Comentario 12 de Enero del 2018: “Llamados a ser puentes entre los hombres y Dios”
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
La realidad que encontramos ahora en el texto de la liturgia de la Palabra es la de un Jesús que incansablemente sigue predicando la Palabra de Dios, no solamente en los espacios públicos o abiertos, sino también “en casa”. La gente se enteró que Jesús estaba en casa y se le reunió mucha gente para escuchar el mensaje. También nosotros podemos anunciar la Palabra de Dios en casa, con ello, no quiere decir que todo el día nos la pasemos hablando de Dios, pero que sí tenemos que aprovechar las oportunidades que se nos presentan para que, o ya bien sea que las personas que viven ahí, o las que lleguen de visita, no sigan o se vayan igual de cómo llegaron o eran antes. Se trata de que hagamos despertar el hambre y la necesidad de Dios, que sembremos la semilla de la fe a los demás para que después, por sí solos puedan seguir cultivándola hasta dar frutos. Pues si no nos saciamos con el alimento del Pan de la Palabra, significa que nuestras relaciones son y seguirán siendo totalmente vacías.
Enseguida, un grupo de cuatro personas, le llevaron a Jesús a un paralítico, pero como había tanta gente en esa casa alrededor de Jesús, no pudieron entrar por la puerta principal, sino que: “quitaron parte del techo de la casa donde él estaba, y por la abertura bajaron al enfermo en la camilla en que estaba acostado”.
Como ayer, hoy también notamos que no fue Jesús quien buscó al paralítico, ni tampoco se acercó por sí sólo, puesto que no podía caminar. En este caso, es un grupo de cuatro personas quien lo llevó, fue la comunidad quien lo ayudó para presentarlo a Jesús y éste pudiera curarlo. La verdadera comunidad es esta, la que nos acerca a Jesús, la que nos ayuda, nos consuela, nos anima, nos enriquece y nos enseña a practicar la caridad y la compasión; es el mejor lugar para la compasión. La comunidad nunca nos deja solos, siempre hay un lugar para cada uno, para que seamos y lleguemos a ser lo que Dios quiere. Desde aquí, destacamos el verdadero papel de la comunidad: ser puente. Una comunidad que une a los hombres con Dios, que lleva y presenta a los hombres que están solos, paralíticos y heridos por el pecado a Jesús, para que él los cure, los reconcilie con el Padre y les devuelva la dignidad. Es importante que formemos una comunidad regida por la compasión, que no permita la exclusión, el olvido o la indiferencia.
Pero también es importante que, si nos sentimos y nos sabemos enfermos, nos dejemos llevar, conducir, guiar y ayudar por la comunidad, que no nos resistamos, que no ocultemos las heridas, que no nos de vergüenza reconocer que estamos enfermos y que necesitamos un médico para que nos sane. Y que mejor médico que Jesús, que más que quitar la parálisis del cuerpo, nos quita la parálisis del corazón: el odio, la timidez, el miedo, el pesimismo, etc. Lo único que nos hace falta es creer, tener fe para que no nos dejemos vencer por la desesperación y el desánimo.
Así que, quitaron parte del techo para que el hombre paralítico pudiera encontrarse con Jesús y ser sanado. No cabe la menor duda que cuando se tiene fe, no hay lugar para el “no voy a poder”; no hay distancia que no se pueda alcanzar, no existen los obstáculos que logren impedir lo que se pretende alcanzar y no hay temores que no se puedan vencer. Para el hombre que cree no existen los imposibles, está dispuesto siempre a correr el riesgo. “Cuando Jesús vio la fe que tenían, le dijo al enfermo: Hijo mío tus pecados quedan perdonados”.
Jesús no solamente sana físicamente, si no que le devuelve la salud espiritual a todo enfermo, el quita no solo la parálisis del cuerpo, sino también la del corazón, esa que impide hacer el bien y amar a los demás, la que separa de la comunidad y enferma las relaciones fraternas. Por eso nuestra misión tiene que ser la de convertirnos en puentes, porque en gran parte, de nosotros depende que muchos que están enfermos se encuentren con Jesús y el los cure y los perdone. Nuestra misión, con la ayuda de la gracia de Dios, es lograr que muchos hombres se reconcilien con Dios para que él les abra las puertas de su Reino y puedan salvarse. Ser puentes significa no sólo ser intermediarios entre los hombres y Dios, sino también alegrarnos de que muchos puedan recobrar la paz y la libertad del corazón, para que participen de la felicidad verdadera.
Pero hay una cosa más, también se encuentran dentro de este mismo texto, los que no pretenden ser puentes, sino barreras o muros que separan y que excluyen de la comunidad. “Algunos maestros de la ley que estaban allí sentados, pensaron: ¿Cómo se atreve éste a hablar así? Sus palabras son una ofensa contra Dios. Solo Dios puede perdonar pecados”. A veces, también nosotros tomamos este papel de “maestros de la ley”, que más que decir lo que los demás pueden o deben hacer, lo que se termina haciendo es no permitir que el enfermo se sane, que crezca, que se supere, que sea perdonado de sus pecados, que se salve. Vivir así, no es vivir en una verdadera comunidad, sino en una cárcel, en el derrotismo, en el fracaso total. Se supera el que más dinero o influencias tiene, pero el que no, que se muera. No se puede vivir así, queriendo ser los mejores y poniéndonos por encima de los demás. Vivir así es provocar la división de la comunidad y la ruina de cualquier proyecto o apostolado que se quiera emprender. Viviendo así, nadie se supera, todo se mantendrá siempre igual, jamás habrá novedades ni progreso alguno.
¿Yo soy puente que uno o soy barrera que divide y que no permite el paso a los demás? ¿Me dejo ayudar por la comunidad o pienso que sólo puedo salir adelante? ¿Qué es lo que no me permite caminar y avanzar en la vida, cómo se llama mi parálisis? ¿Me dejo curar por Jesús, confío en él o me detienen mis propios miedos?
Pidamos la gracia del Espíritu Santo para que nos dejemos curar por Jesús y, a través de nosotros muchos gloriquen a Dios.
Gloria y honor a Ti Señor Jesús
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