¿Qué es el clericalismo?

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El papa Francisco ha denunciado muchas veces este fenómeno, ¿pero en qué consiste exactamente?

En la estela de los graves escándalos de abusos sexuales cometidos por miembros del clero, se han visto muchas respuestas y reflexiones tanto de los laicos como del prelado, incluyendo el papa Francisco.
En su Carta al pueblo de Dios sobre la crisis actual, el papa Francisco se refiere una vez más a este fenómeno como uno de los principales componentes de la crisis de los abusos sexuales: el clericalismo.

Es una de esas palabras que se lanzan en las conversaciones de la Iglesia, pero que rara vez se define. Una palabra que a menudo se escucha sin conocer realmente su significado. ¿Qué es el clericalismo?
El clericalismo designa una manera desviada de concebir el clero, una deferencia excesiva y una tendencia a conferirle superioridad moral.
El papa Francisco dio una breve descripción de este fenómeno: “los clérigos se sienten superiores, se alejan de la gente”. Y añade que el clericalismo puede estar “favorecido por los mismos sacerdotes o por los laicos”.
Ciertamente, ¡los laicos también pueden caer en el clericalismo! Pueden creer que sus contribuciones a la vida de la Iglesia son de segundo orden o que en todas las cosas “el sacerdote necesariamente sabe más”.
Dicho esto, debemos respetar a los miembros de nuestro clero. Son llamados por Dios a ser nuestros líderes, maestros y santificadores en la vida cristiana y les debemos respeto por eso.
Después de todo, san Ignacio de Antioquía afirmó que los diáconos deben ser venerados como el mismo Jesucristo y el obispo como a la imagen del Padre. También expresó que “donde está el obispo, allí está la Iglesia católica”.
 

El clero participa del poder apostólico, transmitido por Cristo mismo. Los clérigos han sido designados para ser nuestros pastores.
Ellos tienen este poder, conferido por el sacramento del Orden Sagrado, incluso cuando se comportan mal. Un sacerdote en estado de pecado mortal sigue pudiendo llamar a Cristo en el altar durante la Misa.
Todavía puede perdonar nuestros pecados en la confesión, aunque su propia alma esté “bañada en pecado”.
Los sacerdotes reciben una “marca indeleble” en su alma por el Orden Sagrado, que les permite actuar in persona Christi (“en la persona de Cristo”) y ningún pecado puede borrar esta marca y el don que implica.
Sí, incluso si un sacerdote fuera condenado al infierno, su alma conservaría siempre la marca de su sacerdocio, lo que indudablemente significa que su sufrimiento eterno sería mayor todavía que el de los demás.
Sin embargo, este poder del Orden Sagrado no implica que el clero sea automáticamente más sabio, que posea un mejor juicio o, conviene destacar, que sea moralmente superior a cualquier otra persona.
Estos sacerdotes ordenados siguen siendo seres humanos, sujetos a cometer todos los errores (y pecados) que la gente común puede cometer.
Los mismos apóstoles cometieron toda clase de errores, ya fuera al malinterpretar las palabras de Jesús o al traicionarlo, no deberíamos creer que sus sucesores están a salvo de estas faltas.
Además, si consideramos la alta vocación que los sacerdotes y religiosos han recibido de Dios, podemos imaginar fácilmente los esfuerzos que dedica el diablo a hacerles caer.
Esta es una de las razones por las que es particularmente importante orar por el clero, siendo conscientes de que su vida en la Tierra es una lucha espiritual.

Encontrar el camino recto

En una declaración ya famosa, Aristóteles dijo que “la virtud es un equilibrio entre los extremos”. Así que cuando tratamos de evitar el clericalismo, deberíamos cuidarnos de no caer en el exceso opuesto: el
anticlericalismo.
Aunque no debamos elevar a los sacerdotes sobre un pedestal de nobleza, tampoco debemos rebajarlos por debajo del suelo.
No debemos insultarlos ni degradar la vocación clerical. Así que no debemos encumbrar a nuestro clero, pero tampoco despreciarlo.
Jesús había encontrado el equilibrio justo para sus apóstoles desde el principio. Después de que la madre de Santiago y de Juan preguntara a Jesús si sus hijos podían sentarse a su derecha e izquierda en el reino,
los otros apóstoles se quejaron, ¿por qué ellos dos habrían de recibir este honor y no ellos?
Jesús les respondió: “Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser vendido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mt 20,20-28)
Jesús no cuestionó el hecho de que sus apóstoles tuvieran autoridad sobre otros; más bien, les enseñó y les mostró que esta autoridad está destinada a servir.
Es un poco como cuando los padres contratan a una niñera y ella es “responsable” de sus hijos. La niñera tiene autoridad sobre los niños, no para poder enviarlos a la cama temprano y luego ver una película o pasar la noche en Snapchat, sino para que pueda cuidarlos adecuadamente.
Ser “responsable” significa que los niños son “responsabilidad de la niñera”.
San Pedro, el primer Papa, fue uno de los más grandes discípulos de Jesús. Repitió las palabras de Jesús en su primera carta (1 Pedro 5,3) cuando escribió: “No pretendiendo dominar a los que les han sido
encomendados, sino siendo de corazón ejemplo para el Rebaño”.
Desde los tiempos de san Gregorio Magno, varios Papas han tomado el título de servus servorum Dei, “siervos de los siervos de Dios”.
Los miembros del clero no son nuestros amos, están ahí para ayudarnos.
Como escribió el papa Francisco: “Los laicos son parte del Santo Pueblo fiel de Dios y por lo tanto, los protagonistas de la Iglesia y del mundo; a los que nosotros [los sacerdotes] estamos llamados a servir y
no de los cuales tenemos que servirnos”.

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