Gris, el perro ángel guardián de Don Bosco
Aleteia
Maria Paola Daud | Abr 17, 2018
"Decir que era un ángel daría risa. Pero tampoco se puede decir que fuera un perro común y corriente"
Son muchas las personas que pueden testimoniar un acto heroico de su mascota, han advertido de un futuro accidente, han alertado de la entrada de alguno que quién sabe con cuáles pretensiones intentaba entrar a casa, han prevenido alguna violencia doméstica, o han ayudado a encontrar el camino a una persona perdida.
Y también Don Bosco tenía su mascota misteriosa que aparecía y desaparecía en su vida defendiéndolo de ataques de malvivientes o acompañándolo por calles considerablemente inseguras.
Él mismo cuenta en sus Memorias del Oratorio cómo apareció en su vida en 1852 el perro lobo al que bautizó Grigio (Gris en italiano):
“Una noche oscura, a hora algo avanzada, tornaba a casa solo –no sin cierto miedo–, cuando descubro junto a mí un perro grande que, a primera vista, me espantó; mas, al no amenazarme agresivamente, antes al contrario, hacerme carantoñas cual si fuera su dueño, hicimos pronto buenas migas y me acompañó hasta el Oratorio. Cuanto sucedió aquella noche, ocurrió otras muchas veces; de modo que puedo decir que el Gris me prestó importantes servicios”.
“A finales de noviembre de 1854, una tarde oscura y lluviosa, volvía yo de la ciudad y, para no hacer un largo camino en solitario, bajaba por la calle que desde la Consolata termina en el Cottolengo. A un cierto punto, percibo que dos hombres caminan a poca distancia delante de mí.
Aceleraban o retardaban su paso cada vez que yo aceleraba o retrasaba el mío. Cuando trataba de cambiar de acera para evitar el encuentro, hábilmente, ellos se colocaban delante de mí. Intenté desandar el camino, pero no me fue posible, porque ellos dieron repentinamente dos saltos hacia atrás y, sin pronunciar palabra, me arrojaron una capa sobre la cara. Hice cuanto pude para no dejarme envolver, pero todo fue inútil; es más, uno de ellos trataba de taparme la boca con un pañuelo. Quería gritar, pero ya no podía hacerlo. En aquel momento apareció el Gris, y aullando como un oso se abalanzó con las patas contra la cara de uno y con la boca abierta contra el otro, de modo que tenían que envolver al perro antes que a mí.
-Llame a este perro, se pusieron a gritar temblando.
-Lo llamaré; pero dejad en paz a los transeúntes.
-Pero llámelo enseguida, exclamaban.
El Gris continuaba aullando como lobo enfurecido”.
Al menos tres veces fue defendido por el can de los ataques de malhechores, según varios testimonios y en al menos otras dos ocasiones Gris apareció misteriosamente de la nada indicándole el camino cuando se encontraba perdido.
Y lo más increíble de toda esta historia es que Gris defendió al santo en vida, y continuó protegiéndolo después de muerto como lo testimonia el señor Renato Celato, chofer confiable y discreto de cuatro rectores salesianos.
En una entrevista cuenta detalladamente este hecho bastante curioso:
“Era el 5 o 6 de mayo de 1959, después de la inauguración del gran templo de Cinecittà. Estábamos regresando de Roma con la urna de Don Bosco. La urna había estado en Roma durante varios días. Había ido a honrarlo incluso el papa Juan XXIII.
La urna de Don Bosco permaneció dos días en San Pedro, mientras que estaba haciendo los trámites para el viaje de regreso a Turín. Dejamos Roma en la tarde. Estaba oscureciendo.
Teníamos que llegar a La Spezia a las cuatro de la mañana, pero estábamos cansados y don Giraudi nos aconsejó parar un par de horas en Livorno con los salesianos.
El sacristán había abierto las puertas de la iglesia a las cuatro y media y vio a un perro que se agachaba y estaba en la puerta y le dio una patada para tirarlo fuera. Sin reaccionar, el perro se había retirado a un lado y esperó la llegada de la urna.
Cuando llegamos, llevamos la urna a la iglesia y la apoyamos sobre unos bancos de madera, el perro nos siguió y se acomodó debajo de la urna. Allí nadie lo tocó.
Luego, cuando comenzó a llegar la gente y se inició la Santa Misa, el director estaba preocupado y le dijo a la policía: “Saquen a esta bestia que se encuentra debajo de la urna”.
Pero no pudieron.
El perro rechinando los dientes que parecía enojado, permaneció allí hasta el mediodía. En ese momento se cerró la iglesia. El perro salió y comenzó a vagar entre los chicos en el patio.
Los chicos estaban naturalmente felices de tenerlo en medio de ellos: ellos lo acariciaban, le jalaban de la cola. Me uní junto a los chicos cerca al perro.
He dicho muchas veces que pude ver, tocar, acariciar ese misterioso perro.”
Cuando la urna con los restos de Don Bosco partió para su destino, Gris volvió a desaparecer misteriosamente.
El señor Celato documentó lo acontecido con algunas fotografías.
“Decir que era un ángel daría risa. Pero tampoco se puede decir que fuera un perro común y corriente” (San Juan Bosco)
Fuente: infoans.org, sdb.org
Comentarios
Publicar un comentario