Perdonar es sanar: Comentario 06 de Marzo del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
En este tiempo de la cuaresma, la voz de la Iglesia resuena como eco de la Palabra de Dios al invitarnos a realizar un buen examen de conciencia para que, en seguida, podamos acercarnos al sacramento de la reconciliación. Acercarnos a Jesús en el confesionario significa que con humildad hemos reconocido que somos pecadores y que le hemos fallado, que tenemos una deuda con él y con nuestros hermanos. Si bien, todos en algún momento de la vida podemos llegar a ofender a Dios o a nuestros hermanos y nos alejamos de su compañía, es necesario que volvamos a su amor, que volvamos a su misericordia. Cada vez que vamos al confesionario debe ser motivo para un comenzar de nuevo, con el propósito de esmerarnos cada vez más de crecer en las virtudes y en el amor a Jesús. Que Jesús perdone nuestros pecados tiene que ser motivo de fiesta, de alegría, de celebración, no tiene porque ser motivo de tristeza o de rigidez, al contrario, cada vez que acudimos nos liberamos de una carga muy pesada y estorbosa que cuando salimos del confesionario nos sentimos más ligeritos y llenos de la gracia de Jesús misericordioso.
Así, cuando nos sentimos y sabemos perdonados por Jesús nos sentimos libres de todo pecado. El pecado esclaviza, ata y mata, mientras que el perdón de Jesús nos devuelve la libertad, la gracia y la vida. Cuantas veces vayamos arrepentidos a confesarle a Jesús nuestros pecados, tantas veces él también nos perdona. Por eso dice el salmo número 136 que la Misericordia de Dios es eterna, nada se le compara y nada la altera, la Misericordia de Dios permanece por mil generaciones, por siempre. Jesús nos perdona siempre, por más grandes que sean nuestros pecados, nos mira con compasión, se inclina hacia nosotros y nos reconcilia con el Padre, porqué tener miedo, si el nombre de Dios es Misericordia, no hay nada que él no pueda perdonar, excepto que nosotros no queramos que él no nos perdone.
La invitación de Jesús en el evangelio de hoy es que, así como Dios se compadece de nuestros pecados, también nosotros nos compadezcamos de las deudas de nuestros hermanos. Dios perdona nuestra deuda, pero también nosotros debemos aprender de su compasión y de su paciencia, debemos aprender a perdonar en cada momento de nuestra vida, todos los días de nuestra vida, sin clasificar y sin distinguir a nadie, debemos perdonar siempre, porque Dios no distingue a nadie, Dios perdona hasta los que pudieron haber cometido pecados más graves, él los perdona siempre y cuando estos estén arrepentidos de corazón. Lo mismo debemos hacer nosotros, perdonar incluso a la persona que más daño nos haya causado.
Recordemos a Santa María Goretti, la adolescente que afirmaba que era preferible morir antes que pecar, que a pesar de que había recibido una cantidad de puñaladas en el vientre y el estómago de parte de su verdugo que la incitaba al pecado, ella fue capaz de pedir por su alma y de perdonarlo poco antes de morir. Perdonar setenta veces siete (siempre) quiere decir que hemos de perdonar incluso a las personas que pudieran llegar a atentar contra nuestra propia vida. Estamos llamados a perdonar no porque nosotros lo podamos hacer humanamente, sino porque el mismo Jesús nos enseña a hacerlo desde la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. A veces, cuando alguien escucha que una persona le hizo daño a una persona inocente, se le llegan a escuchar expresiones como: “Ojalá se muriera”, “no debería haber nacido”, “como me gustaría tener un arma para matarlo”, “que Dios lo perdone porque yo nunca”, etc. A veces se nos sale lo humano, buscamos la justicia humana, queremos arreglar las cosas y el mundo según nuestra justicia y no con la justicia de Dios.
Perdonar quiere decir amar como Jesús nos ama, con un amor sobrenatural, que a pesar de la agresión y la ofensa él nos perdona y nos reconcilia con el Padre. Perdonar significa vencer el mal a fuerza de bien, con la fuerza del amor y de la Misericordia. Mientras que cada vez que no logramos perdonar el mal sigue creciendo, se anida en nuestro corazón, nos llena de miedos, de resentimientos, de deseos de venganza y de odio. El perdón es la fuerza que libera, que vence al orgullo y que nos permite ser dueños de nuestro corazón.
El perdón no es un acto de debilidad ni vulnerabilidad, al contrario la persona que perdona tiene mayor valentía, sabiduría y coraje para crear una vida más sana. 7Cuando se perdona se desarrollan nuevas virtudes como la generosidad, la compasión y la bondad para consigo mismo y con los demás. El dolor que produce el enfado o la ira se sobrepone con acciones de misericordia y paz, producto de un perdón meditado y consciente. Estudios de la Universidad de Virginia sobre el perdón como virtud han arrojado que las personas que han sufrido grandes ofensas cuando recuerdan los hechos con resentimiento, sufren de altos niveles de estrés y ansiedad, mientras que aquellos que vislumbran a la persona que los hirió y la perdonan, sus indicadores regresan a la normalidad. Así, perdonar es sanar, es volver a crear.
Que María, nuestra madre, la reina de la paz, interceda por nosotros.
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