Comentario 10 de Enero del 2018: “Habla, que tu siervo escucha”

Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos

Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


Hoy, en la liturgia de la Palabra, nos encontramos con el tema fundamental de la vocación, el llamado de Samuel para ser profeta de Dios y juez de Israel. Toda vocación es un don de Dios. La grandeza de este llamado exige, siempre una respuesta. Samuel es un muchacho muy cercano al templo, que escucha la voz de Dios y, que en un primer momento no sabe reconocerla: “Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la Palabra del Señor”. Lo mismo puede pasarnos también a nosotros, que podemos estar muy cerca al templo, pero como no estamos atentos a la palabra del Señor, como nunca le hemos dado importancia y le hemos prestado atención no sabemos reconocerle y, más aun, no sabemos qué es lo que Dios quiere de nosotros. Es necesario que le dejemos hablar a él, y si no entendemos en un primer momento, debemos acercarnos a preguntarle a quien probablemente esté más instruido que nosotros (Magisterio de la Iaglesia), como lo hizo Samuel con Eli, hasta que éste le dijo que era lo que debía responderle al Señor: “Habla, que tu siervo escucha”. Con estas palabras, Samuel no solamente dispone su corazón para escuchar (con los oídos y con el corazón), sino que también prepara su voluntad para obedecer, para hacer lo que el Señor le va a pedir. Y es esta parte la que de repente se nos dificulta a nosotros, que probablemente le oímos al Señor, tal vez si somos capaces de reconocer la voz de Dios que nos llama, pero lo único que nos hace falta es poder obedecerle, estar disponibles para servir al Señor a través de la misión que quiere encomendarnos. Es necesario ir formando nuestra conciencia con la voz de Dios, puesto que si no nos dejamos formar, jamás sabremos qué hacer con la propia vida. El que está pronto para escuchar, está pronto también para obedecer.
Tengamos mucho cuidado, porque actualmente existen muchas voces que nos llaman, que nos quieren seducir y que nos proponen una vida cómoda y placentera, una vida más cuidada y sin sufrimientos, sin problemas y sin cicatrices. “Una vida fácil, siempre va a ser una vida inútil”. Y es que a veces nos dejamos llevar por la tentación de querer vivir sin responsabilidades, sin compromisos, sin nadie que me diga qué es lo que tengo que hacer. No queremos escuchar la voz de Dios porque somos autosuficientes y orgullosos, no queremos comprometernos con Dios y con su Iglesia. Consideramos que es nuestra vida y que nadie debe meterse en ella porque no nos metemos en la vida de los demás. Pero en realidad, ese es el problema, que no nos metemos en la vida de los demás porque siempre vivimos metidos solamente en la nuestra, sin que nadie nos pueda sacar de nuestro amor propio y egoísmo. Si fuéramos capaces de responderle a Jesús, por lo menos afectaríamos la vida de los demás para su bien, pensaríamos más en los demás, más que en nosotros mismos. Porque no hay nadie que le responda al Señor y siga pensando más en sí mismo. Por lo menos eso es lo que nos muestran los santos con su vida, que una vez que los atrajo la voz del Señor, decidieron encarecidamente entregarle toda su vida y hacer lo que él les estaba pidiendo para el bien de la Iglesia y de todos los hermanos.
Solamente le obedece al Señor el que más ama. La disposición, decisión y amor son indispensables para que Dios dirija al hombre su Palabra, lo tome en cuenta en su proyecto de salvación y lo consagre a vivir para él. Solo de este modo, convierte a sus elegidos en fermento de unidad, paz, esperanza y caridad. Las personas consagradas siempre serán el mejor regalo que Dios da a la humanidad porque ellas son capaces de cambiar y orientar la historia hacia Dios.
Ya en el Evangelio, nos encontramos en un primer momento con la suegra de Pedro que está enferma, Jesús la tomó de la mano, la levantó y, ésta en seguida, se curó y se puso a servirles. Debemos dejar a Jesús que nos tome de la mano para que nos saque de nuestras enfermedades, más que del cuerpo, las del corazón, esas que nos impiden amar, servir, orar y evangelizar.  La enfermedad que postra al hombre y lo hace incapaz para el servicio, viene a ser remediada sólo por Jesús. Debemos dejar que Jesús nos sane el corazón, que nos haga libres, que nos renueve interiormente con la acción de su Espíritu; porque el verdadero servicio cristiano es expresión de salud y madurez espiritual, de lo contrario, se cumple el dicho de:  “nadie puede dar lo que no tiene”, o el de “nadie puede amar si no se ha dejado amar primero”.
En un segundo momento, sobresale la actividad evangelizadora del Señor, en ella se subraya su poder sobre lo que hace sufrir a la humanidad: la enfermedad, la muerte y el demonio. La razón por la que Jesús calla a los demonios es porque ellos no deben confesar que es el Mesías (es el secreto mesiánico en Marcos), tiene que ser el discípulo quien lo confiese. Y el discípulo ha de confesarlo no sólo con sus palabras, sino con la propia vida.
En última instancia, la urgencia del anuncio del evangelio no permite a Jesús detenerse demasiado en un pueblo o aldea. Los discípulos parecen no entender que el Señor no busca tanto el éxito de su trabajo, cuanto cumplir la voluntad de su Padre y hacer que todos escuchen el mensaje de vida. La expansión del evangelio requiere de un espíritu misionero para cumplir con su objetivo. La dinámica misionera –espíritu inquieto- nunca permitirá el estancamiento estéril. Este Espíritu nace del contacto con Dios y con la necesidad de los pueblos. La evangelización no persigue el éxito fugaz y momentáneo, sino la consolidación del Reino de Dios.

Así, todo llamado que viene departe de Dios necesita una respuesta para amar, servir, orar y evangelizar. En pocas palabras para construir el Reino de Dios. El verdadero discípulo es aquél que es capaz de guardar silencio y orar para escuchar la voz de Dios y para discernir qué, cómo y dónde quiere que le sirva. Pidamos la intercesión a nuestra madre para que nos enseñe a callar, a escuchar y a obedecer para que así, podamos responder con generosidad.

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