Hagámosle caso a Jesús!: Comentario 15 de Marzo del 2018

                                        Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles



Hoy en la primera lectura de la liturgia de la Palabra nos encontramos con un pueblo judío rebelde e idolátrico que ha caído en la infidelidad a Dios a causa de la dureza de su corazón. Un pueblo que ante la ausencia de Moisés y el silencio de Dios se pone a adorar a un becerro de oro y se olvida de los favores que Dios ha hecho por ellos. Que no nos suceda de la misma manera también a nosotros, que cuando parece que Dios no está o que cuando más hacemos oración y le pedimos sintamos que no nos escucha porque no satisface nuestras necesidades. También puede pasar con nosotros, que en cierta medida llevamos, aunque muy escondido, nuestros becerros de oro, cualquier persona o cosa que nos hace prescindir de Dios, nos aleja de él y nos impide ser agraciados por su misericordia: el poder, el honor, la riqueza, el consumo…ídolo es todo lo que esclaviza en nombre de la libertad.
Mientras tanto, también encontramos a un Dios que no le gusta el pecado, que se llena de ira como consecuencia de las malas acciones que su pueblo está haciendo en su propia “cara”. “Y es que el pecado, en el fondo, es el rechazo de Dios y la negativa a aceptar su amor. Esto se muestra en el desprecio de sus mandamientos. El pecado es más que un comportamiento incorrecto; tampoco es una debilidad psíquica. En lo más hondo de su ser, todo rechazo o destrucción de algo bueno es el rechazo del bien por excelencia, el rechazo de Dios. En su dimensión más honda y terrible, el pecado es la separación de Dios y con ello la separación de la fuente de la vida. Por eso también la muerte es la consecuencia del pecado”. (Youcat). Sin embargo, notamos cómo el Señor “ayudado” por la intercesión de Moisés fue capaz de perdonar a su Pueblo, se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra ellos gracias a su fidelidad y  a su misericordia; una vez más vemos cómo la misericordia de Dios triunfa sobre el pecado. Él sabe de nuestras infidelidades y debilidades, de nuestras incoherencias, pero no desiste de nosotros. Lo que hay que subrayar también es la actitud de Moisés, el hombre profeta, fogoso, que sabe interceder por su pueblo. El auténtico profeta no es aquel que solamente reprocha al pueblo rebelde, sino que también vive en sintonía con el Señor y por eso sabe escuchar y hablar con él. El profeta es auténtico y fuerte cuanto contemplativo.
Pero en el evangelio podemos descubrir con gran certeza que ahora nuestro abogado e intercesor se llama Jesús, en realidad nada podemos alcanzar o conseguir si no es por él. Él mismo con sus propias palabras les dice a los judíos, que no creen en él, que de veras él era el que había de venir, sin embargo, Jesús no da testimonio en favor suyo, sino que presenta uno a uno los testimonios que hablan a favor de él. 
En primer lugar, quien da testimonio de Jesús es Juan el Bautista, quien se define a sí mismo como la voz que clama en el desierto  y a quien Jesús define como la lámpara que ardía y alumbraba; en segundo lugar quien da testimonio de Jesús es el Padre a través de las obras y milagros que realiza en él. La obra más deslumbrante del Padre a favor de Jesús fue su resurrección; por último, encontramos que las Sagradas Escrituras también dan testimonio de Jesús porque suscitan la fe y hablan de la vida eterna. Sin embargo, los judíos no han sabido reconocer ni creer en Jesús bajo ningún modo. Jesús les echa en cara que ellos sólo buscan la gloria de los hombres pero no la del cielo, la de su Padre, que aceptan a cualquier hombre que les habla en su propio nombre pero no en el nombre de Dios.
Lo que les impide a los judíos reconocer la luz de la verdad que se llama Dios es lo siguiente: la falta de amor a Dios y al prójimo, ellos por encima de todo sólo se buscan a sí mismos, viven esclavizados por el cumplimiento de la ley fría; ausencia de rectitud de intención, siempre le están poniendo trampas a Jesús y sólo buscan su propio beneficio, prefieren vivir de las apariencias; buscan la gloria humana, buscan que la gente los admire y los respete pero no buscan que sus vidas sean cada vez mejores y no buscan que los demás se salven, al contrario, se aprovechan del otro;  interpretan las escrituras interesadamente, utilizan la Palabra de Dios para robar y para justificar su propia maldad, atan cargas pesadas a los demás que ni ellos mismos quieren cargar. 
Hay un principio que dice: “lo evidente no se demuestra, se muestra”; Jesús les ha mostrado la verdad de Dios, la verdad de lo real, pero los judíos quieren seguir viviendo en la mentira y en la obscuridad porque no quieren ver ni reconocer a Jesús. Por eso Jesús les va a agregar por último: “no crean que yo los voy a acusar delante de mi Padre; el que los acusa es Moisés mismo, en quien ustedes han puesto su confianza… Pero si no creen lo que él escribió, ¿cómo van a creer lo que yo les digo?”. No cabe duda, no hay peor ciego que el que no quiere ver.  
Que no nos pase lo mismo a nosotros, que a causa de nuestra terquedad y dureza de corazón, no le creamos a Jesús a través de quien alcanzamos los beneficios que Dios nos tiene reservados, y que nos vayamos a condenar por nuestros malos actos, por la búsqueda de la gloria humana y no la divina. Al final, Jesús no condena al hombre, es el hombre mismo el que se condena a causa de su rebeldía y maldad. Por eso, mejor hagámosle caso a Jesús, único camino que nos conduce al Padre.


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