Sin comunión no hay verdadera familia: Comentario 25 de Septiembre del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Hoy
en la lectura del evangelio, notamos cómo la familia de Jesús lo busca, se
preocupan por él, quieren saber qué está haciendo y dónde. Y es que, para
empezar, la verdadera familia: los hermanos y la madre de Jesús lo buscan;
¿cómo saber que realmente pertenecemos a la familia de Jesús? En primer lugar,
si lo buscamos, pasamos tiempo, convivimos, platicamos, nos dejamos enseñar,
amar y perdonar por Él, entonces si somos realmente de la familia de Jesús. No
se puede ser familia y ser indiferente al otro, en todo caso, puede ser que
exista algún vínculo biológico que una, pero nada más, ningún afecto de
hermandad o fraternidad.
Por
eso es bien sabido que los hermanos se interesan, se preocupan y se ayudan
entre sí. Si nosotros queremos ser parte de la familia de Jesús, tenemos que
salir al encuentro del otro, buscarlo, acompañarlo, comprenderlo,
solidarizarnos con él, darle una mano, compartir una palabra de aliento o una
sonrisa; y esto lo podemos hacer con el vecino, con mi propio hermano de
familia, con alguien que esté pasando mal, que esté enfermo o en alguna otra
situación difícil. La caridad es lo que caracteriza a los hermanos de Jesús.
Si
la madre y los hermanos de Jesús fueron a ver a Jesús, era porque querían estar
con Él, platicar o escucharlo. Esto no lo podemos hacer, sino en la oración. La
verdadera familia de Jesús platica y lo escucha para estar en sintonía con Él;
hoy Jesús no solamente nos exige que vivamos junto a Él, sino que también lo
sintonicemos desde el corazón a través de un diálogo confiado y humilde. Suele
suceder, a veces, en las familias, que viven en la misma casa pero muy raras
veces se ven, no comen juntos o dialogan, viven como fuera de sí, sin identidad
y llenos de preocupaciones. No podemos olvidarnos de Jesús, decir que lo
seguimos pero no conocerlo; tenemos que dejar que nos acompañe desde un diálogo
suave y fraterno. Escucharlo, eso es lo que nos falta hoy, escuchamos la música
del momento, a la vecina, los informativos, los partidos del futbol pero muy
poco tiempo tenemos para Jesús. Podemos caer en la cuenta de que no
sintonizamos con Jesús porque no lo escuchamos y por eso, terminamos pensando
humanamente, como cualquier humano lo haría, o como el “mundo”, en el peor de
los casos.
Hace
falta que seamos familia de Jesús, porque llevamos una vida sacramental
constante, en primer lugar porque ya fuimos injertados a la gran familia de
Dios que es la Iglesia por medio del sacramento del Bautismo, porque nos
llenamos de la gracia de Dios a través del sacramento de la reconciliación,
porque confirmamos nuestra fe y recibimos la plenitud de la gracia del Espíritu
a través del sacramento de la confirmación, porque los esposos quedan unidos
para siempre bajo la protección, bendición y santificación de Dios a través del
sacramento del amor: el Matrimonio, porque el enfermo experimenta la fortaleza
de Dios, la gracia del Espíritu y la sanación del alma y del cuerpo a través
del sacramento de la unción de los enfermos, y porque nos unimos a la pasión,
muerte y resurrección de Jesús a través del sacramento de la Eucaristía. Sin
una vida sacramental constante, vamos perdiendo la fuerza de la unidad y la
vida de la Gracia, la vida de Dios en nosotros.
Hemos
de estar unidos a Jesús tanto en obras como en palabras: “Mi madre y mis
hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”. Hagamos lo
que Jesús nos dice: lo bueno, lo noble, lo justo, lo verdadero. Busquemos la
paz, es triste ver como las familias pierden la paz a causa de los asuntos
temporales. Sin comunión no existe la verdadera familia. A veces podemos decir
que creemos en Él, pero no hacer lo que a Él le agrada, a veces, más bien,
podemos llegar a utilizar el nombre de Dios para hacer lo malo.
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