Comentario 04 de Enero del 2018: “¿Qué soy discípulo o sofista?”
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
En
la liturgia de la Palabra de hoy, nos encontramos nuevamente con Juan el
Bautista que sigue llevando adelante el anuncio de la presencia de Jesús en
medio de éste mundo. Juan el Bautista sabe perfectamente que esa es su misión y
quiere llevarla adelante permaneciendo fiel a esa tarea que de parte de Dios ha
recibido. Sabe que no puede perder el tiempo, pues para eso ha nacido.
Descubrimos,
entonces, lo importante que es poder descubrir cuál es nuestra misión con
respecto a Jesús. Pero no solamente eso, sino lo importante que es poder
consagrar nuestra vida a su persona, poder dedicar de nuestro tiempo, nuestro
pensamiento, nuestra inteligencia y nuestro hablar. Si pudiéramos entender que
de ello depende nuestra más grande realización personal. Más allá de cualquier
título u honor que podamos recibir de parte de los demás, lo más importante es
poder hacer lo que Dios nos ha encomendado.
Lo
primero debería ser, dejarnos encontrar por Jesús. Nuestra vida tendrá que ser
una constante búsqueda. Un constante encontrarlo y un volverlo a buscar. Porque
de ahí, de esa experiencia de encontrar a Jesús nace la esperanza, nace la fe y
nace el amor. Y Cuando hemos experimentado el gran amor de Dios que le da
sentido a nuestra vida, ya no queremos parar, queremos seguir y permanecer
siempre a su lado. Ese encuentro con Jesús nos capacita para transformar
nuestra vida, para hacer el bien y para amar a los hermanos. Por eso, San Juan,
en la primera lectura, nos afirma: “Se
sabe quiénes son hijos de Dios y quiénes son hijos del diablo, porque
cualquiera que no hace el bien o no ama a su hermano no es de Dios”. Dejarnos
mirar, llamar y amar por Jesús es señal de que hemos conocido el amor sincero y
estamos preparados para repartirlo a los demás.
En
este mismo contexto, el Papa Francisco afirma: “La fe, para mí, nació del encuentro con Jesús. Un encuentro personal
que tocó mi corazón y dio una nueva dirección y un nuevo sentido a mi
existencia”. Se trata de un encuentro seductor y de escuchar palabras no
solamente humanas, sino palabras que tocan el corazón y que siembran la
esperanza de la salvación.
Pero
no todo termina ahí, si no que una vez que ya hemos conocido la Vida que Dios
nos ofrece, estamos llamados a seguirle y hacer que los demás también puedan
conocer a Jesús, como lo hizo Juan el Bautista con Andrés y éste, a su vez, con
Pedro. Aquí no es Jesús el que los llama, ellos lo siguen por el testimonio de
Juan; Simón irá por el testimonio de su hermano Andrés. Es decir, llegan con
Jesús por el testimonio de otros. Vale la pena mencionar, también, la
experiencia sensible que tuvieron con el Señor: “vengan a verlo”, “cuando
Jesús lo vió”. Testimonio y
experiencia son las características de
esta revelación vocacional. Conocer a Jesús es entrar en su misterio
salvífico y ser llamados por él. Dios se revela para llamar y salvar. La mejor manera de conocer y entender al
Señor es siguiéndolo.
No
cabe la menor duda que nuestro papel en la vida cristiana es la de seguir a
Jesús permaneciendo en su amor y en su gracia, y ser testimonio, centinelas que indiquen y enseñen el camino
que lleva a Jesús, para que también otros hagan la experiencia y se sientan
atraídos por su amor. Supongamos que Juan el Bautista se hubiera puesto
caprichoso o que Andrés se hubiera quedado callado, lo más probable es que, con
toda seguridad, ninguno de los tres (Juan, Andrés y Pedro) hubieran conocido la
dicha de sentirse amados y salvados por Jesús, ninguno hubiera conocido la
razón de ser de sus pobres vidas. ¿Cuánta falta hacen hoy, también, de que
hayan más discípulos de esa calidad, que habiéndose encontrado con Jesús se
deciden a hacer cualquier cosa por él, que no se quedan callados, que no le
tienen miedo al qué dirán? En verdad, hacen falta discípulos que hayan conocido
a Jesús con el corazón y la vida más que con la inteligencia.
Cuando
conocemos a Jesús con la inteligencia, en lo único en lo que nos convertimos
para los demás solamente es en excelentes pedagogos y sofistas, damos buenos
discursos, enseñamos con método y estilo pero en nuestra vida hay desorden y
pecados, no convence, no contagia. Hace falta conocer a Jesús con el corazón y
con la vida, sentirme amado y perdonado por Jesús para servirlo y comunicarlo
en el trabajo, en la escuela, en la casa, etc. Conocer a Jesús con el corazón
es arriesgarlo todo por él. Si no estamos convencidos de lo que Jesús es capaz
de hacer jamás lo daremos a conocer, y si lo damos a conocer lo haremos
fríamente o superficialmente.
Si
hoy conocemos a un Pedro, la piedra sobre la cual quiso Jesús construir su
Iglesia, es porque alguien le habló de Jesús primero: su hermano Andrés. Si
nosotros pudiéramos contar a los demás quién es Jesús y dónde y cómo
encontrarlo, ¿a cuántos pudiéramos
ayudar a que se salven? ¿Qué podrían llegar a ser los demás o en qué podrían
convertirse si les indicáramos el camino: sacerdotes, Obispos, Papas, Santos?
Lo
esencial en la vida cristiana es dejarse mirar por Jesús, ir y ver dónde se
aloja, estar con él y compartir. Y después, anunciarlo. Es el camino y el
proceso que han seguido los discípulos y los santos. Es nuestro camino. Pidamos
la intercesión de los santos para que nos ayuden a no tener miedo de
testimoniar a Jesús con la propia vida.
Gracias Padre Manuel por tener siempre la palabra clara para que abramos nuestro corazón a Jesús. Gloria a Dios⛪💖😊
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