Más que murmurar o quejarse…: Comentario 20 de Julio del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Como en el evangelio de
hoy, muchas veces nos acostumbramos a juzgar a los demás, o a pronunciar en
alta voz lo que no deben hacer o les está prohibido, pero no así, lo que sí se
puede y debe hacer. Nos acostumbramos a educar para que los demás no hagan,
para que no se equivoquen, pero no les mostramos el camino a seguir, sobre todo
con el ejemplo. En el peor de los casos,
no decimos a los demás lo que se debe hacer: lo bueno, porque quizá seamos los
primeros que no lo hacemos o no estamos dispuestos a hacerlo. Ante esto, Jesús
va a enseñar a los fariseos lo que verdaderamente es realmente importante: “yo
quiero misericordia y no sacrificios”. Así, hemos de ocuparnos por adquirir un corazón
lleno de misericordia, más que preocuparnos por las apariencias. Más que
murmurar o quejarse, el verdadero discípulo de Jesús le imita.
El Papa Francisco nos
sigue invitando a reflexionar sobre las obras de misericordia corporales y
espirituales para seguirlas redescubriendo y practicando (Misericordiae Vultus
15). Las primeras son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento,
vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los
presos y enterrar a los muertos; las segundas son: dar consejo al que lo
necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste,
perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas y rogar a
Dios por los vivos y por los difuntos.
<<Las obras de misericordia son acciones
caritativas mediante las cuales socorremos a nuestro prójimo en sus necesidades
corporales y espirituales>> (CEC 2447). Viéndolas en conjunto, se
trata de respuestas concretas a situaciones de indigencia concretas. Si bien es
cierto que no son actos exclusivos de los cristianos, sí lo es el motivo por el
cual se realizan. El mismo Señor nos explica: “Porque tuve hambre, y me dieron
de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me acogieron; estaba
desnudo, y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel y vinieron a
verme. Pues cuanto hicieron a uno de estos hermanos mios más pequeños, a mí me
lo hicieron” (Mt. 25, 35-36.40).
El motivo para actuar
de un cristiano no es otro más que el mismo Jesús. No da lo mismo realizar una
obra movido por mera filantropía que por amor a Jesucristo, que trasciende lo
meramente humano para convertirse en algo divino. Según San Lucas, el no ver
las necesidades del prójimo y desatenderlas es jugarse el propio destino eterno
(cf. Lc. 16, 19-31).
También Santiago en su
carta nos dice que la fe necesariamente debe desembocar en obras concretas en
bien de los necesitados (Cf. Stg 2, 14-18). Para San Juan, el amor de Dios
forzosamente debe concretizarse en el amor al hermano necesitado (cf. 1Jn 3,
17-18).
Fruto del mandato
divino, los primeros cristianos se preocuparon de atender a los más
necesitados, según lo reporta San Justino (cf. I Apol. 67). Desde el siglo IV
surgieron residencias de enfermos y albergues de peregrinos, así como asilos
para los pobres. Muchas órdenes religiosas, tienen su razón de ser en la
asistencia a los más carenciados; en ellas, miles de cristianos han entregado
su propia vida a favor de otros. Los mismos hospitales y las escuelas de hoy
día tienen su origen en el cristianismo de la Edad Media.
¿Qué nos dice todo
esto? En primer lugar, que el Papa Francisco (pero sobre todo Jesús) no quiere
una Iglesia desatendida de las personas más pobres; al contrario, quiere una
Iglesia en salida, dispuesta a llegar a los más alejados aún acosta de su
propio sufrimiento (cf. EG 20, 49). En segundo lugar, el Papa no desea una
Iglesia indiferente, sino atenta al dolor de los demás para socorrerlo, al más
puro estilo del buen samaritano. En tercer lugar, el Papa desea que la Iglesia
entre aún más en el corazón del evangelio, en el cual los pobres son los más
privilegiados de la misericordia divina (cf. Misericordiae Vultus 15).
Las obras de
misericordia no son simples <<cuotas>> que debemos
<<pagar>> a Dios para entrar al cielo; se trata de auténticas
manifestaciones externas de un corazón amoroso y compasivo, que no hace distinción
de personas y ama a todos por igual. Son un buen <<termómetro>> que
nos indica cómo estamos viviendo nuestra fe.
El mundo de hoy, tan
recio a todo cuanto huela a cristianismo, creerá de veras en el mensaje del
evangelio si ve en nosotros auténticos discípulos de Jesucristo. No es suficiente
seguir diciendo: “yo no robo”, “yo no mato”, “yo no le hago mal a nadie”.
Seamos prontos para hacer el bien a los demás, pues así, por el testimonio de
vida, los hombres darán gloria a nuestro Padre que está en el cielo (cf. Mt. 5,
16).
Gracias Padre Manuel, buenísima reflexión.
ResponderEliminarY gracias Jesús por permitirme estar a tu lado en el día del amigo!!!!!!
En tus manos mi vida Señor y la de toda mi familia!!!!
Gracias Señor!
Gracias Madre!