Comentario 05 de Enero del 2018: “El que no ama aún está muerto”.
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
El amor de Dios lo llena todo y a todo da vida. Haberlo descubierto es haber encontrado el tesoro escondido, por el cual vale la pena gastarlo todo para poseerlo. Quien conoce el amor de Dios y lo vive no puede quedarse tranquilo. Siente como un fuego que lo lanza a comunicarlo a los demás. La obra de caridad más grande es comunicar este fuego de amor a los corazones que viven congelados, porque no lo tienen. Llevar la palabra de Dios a los hombres es darles el alimento que les ayuda a vivir con fuerza para superar los problemas de la vida y alcanzar la felicidad eterna.
Dios se sirve de los mismos hombres para anunciar y esclarecer a todos el proyecto secreto de la realización de su amor. Cada uno de nosotros, en la medida que recibe, debe revelar a los demás las inagotables riquezas de Cristo. Quien vive en el amor, quien goza de la presencia del Espíritu Santo en su vida, tiene una consigna, la última que dio Cristo: dar testimonio de él hasta los confines de la tierra. Es necesario predicar el mensaje de caridad y confirmarlo con las obras, para que todos los pueblos formen parte del pueblo de Dios.
Conocer a Dios es poseerlo, es llenarse de su amor. Por eso, descubrir a Dios a los que no lo conocen es la obra más grande de caridad, porque se enriquece a los hombres del mismo Dios del amor. Ninguna dificultad debe, por tanto, frenar nuestro apostolado. Así como ninguna dificultad le impidió a Felipe salir de sí mismo y comunicarle a su hermano Natanael quién era Jesús y dónde se encontraba. Gracias a que Felipe no pudo contenerse en el amor que sentía por Jesús, Natanael pudo también conocerlo, entablar un diálogo con él y, después, seguirle para siempre: “aquí viene un verdadero Israelita, en quien no hay engaño” (Jn. 1, 47b).
Por ello, evangelizar es un deber de todos y no solamente de unos cuantos, porque entre más evangelizamos más probabilidades de que muchas almas conozcan el amor de dios y se salven hay, he aquí lo que enseña el Concilio Vaticano II: “Todos los fieles como miembros de Cristo viviente, incorporados y asemejados a él por el Bautismo, por la confirmación y la Eucaristía, tienen el deber de cooperar en la expansión y dilatación de su cuerpo para llevarlo cuanto antes a su plenitud. (Ad Gentes 36).
No cabe duda, o somos de Dios y le demostramos que lo amamos o solamente aparentamos y le amamos con la lengua y con las palabras: “Hijitos míos, que nuestro amor no sea solamente de palabra, sino que se demuestre con hechos”. (1 Jn. 3, 18). El Concilio Vaticano II sigue diciendo: “Es necesario que todos se conviertan a él, conocido por la predicación de la Iglesia, y por el Bautismo sean incorporados a él y a la Iglesia que es su cuerpo. Gracias a esta actividad misionera, Dios es glorificado plenamente desde el momento en que los hombres reciben plena y conscientemente la obra salvadora de Dios que completó en Cristo”. (Ad Gentes 7).
Es necesario, entonces, que cada uno de los que creemos en Dios se pregunte: ¿Qué hecho yo para que todos los pueblos lo conozcan y vivan según su doctrina? El deseo de dar a conocer la Palabra de Dios está en proporción al amor que tenemos en nuestra vida. No se trata de una obligación, sino de una necesidad de la que uno se da cuenta que existe en nuestra Iglesia y sociedad.
Para ello, es necesario, querer ser curado de la enfermedad de la que el Papa Francisco nos ha hablado en algunas ocasiones: “la enfermedad del espejo”. Hay que romper nuestros espejos, esos que nos permiten contemplarnos solamente a nosotros mismos; los que nos vuelven más egoístas y narcisistas y que provocan vivir encerrados dentro de uno mismo; cada quien en su propio mundo sin darse cuenta de la realidad de los hermanos. Dejémonos curar por el amor de Jesús: “Conocemos lo que es el amor porque Jesucristo dio su vida por nosotros; así también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.” (1-Jn 3, 16). Porque amar, no es otra cosa que tener el noble e inevitable propósito de ayudar a otro para que sea quien es. El que más ama más feliz es, pero el que no ama, aún no ha conocido a Dios, está muerto.
Pidamos a Jesucristo misionero del Padre que nos aumente la fe y el amor a él para que, teniendo su Espíritu misionero, podamos manifestarle a los demás que él es nuestro Dios y nuestro salvador sin miedo y sin complejos.
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