Recordar, amar y enseñar: Comentario 07 de Marzo del 2018


 Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


Nuestra vida podría ser mejor si pudiéramos recordar en cada momento las cosas y las personas que nos hacen mucho bien. Todos podemos constatar a partir de qué momento nuestra vida fue mejor o fue peor, cuándo comenzamos a amargarnos la vida y cuándo comenzamos por vivir más plenamente. Todos podemos aprender de las situaciones que hemos vivido, momentos desagradables pero también agradables, podemos aprender de los errores del pasado pero también aprendemos de los aciertos. La cuestión está en no olvidar aquellas cosas y eventos que vinieron a marcar nuestra vida para siempre y nos ayudaron a crecer. Dicen que recordar es volver a vivir, olvidar es darle muerte a una parte de la historia de nuestra vida. Por eso, necesitamos de una buena memoria para no olvidarnos de aquello que es lo esencial y que le viene a dar sentido y seguridad a nuestro ser, porque de eso que es lo esencial depende el éxito o el fracaso, la vida o la muerte.
En la primera lectura de hoy, vemos como Moisés le da a conocer al pueblo de Israel las leyes y preceptos del Señor para que los pongan en práctica, de ello dependerá de que sean sabios y prudentes, que les vaya bien y que los demás pueblos y naciones puedan reconocer la cercanía, la grandeza y el verdadero poder de Dios. Pero no termina ahí, sino que, además, no tienen que olvidar ni apartar su corazón de estos preceptos y leyes justas sino que tienen que enseñarlas a sus hijos y a sus nietos. Así, lo esencial para el pueblo de Israel va a ser recordar por siempre esto que el Señor les está dando a conocer, y la forma de recordar va a ser cumpliendo y enseñando. Esto es lo mejor, en ello está la garantía de su victoria, de ello depende que sean una nación grande, próspera, libre y santa por siempre. 
Si constatamos que no andan bien las cosas en nuestra vida, es necesario volvernos a Dios, volver a la Palabra del Señor, dejemos de hacer lo que estamos haciendo y volvamos a recordar lo que el Señor ha hecho en nuestra vida y todo lo que nos ha propuesto y enseñado para nuestra supervivencia, recordemos su amor y su fidelidad. Si nosotros somos fieles el Señor es fiel, si nosotros somos infieles el Señor permanece siempre fiel. No tengamos miedo de volver a lo esencial en nuestra vida, pues sólo en Dios está la seguridad y la garantía de nuestra felicidad. Si sentimos que hemos fallado y que hemos sido infieles a la Palabra del Señor, reconozcamos rápidamente nuestro error, sacudámonos de nuestro pecado que nos aleja de Dios y volvamos a reconciliarnos con él. 
Más que con las palabras, con la vida misma se puede enseñar a los hijos y a los nietos que se puede vivir seguros bajo la presencia del Señor. No tengamos la tentación de querer enseñar a los hijos y a los nietos solo con las palabras, enseñemos con nuestra vida que Dios siempre va a ser la mejor opción, el mejor camino de paz, de libertad y de esperanza. “El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos”. Así pues, de ello depende nuestra salvación: recordar, cumplir y enseñar. Esta es la triada que el Señor nos propone para llevar nuestra vida hacia un buen puerto: el Reino de los cielos.
En el Evangelio encontramos a Jesús como el que no vino para abolir la ley ni los profetas, sino como aquél que vino a darle su pleno sentido. Primero porque por encima de cualquier ley, Jesús quiso poner énfasis en la ley del amor, de nada sirve el cumplir por el cumplir sino se ama y no se tiene compasión por el prójimo. De nada sirve el mero cumplimiento: cumplo y miento, si no se cambia de vida, si no se vive con un corazón honesto delante de Dios. A veces tenemos esa tentación de sólo cumplir por cumplir pero viviendo en la mentira, cumplo y miento, se cumple pero se vive de apariencias porque el corazón está lejos del corazón misericordioso de Dios. Si no hay amor, de muy poco sirve el cumplimiento. Segundo, porque Jesús sabe muy bien que habrán personas débiles que no podrán cumplir la ley, sin embargo, por una parte el está dispuesto a perdonarnos no a condenarnos y por otra parte, el se convierte en nuestra fortaleza, nos dará la gracia para que podamos ir adelante, a pesar de nuestra debilidad. Jesús es nuestra fortaleza y nuestra paz. Tercero, Jesús le da sentido a la ley porque él fue el que resucitó, su autoridad le viene de haber pasado por la cruz, haber padecido pero haber resucitado, todo por haber obedecido la ley, por haber hecho la voluntad del Padre. Jesús siempre estuvo dispuesto a obedecer a su Padre y nos amó hasta el extremo enseñándonos lo que nosotros también debíamos hacer para alcanzar la salvación. Del mismo modo, si nosotros obedecemos y somos fieles a la ley del Señor, si nos mantenemos ante la presencia del Señor, como recompensa nos espera la resurrección para la Vida eterna. Así pues, Jesús nos muestra con su propia vida lo que hemos de hacer también nosotros: recordar, amar (obedecer) y enseñar a los demás en qué consiste la verdadera vida. Que María, Nuestra Señora de la Esperanza, interceda por nosotros.


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