Jesús quiere que nos salvemos: Comentario 22 de Noviembre del 2018

                                                  Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
                                                              Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
          Parroquia Santa Marìa de los Ángeles

El pueblo se alegra aunque no sabe bien el motivo; no ha entendido cuál es el plan de Jesús. Ante esto, Jesús no puede contener su tristeza ante la fiesta superficial de la gente, lo que le lleva a un momento muy conmovedor: “Al ver la ciudad, Jesús lloró por ella, diciendo: ¡Si en este día tú también entendieras lo que puede darte paz!” (V.42ª).
La superficialidad con que se ve la vida lleva al hombre a no poder disfrutar ni siquiera él mismo. Muchas veces se alegra y hace fiesta sin saber por qué la hace. Simplemente se pierde en alegrías pasajeras que lo incapacitan para experimentar el gozo que viene de Dios.
Pero más que meditar en los males que recayeron sobre el pecado de la infiel ciudad, el evangelio nos invita a que pensemos un poco en las desgracias que sobrevienen al corazón infiel, que por el pecado queda no sólo afeado, sino totalmente destruido; nada queda en él de los dones de gracia, que el Señor había derramado, nada de las virtudes, nada de los dones del Espíritu Santo; faltan en él Dios, su temor y su gracia, su bondad y su amor.
La obra del Espíritu en el cristiano es siempre constructiva y positiva; el Espíritu Santo comienza purificando al hombre de todos sus defectos, de los pecados pasados y una vez concluida esa primera e imprescindible etapa de la purificación, comienza el Espíritu a levantar el edificio de las virtudes positivas, hasta que puede desarrollar en esas personas la obra del amor.
Y cuando en el cristiano la virtud teologal de la caridad o el amor llega a convertirse en raíz y explicación de toda la vida, cuando todo se hace no solamente con amor, sino sobre todo por amor, cuando se busca no sólo tener o sentir el amor, sino vivirlo y vivirlo en todo y en todos, entonces la paz inunda nuestro interior y allí en la intimidad más íntima de nuestro ser escuchamos la voz de nuestro Padre, que nos dice que está contento de nosotros, que se complace en nosotros y en nuestra vida.
Ese es el “mensaje de paz” que nos trae el evangelio de hoy, y así también a nosotros se nos puede aplicar aquella aclamación de Jesús: “si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz…”
Sin embargo, Jerusalén no quiso reconocer el mensaje de paz de Jesús, porque no quiso darse cuenta de la verdad. Pero aquél no reconocimiento y aquél rechazo a Jesús, se da hoy también en muchos hombres a los que ha venido Jesús con todos los beneficios de su gracia y su poder; el cristiano como Jerusalén puede rechazar a Jesús, su fe, su gracia, su amor y entonces se hará acreedor al castigo.
Esta ceguera humana conmueve tanto al Señor que llora ante aquellos que le aclaman, pues no les interesa el conocerle y convertirse. Es muy dura la realidad para quien se da cuenta demasiado tarde de lo que pudo haber disfrutado y no lo hizo, sino que lo dejó pasar de largo. Sólo hasta que lo ve perdido comienza a interesarse.

El cristiano no debería olvidar que los que cierran sus oídos  a la gracia y su correspondencia a los designios de Dios, se hace merecedor del castigo reservado por Él, a los que abusan de su gracia.




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