildes son los necesitados de Dios y de los hombres. Viven en forma diferente de los soberbios, que son los autosuficientes, los que no necesitan ni de Dios ni de los hombres. El humilde es el más apto para dar y servir a los demás, porque sabe que cuanto tiene lo ha recibido de Dios; el soberbio, al contrario, nunca siente el deber de ayudar a los hermanos porque piensa tenerlo todo por su virtud y no se siente deudor de nadie. Por eso el Señor prefiere a los humildes y rechaza a los soberbios.
Hay que subrayar algo curioso que pasa entre los hombres de todas partes: fácilmente se admira a la persona humilde, pero difícilmente se le imita. ¿Cuál será el motivo? ¿Será porque no se profundiza suficientemente sobre esta virtud, o porque es difícil la imitación?. Quizá por los dos motivos. ¿Qué hay que hacer, entonces, para que esta virtud sea más deseada y vivida? Sin duda alguna, todo depende de la educación que se recibe desde niños. ¿En qué escuela o en qué familia se les enseña a los niños y a los adolescentes la virtud de la humildad? El Problema de hoy es que ser manso se entiende como ser menso; entonces por eso a los pequeños se les enseña a que no se dejen. También porque no es fácil de aceptar la enseñanza de Cristo: “No resistas al que te haga algún mal; al contrario, si alguien te pega en la mejilla derecha, ofrécele también la otra”. Por lo tanto, no hay que responder de la misma manera a la humillación. Esto no quiere decir que hay que aceptar siempre la derrota, sino que se trata de conseguir el triunfo desarmando al adversario de su coraje, y ganando la paz.
A continuación, enumeraré algunas cosas que no conseguimos cuando no tenemos humildad:
1. No hay verdad, sinceridad. El primer grado de la humildad es escuchar dócilmente las palabras de la verdad, grabarlas en la memoria y ponerlas en práctica. El humilde falso vive de las apariencias, se esconde, se pone máscaras para que no descubran su verdadera identidad. Santa Teresita del niño Jesús dijo que la humildad es vivir en la verdad. El humilde se expone y se reconoce delante de Dios tal como es.
2. No hay amabilidad, buen humor ni caridad. El humilde es paciente, el soberbio explota de inmediato, se llena de enojo, de furia, se desespera. Responde a la ofensa con más ofensa, a la humillación con más humillación y al ataque con la guerra. El soberbio siempre se siente seguro consigo mismo. No hay nadie quien le pueda ganar ni se le pueda comparar.
3. No hay servicio. “Al contrario, el más importante entre ustedes tiene que hacerse como el más joven, y el que manda tiene que hacerse como el que sirve”. Al soberbio solamente le gusta mandar pero le molesta que le digan qué es lo que tiene que hacer, no le gusta servir, al contrario, se sienta para que los demás le sirvan; se siente jefe, capataz, señor. El humilde sirve, no espera a que los demás se levanten y le sirvan, no tiene problema si ocupa el último lugar.
4. No hay Fe ni oración. El publicano que estaba en el templo se llenaba de vanagloria porque no era como los demás que eran unos pecadores, mientras que el cobrador de impuestos ni tan siquiera se atrevía a subir la cabeza y repetía que Dios le tuviera compasión porque era un gran pecador”. El humilde sabe y siente que Dios le puede ayudar en sus necesidades.
5. No hay perdón ni reconciliación. El soberbio jamás pide perdón. El humilde aunque no haya tenido la culpa busca hacer las paces y si es necesario pide perdón. El soberbio expresa: “Que te perdone Dios porque yo jamás te perdonaré”. Sin humildad no hay paz, hay muerte y destrucción.
6. No hay amistad, comunidad, fraternidad. Con la humildad conquistamos amigos y nos enriquecemos de la ayuda del Señor. La humildad debilita la resistencia del hombre duro y afloja las tenciones, facilita la reflexión. El soberbio “pierde la cabeza”, se resiste, se llena de ira y prefiere vivir solo y apartado de los demás.
7. No hay serenidad, diálogo, paz. Procuren mantener la unidad que proviene del Espíritu Santo, por medio de la paz que une a todos”. El soberbio no habla sino que grita e impone, el humilde dialoga y procura llegar a un acuerdo.
No por algo, la humildad es la virtud por donde entran las demás virtudes y la caridad es la que las corona a todas. A veces podemos llegar a convertirnos en ladrones de Dios, porque cuando no hay humildad hay vanidad, y así, no buscamos la gloria de Dios sino más bien, la vanagloria, la propia gloria. Aunque, al final, Dios siempre es el que gana: derriba a los soberbios y enaltece a los humildes. Cristo no sólo nos enseñó el valor de la humildad sino que nos dio el ejemplo aceptando la pasión y crucifixión para llegar a la eterna resurrección, a la verdadera gloria de Dios. María, reina de los Ángeles, ruega por nosotros.
 

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