La forma del amor: Comentario 09 de Marzo del 2018

                                                   Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


Conversión significa desconfiar de las cosas en las que se había puesto todo el apoyo porque resultó ser frágil y débil y se rompió, nos decepcionó. Por el contrario, también significa volver a confiar en lo que verdaderamente es más seguro, más fuerte y más duradero. Dios nunca nos engaña, ni nos decepciona ni tampoco nos es infiel. Su amor siempre es fiel, nunca se termina y nuca pasa de moda. En este tiempo de Cuaresma, es necesario mantener la intención de irnos purificando de todo aquello que nos haya apartado del amor infinito de Dios. Es necesario volver a confiar en él, escucharle y unir nuestra voluntad a la suya. Por eso, en la primera lectura de la liturgia de la Palabra del día de hoy encontramos que: “Asiria no nos salvará”, Dios si nos salvará, con Dios nunca tropezaremos y con él, en todo lo que emprendamos siempre nos irá bien. Por eso, es muy importante que nunca perdamos la confianza en el Señor, que siempre nos mantengamos en sintonía con él, nos identifiquemos con él y le escuchemos en todo momento. Como fruto de la fe nace el amor.
Gracias a que Dios nos amó primero, Jesús nos enseña la forma del amor: escucha, obedece, ofrece y da la vida por toda una multitud. Esta es la forma del amor: amar al Padre para amar a todos los hombres;  someter la voluntad y obedecer al Padre para traerle libertad a la humanidad; sacrificarse y renunciar a sí mismo para devolvernos la vida que antes habíamos perdido a causa del pecado. La forma del amor es desgastar la propia vida para darle vida a otro.
Hay un dicho que dice que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”, muchas veces se valoran las cosas hasta que ya no se tienen o ya no funcionan, o se valora a las personas hasta que ya no están porque nos hemos apartado de ellas o se han ido por si solas. Aprovechemos las oportunidades que tenemos para valorar la presencia de las personas que nos rodean y terminemos por amarlas, no escatimemos, ahora están, mañana seguramente que ya no. Acojamos, aceptemos y aprovechemos a Dios que se ha manifestado en nuestra vida, dejémonos amar por él y correspondámosle con amor. Nuestra vida para que verdaderamente adquiera su verdadero significado debe ser una respuesta de amor, donación libre y gratuita. Si no me dejo amar por Dios jamás lograré amarle y, como consecuencia, jamás aprenderé a acoger, aceptar, defender y promover a mi hermano. Sólo en Dios y desde Dios seré capaz de amar a todos, incluyendo a los que no conozco.

En el evangelio de hoy, Jesús nos enseña que es posible amar al prójimo, consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal vez por exigencias políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita. En esto se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo… Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo « piadoso » y cumplir con mis « deberes religiosos », se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación « correcta », pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama. Los Santos —pensemos por ejemplo en Santa Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un « mandamiento » externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor. El amor es « divino » porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea « todo para todos » (cf. 1 Co 15, 28). Que María, nuestra Madre, nos ayude a descubrir el plan de Dios en nuestra vida para amar a los hermanos. 

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