La distancia entre el cielo y el infierno: Comentario 01 de Marzo del 2018

Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles

Como personas, muy raras veces nos preguntamos qué es lo más importante para nuestra vida o cuál es la forma más correcta para vivirla. A veces terminamos por seguir modelos o ejemplos de personas que predicaban o pensaban una cosa pero hacían otra. Tal es el caso de personas que elaboran castillos o palacios mentales, que pintan una forma de vida impecable, pero que lamentablemente terminan quedándose a vivir fuera de sus propios palacios o castillos porque ni a ellos mismos les convence ni les convendría quedarse a vivir dentro. Jesús nos ofrece su compañía si le seguimos y si le imitamos para, luego, ofrecernos el gozo que no acaba más. Él nos pone el ejemplo, y luego, nos invita a dejarlo todo por él.
Los cristianos tenemos que aprender a vivir en el mundo real, tenemos que aprender a ser realistas, no vivir de fantasías o en un mundo idealista o utópico. Si bien, el cristiano tiene que aprender a vivir, de tal forma que pueda sacar provecho de todo lo que le acontece y, más aún, de todo aquello que pueda llegar a superarle.
Alguien, puede llegar a ver la vida como algo trágico, como una desgracia, o puede llegar a comprender y constatar que la vida es una lucha en la que tenemos que aprender a superar una serie de pruebas para conquistar algo que no está a nuestro alcance, algo que solamente Dios puede ofrecernos y que sabemos muy bien que es el cielo. En el proceso de este caminar por la vida, podemos tomar el papel de víctimas o el papel de cristianos, santos, héroes, etc. Las víctimas ven la vida sin esperanza, con desesperación; los auténticos cristianos no pierden la paz, tienen los pies firmes sobre la tierra pero con la confianza puesta y segura en el Señor.
Es el caso, por ejemplo de lázaro que nos menciona el evangelio en la liturgia de la palabra el día de hoy. Un Lázaro que en este mundo sufre males, pero que después de su vida en la tierra recibe y vive en el gozo, en el seno de Abraham. Mientras tanto, también encontramos al hombre rico y ambicioso que en este mundo puede gozar de la vida pero que después, recibe puro tormento y desesperación. Y nosotros, ¿a qué le tiramos en la vida? ¿Hacia dónde apuntamos? ¿Hacia dónde estamos caminando? ¿Nos conformamos con que las cosas se hagan como nosotros las pensamos o queremos? La cuestión no está en que si en este mundo sufrimos o gozamos, sino más bien, en cómo aprovecho eso que Dios  me permite vivir para salvarme. Bien puedo estar sufriendo y renegando de Dios, pero también puedo estar soportando males pero confiando en el Señor y aprovechándolo para mi propia santificación; bien puedo estar gozando y viviendo como si nunca fuera a morir, pero también puede estar gozando y compartiendo eso que me provoca la dicha y la Alegría del gozar.
La cuestión está en que de la forma en cómo elegimos vivir y en cómo aprovechamos lo que Dios permite para nuestra vida depende nuestro destino final. Lázaro fue a parar al seno de Abraham y el hombre rico a un lugar de tormento como ya dijimos. Sin embargo, es de llamar nuestra atención que entre el rico y Lázaro había un gran abismo que los separaba al uno del otro. Así como aquí en la tierra había una enorme distancia entre los dos que los separaba, también cuando ya habían dejado este mundo, seguía existiendo esa enorme distancia imposible de romper, quitar o superar. Ahora bien, veamos algunos factores que provocaron o que formaron ese abismo entre los dos, o más bien, veamos qué es lo que nos aleja de Dios y del cielo y qué es lo que nos acerca a ese lugar de tormento. He aquí algunas consideraciones:
1. La no escucha y obediencia a la Palabra del Señor. Terminamos por acomodar nuestra vida a nuestro propio gusto y querer.
2. La falta de fe. La desconfianza en el Señor y la confianza más en nosotros mismos o en algún otro mortal o ídolo.
3. La falta de conversión. La necedad, acostumbrarnos a vivir de la misma manera, en el pecado, sin dar paso al cambio y a la nueva vida.
4. La falta de caridad. Decir que estamos bien, que no nos falta nada pero nunca compartir con los que no tienen nada. Vivir egoístamente, pensando solamente en uno mismo.
5. La no fraternidad. El no ser capaces de salir al encuentro del otro para aceptarlo, ayudarlo, comprenderlo y promoverlo. El no aceptar perdonarnos y reconciliarnos con los hermanos.
6. El dejarlo todo para después. Ser negligentes y  perezosos. En el último momento queremos arreglarlo todo: las relaciones, los quehaceres y responsabilidades, la propia vida, etc.
Esa distancia que había entre el rico y el pobre Lázaro, esa es la distancia que hay entre el cielo y el infierno. Lo más trágico es que hoy, esa puede ser la distancia que exista entre Dios y yo o entre mi hermano y yo. Rompamos las barreras que nos separan de Dios y de los hermanos, para que seamos capaces de poder gozar de lo que Dios nos ofrece. María, madre de la Esperanza, ruega por nosotros.

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