El milagro más grande: Comentario 13 de Marzo del 2016

                                                 Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles



En la liturgia de la Palabra de hoy, sobre todo en el evangelio, encontramos a Jesús que al llegar a Jerusalén, cerca de la puerta llamada de las ovejas se topa con una realidad bastante fuerte y preocupante: “se encontraban muchos enfermos, ciegos, cojos y tullidos echados en el suelo”. Mientras que los judíos disfrutaban de sus fiestas, la realidad es que en Jerusalén las cosas no andan muy bien que digamos, hay una gran necesidad: acoger, ayudar, curar y levantar al pobre y enfermo. Pero Jesús va directamente con ellos, en él no hay olvido, viene por los enfermos y por los pecadores, se acerca al que sufre, no distingue, ni rechaza o discrimina a nadie. Él está ahí para hacerles sentir su amor y su misericordia.
Dentro del grupo de todos los enfermos, se encontraba un paralítico que llevaba treinta y ocho años esperando que alguien lo condujera y metiera en el estanque (Betzatá) con la esperanza de poder ser liberado de su enfermedad. El tema es que mientras los judíos celebran su fiesta, en esos treinta y ocho años, nadie se había aparecido por ahí para que hiciera eso por él, más bien, cuando él intentaba dirigirse hacia el estanque, otro le ganaba y se metía primero. Muchas veces, o el que se encuentra necesitado se acostumbra a vivir de la misma manera toda su vida y por eso no logra salir adelante, o porque falta oración  y caridad de parte de la comunidad. Prácticamente éste hombre estaba sólo y así iba a permanecer toda su vida: enfermo y tirado en el suelo: esclavizado, sin alegría y sin dignidad, muerto en vida. Quizá muchas veces habría querido que todo terminase pronto para él. Quizá pensó que su vida ya no tenía sentido; que vivía sólo para sufrir, aceptando las burlas y las muecas de la gente que acertaba a pasar por ahí. Cuántos amaneceres y atardeceres habrían pasado por encima de aquel pobre hombre, esperando siempre el milagro de su vida.
Notamos que éste paralítico tenía puesta toda su esperanza en que al meterse en el estanque, en el momento en que se removían las aguas se iba a curar. Por lo menos nunca perdió la esperanza. Pero a veces, el hombre pone toda su confianza y su esperanza en cosas, prácticas o pensamientos que considera que pueden ayudarle o devolverle la salud, se dirige a fuentes que no le van a ayudar a calmar su sed, al contrario, le ayudan a morir mucho más rápido, no obstante, termina por descartar a Dios o porque nunca ha escuchado hablar de él, o porque considera que Dios nada puede hacer frente a su problema o enfermedad. Termina por confiar en dioses chiquitos: dinero, ciencia, tecnología, brujerías, amuletos, hechicerías, magia, adivinación, etc. Busca algo o alguien que le haga el milagro de liberarse, pero en su desesperación termina por caer en las manos equivocadas ¿En quién he puesto la confianza y esperanza de mi vida sobre todo en este tiempo de cuaresma? ¿Me dejo ayudar y purificar por Jesús o considero que no me hace falta?
Aquél paralítico jamás había sentido el calor humano, no obstante, Jesús se acerca para mirarlo atentamente con misericordia, le pregunta si quiere recobrar la salud, y ante la afirmación de éste, Jesús lo libera y le perdona sus pecados. Sólo Jesús sabe acercarse a nuestra carne, se hace prójimo con el desamparado y el que sufre. Él es el único que puede hacernos sentir que camina a nuestro lado, que nunca nos abandona, que está ahí siempre para acogernos, devolvernos la dignidad y levantarnos. Él es el único que puede hacer el milagro de curar, de acompañar para hacerle sentir al enfermo que no está sólo. Y es que el mayor de los milagros no consistió sólo en el hecho de curarle, sino en el de acogerlo, hacerle sentir su presencia, su compañía, su ayuda, su mano y mirada amiga, su calor humano y divino; Jesús le hizo sentir que tenía un lugar en la comunidad, en el templo y en el reino de Dios, por eso Jesús lo levantó del suelo y le devolvió la dignidad, la vida.  
Por otra parte, a veces suele suceder que dentro de la comunidad, más que ayudar a los demás, lo que se termina haciendo es una competencia como le sucedía a este hombre enfermo que siempre que intentaba meterse al estanque otro le ganaba primero. O sucede que la vida comunitaria se vuelve una competencia para comprobar quién gana y es el mejor, o que no se deja crecer y liberar a los demás como le pasaba a los judíos que se molestaban porque el paralítico llevaba su camilla en el día sábado.  No obstante, Jesús se acerca al paralítico para hacerle sentir su presencia, su amor, su ayuda y devolverle la salud. 
No cabe la menor duda, el más grande de los milagros que Jesús puede hacer a través de nosotros es consolar, curar, y perdonar al que vive oprimido por la esclavitud del pecado. El milagro se da cuando lleno de compasión me fijo de mi hermano enfermo, cuando le ofrezco lo mejor de mí, cuando no lo dejo solo, ni lo discrimino sino que lo acompaño, y lo llevo a la fuente de agua viva, la mejor, la única que es capaz de saciar la sed de toda persona sedienta y cansada por los problemas de la vida: Jesús. Él es nuestra paz, el que nos dice como le dijo al paralítico: “ahora que ya estás sano, no vuelvas a pecar, para que no te pase algo peor”.
María, reina de la paz y salud de los enfermos, ruega por nosotros.


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