“Jesús, camino a la felicidad que no acaba más”: Comentario 03 de Mayo del 2018

                                                                   Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles




“El pago del pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom. 6,23).
Cuando Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, y solamente por mí se puede llegar al Padre” (Jn. 14,6) es claro que hablaba de la ida al Padre y que para llegar allá no hay otro camino fuera de Él. Ir al Padre tiene sabor de suma felicidad, porque es la llegada a la Patria de los bienaventurados. Pero puede significar el terror de quien llega a su fin y lo pierde todo: sus pertenencias materiales y, lo más grande, a los propios familiares.
Sin duda, es muy triste vivir tantos años, sufrir por tantas batallas y llegar a perderlo todo, quedarse solo, perderlo en la infinitud del misterio. No es igual estar con Cristo, que estar sin Él. Para muchos, Cristo puede ser un personaje perdido en una lejana historia, un pensador importante, alguien que quedo en un pasado incapaz de resolver los problemas de la vida actual. Los que así razonan pueden ser personas inteligentes, pero miopes. Están metidos en su cultura mundana, en sus intereses, en sus intrigas, y no quieren levantar la vista para fijarse cómo resolver los problemas de la vida de otras personas
No hace falta mucho esfuerzo para dar un vistazo en la vida de los que creen profundamente en Cristo, dejándose guiar por su doctrina y ayudar por su gracia. Dos personas, conocidas mundialmente en la última mitad del siglo pasado, Padre Pío de Pietrelcina y la madre Teresa de Calcuta, nos sirven de ejemplo. No fueron personas excelentes en su saber o por tener exuberantes riquezas o poder político, sino por ser fieles seguidores de Cristo.
En estas dos santas personas comprobamos que cuanto más se vive la doctrina de Cristo y se cuenta con su gracia, más grande es la capacidad de hacer el bien a los otros, y más se goza de profunda paz, que es auténtica felicidad. Cristo es el camino que acompaña a la verdadera y eterna felicidad. Con Él en la mente y en el corazón, la muerte es un nacimiento, un llegar a la vida de los bienaventurados. Para alcanzar esta meta, se sabe que no está exento del dolor.
Es importante resaltar que no sólo se irá a gozar en la eternidad, sino que ese mismo misterio se desvela un poco en esta vida mortal, haciéndonos experimentar ya un poco de felicidad. Con Cristo se comprende que Dios, que es Amor, no nos creó “aventándonos a un océano de dolor”, sino para empezar a pregustar de la felicidad eterna.
La prueba de su amor la tenernos en el envío de su Hijo, el cual no vino sólo a enseñar el amor del Padre mediante una doctrina, siempre actual e insuperable, sino hasta dar su vida en la cruz para nuestra salvación. Para sus enemigos, la muerte significó un fin ignominioso y definitivo. Esas mentes enfermas y asesinas no pudieron comprender su siguiente triunfo en la resurrección y su reinado en el corazón de muchos millones de personas.
Cristo es el camino que nos lleva a la verdadera felicidad. Tenerlo en la mente y en el corazón quiere decir: seguirlo para empezar a gustar la felicidad aquí en la tierra, y luego en el cielo, como lo han descubierto muchos en el pasado, y hoy lo experimentan otros más.
Conocemos cómo seguir a Cristo en este camino, porque él mismo nos lo dijo: “si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Lc. 9, 23). Esta forma de seguir a Cristo puede asustar a los que no se fijan en la meta a alcanzar. Son personas perezosas por no querer pensar con profundidad, y cobardes por huir de una vida de sacrificios.
En esto se ve claramente que no se puede seguir a Cristo con un corazón pusilánime, sino con ánimo de personas fuertes y generosas. Los cobardes, egoístas y débiles que no quieren superarse no caben en este camino que lleva a la verdadera felicidad.
“Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza. En Jesús todo habla de Misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (Papa Francisco).

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