No podemos ser cristianos apagados: Comentario 26 de Septiembre del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Jesús
vino del cielo a la tierra para predicar y proclamar el Reino de Dios; pero
vino a proclamarlo no sólo a un grupo reducido de hombres, sino a todos los
hombres de todos los tiempos y de todos los lugares; de ahí la necesidad que
tuvo Jesús de prolongarse en el tiempo y en el espacio y eso fueron y son sus
discípulos de antes y de ahora: prolongaciones de Jesús y de su misión en el
tiempo y en el espacio.
San
Lucas describe el primer envío apostólico por parte del Señor. Los doce han de
mostrar a donde vayan que son instrumentos y testigos del poder de Dios. No
deben llevar nada para el camino, porque, como predilectos que son de Dios, de
Él habrán de recibir todo lo necesario.
Si
en algún lugar no los reciben, sacudirán sus sandalias en señal de protesta y
se irán de ahí: no hay tiempo que perder: mientras unos desprecian el anuncio
del Reino, otros lo esperan con ansia y muy hambrientos de Dios. La misión es
clara: se trata de hacer lo mismo que hace Jesús, con los mismos poderes.
Asumiendo la responsabilidad que esto supone, los doce salieron a cumplir su
tarea.
Los
discípulos del Señor imitaron al Maestro, predicaron lo que predicaba el
Maestro y aún hicieron los mismos milagros, que vieron hacer a Jesús:
“instituyó doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar también
el Reino de Dios con el poder de expulsar a los demonios”. En la misión de los
doce debemos ver la misión de todos los demás discípulos del Señor que a lo
largo del tiempo y del espacio son enviados, son los misioneros del Reino de
Dios.
Por
eso, no podemos ser cristianos apagados, permitamos al Espíritu divino que
encienda nuestro corazón. El hecho de sentirse enviado por el Señor, de ser sus
misioneros, debe afectar nuestra responsabilidad: eres enviado al mundo para
algo; ¿cumples la finalidad de tu misión? ¿Te falta mucho aún para cumplirla?
Porque solamente entonces, cuando la cumplas, podrás gozar de paz en tu
conciencia.
La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del
Salvador: "Es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras
ciudades" (Lc 4,43), se aplican con toda verdad a ella misma. Y por su
parte ella añade de buen grado, siguiendo a San Pablo: "Porque, si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que
se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizara!" (1 Cor
9,16). Con gran gozo y consuelo hemos escuchado, al final de la Asamblea de
octubre de 1974, estas palabras luminosas: "Nosotros queremos confirmar
una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye
la misión esencial de la Iglesia"; una tarea y misión que los cambios
amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes.
Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su
identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y
enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios,
perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y
resurrección gloriosa>> (Evangelii Nuntiandi 13 y 14, Pablo VI).
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