El amor de Dios es más grande que el de una madre: Comentario 14 de Marzo del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
“Porque el Señor ha consolado a su Pueblo, ha
tenido compasión de él en su aflicción”. Después de que Sión, la ciudad de
Dios, apareciera inquieta al sentirse abandonada (Dios se olvidó de mi), Dios
está ahí de nuevo junto a ella para consolarla. Sión representa el objeto del
amor de Dios. Esta figura evoca a la ciudad de Jerusalén que tiempo atrás fue
devastada. Es también símbolo de la humanidad a la que tanto ama Dios, a pesar
de sus continuas infidelidades y errores. Pero de un modo muy especial, Sión
prefigura a la Iglesia, el Nuevo Pueblo al que Dios mira con predilección y por
el cual Dios desea salvar a todos los hombres.
“Sión decía: El Señor me abandonó, mi Dios se olvidó
de mi. Pero acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo?
Pues aunque ella lo olvide, yo no te
olvidaré”. Con estas palabras Dios subraya su amor, comparándolo con el de
una mujer que, por ser madre, no puede olvidarse de su hijo o dejarlo de
querer. Más aún su amor es más fuerte que el de una madre que podría en
determinado momento olvidarse de su hijo, porque Dios nunca se olvidará de su
pueblo. Así, el profeta nos descubre un aspecto nuevo y emotivo del amor de
Dios presentándolo como el corazón tierno de una madre que ama a su hijo. Y es
que el amor de Dios para con los hombres en la predicación del profeta toma
colores nuevos y siempre más bellos. Aquí nos presenta al creador como a una
madre enamorada que sabe perdonar las faltas de su hijo (pueblo). Todo
pesimismo desaparece, cuando nos abrimos a esta verdad: a pesar de toda nuestra
miseria, Dios está enamorado de nosotros y nos ama con un amor más grande que
el de una madre. El tema más bien es que el hombre no se deja amar por Dios, se
aparta completamente de él para seguir viviendo su vida de rebeldía y egoísmo.
Al hombre le hace falta sentirse y saberse parte de una familia, sobre todo le
hace falta saberse y sentirse hijo amado incondicionalmente.
Éste
mismo amor quiere Jesús mostrarles a los judíos, sin embargo, al parecer, estos
viven esclavizados por el mero cumplimiento de la ley. Las dificultades de
Jesús con el Judaísmo contemporáneo se originaron por lo que solía hacer en día
sábado: curar enfermos. Definitivamente, Jesucristo no buscaba violar la ley,
sino entender la voluntad del legislador. Si la ley buscaba el bien del hombre,
¿esta podía impedir hacer algo bueno por el prójimo en sábado? En el espíritu
de una ley, que piensa en la salvación del hombre, Jesús trabaja aún en sábado
(día de descanso y sagrado para los judíos), tal como lo hace su Padre. Para
hacer el bien no hay día de descanso o vacaciones. Si en muchos ámbitos se
comprendiera este principio, la humanidad no estaría sufriendo tantas
desgracias. Hay necesidades humanas ante las cuales no se puede dejar pasar el
tiempo. Algunos de los grandes obstáculos del bien del hombre son la pereza y
el conformismo.
Una
forma de cómo Dios nos muestra que no ha dejado de amarnos como una madre es
que nos ha dado y nos sigue dando a su Hijo mediante el Pan de la Eucaristía y
el Pan de la Palabra. El evangelio de Juan recuerda que Jesús habló de una vida
eterna que inicia en aquellos que aceptan su mensaje y creen en él, esta vida
será plena una vez superado el paso por la muerte biológica. Desde el inicio
del libro se dice que en Cristo está la luz y la vida. Esta vida traída por
Jesús no hay que esperarla hasta el fin de los tiempos solamente; por ello en
el texto se utiliza la expresión: “les aseguro
que viene la hora, y es ahora mismo, cuando los muertos oirán la voz del Hijo
de Dios; y los que la oigan vivirán”. Es evidente que el sentido de la
palabra muerte va más allá de la muerte física, se refiere a la situación de
pecado, por la que el hombre está cerrado a Dios. De modo que quienes reciben
la Palabra del Señor experimentan la vida y van levantándose de su situación
que los sumía en una especie de muerte. El mensaje del evangelio es germen de
vida eterna, por eso es necesario aceptarlo, vivirlo y predicarlo, sobre todo
con la propia vida, para que muchos conozcan el amor infinito de Dios y se
vuelvan a él de todo corazón. Vivir de acuerdo al evangelio es estar en
sintonía con Jesús que no trataba de hacer su propia voluntad sino la voluntad
del Padre que lo había enviado, es sentirse hijo amado de Dios.
Descubrámonos enviados por Jesús para
hacer lo bueno, para ser gérmenes de fe y esperanza, para dar vida. “Pues
los que hicieron el bien, resucitarán para tener vida; pero los que hicieron el
mal, resucitarán para ser condenados”. Que María nuestra Madre interceda
por todas la mamás del mundo, por las que se dedican con pasión y esmero al
cuidado de sus hijos, pero también por aquellas que abandonan o le quitan la
vida a sus hijos. Santa María, reina de la Paz, ruega por nosotros.
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