Comentario 09 de Enero del 2018: “La Palabra, el arma contra el demonio”.


Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos

Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, Parroquia Santa Marìa de los Ángeles

En la liturgia de la Palabra de hoy, encontramos qué significa estar ante la presencia de Dios y qué no. Por un lado, encontramos a Ana que es bendecida por Dios con un hijo. Ella misma se lo pide desde una oración confiada y necesitada, pero sobre todo con un corazón humilde y sencillo. Ana era una mujer que todo lo esperaba de Dios, de profunda fe: “… si no te olvidas de tu servidora y le das un hijo varón, yo lo entregaré al Señor para toda la vida…” Ella supo reconocer que no había nada que no viniera de Dios y que no volviera a él mismo, supo reconocer que Dios es el dueño de la vida y, que ésta se convierte en un don cuando se vive para los demás. Fuera de Dios la vida es poca cosa, es nada, es vacío, soledad y desesperación. Así, a través de la oración discreta y callada, Ana supo conquistar el corazón de Dios y, éste, mostrar su amor y su ternura concediéndole el don de ser madre, el don de la vida. No cabe duda, la propia existencia se abre a la fecundidad cuando está abierta para Dios, cuando se renuncia a lo que personalmente se puede llegar a querer y cuando se deja actuar al poder de Dios. Pero cuando ésta se cierra, se experimentan los constantes fracasos y la vida se convierte en una carga pesada para los demás, incapaz de poder ofrecer algún fruto bueno.  
Por otro lado, encontramos a un hombre que no vivía bajo la presencia y la poderosa mano de Dios. El evangelio dice que éste hombre, sin nombre, tenía un Espíritu impuro. Un hombre que había permitido que el mal se apoderara no sólo de todo su cuerpo sino y, sobre todo, de su corazón. Y es que, cuando no se conoce la voz de Dios que llama, cuando el hombre no sabe reconocer la voz de Dios que lo llama para ser feliz y libre, éste, se deja esclavizar por cuanto se le atraviesa por su vida, incluyendo al más grande adversario que tiene envidia de su felicidad. 
Llama la atención la importancia que se da a la manera en cómo enseña Jesús: “de una manera nueva y con autoridad”. La Palabra de Dios, el Evangelio, tiene la fuerza para mover el corazón a convertirse, pero también para imponerse sobre los demonios. Ella es la que le da la victoria al creyente sobre el mal que lo oprime; porque el evangelio es el camino de liberación integral del hombre. Sin la fuerza de la palabra, todo hombre se hunde en el abismo de la desesperación y en el sin sentido de la vida. La palabra es su mejor defensa, el arma para combatir al adversario: “Jesús reprendió a aquél Espíritu, diciéndole: -¡Cállate y deja a éste hombre!”. No hay nada ni nadie que se resista ante el poderoso nombre de Jesús, él es el “Santo de Dios”, él es nuestra victoria, él es nuestra liberación. Contar con su ayuda y vivir bajo su amor y su Misericordia es tener ya, asegurado, el triunfo sobre el mal. El que vive en la presencia de Dios es libre y progresa pero el que se rehúsa, vive como esclavo. Que el hombre sea liberado por la Palabra es otro signo del Reino de Dios.
Así, encontramos a Jesús, el día de hoy, no solamente como un hombre de palabras sino también como un hombre que se compromete con la existencia, con la libertad y la felicidad de todo hombre. Es un Jesús cercano, que obra a favor del ser humano frágil y limitado, porque sin su ayuda éste rápidamente se rompe y se viene abajo. Jesús muestra su pasión por el hombre, pasión por mostrarle el camino que le devuelve su dignidad, de mostrarle que tiene un Padre que lo ama, de ser Hijo de Dios. ¿Qué más puede hacer Jesús por nosotros? ¿Sino estar cerca para liberarnos y hacernos conocer su Misericordia?
Por ello, seamos como Ana que todo lo esperamos de Jesús, pero también seamos como Jesús, para que todo lo que recibamos del Padre lo llevemos y lo demos a conocer a los demás, sobre todo a los tristes y desesperados que viven bajo la opresión de algún tipo de mal. Cuidarnos solamente de no hacer el mal y quedarnos cruzados de brazos es permitirle al mal que siga trabajando y apoderándose de muchas almas. Demos a conocer a Jesús (Dios salva), la buena noticia que alegra los corazones.
Pidamos la intercesión de nuestra Madre la “Virgen del Magníficat” que nos ayude a ser dóciles y sencillos, para que podamos seguir construyendo el Reino de Dios mediante la predicación de la Palabra y mediante el propio testimonio. 


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